Portada » Filosofía » Hume, Kant y Nietzsche: Fundamentos Filosóficos de la Razón, la Moral y la Metafísica
Hume distingue dos elementos en la razón: las impresiones, representaciones mentales simples de las percepciones recibidas por la sensibilidad; y las ideas, representaciones o copias de las impresiones (pasadas) en la mente, que son menos vivas y proceden siempre de una impresión. Asimismo, afirma dos modos de conocimiento racional:
Así, según Hume, todo conocimiento sobre la realidad proviene de un razonamiento *a posteriori*, cuyo criterio de verdad es la experiencia, es decir, para saber si una idea es verdadera o falsa es necesario recurrir a la impresión correspondiente. Hume a continuación criticará el principio de causalidad, principio que afirma que todo ser o suceso es producto de una causa anterior de la que es efecto.
Hume realiza una crítica de todas las teorías éticas presentadas por los filósofos anteriores a él que basan la moral en la razón. Afirma que nuestros juicios morales no son producto de la razón pues no proceden de ninguno de los tipos de conocimiento racional. Las afirmaciones de la moral no son el resultado del conocimiento de relaciones entre ideas (razonamiento *a priori*), pues los juicios morales no son analíticos *a priori*. Pero, tampoco son el resultado del conocimiento de cuestiones de hechos (razonamiento *a posteriori*) ya que no describen una realidad sino que la juzgan como buena o mala produciendo así un juicio de valor del que es imposible tener impresión. Además, añade Hume que si bien la razón puede ayudarnos a clarificar la utilidad de las acciones humanas no puede impulsarnos o motivarnos a realizarlas. Así, según Hume, la moral no se fundamenta en nuestra razón.
Hume defenderá el **emotivismo moral**, según el cual el fundamento de la moral está en el sentimiento moral que surge del interior del individuo. Este sentimiento moral se presenta como una emoción o “gusto” interior que brota del sujeto, desde su propia esencia o naturaleza, y que expresa agrado o desagrado ante las acciones. Esta emoción moral es universal y común a todas las personas debido a la universalidad de la naturaleza humana. Este sentimiento moral se basa en dos principios: la utilidad y la simpatía.
La utilidad depende de la expectativa del placer que una acción puede ocasionar. Así, aquellas acciones que más placer podamos prever que van a procurar las tenderemos a calificar como buenas.
Por ello, una parte de la calificación moral de las acciones se basará en criterios pragmáticos. En segundo lugar, está la simpatía, que Hume define como la inclinación que todos los seres humanos poseen a participar de los sentimientos y de las inclinaciones de los otros seres humanos y que nos lleva a obrar moralmente buscando la felicidad del otro. De esta forma, la moral humana no es ni resultado de un frío cálculo racional ni tampoco de un puro sentimiento, sino que ambos factores se interrelacionan. Esta mutua relación garantiza que el sentimiento moral no sea individual ni egoísta y que la moral no sea meramente convencional, sino que se constituya desde un sentimiento moral característico de la propia humanidad y su naturaleza siendo, por tanto, universal.
Kant comienza haciendo una distinción entre dos tipos de sistemas éticos en general: las éticas materiales y la ética formal. Kant criticará a las éticas materiales ya que son empíricas (*a posteriori*), establecen una finalidad o Bien basándose en la experiencia; sus preceptos o normas son hipotéticos, dependen del fin establecido; y mantienen una moral heterónoma, donde la norma no surge de la propia razón sino que es determinada por algo exterior al sujeto (dios o la naturaleza humana).
Frente a ellas, Kant defenderá la **ética formal**, vacía de contenido empírico: lo moral no depende de ninguna finalidad, es *a priori* y universal, ya que el valor moral de una acción no se determina por la experiencia; sus preceptos son categóricos, su cumplimiento es obligado sin esperar conseguir ningún fin; y es una moral autónoma, determinada por la propia razón *a priori* del sujeto.
Según Kant, la ética debe fundamentarse en el deber que establece la conciencia o razón de los hombres de forma *a priori* y universal. La realización del deber por el puro deber, por respeto a la propia razón, supone la buena voluntad. Una acción es moral solo si se realiza por buena voluntad. No son acciones morales por tanto las conformes al deber, que realizan el deber pero no solo por buena voluntad sino para conseguir algo, ni por supuesto las contrarias al deber. Así, el bien moral, la virtud, es cumplir el deber que establece mi razón por respeto a la misma.
El **imperativo categórico**. Además, Kant afirma tres postulados.
Nietzsche criticará la metafísica tradicional surgida con Platón. La metafísica tradicional ha considerado como verdadera realidad de las cosas a las esencias y por tanto la realidad es concebida como algo estático, fijo e inmutable. La metafísica ha distinguido entre una realidad verdadera y superior, y una realidad falsa o aparente. Pero la “invención” de este otro mundo superior es producto en realidad producto del resentimiento y temor hacia la vida de los filósofos, que rechazan la vida tal y como esta es. Este impulso contra la vida es denominado por Nietzsche “Voluntad de Verdad” y consiste en utilizar la razón para afirmar la supremacía de las esencias, lo estático, vengándose así del devenir de la realidad, de la vida que no se puede dominar. Toda la filosofía ha sido, en realidad, un platonismo encubierto y contrario a la vida.
Frente a la metafísica tradicional, Nietzsche afirma la realidad como devenir sin finalidad ni meta. Esta realidad cambiante y múltiple se presenta al ser humano a través de perspectivas. Estas perspectivas en las que se da la realidad son propias de cada momento de la vida individual. Por ello, no existe una perspectiva verdadera y la Voluntad de Verdad, que pretendía una verdad absoluta, única, universal e inmutable, es falsa. Por ello, Nietzsche defenderá la **Voluntad de Poder** que supone asumir y enfrentarse a la realidad cambiante afirmando una perspectiva individual de forma temporal para vivir más plenamente. Con la Voluntad de Poder se reconoce la realidad como cambiante y la inexistencia de la verdad, admitiendo la elección de una perspectiva entre las múltiples posibles para potenciar la propia vida.
Desde la Voluntad de Poder se comprende que los conceptos no son en realidad más que metáforas. Además, estas metáforas se generan a través de un proceso que nos aleja cada vez más del original, la cosa real individual. La primera metáfora es la imagen mental conformada por nuestra percepción. A su vez, esta imagen la convertimos en palabra que expresa nuestra forma individual y original de captarla, siendo así una metáfora de la primera metáfora. Luego esa palabra se establece como única para una multiplicidad de realidades cambiantes, posibilitando el “olvido” de la multiplicidad y de los cambios. De esta manera, las ideas más abstractas solo son las metáforas más alejadas de la realidad que hemos olvidado que solo son metáforas. Estas metáforas se convirtieron en conceptos por la necesidad y el deseo del ser humano de vivir en sociedad. Para ello se hizo un pacto llegando a una convención en el lenguaje. Se establecieron así los nombres y significados de las cosas imponiendo ciertas convenciones como las correctas por mera utilidad. Con el tiempo se olvidó el origen metafórico, afirmándose erróneamente el concepto universal (expresión de la esencia) como la verdadera realidad.
De esta forma, la filosofía, al tratar de los conceptos más abstractos, llama “verdad” a lo más alejado de la realidad: lo creado al final del proceso por el pensamiento, el producto más imaginativo. También las ciencias positivas que matematizan lo real son criticadas por Nietzsche, pues sólo expresan la realidad cuantitativamente sin atender a las diferencias reales y cualitativas. Así, para Nietzsche no hay verdad absoluta.