Portada » Geografía » Hidrografía de la Península Ibérica: Influencia del Relieve y Clima en sus Ríos
El relieve tiene una influencia decisiva en el trazado de los ríos en la Península Ibérica, donde destacan la Meseta, la disposición periférica de las unidades montañosas y la topografía general. La formación de la Meseta y su inclinación hacia el oeste, resultado del plegamiento alpino, ha generado una disimetría notable entre las vertientes atlántica y mediterránea. Así, los ríos que desembocan en el Atlántico son más largos y drenan cuencas extensas, mientras que los que desembocan en el Mediterráneo son más cortos y de mayor pendiente, con la excepción del río Ebro.
La vertiente atlántica presenta ríos de menor pendiente debido a la distancia del mar y la baja elevación de las montañas en la Meseta, recibiendo además numerosos afluentes que incrementan su caudal. En cambio, los ríos de la vertiente mediterránea son más cortos y tienen pendientes pronunciadas, lo que se debe a la necesidad de salvar desniveles en menor espacio.
La disposición de las principales unidades del relieve también condiciona el tamaño y organización de las cuencas hidrográficas. Los ríos que vierten al Cantábrico son cortos, con gran pendiente y caudal elevado debido a la cercanía de la cordillera Cantábrica al mar y a las lluvias abundantes. Esto les da un alto poder erosivo. El río Ebro, por su parte, atraviesa una depresión triangular inclinada hacia el Mediterráneo, siendo el único gran río peninsular que no desemboca en el Atlántico.
La topografía, especialmente la inclinación de las vertientes, afecta tanto el curso de los ríos como su capacidad erosiva: una mayor inclinación del terreno aumenta la pendiente del río y su poder de erosión. Además, la vegetación desempeña un papel importante en la regulación del caudal, ya que puede reducir la evaporación y retener humedad, mientras que un entorno más vegetado disminuye la capacidad erosiva de los ríos.
Las características del terreno por el que fluyen los ríos también influyen en el caudal. La permeabilidad del suelo afecta a la retención o pérdida de agua, y la composición de las rocas determina la escorrentía o infiltración: las rocas arcillosas favorecen la escorrentía superficial, mientras que las calizas permiten la formación de acuíferos por infiltración.
Una vertiente hidrográfica es el conjunto de cuencas cuyas aguas vierten al mismo mar. Los ríos peninsulares se distribuyen en tres vertientes hidrográficas.
La vertiente mediterránea drena aproximadamente el 25% del territorio peninsular y se caracteriza por ríos cortos y de poco caudal, exceptuando el Ebro, el único río largo de esta vertiente. Debido a que muchos de estos ríos nacen en montañas cercanas al mar y no a gran altitud, su flujo es escaso y se ven afectados por precipitaciones limitadas.
Los ríos mediterráneos experimentan una marcada irregularidad en sus caudales, influenciados por el clima de la región, que alterna entre lluvias torrenciales en otoño y prolongados estiajes en verano. Esta irregularidad está acentuada por la gran explotación de sus aguas, usadas para el abastecimiento urbano y el riego agrícola.
El Ebro, el principal río de esta vertiente, nace en la cordillera Cantábrica y recorre 930 km hasta desembocar en el Mediterráneo, en Tarragona, formando un delta de gran importancia ecológica. Su régimen es pluvionival, es decir, combina aportes de lluvia y nieve. Otros ríos destacados de la vertiente mediterránea son el Ter, Llobregat, Turia, Júcar y Segura.
La vertiente atlántica cubre gran parte de la península y abarca tanto ríos largos y caudalosos como cortos y regulares, siendo un ejemplo claro de la variabilidad en longitud y caudal. Los ríos gallegos, como el Miño, que nace en la sierra de Meira, son cortos y se benefician del clima oceánico, con lluvias constantes que aportan caudal de forma estable durante el año.
El Duero es el río con la cuenca más grande de la península y, al desembocar en Portugal, es el más caudaloso, ya que recibe un gran aporte de afluentes de las cordilleras que atraviesa y acumula lluvias en su curso bajo.
El Tajo, el río más largo de la península, también nace en el Sistema Ibérico y, aunque su caudal es menos constante debido a las menores lluvias de las zonas que atraviesa, incrementa su volumen en su curso por Portugal, donde desemboca.
El Guadiana, aunque de longitud considerable, lleva un caudal bajo, pues recorre áreas áridas y recibe pocos afluentes.
El Guadalquivir, con 657 km, nace en la sierra de Cazorla y desemboca en el Atlántico. Su régimen es pluvionival y abastece una de las zonas más fértiles del país.
La vertiente cantábrica abarca una estrecha franja en el norte peninsular, desde Galicia hasta la frontera francesa. Los ríos de esta vertiente son característicamente cortos y caudalosos debido a la proximidad entre sus montañas de origen y el mar.
El clima oceánico, con lluvias repartidas durante todo el año, permite que los ríos mantengan un caudal regular. Además, su caudal constante y la fuerza erosiva de sus aguas los hacen aptos para la producción hidroeléctrica, pues descienden rápidamente de las montañas, aprovechando la pendiente y el flujo constante.
Entre los ríos de la vertiente cantábrica destacan el Eo, Narcea, Nalón, Sella, Deva, Pas, Nervión y Bidasoa.