Portada » Historia » Imperialismo y Expansión Europea: Conquista, Economía y Sociedad en el Siglo XIX
El imperialismo es un sistema en el que la cultura, política y economía del mundo se organizan en función del dominio de unos países sobre otros.
A mediados del siglo XIX, África y Asia eran zonas en gran parte desconocidas. Las primeras expediciones fueron realizadas por Gran Bretaña y Francia.
Exploradores como los británicos Stanley y Livingstone y el francés Brazza cartografiaron África central. Tras la exploración, los europeos aprovecharon las rivalidades internas entre tribus y etnias, enfrentándolas entre sí para facilitar la conquista.
El imperialismo en el siglo XIX era de carácter belicoso, marcado por constantes guerras entre las potencias coloniales.
La Conferencia de Berlín de 1885 fue crucial para el reparto de África entre las potencias rivales. Se establecieron las normas para la división del territorio y las zonas de influencia entre las potencias. Innovaciones como la venta a plazos y por correo facilitaron el dominio financiero de Europa y Estados Unidos sobre el mundo.
La revolución cultural y la industrialización, junto con avances médicos como vacunas y medicamentos, provocaron un enorme descenso de la mortalidad en Europa, fenómeno conocido como la «Explosión Blanca». Parte de esta población emigró a otros continentes en busca de nuevas oportunidades.
Las migraciones fueron posibles gracias a los nuevos medios de transporte, especialmente los barcos de vapor transoceánicos y los ferrocarriles.
Muchos inmigrantes eran campesinos pobres, trabajadores sin ocupación y miembros de las clases medias en busca de mejores oportunidades en las colonias.
En 1903, Frederic Taylor desarrolló el Taylorismo, un método de producción en serie cuyo objetivo era aumentar la productividad, disminuir el tiempo empleado y reducir los gastos de fabricación.
La cadena de producción consistía en el reparto del trabajo entre varios obreros, cada uno especializado en una tarea específica.
La fábrica de automóviles Ford en Estados Unidos fue una de las primeras en implantar una cadena de producción en serie de coches, dando origen al Fordismo.
Las elevadas inversiones de capital requeridas por la innovación tecnológica estimularon la relación entre la banca y la industria. Los bancos se convirtieron en financiadores clave del proceso industrial.
A finales del siglo XX, los países industrializados dominaban el comercio mundial. Europa realizaba la mitad de las operaciones comerciales y absorbía tres cuartas partes de las importaciones. El aumento comercial fue impulsado por el progreso del transporte, incluyendo los ferrocarriles transcontinentales y la apertura de los canales de Suez (1869) y Panamá (1914).
Las causas del imperialismo incluyen concepciones racistas y nacionalistas, como la idea de una raza blanca superior. Filósofos, científicos, escritores y políticos promovieron esta idea, justificando la difusión de su cultura y civilización entre los pueblos considerados inferiores, incluso mediante la guerra.
A finales del siglo XX, aparecieron y se desarrollaron nuevas fuentes de energía. La invención industrial permitió producir electricidad, que se aplicó en múltiples tareas en la industria, el transporte, la comunicación y el ocio.
El petróleo comenzó a extraerse en Estados Unidos, y el motor de explosión posibilitó su utilización como combustible para automóviles en 1885.
Surgieron nuevos sectores industriales como la metalurgia, la química, la automotriz y la aeronáutica, así como la producción para el hogar y la modernización de la industria tradicional.
Los descubrimientos científicos se aplicaron rápidamente a la vida cotidiana, dando lugar a innovaciones como la aspiradora, la radio y el teléfono.
Los países industrializados de Europa necesitaban buscar nuevos mercados donde vender su producción industrial y aspiraban a comprar materias primas (algodón, hierro y carbón) y productos coloniales (chocolate, cacao y té) al mejor precio posible.
Las potencias industriales querían invertir fuera de Europa, donde la mano de obra era más barata, para obtener mayores beneficios.
Los cambios a lo largo del siglo XIX resultaron en un gran aumento de la población europea, lo que generó un volumen de población que estimuló la emigración hacia otros continentes, aliviando así los problemas de malestar social como el paro y las huelgas.