Portada » Filosofía » Hume y la Crítica a la Metafísica: Dios, Alma y Mundo
Con Hume, el empirismo inglés alcanza su culminación doctrinal, adquiriendo fuerza revolucionaria e iniciando el movimiento que llevará a las modernas filosofías antimetafísicas. No en vano, Hume fue considerado como un “escéptico peligroso”.
En la Investigación sobre el entendimiento humano, considera a la metafísica como resultado de un infructuoso esfuerzo de la vanidad humana que quiso penetrar en una esfera de objetos absolutamente inasequible al entendimiento. Para hacer verdadera filosofía, se hace preciso conocer antes el poder y la capacidad del entendimiento humano.
Para Hume, los contenidos de la mente pueden clasificarse en impresiones e ideas, siendo las ideas una copia de nuestras impresiones sensibles. Al clasificar los elementos del conocimiento de esta forma, Hume establece un criterio empirista para intentar mostrar cuándo una idea es verdadera o es una ficción. El límite de nuestros conocimientos es la experiencia. Este criterio empirista de verdad tiene una serie de consecuencias para la filosofía, sobre todo para la filosofía tradicional, pues sobre ella recae una cierta sospecha. Una idea sólo tiene significado si deriva directamente de las impresiones. Este no es el caso de los conceptos metafísicos, por lo que hay que excluirlos de la filosofía. Hume criticará los pilares de la metafísica: el principio de causalidad y las tres sustancias de la metafísica, conceptualizadas por Descartes como sustancia extensa, sustancia pensante finito y sustancia pensante infinita.
En la sección IV de la Investigación sobre el conocimiento humano, Hume añade un segundo principio que constituye uno de los instrumentos fundamentales de la crítica empirista de Hume a la metafísica racionalista. Dicho principio se llama “Horquilla de Hume” y consiste en la consideración de que tan solo hay dos tipos o modos de conocimiento: las “relaciones de ideas” y las “cuestiones de hecho”.
Si tomamos de ejemplo el enunciado “todo soltero es un hombre no casado”, decimos que el enunciado es independiente y no tiene nada que ver con los hechos, por lo que se considera verdadero. Este conocimiento no se refiere a hechos, sino a la relación existente entre las ideas (soltero-casado). A este tipo de conocimiento pertenecen la lógica y la matemática.
Este tipo de verdades son necesarias, y negarlas supondría una contradicción. Son argumentos a priori; su verdad no viene determinada por la experiencia. Subdivide, a su vez, los enunciados sobre relaciones de ideas en aquellos que son intuitivamente ciertos y aquellos que son demostrativamente ciertos. P.ej: los axiomas de la geometría de Euclides son intuitivamente ciertos, y sus teoremas son demostrativamente ciertos.
Además de las relaciones de ideas, nuestro conocimiento puede referirse a “cuestiones de hecho”. El conocimiento de hechos no puede tener otra justificación que la experiencia. A este tipo de conocimiento pertenecen el resto de las ciencias.
Las cuestiones de hecho constituyen un tipo de verdad que no es necesaria, sino probable: pueden ser negadas sin contradicción. Serán verdades a posteriori, es decir, su verdad depende de la experiencia.
Los racionalistas habían considerado la causalidad como un principio que la razón conoce de un modo evidente. El principio de causalidad le había permitido a Descartes afirmar la existencia de Dios como causa de la idea de infinito que encontramos en nuestra mente.
Se entiende por causalidad la relación entre dos hechos que están conectados de tal manera que, cuando se da uno, se da necesariamente el otro: al primero lo llamamos causa y al segundo efecto. P.ej: el efecto del fuego es el calentamiento del agua. Entre ellos existe una contigüidad y una sucesión temporal. Por ello, se conoce que existe una conexión necesaria, es decir, que pues la causa se dará el efecto obligatoriamente.
Hume dirá que dicha conexión necesita un conocimiento de ese objeto, puesto que sólo la experiencia nos puede informar de cuál es el hecho que se produce. Si desconociésemos dicho objeto, no lo podríamos saber. Las causas y los efectos se descubren no por la razón, sino por la experiencia.
Esta concepción de causalidad iba contra las pretensiones de la metafísica escolástica y racionalista que trataban de demostrar a priori cuestiones de hecho, como son la existencia de Dios, la realidad corpórea y el yo.
El mismo principio de causalidad no tiene ninguna justificación: no es un principio lógico, ni puede provenir de la experiencia.
La relación de causa a efecto no es justificable racionalmente, y la convicción de que estos hechos están conectados proviene de la costumbre o el hábito de haberlos visto siempre juntos. Pero el hábito o costumbre no es un fundamento racional.
En cuanto a la existencia de Dios, Hume se refiere a la idea de Dios que han forjado los teólogos y los filósofos. Para él, toda nuestra idea de una deidad no es otra cosa que una composición de esas ideas que adquirimos al reflexionar sobre las operaciones de nuestras propias mentes. Es decir, afirma que Dios no es objeto de impresión alguna. No obstante, si afirmamos la existencia de Dios, no es posible negarla, pues es algo que cae fuera de los límites de nuestro conocimiento. La postura humeana sería la de un agnosticismo que reconoce los límites de la razón.
Para Hume, la metafísica no es una ciencia, sino un pseudo-saber que surge, bien de los esfuerzos estériles de la vanidad humana o bien de la astucia de las supersticiones populares.
En la Investigación sobre el conocimiento humano, Hume introdujo un ensayo sobre los milagros, diciendo que éstos no tienen a su favor la evidencia de la experiencia sensible, por lo que supone una violación de las leyes de la naturaleza.
Hume concluye condenando todo conocimiento que vaya más allá de su “horquilla”: