Portada » Historia » Historia de Al-Ándalus
En el siglo VIII se produjo un enfrentamiento entre los partidarios del electo rey Rodrigo y los que apoyaban a los hijos de Witiza. Estos últimos solicitaron la ayuda de tropas musulmanas norteafricanas. En el año 711, un ejército bereber liderado por Tarik venció a los visigodos del rey Don Rodrigo en la Batalla de Guadalete. Una segunda oleada, dirigida por el gobernador del norte de África, Muza Ben Nusayr, desembarcó en la península con un ejército de árabes. Ambos avanzaron rápidamente y en el 714 llegaron a las estribaciones de la cordillera Cantábrica. Sin embargo, fracasaron en su intento de cruzar los Pirineos, siendo detenidos por los francos de Carlos Martel en la Batalla de Poitiers en el 732. La rapidez del avance musulmán se debió a la debilidad de la monarquía visigoda, al sistema de conquista musulmana, la persistencia no oficial del arrianismo y al reparto de tierras y la presión fiscal, que sería más equitativa con los musulmanes que con los visigodos.
Al-Ándalus se convirtió en una provincia del imperio islámico, dependiente del califa Omeya de Damasco a través de Qairwan. Un wali o emir gobernaba como máxima autoridad. La capital se estableció en Córdoba. Fueron frecuentes las razzias, expediciones de saqueo para obtener botín en zonas alejadas. Los musulmanes fueron detenidos en su avance hacia Europa en Poitiers (732) por Carlos Martel. En el reparto de tierras, las mejores y más fértiles quedaron en manos de la minoría árabe, que constituía la aristocracia en Al-Ándalus: los yemeníes en el valle del Ebro y del Guadalquivir, y los qaysíes en Andalucía oriental. La mayoría de la población bereber, que llegó en la primera oleada, se quedó con las tierras más pobres de la meseta y zonas de montaña.
Tras la ejecución de la familia Omeya por parte de la dinastía Abasí en el 750, llegó a la península el último y único superviviente de los Omeya, Abderramán I, quien proclamó el emirato independiente de Bagdad en 756. Abderramán I (756-788) estableció las bases de un estado fuerte: potenció y reformó el ejército, aumentó la presión fiscal e intensificó la actividad constructiva, iniciando la mezquita de Córdoba. Desde el punto de vista militar, detuvo a Carlomagno en la Batalla de Zaragoza en el 777. Los emires que le sucedieron hicieron frente a distintos conflictos internos, como sublevaciones de las marcas (provincias fronterizas, en ocasiones gobernadas por muladíes), como la de Zaragoza o Mérida, los motines de Toledo o el Arrabal de Córdoba, motivados por los excesivos impuestos que tenían que pagar los mozárabes.
Abderramán II (822-852) mejoró la administración, realizó la primera ampliación de la mezquita de Córdoba, fundó Murcia a inicios del siglo IX y llevó a cabo numerosas ejecuciones. Los emires posteriores vivieron una etapa de debilidad política que acabaría con la creación del Califato de Córdoba (929-1031).
Abderramán III (912-961) comenzó siendo emir y en el 929 proclamó el califato de Córdoba. Esta fue la etapa más brillante de Al-Ándalus. Su capital se convirtió en un gran centro cultural y económico hasta el siglo XI. Existía una organización administrativa muy estructurada con las siguientes figuras: califa, hachib, visir, walí, cadí, tuqur, sabih al suq y zalmedina.
Los musulmanes pagaban el diezmo, y los no musulmanes el jaray y la chizya por no ser creyentes. Su sucesor, Alhaken II (961-976), añadió esplendor cultural y artístico, siendo él mismo un gran filósofo. La segunda ampliación de la Mezquita de Córdoba se debe a él. Su sucesor, Hisham II (976-1009), califa nominal, delegó el poder en su primer ministro, Almanzor. Se acometió la última ampliación de la mezquita. Almanzor murió en 1002 tras la Batalla de Calatañazor. El califato terminó en 1031 cuando el último califa, Hisham III, fue depuesto.
Al-Ándalus se fragmentó en 30 pequeños estados independientes, los Reinos de Taifas, que pelearon entre sí y tuvieron que pagar tributos a los reinos cristianos del norte.
Desde el norte de África llegaron a la península nuevos invasores con el objetivo de unificar las taifas. Los almorávides habían creado un imperio en Marruecos y fueron llamados por los reyes de Taifas cuando Alfonso VI conquistó Toledo. El califa almorávide Yusuf venció al rey cristiano en Sagrajas (1086). Los almohades desplazaron a los almorávides del norte de África en 1147 y ocuparon el territorio peninsular, trasladando la capital a Sevilla. Tras derrotar a Alfonso VIII en Alarcos (1195), los almohades fueron derrotados por los reinos cristianos en la Batalla de Navas de Tolosa en 1212. A partir de este momento, la Reconquista avanzó rápidamente, ocupando las ciudades más importantes de Andalucía.
El reino nazarí de Granada fue fundado por Muhammad I Ibn al-Ahmar, con capital en Granada, y comprendía las actuales provincias de Málaga, Granada y Almería. El último apoyo exterior del reino nazarí fue la llegada de los benimerines, derrotados en 1340 en la Batalla del Salado. En la segunda mitad del siglo XIV, el reino vivió una etapa de esplendor con Muhammad V, quien construyó la zona más decorativa del Palacio de la Alhambra.
La presencia musulmana en la península Ibérica, a lo largo de casi 800 años, dejó una profunda huella que perduró a través de los moriscos, quienes permanecieron en España hasta 1609. Esta huella se aprecia en los tres pilares de la economía musulmana: la agricultura, que dejó un sistema de acequias para el regadío, norias, nuevos cultivos, etc.; la producción artesanal; y un comercio activo en el que los productos se vendían en el zoco. Desde el punto de vista léxico, son numerosos los términos castellanos de origen árabe.
La huella artística es importantísima: del emirato al califato se desarrolló el arte omeya cordobés, con la Mezquita de Córdoba y Medina Azahara como máximos exponentes. Durante el reino nazarí de Granada se construyó la Alhambra, el mejor palacio islámico que se conserva. Además, se sucedieron etapas de gran esplendor cultural; durante el califato se escribieron grandes tratados de medicina, arquitectura, música, astronomía, y destaca la producción literaria.