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C) El problema de Dios.
14.- Los postulados de la razón práctica.
La libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios son, según Kant, postulados de la razón práctica. El término “postulado” se refiere a algo que no es demostrable pero que está presupuesto necesariamente como condición de otra cosa. En los “postulados de la razón práctica”, por tanto, se trata de condiciones que están necesariamente presupuestas en la propia idea de moral, en la propia idea de que debe hacerse lo que exige la moral. Veamos cómo se produce tal conexión.
El primero de estos postulados es el postulado de la libertad. La exigencia de obrar por deber supone que podemos elegir entre varias cosas y que podemos elegir precisamente esa a la que llamamos deber, es decir, supone que somos libres. No tiene sentido que alguien esté obligado a algo si no era libre de decidir hacerlo o no. Pero la libertad no es algo que podamos conocer porque, como Kant ha señalado al analizar el uso teórico de la razón, sólo podemos conocer aquello de lo que tenemos experiencia sensible. Como la libertad ni se ve, ni se oye ni se toca, no es algo que podamos conocer, sino que sólo podemos pensarla, postularla.
Ser libre es, para Kant, ser capaz de originar una nueva serie causal, es decir, ser capaz de no ser el efecto de una causa anterior sino ser capaz de decidir con independencia de todas las causas previas que nos llevan en una dirección. Mientras que todas las cosas que se dan en la naturaleza están gobernadas por el principio de causalidad (según el cual todo acontecimiento está determinado por una causa previa), los humanos somos capaces de ser autónomos, es decir, de comenzar series causales nuevas.
El segundo de estos postulados es el de la inmortalidad del alma. Nuestra conducta tiene que adecuarse totalmente al deber y esto es algo que no podemos alcanzar en el plazo de una vida humana, sino solamente en un proceso infinito. Por tanto, tenemos que presuponer en cierto modo que somos inmortales para que la moralidad tenga sentido. De este modo, además, tendremos la esperanza de que todos aquellos que precisamente por ser malos y egoístas en este mundo tienen una vida llena de placeres, serán castigados de algún modo en otra vida.
Finalmente, por lo que se refiere a la existencia de Dios, la tarea moral sólo tiene sentido, dice Kant, si hay alguna esperanza de que el que se haga digno de la felicidad actuando por deber va a recibir el premio de la felicidad que merece. Y sólo la existencia de Dios garantiza que haya un acuerdo entre el ser y el deber ser, ya que Dios reúne en sí la suprema perfección moral y la omnipotencia, por lo que hay que postular su existencia.
Pues porque, en el fondo, hay una tendencia natural de la razón hacia ese tipo de contenidos. Así pues, vemos que esos supuestos objetos del conocimiento que eran el “alma”, el “mundo” y “Dios”, y que habían sido expulsados por Kant del reino de lo cognoscible, reaparecen ahora en el estudio de la razón práctica. Evidentemente, ya no aparecen como cosas que se puedan conocer, sino como postulados de la razón práctica. En suma, mediante los postulados Kant sitúa en el terreno adecuado (el uso práctico) la tendencia de la razón humana a salirse del límite de la experiencia, y a plantearse cuestiones como Dios, la inmortalidad o la libertad.
10.- El uso práctico de la razón: ¿Qué debo hacer?
Si la razón en su uso teórico se ocupa de conocer lo que es, en su uso práctico la razón se ocupa de lo que debe ser. Si la filosofía teórica contesta a la pregunta “¿qué puedo saber?”, la filosofía práctica, nos dice Kant, deberá responder a la pregunta “¿qué debo hacer?”. En la filosofía práctica de Kant está incluido el tratamiento de la ética, el derecho, la política e incluso la religión, pues todas esas disciplinas tienen que ver, según Kant, con lo que debo hacer.
Al igual que al analizar el uso teórico de la razón Kant partía de la distinción entre experiencias válidas y experiencias no válidas, aquí también va a partir de un cierto hecho y va a tratar de remontarse a las condiciones que hacen posible ese hecho, es decir, a los elementos que constituyen la forma de ese hecho. En la filosofía práctica se parte del hecho de que distinguimos entre acciones “válidas” y acciones “inválidas”, es decir, del hecho de que la distinción acción correcta / acción incorrecta tiene sentido, tiene vigencia en nuestra conducta (y esto a nadie se le ocurre discutirlo: todos reconocemos algún criterio de “lo que está bien” y “lo que está mal”). Tirando de este hilo, lo que hace Kant es poner de manifiesto en qué consiste que algo sea válido prácticamente, es decir, cuáles son las condiciones que tiene que cumplir una acción para que afirmemos que es válida prácticamente. Esta investigación es la que desarrolla Kant en su segunda Crítica, la Crítica de la razón práctica y en otra obra titulada Fundamentación de la metafísica de las costumbres.
11.- Crítica a las éticas materiales.
La moralidad, dice Kant, está presente siempre en nuestra conciencia cotidiana y no hace falta escribir ningún libro que nos explique lo que está bien y lo que está mal. En cierto modo, todo el mundo, hasta el hombre menos instruido, lo sabe ya.
Precisamente por eso, cuando más claramente se percibe la moralidad de una conducta (aunque no por ello sea “más” moral) es cuando dicha conducta va en contra de los intereses del que actúa. Si, por ejemplo, un soldado se viese obligado a elegir entre matar a un hombre inocente o ser fusilado él mismo y, aunque deseando con toda su fuerza seguir vivo, a pesar de todo eligiese finalmente ser fusilado, entonces sí estaríamos inclinados a decir que ha actuado moralmente. ¿Por qué? Porque la decisión de no matar al inocente atenta visiblemente contra lo que suponemos que son los fines y preferencias del soldado (seguir vivo), y a pesar de todo el soldado decide actuar de esa manera.
La decisión moral es entonces aquella decisión que no se basa en fines de ningún tipo. Por eso, una norma que fuese verdaderamente moral tendría que valer como norma independientemente de cuáles sean los fines que persiga el agente en cuestión. Esa norma moral sería una norma para todas las personas sin excepción, independientemente de qué tipo de personas sean, es decir, independientemente de cuáles sean sus fines y sus preferencias. Esa norma moral sería, por tanto, universal y necesaria: obligaría a actuar de cierta manera a todo ser racional posible.
Con este razonamiento Kant ha revolucionado la historia de la ética, porque con él se ha separado de todos los filósofos anteriores. En efecto, hasta Kant todos los sistemas éticos han sido éticas materiales, es decir, éticas que fijan ciertos contenidos, ciertos fines, como el bien supremo al que puede aspirar el hombre, y que después nos ofrecen normas que dicen lo que hay que hacer para alcanzar ese bien supremo.Kant eran, en el sentido mencionado, materiales. Y, precisamente por ser materiales todas ellas compartían también ciertos rasgos:
-Toda ética material es empírica y a posteriori:
-Además, las normas de toda ética material son condicionales, hipotéticas:
-Por último, toda ética material es heterónoma.
12.- Una ética formal: el imperativo categórico y sus formulaciones.
Pero si ninguna ética material nos sirve, tendremos que buscar normas éticas que no presupongan ningún fin determinado y que, en consecuencia, tampoco propongan ningún curso de conducta determinado, es decir, tendremos que buscar una ética formal. Dicho de otra manera: como hemos desechado todos los fines a los que pueda estar dirigida una decisión, es decir, toda materia posible de una decisión, lo único que nos queda es la forma de la decisión.
La forma de actuar que propone Kant está expresada en su famoso imperativo categórico que afirma lo siguiente: “obra de tal manera que puedas querer que la máxima de tu conducta se convierta en ley universal”. Una máxima es la regla que seguimos al actuar de una determinada manera y lo que quiere expresar este imperativo categórico es que sea el que sea el fin que te propongas, sea la que sea la materia de tus acciones, deberías actuar de forma que no estés considerando esos fines y esa materia tuyos como algo especial que tiene privilegios sobre los fines que puedan seguir otros. Hemos de actuar de manera que nuestras máximas sean universalizables, es decir, de manera que cualquier otro que estuviese en nuestra situación pudiese actuar exactamente de la misma forma que nosotros. Kant considera que este mandato, este imperativo, es categórico porque nos manda actuar de una manera con independencia de cuáles sean nuestras inclinaciones concretas: lo que manda no depende de nada y es por ello absoluto, categórico. Las ética materiales, en cambio, sólo nos ofrecen imperativos hipotéticos, es decir, sólo nos mandan hacer algo en caso de que queramos otra cosa.
13.- La importancia de la intención.
De este modo Kant ha encontrado un principio que sí satisface los criterios que había impuesto, pues el imperativo categórico es el principio de una ética formal, autónoma, a priori y, por tanto, universal y necesaria. Como estamos viendo, una ética formal no nos dice “haz esto” o “haz aquello”, sino “actúa de manera que…”. Lo que importa en una norma verdaderamente moral no es qué hago, sino cómo lo hago, es decir, con qué intención lo hago.