Portada » Filosofía » Impresiones e ideas en la filosofía de Hume
Hume llama percepción a cualquier contenido de la mente, por ejemplo, la sensación de un color, la idea de triángulo o el sentimiento de amor, etc.
Las percepciones se dividen en impresiones e ideas, «que se distinguen por sus distintos grados de fuerza o vivacidad». Las impresiones se presentan a la mente con mayor fuerza o vivacidad que las ideas. Por ejemplo, son impresiones la sensación de un color cuando lo veo o el sentimiento de amor en el momento en que lo siento. En cambio, son ideas, esa misma sensación de color cuando la evoco en el recuerdo gracias a la memoria o ese mismo sentimiento de amor cuando lo anticipo gracias a la imaginación.
En su obra Tratado de la naturaleza humana, Hume distingue además percepciones simples y complejas y aplica esta distinción a ambas clases de percepciones, impresiones e ideas. La percepción de una mancha roja es una impresión simple y su imagen en mi recuerdo es una idea simple.
Pero si veo una ciudad desde lo alto de una montaña recibo una impresión compleja formada por los tejados, chimeneas, torres y calles y cuando pienso después en esa ciudad y recuerdo esa impresión, tengo una idea compleja. A su vez, las impresiones se dividen en impresiones de sensación y de reflexión. Las sensaciones surgen en la mente por causas desconocidas y hacen que sintamos placer o dolor. De ellas queda una copia en la mente a la que llamamos idea una vez que cesa la impresión. Cuando esta idea incide en la mente, produce nuevas impresiones (pasiones, deseos y emociones) que constituyen las impresiones de reflexión; así, por ejemplo, si cierta impresión me produjo placer, su recuerdo puede hacer nacer en mí el deseo de volverla a experimentar, y tal deseo es una impresión de reflexión. Las ideas, por su parte, también son de dos clases: de la memoria y la imaginación: las primeras son más intensas que las segundas y permanecen fieles al orden y la forma de las impresiones originales; las segundas no, pues trastocan su orden y forma de aparición. Según Hume las ideas se asocian por tres principios:
Tras distinguir entre impresiones e ideas, Hume se pregunta si el pensamiento tiene algún límite, pues a primera vista la imaginación puede formar ideas de manera ilimitada. Encuentra que los límites del pensamiento son dos: por una parte, «lo que implica contradicción absoluta», pues, en efecto, nadie puede pensar, por ejemplo, un triángulo cuadrado, una línea sin longitud o una superficie sin anchura; por otra parte, que «todas nuestras ideas o percepciones más endebles, son copia de nuestras impresiones o percepciones más intensas», en otras palabras, las impresiones preceden a las ideas y son causa de estas, por lo que constituyen un límite del pensamiento. Por tanto, no hay ideas innatas en el sentido de los filósofos racionalistas como Descartes, es decir, ideas cuyo origen es el entendimiento al margen de la experiencia, como eran para estos las ideas de sustancia, de Dios y las entidades matemáticas.
Hume pretende probar este principio con dos argumentos.
El primero se basa en el análisis de las ideas: si analizamos las ideas complejas, éstas se componen de ideas simples, pero a cada idea simple corresponde una impresión simple y viceversa. De este modo, toda idea, por alejada que pueda parecer de la experiencia, procede directa o indirectamente de la experiencia. La idea de Dios, por ejemplo, tiene su origen en la experiencia que tenemos de la inteligencia, sabiduría y bondad de los hombres que luego elevamos al infinito y, en último término, en pasiones como el temor al desastre y la esperanza de ventajas y mejoras que atribuimos a un poder invisible e inteligente.
El segundo se basa en que un término o una idea sólo puede tener significado para nosotros si poseemos la experiencia correspondiente. Por esta razón, si nos falta un sentido o este es defectuoso, no podremos entender el significado del término y formar la idea correspondiente; un ciego de nacimiento, por ejemplo, no puede formar idea alguna del color, a no ser que la asocie a otra sensación que sea capaz de experimentar. También puede que una persona sana no haya experimentado la sensación correspondiente a un objeto y carezca de la idea del mismo; así, por ejemplo, una persona que no ha probado jamás el vino no puede hacerse una idea de su sabor. Y lo mismo ocurre en el caso de las emociones y sentimientos: quien no ha experimentado jamás un odio intenso, difícilmente se forma una idea de él.
Para Hume, el principio de copia no es ni una ley empírica ni una simple definición, sino un criterio con el que se puede aclarar el significado de los términos y conceptos de nuestra vida cotidiana y sobre todo de los conceptos filosóficos.