Portada » Lengua y literatura » Inocencia y Desesperanza: 21 Relatos Breves sobre la Infancia
Este libro se compone de 21 historias breves cuyos protagonistas son niños. Aparentemente simples, estos niños están repletos de una inocencia que raya en la ingenuidad. Quizás su simpleza provenga de la creencia de que es posible ser inocente en este mundo, antes de ser aplastados por la adultez, la educación o el peso de la cultura. Son niños que viven su inocencia de una forma cruel y llena de desesperanza, enfrentada al mundo de los adultos en muchas ocasiones.
Los sueños de estos niños están llenos de fantasía, disparate, poesía, magia –incluso, en algunos casos, alegría– pero se estrellan contra una realidad que los desvanece como la espuma en el agua, y siempre acaban mal. La desgracia les acecha desde detrás de los árboles, el fondo del mar, la tina del agua, o desde las piedras con que apedrean a uno de los niños. De un modo despiadado, la realidad se ensaña con ellos y solo reciben del mundo soledad, incomprensión, hostilidad, y en absoluto esperanza o alegría.
Sin embargo, estos relatos están narrados desde la objetividad poética, desde la neutralidad de los sentimientos, sin grandes espasmos dramáticos: con calma. En cuanto a la forma, aunque narrados en prosa, son pura poesía. El dramatismo entra por los poros casi como una caricia, pero taladrando como agujas, de manera que desde que se comienza a leer se siente de un modo hondo la violencia del relato.
Este primer cuento presenta de forma sintética un caso de acoso escolar. La niña es rechazada por sus compañeros por tener la cara oscura. Comiendo su manzana reluciente, permanece sola y callada en una parte del jardín donde nadie juega. Pero la acompañaban las flores y la tierra caliente. Por los signos de indicio –flores de papel, cintas en las manos– sabemos que ha muerto.
Este cuento, tan breve, es un magnífico ejemplo de compasión por el ser más despreciable y temible según la tradición cristiana. El niño, con lógica implacable de cariño, sabe que su amistad con el diablo se verá recompensada, permitiéndole ir al cielo.
La niña de este tercer cuento tiene la cara más oscura que la niña del primer cuento, la niña fea. Destaca la metáfora «capillita ahumada», pues, de forma irracional, el polvo de carbón no solo tiñe su cuerpo, sino que parece afectarle al alma. Por eso la niña busca el agua y el sol, para purificarse de esa asfixia que todo lo invade. Al final, la luna se apiada de la niña, que muere abrazada a ella. El anhelo imposible de la niña se refleja en los paralelismos: «Si yo pudiera… Si yo pudiera…».
Este es el tercer cuento en que el color negro es motivo de desprecio. Lo dejan en un cesto y se olvidan de él. Hasta el gato llega a odiarlo y le arranca sus ojos azules. La presencia de «un viento muy dulce» es la llamada de la eternidad. Y tan intensamente descubre la belleza de la naturaleza que echa en falta el sentido de la vista para poder gozar plenamente de ella.
La autora elige la sinestesia (fusión de dos sentidos) como: «bebiendo música»; «Azules, como chocar de jarros, el silbido del tren, el frío», para introducirnos en la añoranza del niño ciego, que se sentó en el suelo a esperar. Pero ¿cómo describe el color alguien que no lo percibe? La única posibilidad es soñarlo. Para ello, el personaje se vale de su experiencia sensorial diaria y, a base de audición y tacto, construye un sentido nuevo, más complejo y difuso.
La segunda parte se inicia con unas frases cuyas aliteraciones, incluso palabras onomatopéyicas –cascabeles, fru-fru, rastreo– están en función del sentido del oído, tan importante para el negrito. Llegó el otoño y el niño se contagia del oro de la naturaleza; a partir de ahora, un perro sin dueño, color canela, intenta con sus ladridos que el sol salve al niño. Al amanecer, el negrito ha muerto y el perro lo «esconde» en la tierra. No solo porque en Los niños tontos la muerte nunca aparezca con su nombre y tampoco la palabra enterrar, sino porque quiere apartarlo de cualquier tipo de daño. Así, al llegar la primavera, se produce una metamorfosis parcial: los ojos azules se han convertido en dos flores silvestres de color azul.
El primer cumpleaños del niño escapó por un agujero abierto en una luz distinta a todo, símbolo de la muerte feliz. El niño, maravillado, extiende los brazos para recibirla, repitiendo: «Voy a cumplir un año, esta noche, a las diez». Destaca la metáfora «saquitos de arena dorada» en la que la luz señala al niño como predestinado para la eternidad.