Portada » Ciencias sociales » Individuo y Sociedad: Armonía, Utopías y la Búsqueda de una Sociedad Justa
El ser humano convive con tendencias opuestas: la inclinación a vivir y convivir con los demás, pero también el enfrentamiento y la oposición a los otros. En toda sociedad coexisten indisociablemente la armonía (cooperación) y la disarmonía (la rivalidad). Esto se debe al carácter un tanto especial del ser humano. Kant lo describe como insociable sociabilidad. El ser humano es esencialmente sociable: necesita y desea la compañía y el reconocimiento de otros. Sin embargo, vive en el temor de ser engullido por la sociedad, y de ahí surge la necesidad de individualizarse y destacar como ser independiente, único y autónomo.
En las sociedades contemporáneas se ha destacado el término anomia como causa importante de tensión social. «Anomia» significa ausencia de ley y fue Durkheim quien acuñó este término para referirse a una situación de vacío normativo. Quiere expresar una situación en la que se vive un conflicto entre normas que ordenan conductas contrarias. Por ejemplo, en una sociedad que educativamente fomente la solidaridad y profesionalmente recompense la competitividad. La anomia consiste en la conducta desviada respecto a los valores, normas y costumbres vigentes en una sociedad. Las sociedades contemporáneas han destacado la anomia como causa importante de tensión social. La anomia tiende a ser mayor cuanto menor es el grado de integración social. La integración social suele ser menor en las clases económicamente desfavorecidas, por lo que en estas se darán con más frecuencia los fenómenos de anomia.
El rechazo: Se produce cuando el grupo social mayoritario no acepta ni reconoce a algunos individuos como miembros de pleno derecho. Suele originarse ante aquellas acciones que se consideran desviadas frente a lo que la sociedad marca como normal. Lo que en una sociedad es normal, en otra puede clasificarse como anormal. Existen otros factores que pueden motivar el rechazo social: factores raciales, culturales, religiosos, económicos. No es vano que en aquellos países en los que existe precariedad laboral suele haber un índice de racismo y xenofobia más elevado que en aquellos donde la precariedad no existe.
La autoexclusión: Es el fenómeno contrario al rechazo social. Es otra causa de tensión entre individuo y sociedad; en este caso es el individuo el que no se identifica con los parámetros de su comunidad. Los factores que la causan son diversos. Puede deberse a una socialización incompleta, a la falta de modelos familiares, traumas infantiles graves…
La marginación: Es el resultado tanto del rechazo social como de la autoexclusión y consiste fundamentalmente en una situación de aislamiento y segregación respecto al grupo mayoritario que se erige en representante del conjunto total de la sociedad.
La violencia: Suele tener como expresión más habitual actos delictivos como el robo o el atraco, asociados a problemas económicos. También existe la violencia gratuita, agresividad sin objeto ni explicaciones aparentes.
Para que haya realmente armonía entre individuo y sociedad, la relación debe ser recíproca: la sociedad ha de favorecer las aspiraciones de los individuos, y las aspiraciones concretas deben promover el bien social. Habría verdadera armonía social cuando los ciudadanos, además de sentirse satisfechos y reconocidos en su grupo, se responsabilicen y contribuyan de forma consciente y activa a alcanzar los intereses generales de la mayoría, como respetando los bienes públicos, participando activamente en su conservación y asumiendo los deberes sociales y políticos.
Las comunidades teorizadas por Charles Fourier se llamaban falansterios. En ellas, cada individuo trabajaría de acuerdo con sus aficiones y gustos. Fourier partía de la creencia de que el ser humano es intrínsecamente bueno, depositario de una armonía natural que refleja la armonía del universo. Planteó la construcción de una rígida comunidad liberadora: el falansterio. El falansterio era la unidad social mínima, reunía a unas 1000 personas, disponía de tierras para la agricultura y para diversas actividades económicas, viviendas y una gran casa común. Estaba pensado para una vida cómoda con el mayor placer posible.
El realismo político afirma que los seres humanos son como son y que es imposible cambiarlos.
Aplicar las ideas utópicas a la realidad ha acabado perjudicando a aquellos que tenía que haber beneficiado, y han producido regímenes dictatoriales y peores condiciones de libertad e igualdad.
Poner en práctica las utopías con sus fuertes dosis de planificación exige recurrir a la violencia y conduce a una sociedad donde es imposible vivir en libertad. Unos pocos toman el poder y se convierten en la nueva clase social privilegiada. Para alcanzar la utopía es necesario eliminar cualquier oposición. Karl Popper, en este sentido, propugna la necesidad de abandonar las utopías y de sustituirlas por la solución de problemas concretos que sean abordables.
El avance de la ciencia y su aplicación tecnológica ha solucionado muchos problemas, pero, como «profetizaron» las antiutopías, también han conducido a situaciones indeseables. Los intentos de realizar una sociedad igualitaria desde la planificación estatal han desembocado en regímenes totalitarios o en sociedades fuertemente burocráticas. También la ideología de mercado se ha presentado como la única utopía realizable, pero se muestra impotente para hacer frente a una situación donde la mayor parte del planeta se encuentra en condiciones de pobreza o miseria. Los medios de comunicación y las redes de información unifican las conductas e igualan las tradiciones, las culturas y las creencias, lo que puede llevar a la falta de identidad personal y colectiva y a la falta de imaginación para hacer frente a los problemas.
No debemos cometer el error de negar a la utopía el papel que le corresponde porque creamos que ya se ha realizado o que nunca se podrá realizar. El modelo de una sociedad justa que sirva como horizonte de actuación debe contener dos aspectos básicos: