Portada » Derecho » Instituciones Políticas y Sistema Judicial en la Antigua Atenas
Clístenes organizó en Atenas un sistema de doble asamblea (Cámara alta y Cámara baja) que aún perdura en nuestros días. La Bulé o Cámara alta estaba formada por un Consejo de 500 miembros designados por sorteo, a razón de 50 por cada una de las 10 tribus que Clístenes instituyó. Sus miembros, los buleutai, debían ser ciudadanos mayores de 30 años y haber superado un examen de ética y moral. Los Quinientos recibían el cargo para un año y no podían ejercer esta función más de dos veces en su vida, lo que permitía que la mayoría de la población ciudadana fuera senador alguna vez.
La Bulé se reunía diariamente, excepto los días festivos. Para evitar el trabajo excesivo de los buleutai, se instituyó la pritanía: por espacio de 35 a 39 días consecutivos, los delegados de una de las 10 tribus se hallaban día y noche en reunión permanente; estos eran los pritanos, cuyo presidente, elegido cada día mediante sorteo al amanecer, era un jefe de Estado efímero y tenía el privilegio de presidir la asamblea del pueblo.
La Bulé tenía el doble papel de preparar todos los asuntos que debían ser sometidos a la aprobación de la Asamblea y velar luego por el cumplimiento de todas las medidas que esta adoptara. Sus competencias eran múltiples: deliberaba sobre las guerras, las finanzas, la paz, la elaboración de leyes, los detalles diarios de la administración, los aliados, los impuestos, los arsenales, los templos… Como Cámara alta, su misión básica era la elaboración de proyectos y, una vez que estos eran aprobados por la Asamblea todopoderosa, debía velar por su cumplimiento.
El poder del estado democrático ateniense recaía básicamente en la Ecclesía, asamblea que reunía a la totalidad de los ciudadanos, al pueblo soberano. Mientras que la Bulé se reunía en un local cubierto (el Buleuterion), la Asamblea lo hacía al aire libre, dada la gran cantidad de personas de que estaba compuesta.
La Asamblea no tenía un número de miembros fijo, ya que incluía a todos los ciudadanos y no todos ellos asistían a todas las sesiones. Se reunía regularmente 4 veces por pritanía (40 veces al año) y podía convocarse extraordinariamente en circunstancias graves. Para facilitar la asistencia de los ciudadanos más pobres, el Estado les asignó un sueldo de 3 óbolos por sesión.
Una vez que se iniciaba la Asamblea, la policía impedía el paso a los retrasados, para evitar interrupciones. En primer lugar, la Bulé presentaba su proyecto. Luego, el presidente concedía la palabra a todo el que lo solicitaba: entonces el orador subía a la tribuna, se colocaba la corona de mirto que lo ponía bajo la protección divina y lo hacía inviolable, y exponía con toda libertad su punto de vista, que los demás apoyaban o criticaban, y así sucesivamente. Una vez cerrada la discusión, se procedía a la votación, casi siempre a mano alzada, y nada obligaba al pueblo soberano a seguir el parecer dado por la Bulé. Una vez proclamado el resultado, este tenía ya carácter de ley, pero todo ciudadano podía exigir, si no estaba de acuerdo, que en otra sesión se reconsiderase el asunto y, si la propuesta adoptada se revelaba como ilegal, su promotor debía sufrir sanciones terribles por haber intentado engañar al pueblo soberano.
El pueblo griego reclamó mejoras, entre las que figuraba la redacción de leyes, posible ya en esa época por la utilización del nuevo sistema alfabético de escritura.
En Atenas, Dracón, uno de los intérpretes de las costumbres, fue el encargado de poner por escrito las leyes (621 a.C.). Estas primeras leyes eran muy rigurosas (de ahí la expresión medidas draconianas), pero podían ser leídas e interpretadas por los ciudadanos y, además, se basaban en el principio de isonomía, es decir, eran iguales para todos. Se puede hablar, pues, propiamente de leyes en el momento en que fueron puestas por escrito. Entre otros aspectos, en dichas leyes quedaron establecidas las funciones de los diversos tribunales de justicia.
Posteriormente, Solón y Clístenes llevaron a cabo en Atenas una serie de reformas políticas que influyeron en la relación de los diferentes grupos sociales. Solón creó la Heliea, una asamblea que hacía las veces de tribunal de apelación ante las decisiones de los magistrados; más tarde, se convirtió en el tribunal principal y dispuso de nuevas atribuciones, entre ellas, el control de la labor pública de los magistrados.
Los griegos disponían de dos palabras para referirse a la ley: nomos y themis; pero, a pesar de tal intento de precisión en la definición del término, el sistema de justicia distaba mucho, obviamente, de ser parecido a cualquier sistema actual. El debate sobre nomos y themis ocupó una gran parte del pensamiento de los filósofos y políticos helenos. La themis era la ley natural, o la voluntad de los dioses expresada en ella; más tarde, este concepto coincidió con el de dike, que era la regla social y la sentencia judicial. Por su parte, nomos era la ley en sentido general, a la que también se añadía la costumbre. Además de los dos términos mencionados, había otros muchos para referirse a las relaciones jurídicas entre las personas o a los actos jurídicos en sí, como pséfisma, retra, etc.
. Atenas
contaba con varios tribunales especiales. En primer lugar, se encontraba la
Heliea, el tribunal que concentraba a un mayor número de miembros. De hecho,
puede decirse que prácticamente todos los componentes de la Asamblea, integrada
por unos 6000 ciudadanos, podían formar parte de este tribunal.
De la Heliea salían los jurados para constituir cada uno de los tribunales
específicos, los denominados dikasteria, que se componían de 201 a 2501
miembros (número muy elevado que respondía al deseo de evitar situaciones de
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corrupción), dependiendo del caso que juzgaran; una característica propia de la
justicia helena es que los jueces no tenían conocimientos jurídicos especiales.
En época clásica aún subsistía el antiguo tribunal del Areópago, que se
reunía en la colina de Ares, frente a la Acrópolis. Muy poderoso en otros tiempos,
este tribunal había quedado reducido prácticamente a juzgar delitos de sangre
o de impiedad para con la ciudad.
La elección de los miembros de cada tribunal seguía un proceso bastante
complicado, a fin de evitar que se produjeran casos de manipulación en los juicios,
precisamente por la falta de especialización de los jueces. Cada día, por distintos
procedimientos, se seleccionaba el jurado que debía acudir a un determinado
tribunal. Entre los sistemas utilizados para formar el jurado mediante sorteo cabe
mencionar el kleroterion, instrumento o artilugio en el que se introducían unas
tarjetas con los nombres de los candidatos. Posteriormente se sorteaba, así
mismo, el tribunal al que debían acudir.
Los jueces, por su parte, eran elegidos mediante un procedimiento
similar. Además, cada miembro del jurado recibía al principio del juicio una ficha,
que debía devolver al final, si deseaba cobrar su salario. Este salario fue
introducido por Solón para compensar la pérdida de ingresos al dejar de trabajar;
sin embargo, con el paso del tiempo, y como consecuencia de una gran crisis
económica y social, parece ser que los atenienses se volvieron, si no lo eran ya,
unos grandes aficionados a participar en juicios. El salario no era excesivo (tres
óbolos diarios a finales del siglo v a.C.,), por lo que la mayoría de los componentes
del jurado solían ser ancianos, que no podían trabajar en otra cosa, o ciudadanos
sin una ocupación.
En el sistema judicial, las demandas eran exclusivamente privadas; no
existía un organismo público comparable al del ministerio fiscal actual; sólo los
interesados podían llevar su caso ante los tribunales, y no disponían del apoyo de
un abogado de oficio. Sí podían, en cambio, recibir ayuda, si contaban con los
medios económicos suficientes, de los logógrafos, que preparaban discursos
escritos expresamente para cada caso.
La afición ya mencionada de los griegos a los juicios fue, posiblemente, el
origen de los sicofantas, denunciadores o delatores profesionales contra los
que también hubieron de defenderse los atenienses. Los sicofantas debían obtener
un mínimo de votos a favor de la demanda que presentaban; en caso contrario,
se les imponía una multa y se les impedía entablar juicios similares en el futuro.
El tribunal de la Heliea era el encargado de juzgar medidas
particularmente decisivas en el control de los magistrados y de las proposiciones
de ley aprobadas en la Asamblea; entre ellas figuraban las siguientes:
εὐθύνας διδόναι. La obligación, por parte de los magistrados, de rendir
cuentas tras su mandato, para demostrar que no se habían enriquecido
ilícitamente durante el período de su cargo.
γραφή παρανόμων. Acusación que cualquier ciudadano podía
presentar contra el proponente de una ley, si esa ley había sido negativa
para la ciudad. En ese caso, la responsabilidad recaía en la persona que la
había propuesto y no sobre la Asamblea de la ciudad que la había aprobado.
En el procedimiento de obtención de pruebas hoy puede resultar
sorprendente saber que el testimonio de un esclavo no era válido si no se obtenía
mediante tortura; por esta razón, muchos ciudadanos preferían no presentar a sus