Portada » Historia » Historia de la Monarquía Hispánica: Reyes Católicos, Carlos V y Austrias
El resurgir urbano plantea la demanda de las ciudades (con sus burgueses) de estar representadas en órganos políticos. El poder real se basaba en el derecho general del Código de las Partidas de Alfonso X el Sabio (fines del siglo XIII) y el Ordenamiento de Alcalá (siglo XIV). Desde el siglo XII existían Cortes con carácter consultivo, aunque sin poder legislativo. Los municipios se organizaron como Concejos. En el siglo XIV, Enrique II de Trastámara se apoya en los nobles, a quienes entrega concejos y ciudades que pasaron a ser señoríos. Consolida el poder monárquico al disminuir el ya escaso poder de las Cortes, reforma el Consejo Real, crea la figura del Corregidor, que controlaba los concejos, y también crea las Audiencias como altos tribunales de justicia.
La tradición feudal consideraba al rey como un «primero entre iguales». La autoridad del rey se basaba en el consentimiento de los gobernados: el pactismo. Cada reino de la Corona tenía sus propias Cortes con algún poder legislativo y fiscal (a diferencia de las cortes castellanas). Desde el siglo XIII, las leyes debían aprobarse de acuerdo entre el rey y las Cortes. Además, el monarca debía jurar respeto al derecho y costumbres del reino para ser aceptado. Fruto de las presiones y tensiones políticas, la Corona aceptará la creación de la Diputación General, que en la práctica funcionaba como un gobierno. Este conflicto entre la monarquía y las instituciones no se resuelve hasta el reinado de Fernando el Católico.
Influida por un contexto protagonizado por la Guerra de los Cien Años (1339-1453) y la Peste Negra, en el siglo XIV se produjo un grave descenso de población que se prolongó especialmente en Cataluña. Las causas fueron:
Esta situación fue aprovechada por la nobleza para aumentar su poder. En Castilla se ampliaron los privilegios de la Mesta y así se extendió la ganadería lanar trashumante. En Aragón, la nobleza aumentó y exigió con toda dureza los privilegios señoriales. Como resultado de estas tensiones, surgen conflictos sociales que exigen el fin de estos actos, como la revuelta irmandiña en Galicia (1467-1470) o el problema de los «pagesos de remença» en Cataluña (1462-1486). En lo político, fueron constantes las guerras civiles entre familias nobiliarias, como la lucha entre Pedro I y Enrique II de Trastámara o la crisis a la muerte de Martín el Humano en Aragón, que acabó con el Compromiso de Caspe (1412), por el que Aragón, Cataluña y Valencia eligieron como rey a Fernando I de Antequera.
En pugna con Francia y con la oposición habitual del Papado, la Corona de Aragón formó un imperio mediterráneo durante siglos bajo dominio aragonés y español. Comenzada por Jaime I, la posterior expansión ocupará Sicilia; con Jaime II se obtuvo Cerdeña y tuvieron lugar las campañas de los almogávares, quienes llegan a crear ducados aragoneses en Grecia. En el siglo XV, Alfonso V se proclamó rey de Nápoles. Este expansionismo favoreció esencialmente a la burguesía catalana, que creará factorías y consulados por todo el Mediterráneo en dura competencia con las repúblicas comerciales italianas (Génova, Pisa, Venecia). La introducción de la letra de cambio y otros instrumentos económicos favorecieron el despegue de Barcelona, Valencia o Palma de Mallorca, aunque quedaron frenadas por la crisis derivada de la peste del siglo XIV.
A mediados del siglo XIV, una vez que Castilla reconquista y controla el estrecho, comienza la expansión hacia el Atlántico. Las islas Canarias y el norte de África serán los objetivos primordiales desde comienzos del siglo XV. Los portugueses llevaban ya tiempo colonizando las costas de África y abriendo rutas comerciales hacia Oriente, especialmente desde que Vasco da Gama dobla el Cabo de Buena Esperanza (1497). De ese modo, los conflictos con Portugal no se hacen esperar, pues coinciden los intereses expansionistas de ambas coronas. En 1479 se firmó el Tratado de Alcaçovas, por el cual Portugal renunciaba a Canarias (en el contexto de la guerra por Castilla entre Isabel la Católica y Juana la Beltraneja), pero durante varios años las islas se resisten a la conquista. El proceso de colonización es muy similar al que se utilizará en América, entregando capitulaciones a particulares que tomaban las tierras en nombre de la Corona y se las repartían. La población indígena quedó diezmada por la guerra y las enfermedades.
El matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón (conocidos como los Reyes Católicos) en 1469 abre la posibilidad de una nueva entidad política: la Monarquía Hispánica. Esto no es nada original en la época, pues las monarquías europeas pretendían consolidar su poder y sus territorios casando a sus hijos e hijas con los más fuertes monarcas o herederos al trono. Esta unión dinástica fue el resultado de la guerra por la herencia de Enrique IV de Trastámara, quien dejó la corona de Castilla a su hija Juana la Beltraneja (se decía que era hija bastarda de Beltrán de la Cueva y la reina), mientras que Isabel (hermana de Enrique IV) reclama sus derechos al trono al considerar que Juana no era hija legítima. La Beltraneja gana apoyos al casarse con su tío, el rey de Portugal, mientras que Isabel los busca al casarse con el heredero de Aragón. Isabel será reconocida como reina de Castilla en el Tratado de Alcaçovas (1479). El triunfo de Isabel y Fernando provoca la unión de Castilla y Aragón, aunque ésta fue más personal que jurídica o institucional. Así, cada corona mantuvo sus propias instituciones y costumbres (incluidas Cortes, moneda e impuestos), con la excepción de la Inquisición, que se crea para ambos territorios.
Los Reyes Católicos pacificaron el territorio, consolidaron sus monarquías y mantuvieron las respectivas expansiones territoriales. En consecuencia, Canarias se incorpora a Castilla (1479), se conquista el reino nazarí de Granada (1492), sucede el descubrimiento de América (1492) y la anexión de Navarra, fallecida ya la reina (1512). La conquista de Granada se preparó como una cruzada contra los infieles (el Papa emite una bula en ese sentido). Las campañas se prolongaron durante diez años, necesitando un enorme esfuerzo de coordinación y financiación de los monarcas, la Iglesia y la nobleza. La capitulación de Boabdil permitió la conquista el 2 de enero de 1492 con unas condiciones generosas para la población, que más tarde se incumplieron en gran medida. Navarra fue conquistada en 1512 con Fernando el Católico en el contexto de la guerra con Francia. No obstante, también mantuvo sus instituciones y leyes.
La exploración y posesión del archipiélago canario pasa por la intervención de aventureros castellanos, portugueses, mallorquines o normandos. Tras la firma en 1479 del Tratado de Alcaçovas, se impulsó definitivamente la conquista de las islas. Ésta será encabezada por Alonso Fernández de Lugo, quien se apoyó en las primeras poblaciones indígenas cristianizadas. Los nativos, guanches en su mayoría, quedaron prácticamente extinguidos. La colonización la llevan a cabo primordialmente andaluces y extremeños. El acercamiento, influencia o anexión de Portugal fue preparada por los Reyes Católicos mediante su política matrimonial. Sin embargo, el casamiento de su hija Isabel con el portugués Manuel «el Afortunado», tras la muerte de su hermano, fracasó por la prematura muerte del hijo de ambos, quien pudo haber sido el heredero de ambas coronas.
Los Reyes Católicos instaurarán una monarquía que se impone sobre las fuerzas de la Edad Media: la Monarquía Autoritaria (intermedia entre la feudal y la absoluta). Para esta nueva situación, se impusieron durísimas penas a muchos nobles, se afianzó el poder monárquico frente a la Iglesia y las ciudades, y se restableció el orden rural al crear la Santa Hermandad, fuerza con atribuciones civiles, judiciales y militares. En Castilla, el poder real se intensificó con el nombramiento de corregidores permanentes con funciones militares, judiciales y fiscales que controlan los municipios. La estructura judicial se reforzó mediante las Audiencias, que dependían de la Real Chancillería de Valladolid y la de Granada. Se reformó el Consejo Real (que era consultivo), aumentando el poder de los letrados, y se reorganizó la Hacienda. En Aragón, se creó el cargo de virrey, que ejercía la autoridad en nombre del rey en cada uno de los territorios de la corona aragonesa. No obstante, se mantienen la mayoría de las instituciones tradicionales y particulares de cada reino. Institución común a ambas coronas (lo que le daba un poder inmenso) fue el Tribunal de la Inquisición, que en la práctica sobrepasaba sus funciones religiosas. La lenta burocratización de la monarquía llevó a la creación de otros consejos reales con funciones específicas: el de Aragón, Inquisición, Navarra, Órdenes Militares.
Durante el reinado de los Reyes Católicos se sentaron las bases del vasto imperio español del siglo XVI. La Corona de Aragón se extendió por el Mediterráneo, lo que mantuvo el enfrentamiento con Francia y con el Islam, entonces liderado por los turcos. En los conflictos por la península italiana, destaca el papel militar del «Gran Capitán», Gonzalo Fernández de Córdoba, cuyos éxitos despertaron recelos en el rey Fernando. Los objetivos de Castilla antes del Descubrimiento de América eran expandir la cristiandad y frenar el avance islámico, por lo que el control del estrecho de Gibraltar será prioritario. Así se conquistó el norte de África (ambicionado también por Portugal) desde las plazas de Ceuta y Melilla hasta puntos como Orán o Argel.
El comercio con Extremo Oriente buscaba rutas más rápidas y seguras que las que ya se usaban por tierra y las que abrieron los portugueses bordeando la costa africana. Los Reyes Católicos apoyaron el proyecto de Cristóbal Colón con el deseo de extender el catolicismo, pero también por interés económico y político: no quedarse atrás en la búsqueda de una ruta hacia el oro y especias de Oriente. Ello explica los amplios privilegios que le conceden en las Capitulaciones de Santa Fe mientras atacan Granada. El proyecto de Colón debía contar con conocimientos y cálculos basados en cartógrafos y marinos de la época, pero ya había sido rechazado por otros monarcas, como el rey de Portugal, quien era considerado el mejor conocedor de las rutas atlánticas. En el primer viaje, las carabelas Santa María, Pinta y Niña parten de Palos (Huelva) el 3 de agosto y, tras las incertidumbres de su tripulación y la de los hermanos Pinzón, llegan a las Antillas el 12 de octubre de 1492. Descubren y ocupan varias islas, pero el resultado económico será decepcionante. Las siguientes expediciones, con más naves y hombres, consolidan la posesión de las tierras descubiertas, aunque no se llega al continente hasta el tercer viaje (1498), siendo posible que fuera avistado en el segundo. La disputa hispano-portuguesa por la legitimidad de la posesión de las nuevas tierras culmina con la firma del Tratado de Tordesillas (1494), que reparte las zonas de expansión de España y Portugal a partir de 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde.
Las Antillas fueron la base de una exploración y conquista posterior que llegó a abarcar desde el sur de los actuales Estados Unidos hasta la Patagonia. Así, Núñez de Balboa, en 1513, descubre el Pacífico al cruzar el istmo de Panamá. México será conquistado por Hernán Cortés, quien, tras fundar Veracruz, derrotará con una reducida tropa, en 1521, al Imperio Azteca de Moctezuma. Cabeza de Vaca, Hernando de Soto, Juan de Oñate o Vázquez de Coronado exploran y conquistan el sur de los actuales Estados Unidos en distintas fechas. Hacia el sur, se acometió la exploración de las costas del Pacífico y será Francisco Pizarro el que conquistó, en 1533, el Imperio Inca de Atahualpa en el actual Perú. Pedro de Valdivia ocupará Chile y serán varios los intentos que recorren el interior continental en busca del mítico «El Dorado» (Orellana o Lope de Aguirre). Relacionada con ese contexto, destaca la expedición española proyectada por el portugués Magallanes y culminada por el vasco Juan Sebastián Elcano, que, en 1522, consiguió realizar la primera vuelta al mundo. La conquista de América fue realizada por particulares (muchos hidalgos empobrecidos) que reclutan sus tropas y financian las expediciones, colocando las tierras descubiertas bajo soberanía de los reyes de España a cambio de honores, tierras y botín.
La crueldad acompañó en muchos casos la arriesgada exploración conquistadora, que aún hoy aparece descomunal para los medios e individuos que incluyó. A pesar de que la reina Isabel reconoció a los indios como súbditos de la Corona con derecho a trabajar libremente, los colonos empezaron a utilizar a los mismos en trabajo forzado («repartimientos»). La organización colonial fue recogida en las Leyes de Indias de 1512, que ya intentaba evitar los abusos, prohibiendo la esclavitud de los indígenas y estableciendo formas de trabajo como la Encomienda (más importante en México y Perú), por la cual el colonizador tenía «encomendados» una cantidad de indígenas a los que tenía que enseñar la fe cristiana y pagarles por el trabajo que realizaban. Otra de las formas habituales fue la Mita, por la que los indígenas realizaban un trabajo obligatorio por sorteo y por turnos. Los frecuentes abusos (denunciados por fray Bartolomé de las Casas y los jesuitas posteriormente) provocarán unas nuevas Leyes de Indias que abolieron oficialmente la encomienda y la mita. En la práctica, existieron hasta el siglo XVIII. La sociedad la encabeza una minoría de españoles y criollos (descendientes de españoles, pero nacidos en América) como funcionarios y latifundistas, mientras que la población mestiza quedaba en un nivel intermedio entre blancos y los mayoritarios indios. En el nivel más bajo estaban los esclavos negros y sus descendientes.
Bajo la determinante dependencia de Castilla, la América española era dirigida desde dos instituciones fundamentales: la Casa de Contratación en Sevilla (regula y registra el monopolio comercial) y el Consejo de Indias, que poseía funciones similares a los otros consejos de la Corona. En las nuevas tierras, a imitación de los demás reinos de la monarquía, hubo dos virreinatos: el de Nueva España en el norte y el de Perú en el sur. El virrey (generalmente un aristócrata) es considerado el representante del rey y posee amplísimos poderes. Cada virreinato estaba dividido en Audiencias, que, además de su función propiamente judicial, servían como órganos asesores del virrey. Inicialmente, los gobernadores de estas tierras eran los conquistadores de las mismas. También se fueron creando cabildos o municipios, semejantes a los de Castilla.
La población española encontró en el Nuevo Continente una vía de escape para las capas desfavorecidas y para individuos de la baja nobleza que en España hubieran tenido dificultades de progreso. La mayoría de los conquistadores y colonos posteriores pertenecían a la Corona de Castilla (extremeños, vascos, andaluces). Las enfermedades que españoles e indios se trasmitieron afectaron en mayor grado a la población americana. En cuanto a la economía, el comercio con las Indias fue un monopolio español que se centralizaba en la Casa de Contratación de Sevilla. Solían salir dos flotas anuales, una a Cartagena de Indias y otra a Veracruz, que regresaban escoltadas juntas desde La Habana con mercancías, entre las que el mayor interés era la plata y metales preciosos. No obstante, dicha riqueza «desaparecía» rápidamente para pagar las enormes deudas de la monarquía y de los mercaderes o comerciantes que empezaron a establecerse crecientemente en Sevilla. Este enriquecimiento comercial provocará la conocida revolución de precios posterior. Entre los novedosos productos que llegaron a España y posteriormente a Europa destacan la patata, el maíz, el tomate, los pavos, el cacao o el tabaco. En cuanto a la evangelización del continente, hubo ciertas diferencias entre los religiosos. Franciscanos, dominicos y posteriormente jesuitas llevaron adelante una intensa tarea de misión y defensa de los indios frente a los abusos coloniales. El clero secular urbano, sin embargo, se mantuvo más cercano a los intereses de los dominadores. Culturalmente, se crearon pronto colegios y universidades en los que la población criolla se educó, difundiendo el ambiente Barroco predominante en la época. La difusión de la imprenta, el arte y el derecho aportarán ilustres personajes a la cultura hispana. En España se despertó el interés científico relacionado con la economía; así se realizaron estudios botánicos y geográficos de gran importancia hasta fechas muy posteriores.
Carlos I de España y V de Alemania (1517-1556) obtuvo una enorme herencia dinástica de sus padres, Felipe «el Hermoso» y Juana «la Loca». Del primero le llegan los estados de la casa de Habsburgo y los derechos al trono imperial alemán, así como los Países Bajos, Luxemburgo, Charolais y el Franco Condado. De su madre recibe la herencia de Fernando el Católico: Corona de Aragón con Rosellón, Cerdeña, Sicilia y Nápoles; asimismo la de Isabel la Católica: Corona de Castilla (con Canarias y plazas del norte de África) y América. Nacido en Gante (Bélgica) y educado fuera de España, llega al trono con diecisiete años, sin saber las costumbres ni el idioma del país; además, el regente cardenal Cisneros fallece antes de encontrarse con él. Los cortesanos flamencos, a quienes conocía, ocuparán los principales cargos políticos, desplazando a la nobleza española. Todo ello, junto con la inagotable necesidad de dinero para financiar su acceso al trono imperial alemán, le generó un considerable rechazo. A sus problemas exteriores con Francia, el Papa y los turcos, se añaden en nuestro país el movimiento comunero y el de los agermanados.
Las Comunidades fueron un movimiento de rechazo al emperador encabezado por las «clases medias», que defendían las instituciones tradicionales castellanas frente al autoritarismo real y el expolio económico. Varias ciudades castellanas se sublevan y llegan a ofrecer el trono a Juana la Loca. La alta nobleza, que al principio estuvo al margen, acaba apoyando al rey ante el riesgo de perder su envidiable situación. Tras la derrota de Villalar (1521), fueron ejecutados sus dirigentes Padilla, Bravo y Maldonado. Las Germanías estallaron casi paralelamente en la Corona de Aragón, especialmente en Valencia y Mallorca. Fundamentalmente fue una lucha entre la burguesía y clases populares urbanas, que pedían mayor representación política, contra la aristocracia. La dura represión fue terminada en 1521 por la virreina Germana de Foix (viuda de Fernando el Católico, quien se casó en segundas nupcias).
La época de esplendor de los Habsburgo puede dividirse en tres etapas: «Universitas Christiana» con Carlos V, «Monarquía Hispánica» con Felipe II y «Hegemonía Dinástica» posteriormente. Cuando Carlos V se retira al Monasterio de Yuste (Cáceres), deja el Imperio Alemán a su hermano, mientras que las demás posesiones pasan a su hijo Felipe II. Con él accede al poder una generación más radical desde el punto de vista religioso. Europa aparecerá dividida en dos áreas enfrentadas fuertemente: una católica y otra protestante. Siendo España la potencia de la época, sufre una serie de conflictos exteriores:
En cuanto a la «unidad ibérica» en esa época, el rey de Portugal muere sin descendencia y Felipe II hizo valer sus derechos al trono. El recelo inicial fue eliminado con la invasión del Duque de Alba y la posterior jura en las Cortes de Tomar (1581), en las que se compromete a respetar las leyes e instituciones portuguesas. La incorporación de Portugal y sus posesiones en Asia, América y las costas de África permitieron hacer realidad el dicho de que en sus dominios nunca se ponía el sol. Así, excepcionalmente, un único monarca poseyó la Península Ibérica. Sin embargo, la «unidad ibérica» de este reinado se pone en entredicho con graves sucesos como las revueltas de los moriscos en las Alpujarras (1568) o el asunto del secretario Antonio Pérez y la intervención del Justicia de Aragón, solucionada militarmente.
Con unas posesiones heredadas mayoritariamente por vía dinástica, la monarquía de los Austrias o Habsburgo nunca fue un Estado unitario y se basó en el modelo de los Reyes Católicos: diferentes reinos y territorios cuyo vínculo político común era el rey. A partir de Felipe II, los Austrias vivieron en España, gobernaron desde una corte española fija y con colaboradores y recursos españoles, aunque la influencia de Castilla fue creciente, tanto para las desventajas o cargas como para las ventajas políticas. El rey fue ganando autoridad frente a la decadencia de las Cortes. Para ello se apoya en los secretarios (generalmente de la baja nobleza o alta burguesía) y su relación con los Consejos (territoriales como Aragón, Italia, Indias, etc., y comunes como Guerra o Inquisición); entre ellos sobresale el llamado Consejo de Estado. En cada reino, además, existía un virrey. Las Chancillerías, Audiencias y Concejos municipales, así como los corregidores, siguieron vigentes. No obstante, la paulatina tendencia al centralismo se vio frenada por las instituciones tradicionales particulares de cada territorio. Para el funcionamiento de esta estructura y el mantenimiento de una política exterior poderosa fue necesario contar con un creciente número de diplomáticos y funcionarios, así como unas tropas temibles que fueron reclutadas en los famosos tercios. El consecuente alto coste económico produjo la situación de bancarrota en ocasiones.
La demanda americana de mercancías desató una inicial prosperidad agrícola (más por aumento de superficie cultivada que por mejora real). También se beneficiaron las industrias textiles (aunque se seguía priorizando la exportación de lana), las de cueros, metalurgia y armas o la construcción naval. El comercio fue el sector que mayor desarrollo experimentó gracias a la explotación del Nuevo Mundo, centrándose en algunas ciudades castellanas y puertos del Atlántico, especialmente Sevilla, donde llegaba y se registraba en la Casa de Contratación. En cambio, en Aragón quedó frenado ante el avance del poderío turco en el Mediterráneo. Sin embargo, la abundancia de oro y plata hizo bajar su valor en relación con las mercancías, desencadenando la llamada «revolución de los precios». En Castilla, esta revolución cuadruplicó los precios a lo largo del siglo. La necesaria y consecuente subida de salarios restó competitividad a las manufacturas castellanas frente a las europeas. Además, buena parte de los beneficios del comercio con América quedaban en manos de la Corona, que los consumía fundamentalmente en sus crecientes dominios (candidatura imperial, campañas militares, pago de préstamos, mantenimiento, etc.).
Con el auge económico llega el crecimiento demográfico, que se calcula en un 25% en el siglo XVI. Sevilla se convirtió en la gran urbe peninsular, Castilla mantenía un crecimiento más modesto, mientras que la periferia apenas aumentaba. La sociedad conservaba una estructura estamental en la que cobraba especial prestigio la condición de «cristiano viejo», demostrada por la «limpieza de sangre». La nobleza, con el 5% de la población, abarcaba desde los grandes títulos nobiliarios (con tierras y grandes rentas que descendieron tras la revolución de los precios) hasta los más bajos hidalgos, de entre los que salieron muchos de los conquistadores. El clero, entre un 5 y un 10%, también ofrecía una diversidad desde el alto clero (obispos, cardenales o abades eran en muchos casos los «segundones» de familias nobles) hasta el bajo clero (curas o frailes con origen y modo de vida similar al pueblo llano). En el estado llano cabía el resto de la población, por lo que tenemos a la burguesía (beneficiada por el comercio hasta la subida de precios), el artesanado (todavía influido por los gremios) o el campesinado, que irá empeorando su situación por la venta de tierras de «realengo» que hace la Corona para obtener fondos. Por último, existían grupos diferenciados como los moriscos o los judíos conversos, frecuentemente acosados por las autoridades civiles y religiosas (Inquisición).
El Humanismo y el Renacimiento no pudieron alcanzar en España su máxima expresión debido a la Contrarreforma (Concilio de Trento, 1563). La crítica racional, el conocimiento del mundo clásico y el ser humano como centro del análisis intelectual chocaron con algunos de los principios vigentes (aunque no solo en el mundo católico). Fue importante la extensión del erasmismo (de Erasmo de Rotterdam) en algunas universidades como la de Alcalá de Henares. También destaca el desarrollo de la imprenta en la difusión del conocimiento. De esta época serán La Celestina de Fernando de Rojas o la publicación de la primera gramática castellana de Antonio de Nebrija y las obras de Luis Vives o fray Luis de León. En otro ámbito citamos a Santa Teresa o Garcilaso de la Vega.
En Arte destacan varias tendencias arquitectónicas: clasicismo o purismo como el Palacio de Carlos V en Granada (de Pedro Machuca), el plateresco de la fachada de la Universidad de Salamanca o la de la Universidad de Alcalá (de Gil de Hontañón) y el herreriano, derivado del Monasterio del Escorial, con Juan de Herrera o Juan Bautista de Toledo como figuras principales. En escultura destacan las tallas de Alonso Berruguete y Juan de Juni y en pintura Luis Morales, Sánchez Coello y, sobre todo, El Greco.
La Inquisición ya existía en la Corona de Aragón desde el siglo XIII (como en otros países), pero no en Castilla hasta Isabel la Católica, pues aquí ya se perseguía la herejía en los tribunales ordinarios. En 1483 se creó el Consejo de la Santa y Suprema Inquisición, dependiente de la Corona y no del Papado. De ese modo, sus miembros están bajo la competencia del Inquisidor General, que nombraban los reyes, y no de la diócesis. Será la única institución común a Castilla y Aragón, por lo que el original cometido religioso y de persecución de la herejía, brujería y falsos conversos será superado por asuntos de otra índole, cuya ejecución quedará en manos de la autoridad civil.
Tras Felipe II reinaron en España tres monarcas de la casa de Austria o dinastía Habsburgo: Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700). Su capacidad intelectual, su degeneración genética y su apatía por los asuntos de gobierno hicieron que recurrieran a personajes cuya influencia política fue, en la práctica, mayor que la de los propios reyes en muchos casos; son los validos o privados. La función de estos validos debía ser la de liberar al rey de sus innumerables obligaciones, aunque en realidad lo sustituyeron en muchas tareas, igual que ocurrirá en otros países (Richelieu). Solían ser de la alta nobleza (aunque hubo algún clérigo e incluso algún plebeyo) nombrados como hombres de confianza del soberano. Así, destacan el Duque de Lerma (Francisco de Sandoval) con Felipe III y el más trascendental Conde-Duque de Olivares (Gaspar de Guzmán) con Felipe IV, entre otros varios. Esta decadencia y dejadez monárquica empeoró la situación con numerosos conflictos internos en distintos aspectos:
Felipe III tuvo un reinado breve y pacífico, pero el ahorro que eso supone quedó ampliamente superado por los gastos cortesanos, el desastre arrastrado por la expulsión de los moriscos y el estancamiento económico castellano. No obstante, la mayor crisis se desata con Felipe IV a partir de 1640, cuando se juntan problemas exteriores derivados de la Guerra de los Treinta Años con conflictos internos en Cataluña y Portugal. El final de la dinastía en España tendrá lugar con el problema sucesorio de Carlos II.
En el contexto de la participación española en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648/59), el valido de Felipe IV, Conde-Duque de Olivares, consciente de que Castilla podía quedar agotada económicamente, pretendió involucrar a los demás territorios en los proyectos exteriores de la monarquía. El plan de centralización y unificación legislativa llegó a su máxima tensión cuando se aprueba la «Unión de Armas» (1626), por la que todos los reinos debían aportar dinero y hombres. El rechazo manifestado en la Corona de Aragón se expresó muy claramente en Cataluña. Para forzar la participación en la guerra con Francia (dentro de la de los Treinta Años), Olivares abrió un nuevo frente por la frontera catalana, pero las tensiones entre el ejército real y los paisanos derivaron en toda una rebelión, el «Corpus de Sangre» (junio de 1640), por el que los segadores entran en Barcelona y llegan a asesinar al virrey. El enfrentamiento llega al punto de que la Generalitat, dirigida por Pau Clarís, solicita ayuda a Francia y nombra Conde de Barcelona al rey francés Luis XIII. Se prolongó hasta 1652. Del mismo modo, surgen revueltas en 1640 en Portugal, donde se proclamó rey al Duque de Braganza y la lucha reproduce confrontaciones de épocas pasadas hasta 1652. Portugal se independiza desde entonces. Nápoles y Sicilia, en 1647, también padecen problemas similares.
En el siglo XVII, la apariencia de gran potencia se mantuvo relativamente, pero graves conflictos pusieron a la monarquía española al borde de la desintegración territorial. La Guerra de los Treinta Años (1618-1648/59) supondrá un cambio radical en la situación política de Europa. Esta guerra comenzó como una lucha entre el emperador de Austria (católico y Habsburgo) y los protestantes alemanes («Defenestración de Praga»). La intervención española a favor de Austria (ambas católicas y de la misma dinastía) y el apoyo de Francia a los protestantes (era católica, pero enemiga de los Habsburgo) convirtieron la guerra en un gran conflicto internacional por la hegemonía en el continente. Los Habsburgo obtuvieron inicialmente victorias frente a checos, daneses y suecos (Nördlingen, 1634), pero la prolongación de la guerra y, sobre todo, el agotamiento español en plena depresión económica facilitaron una serie de derrotas (Rocroi, 1643) que obligaron a los Habsburgo a firmar la Paz de Westfalia (1648), en la que España pierde las Provincias Unidas (Holanda). Sin embargo, la guerra con Francia continuó hasta la Paz de los Pirineos (1659), por la que España pierde el Rosellón y la Cerdaña y se confirma la pérdida de la hegemonía española en Europa y el predominio político francés.
Agotada la fase expansiva del siglo XVI, la economía entró en una evidente depresión durante el siglo XVII. Esta tendencia, común a todo el occidente europeo, fue más acusada en España por la influencia negativa de la política exterior de los Austrias. Los desequilibrios demográficos, la existencia de periodos reiterados de hambre y los frecuentes periodos alternativos de aumento y descenso de precios ayudaron a agravar la difícil situación socioeconómica que no debe olvidar la Guerra de los Treinta Años. Además, desde 1650 la afluencia de oro y plata de América desciende por agotamiento y colapso comercial. La crisis afectó fundamentalmente a Castilla y Andalucía. Los intentos de reforma de Carlos II apenas tuvieron trascendencia en la tímida recuperación posterior. El descenso demográfico fue mayor en el centro peninsular y su recuperación fue muy lenta debido al aumento de clérigos, mendigos y hombres de armas afectados por las guerras que dificultaron el crecimiento de las tasas de natalidad.
8.5. Esplendor cultural. El Siglo de Oro.
La cultura española del Siglo de Oro tuvo rasgos muy acusados. Por un lado estuvo muy ligada a la defensa del catolicismo y por otro estuvo condicionada por la deficiente economía, en plena crisis. En el siglo XVII se fijó definitivamente el castellano como lengua con repercusión internacional. Destacando en poesía: Góngora, Quevedo; en teatro, Lope de Vega, Calderón de la Barca y en novela Cervantes. Todo el pensamiento filosófico, teológico y político estuvo muy ligado al catolicismo y su defensa y se manifestó como una extensión de la escolástica medieval. En el derecho internacional destaca el jesuita Francisco de Vitoria. A pesar de este esplendor cultural, en el caso de España hay un evidente contraste con el menor desarrollo científico, limitado en parte por la Inquisición. El arte español del Barroco estuvo protagonizado por la influencia religiosa en los encargos de obras, con la excepción de la monarquía y contados casos de particulares. En arquitectura destacan la continuidad del estilo herreriano con Gómez de Mora (Plaza Mayor, Madrid) y el acercamiento al barroco europeo con Pedro de Ribera (Hospicio de Madrid) y los hermanos Churriguera (Plaza mayor de Salamanca) junto a arquitectos de éxito regional. En escultura es la época de la imaginería religiosa de los Gregorio Fernández o Pedro de Mena. En pintura con autores como Zurbarán o Murillo y Velázquez.
8.2. La crisis de 1640.
En el contexto de la participación española en la Guerra de los Treinta Años (1618-48/59) el valido de Felipe IV, Conde-Duque de Olivares, consciente de que Castilla podía quedar agotada económicamente, pretendió involucrar a los demás territorios en los proyectos exteriores de la monarquía. El plan de centralización y unificación legislativa llegó a su máxima tensión cuando se aprueba la “Unión de Armas” (1626) por la que todos los reinos debían aportar dinero y hombres. El rechazo manifestado en la Corona de Aragón se expresó muy claramente en Cataluña. Para forzar la participación en la guerra con Francia (dentro de la de los Treinta Años) Olivares abrió un nuevo frente por la frontera catalana pero las tensiones entre el ejército real y los paisanos derivaron en toda una rebelión, el “Corpus de Sangre” (junio de 1640) por el que los segadores entran en Barcelona y llegan a asesinar al virrey. El enfrentamiento llega al punto de que la Generalitat, dirigida por Pau Clarís solicita ayuda a Francia y nombra Conde de Barcelona al rey francés Luis XIII. Se prolongó hasta 1652. Del mismo modo, surgen revueltas en 1640 en Portugal donde se proclamó rey al Duque de Braganza y la lucha reproduce confrontaciones de épocas pasadas hasta 1652. Portugal se independiza desde entonces. Nápoles y Sicilia en 1647 también padecen problemas similares.