Portada » Historia » Isabel II. Presidentes de Gobiernos de La década modrada
Tras acceder al trono al adelantarse su mayoría de edad en Noviembre de 1843 (tan sólo tenía 13 años), Isabel II mostró desde un principio su preferencia por los moderados, dejando fuera del juego político al partido progresista.
Se abría un largo período de predominio moderado (casi 25 años).
Régimen de gobiernos autoritarios, defensores del orden y de una monarquía también fuerte, con un sistema bicameral que limitaba la tendencia a las reformas más profundas y que restringía las libertades individuales y colectivas.
Los progresistas optaron por el retraimiento, negándose a participar en unas consultas electorales claramente amañadas, o por la preparación de pronunciamientos apoyados por insurrecciones populares.
Una constante del reinado fue la presencia permanente de militares entre los gobernantes del país: Narváez, Espartero, O´Donnell………
En Mayo de 1844 se formó un gabinete presidido por el General Narváez, la gran figura de los moderados. Estas fueron las principales medidas que se adoptaron durante la siguiente década:
Acuerdo con la Santa Sede por el que el Papa reconocíó a Isabel
II como reina y aceptó la pérdida de los bienes eclesiásticos ya desamortizados. A cambio el estado español se comprometíó a subvencionar a la Iglesia y a entregarla el control de la enseñanza y a encargarla labores de censura.
Esto se concreta en un poder legislativo compartido por ambas instituciones y en una clara preeminencia de la Corona en el proceso político. Se eliminan los límites que la Constitución de 1837 había establecido respecto a los poderes del Rey.
“La religión de la nacíón española es la religión católica”.
Como puede apreciarse, la Constitución era un texto claramente conservador, que excluía alternativas en el poder y beneficiaba al partido moderado y a la oligarquía.
(nota: En 1848 se produce en España, como en toda Europa, una ola de levantamientos, manifestaciones y protestas revolucionarias. En el caso español se debieron más a la crisis económica, con su secuela de hambre y miseria, que a motivaciones políticas, si bien es cierto que progresistas, republicanos y carlistas estuvieron detrás. La respuesta de Narváez fue pedir y obtener plenos poderes de las Cortes, suspender las garantías constitucionales y emprender una durísima represión en las calles, culminada con docenas de fusilamientos. El resultado del fracaso revolucionario fue acentuar la división entre los progresistas, una parte de los cuales creó en 1849 el Partido Demócrata.
Sus principios fundacionales eran la defensa de los derechos individuales, del sufragio individual y de una apertura del sistema a las clases populares. La represión indiscriminada también removíó las tranquilas aguas del Ejército, al producir entre la oficialidad un Renacimiento de las opiniones progresistas)
El escandaloso favoritismo en todos los campos de la vida social y la generalizada corrupción existente en la política económica y financiera de los gobiernos moderados provocaron reacciones y movimientos subversivos en amplios sectores de la opinión liberal, incluida la moderada, que finalmente llevaron a la calle a las clases populares.
El poder cada vez más dictatorial de Narváez propició un creciente descontento que culminó en un pronunciamiento de complejo desarrollo. Iniciado por el general O’Donnell en Vicálvaro (La Vicalvarada)
, el golpe militar se radicalizó tras la publicación por los rebeldes del denominado “Manifiesto de Manzanares”, lo que hizo que consiguiera un amplio respaldo popular y animó a otros generales a unirse a la rebelión. Finalmente el golpe triunfó y propició la formación de un gobierno presidido por el progresista Espartero.
La otra gran figura del gobierno, el general O’Donnell creó un nuevo partido, la Uníón Liberal, que trató de cubrir un espacio de centro entre moderados y progresistas, aunque gobernó junto a estos en el inicio del bienio.
Durante este corto período destacaron las siguientes medidas:
Los progresistas no dudaron en suspender la vigencia de la Constitución de 1845 y redactar un texto nuevo. Sería la Constitución de 1856, llamada “nonata” porque no llegó a entrar en vigor.
El texto reflejaba el ideario progresista:
El contrapunto del Bienio, y una de las claves de su fracaso, fue el permanente clima de conflictividad social. En los primeros meses de 1856 se sucedieron violentos motines en el campo castellano y en las principales ciudades del país, con incendios de fincas y fábricas, cada vez reprimidas con mayor brutalidad por el ejército y la guardia civil. El gobierno perdíó el apoyo de las Cortes, y muchos diputados progresistas se pasaron a la Uníón Liberal. Finalmente, la reina aceptó la dimisión en Julio de 1856 de Espartero y encargó formar gobierno al general O´Donnell.
Al final del reinado de Isabel II se alternaron en el gobierno moderados y unionistas, Narváez y O´Donnell. Tras un breve periodo de gobierno de O´Donnell, que sirvió para liquidar el proyecto de Constitución, en Octubre Isabel II encargó formar gobierno al general Narváez, el político favorito de la reina, que suspendíó la desamortización, anuló todas las disposiciones de libertad de imprenta y cuantas se opusieron al Concordato, y restablecíó el impuesto de consumos (impuesto indirecto).
Se volvía a una política claramente conservadora, apoyada por el trono, pero sólo con un tibio respaldo de las Cortes.
Fueron años de intervención en conflictos exteriores: guerra de Marruecos, expedición a México, guerra del Pacífico y años de problemas internos. En el campo estallaron revueltas violentas, como la de Loja en 1861. En 1865, el cólera extendíó su azote por la nacíón, provocando más de 120.000 muertos.
Al año siguiente se produjo la mayor crisis financiera del reinado, con quiebras bancarias y cierres de empresas. También el textil sufríó una época de dificultades por la escasez de algodón, provocada por la Guerra de Secesión en EEUU, y las compañías ferroviarias, con el descenso del tráfico, vivieron una coyuntura difícil.
Demócratas, Republicanos y un sector importante del progresismo, comenzaban a reclamar desde la prensa y mediante la acción conspirativa un cambio del régimen, poniendo en cuestión incluso a la propia reina. Militares como Prim o políticos como Sagastase alinearon abiertamente en contra del sistema. Un intento de golpe militar, el levantamiento de los sargentos del cuartel de San Gil (Madrid, Junio 1866)
fracasó y se cerró con muchas sentencias de muerte.
En Agosto de 1866, dos meses después de la sublevación de San Gil, los progresistas, demócratas y republicanos firmaron el Pacto de Ostende. De acuerdo en evitar una revolución social, su programa se limitaba al destronamiento de la Reina, a quién consideraban principal culpable de la situación, y a la convocatoria de unas cortes por sufragio universal. En 1867, tras la muerte de O´Donnell, la propia Uníón Liberal, convencidos sus miembros de la inviabilidad del gobierno represivo y del hundimiento de la monarquía isabelina, se sumó al pacto.
Los fallecimientos de O´Donnell y Narváez dejaron a Isabel II sin apoyos. En Septiembre de 1868 un pronunciamiento militar la destrónó y la envió al exilio.
Esto se concreta en un poder legislativo compartido por ambas instituciones y en una clara preeminencia de la Corona en el proceso político. Se eliminan los límites que la Constitución de 1837 había establecido respecto a los poderes del Rey.
“La religión de la nacíón española es la religión católica”.
Como puede apreciarse, la Constitución era un texto claramente conservador, que excluía alternativas en el poder y beneficiaba al partido moderado y a la oligarquía.
(nota: En 1848 se produce en España, como en toda Europa, una ola de levantamientos, manifestaciones y protestas revolucionarias. En el caso español se debieron más a la crisis económica, con su secuela de hambre y miseria, que a motivaciones políticas, si bien es cierto que progresistas, republicanos y carlistas estuvieron detrás. La respuesta de Narváez fue pedir y obtener plenos poderes de las Cortes, suspender las garantías constitucionales y emprender una durísima represión en las calles, culminada con docenas de fusilamientos. El resultado del fracaso revolucionario fue acentuar la división entre los progresistas, una parte de los cuales creó en 1849 el Partido Demócrata.
Sus principios fundacionales eran la defensa de los derechos individuales, del sufragio individual y de una apertura del sistema a las clases populares. La represión indiscriminada también removíó las tranquilas aguas del Ejército, al producir entre la oficialidad un Renacimiento de las opiniones progresistas)
El escandaloso favoritismo en todos los campos de la vida social y la generalizada corrupción existente en la política económica y financiera de los gobiernos moderados provocaron reacciones y movimientos subversivos en amplios sectores de la opinión liberal, incluida la moderada, que finalmente llevaron a la calle a las clases populares.
El poder cada vez más dictatorial de Narváez propició un creciente descontento que culminó en un pronunciamiento de complejo desarrollo. Iniciado por el general O’Donnell en Vicálvaro (La Vicalvarada)
, el golpe militar se radicalizó tras la publicación por los rebeldes del denominado “Manifiesto de Manzanares”, lo que hizo que consiguiera un amplio respaldo popular y animó a otros generales a unirse a la rebelión. Finalmente el golpe triunfó y propició la formación de un gobierno presidido por el progresista Espartero.
La otra gran figura del gobierno, el general O’Donnell creó un nuevo partido, la Uníón Liberal, que trató de cubrir un espacio de centro entre moderados y progresistas, aunque gobernó junto a estos en el inicio del bienio.
Durante este corto período destacaron las siguientes medidas:
Los progresistas no dudaron en suspender la vigencia de la Constitución de 1845 y redactar un texto nuevo. Sería la Constitución de 1856, llamada “nonata” porque no llegó a entrar en vigor.
El texto reflejaba el ideario progresista:
El contrapunto del Bienio, y una de las claves de su fracaso, fue el permanente clima de conflictividad social. En los primeros meses de 1856 se sucedieron violentos motines en el campo castellano y en las principales ciudades del país, con incendios de fincas y fábricas, cada vez reprimidas con mayor brutalidad por el ejército y la guardia civil. El gobierno perdíó el apoyo de las Cortes, y muchos diputados progresistas se pasaron a la Uníón Liberal. Finalmente, la reina aceptó la dimisión en Julio de 1856 de Espartero y encargó formar gobierno al general O´Donnell.
Al final del reinado de Isabel II se alternaron en el gobierno moderados y unionistas, Narváez y O´Donnell. Tras un breve periodo de gobierno de O´Donnell, que sirvió para liquidar el proyecto de Constitución, en Octubre Isabel II encargó formar gobierno al general Narváez, el político favorito de la reina, que suspendíó la desamortización, anuló todas las disposiciones de libertad de imprenta y cuantas se opusieron al Concordato, y restablecíó el impuesto de consumos (impuesto indirecto).
Se volvía a una política claramente conservadora, apoyada por el trono, pero sólo con un tibio respaldo de las Cortes.
Fueron años de intervención en conflictos exteriores: guerra de Marruecos, expedición a México, guerra del Pacífico y años de problemas internos. En el campo estallaron revueltas violentas, como la de Loja en 1861. En 1865, el cólera extendíó su azote por la nacíón, provocando más de 120.000 muertos.
Al año siguiente se produjo la mayor crisis financiera del reinado, con quiebras bancarias y cierres de empresas. También el textil sufríó una época de dificultades por la escasez de algodón, provocada por la Guerra de Secesión en EEUU, y las compañías ferroviarias, con el descenso del tráfico, vivieron una coyuntura difícil.
Demócratas, Republicanos y un sector importante del progresismo, comenzaban a reclamar desde la prensa y mediante la acción conspirativa un cambio del régimen, poniendo en cuestión incluso a la propia reina. Militares como Prim o políticos como Sagastase alinearon abiertamente en contra del sistema. Un intento de golpe militar, el levantamiento de los sargentos del cuartel de San Gil (Madrid, Junio 1866)
fracasó y se cerró con muchas sentencias de muerte.
En Agosto de 1866, dos meses después de la sublevación de San Gil, los progresistas, demócratas y republicanos firmaron el Pacto de Ostende. De acuerdo en evitar una revolución social, su programa se limitaba al destronamiento de la Reina, a quién consideraban principal culpable de la situación, y a la convocatoria de unas cortes por sufragio universal. En 1867, tras la muerte de O´Donnell, la propia Uníón Liberal, convencidos sus miembros de la inviabilidad del gobierno represivo y del hundimiento de la monarquía isabelina, se sumó al pacto.
Los fallecimientos de O´Donnell y Narváez dejaron a Isabel II sin apoyos. En Septiembre de 1868 un pronunciamiento militar la destrónó y la envió al exilio.
La otra gran figura del gobierno, el general O’Donnell creó un nuevo partido, la Uníón Liberal, que trató de cubrir un espacio de centro entre moderados y progresistas, aunque gobernó junto a estos en el inicio del bienio.
Durante este corto período destacaron las siguientes medidas:
Los progresistas no dudaron en suspender la vigencia de la Constitución de 1845 y redactar un texto nuevo. Sería la Constitución de 1856, llamada “nonata” porque no llegó a entrar en vigor.
El texto reflejaba el ideario progresista:
El contrapunto del Bienio, y una de las claves de su fracaso, fue el permanente clima de conflictividad social. En los primeros meses de 1856 se sucedieron violentos motines en el campo castellano y en las principales ciudades del país, con incendios de fincas y fábricas, cada vez reprimidas con mayor brutalidad por el ejército y la guardia civil. El gobierno perdíó el apoyo de las Cortes, y muchos diputados progresistas se pasaron a la Uníón Liberal. Finalmente, la reina aceptó la dimisión en Julio de 1856 de Espartero y encargó formar gobierno al general O´Donnell.
Al final del reinado de Isabel II se alternaron en el gobierno moderados y unionistas, Narváez y O´Donnell. Tras un breve periodo de gobierno de O´Donnell, que sirvió para liquidar el proyecto de Constitución, en Octubre Isabel II encargó formar gobierno al general Narváez, el político favorito de la reina, que suspendíó la desamortización, anuló todas las disposiciones de libertad de imprenta y cuantas se opusieron al Concordato, y restablecíó el impuesto de consumos (impuesto indirecto).
Se volvía a una política claramente conservadora, apoyada por el trono, pero sólo con un tibio respaldo de las Cortes.
Fueron años de intervención en conflictos exteriores: guerra de Marruecos, expedición a México, guerra del Pacífico y años de problemas internos. En el campo estallaron revueltas violentas, como la de Loja en 1861. En 1865, el cólera extendíó su azote por la nacíón, provocando más de 120.000 muertos.
Al año siguiente se produjo la mayor crisis financiera del reinado, con quiebras bancarias y cierres de empresas. También el textil sufríó una época de dificultades por la escasez de algodón, provocada por la Guerra de Secesión en EEUU, y las compañías ferroviarias, con el descenso del tráfico, vivieron una coyuntura difícil.
Demócratas, Republicanos y un sector importante del progresismo, comenzaban a reclamar desde la prensa y mediante la acción conspirativa un cambio del régimen, poniendo en cuestión incluso a la propia reina. Militares como Prim o políticos como Sagastase alinearon abiertamente en contra del sistema. Un intento de golpe militar, el levantamiento de los sargentos del cuartel de San Gil (Madrid, Junio 1866)
fracasó y se cerró con muchas sentencias de muerte.
En Agosto de 1866, dos meses después de la sublevación de San Gil, los progresistas, demócratas y republicanos firmaron el Pacto de Ostende. De acuerdo en evitar una revolución social, su programa se limitaba al destronamiento de la Reina, a quién consideraban principal culpable de la situación, y a la convocatoria de unas cortes por sufragio universal. En 1867, tras la muerte de O´Donnell, la propia Uníón Liberal, convencidos sus miembros de la inviabilidad del gobierno represivo y del hundimiento de la monarquía isabelina, se sumó al pacto.
Los fallecimientos de O´Donnell y Narváez dejaron a Isabel II sin apoyos. En Septiembre de 1868 un pronunciamiento militar la destrónó y la envió al exilio.
Al final del reinado de Isabel II se alternaron en el gobierno moderados y unionistas, Narváez y O´Donnell. Tras un breve periodo de gobierno de O´Donnell, que sirvió para liquidar el proyecto de Constitución, en Octubre Isabel II encargó formar gobierno al general Narváez, el político favorito de la reina, que suspendíó la desamortización, anuló todas las disposiciones de libertad de imprenta y cuantas se opusieron al Concordato, y restablecíó el impuesto de consumos (impuesto indirecto).
Se volvía a una política claramente conservadora, apoyada por el trono, pero sólo con un tibio respaldo de las Cortes.
Fueron años de intervención en conflictos exteriores: guerra de Marruecos, expedición a México, guerra del Pacífico y años de problemas internos. En el campo estallaron revueltas violentas, como la de Loja en 1861. En 1865, el cólera extendíó su azote por la nacíón, provocando más de 120.000 muertos.
Al año siguiente se produjo la mayor crisis financiera del reinado, con quiebras bancarias y cierres de empresas. También el textil sufríó una época de dificultades por la escasez de algodón, provocada por la Guerra de Secesión en EEUU, y las compañías ferroviarias, con el descenso del tráfico, vivieron una coyuntura difícil.
Demócratas, Republicanos y un sector importante del progresismo, comenzaban a reclamar desde la prensa y mediante la acción conspirativa un cambio del régimen, poniendo en cuestión incluso a la propia reina. Militares como Prim o políticos como Sagastase alinearon abiertamente en contra del sistema. Un intento de golpe militar, el levantamiento de los sargentos del cuartel de San Gil (Madrid, Junio 1866)
fracasó y se cerró con muchas sentencias de muerte.
En Agosto de 1866, dos meses después de la sublevación de San Gil, los progresistas, demócratas y republicanos firmaron el Pacto de Ostende. De acuerdo en evitar una revolución social, su programa se limitaba al destronamiento de la Reina, a quién consideraban principal culpable de la situación, y a la convocatoria de unas cortes por sufragio universal. En 1867, tras la muerte de O´Donnell, la propia Uníón Liberal, convencidos sus miembros de la inviabilidad del gobierno represivo y del hundimiento de la monarquía isabelina, se sumó al pacto.
Los fallecimientos de O´Donnell y Narváez dejaron a Isabel II sin apoyos. En Septiembre de 1868 un pronunciamiento militar la destrónó y la envió al exilio.