Portada » Religión » Jesucristo: Evidencias Históricas y Teológicas de su Divinidad
Existen diversas fuentes extrabíblicas que mencionan a Jesús. Entre ellas, podemos destacar las siguientes:
También encontramos referencias a Jesús en fuentes judías, como:
Esta es una pregunta fundamental del cristianismo. A continuación, se presentan cinco motivos de credibilidad o razonamientos apologéticos que buscan demostrar que es plenamente razonable y obligatorio creer en la divinidad de Jesucristo y, por consiguiente, en el cristianismo como única religión verdadera.
Si alguien afirma ser Dios, solo caben tres posibilidades: está loco, es un impostor o realmente es Dios. Jesús afirmó ser el Mesías, el Hijo de Dios. Pedro lo confesó diciendo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo», y Jesús confirmó lo dicho. Ante la pregunta de Caifás, que le conjuró a que dijera si él era el Hijo de Dios, Jesús contestó: «Tú lo has dicho, y os digo: desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene sobre las nubes del cielo.»
Las palabras de Jesús, recogidas en los Evangelios, son consideradas por muchos como divinas. G.K. Chesterton, en su libro «El hombre eterno», afirma que si alguien venido de otro planeta escuchara por primera vez las palabras de Jesús, no dudaría en afirmar que son palabras divinas. Los alguaciles enviados por los príncipes de los sacerdotes y fariseos para arrestar a Jesús regresaron diciendo: «Jamás habló así hombre alguno.» En otra ocasión, cuando le preguntaron sobre una mujer sorprendida en adulterio, Jesús respondió: «El que de vosotros esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» Y al oír esto, se fueron marchando uno tras otro, comenzando por los más viejos. Jesús, entonces, le dijo a la mujer: «Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?» Ella respondió: «Ninguno, Señor.» Y Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno; vete, y desde ahora no peques más.»
Una profecía que tenga por objeto un futuro contingente, que no dependa de las leyes de la naturaleza sino de la libre voluntad de los hombres, escapa en absoluto a la previsión humana. Su anuncio con toda seguridad y firmeza, junto con su exacto cumplimiento, es un milagro moral que pone de manifiesto la intervención divina.
Jesucristo anunció una serie de cosas que se han cumplido, como:
A estas profecías hechas por el mismo Jesucristo, podríamos añadir la serie larguísima de las que se referían a él en todo el Antiguo Testamento. Durante once siglos, uno tras otro, los profetas del Antiguo Testamento, que vivieron en épocas distintas y que no se conocieron entre sí, van describiendo los rasgos del futuro Mesías y Salvador del mundo:
A) Que nacerá de la estirpe de Abraham a través de Isaac, de Jacob y de Judá. Y entre la multitud de familias de la tribu de Judá, se nos dice expresamente que nacerá de la familia de David.
B) Isaías anunció ocho siglos antes que el Mesías sería contado entre los malhechores y puesto entre ellos, que sería azotado, abofeteado y escupido, y condenado a muerte.
Hay que tener en cuenta los siguientes principios:
a) Los milagros son hechos sensibles realizados contra las leyes de la naturaleza. Por lo mismo, solo Dios, autor de las leyes, o alguien en su nombre y con el divino poder, puede hacer un verdadero y auténtico milagro.
b) Dios no puede utilizar un milagro para avalar el testimonio de un impostor. Esto repugna a la infinita santidad y veracidad de Dios, que no puede engañarse ni engañarnos.
c) Jesucristo hizo innumerables milagros con su propia autoridad y poder, sin invocar previamente la ayuda de Dios. Algunos de los más sorprendentes, como la curación del paralítico y la resurrección de Lázaro, los hizo expresamente para demostrar que tenía el poder de perdonar los pecados, atributo exclusivo de Dios, y para que el pueblo creyera que él era el enviado del Padre.
La lista de los principales milagros realizados por Jesucristo incluye:
Cuatro preámbulos importantes sobre la resurrección de Jesús:
Podemos demostrar que Jesús resucitó a través del testimonio de los apóstoles, quienes no sufrieron una alucinación. Es históricamente cierto que los apóstoles y los discípulos no esperaban la resurrección de Jesús. Lo prueban los siguientes hechos: el apóstol Tomás no lo creyó ni siquiera ante el testimonio de los demás apóstoles, y el mismo Cristo tuvo que regañarles por su incredulidad.
Es históricamente indiscutible que los apóstoles no fueron unos impostores; no tuvieron intención alguna de engañar. Testificaron lo que habían visto y palpado. Compárese el miedo y la cobardía de Pedro la noche del Jueves Santo con su valentía y arrojo el día de Pentecostés. Ninguna ventaja humana les traía testificar un hecho falso; todos sufrieron grandes persecuciones y trabajos por el nombre de Cristo y acabaron padeciendo el martirio. Los apóstoles no se limitaron a testificar la resurrección del Señor, sino que probaron su testimonio con milagros estupendos.
Supongamos por un momento que los apóstoles fueran unos impostores y que hubieran tenido intención de engañar. ¿Lo hubieran acaso conseguido? Es clarísimo que no. ¿Quién hubiera creído en Jerusalén a unos pocos hombres que testimoniaban la resurrección de un hombre a quien todos vieron crucificado, muerto y sepultado, sin que el resucitado se supiera dónde está y sin alegar ninguna prueba? Todos se hubieran reído de ellos. Y si esto hubiera sido imposible en Jerusalén, cuánto más en otras partes donde ni habían visto al Salvador, ni contemplado sus milagros, ni escuchado su doctrina, ni creían en un Mesías de Israel y no les importaba nada la religión judía. ¿Cómo hubiera sido posible que dos impostores ignorantes y casi analfabetos, por añadidura, hubieran podido derribar al poderoso Imperio Romano, contra el que se habían estrellado todas las potestades de la tierra? Y eso sin armas ni soldados, con la sola fuerza de la predicación de un judío crucificado que exige sacrificios, que impone renuncias, que prohíbe en absoluto los vicios y placeres a que se entregaban con desenfreno los paganos, que ordena devolver bien por mal, renunciar a la venganza y dejarse matar sin resistencia antes que apostatar de la fe. Es evidente que esto es completamente absurdo e imposible sin los milagros y la fecundidad de la sangre de los mártires, realizado todo ello en testimonio de la resurrección de Cristo.