Portada » Lengua y literatura » Generación del 98 y Vanguardia: Baroja, Unamuno, Azorín y más
Pío Baroja: Nació en San Sebastián, estudió medicina y se doctoró con una tesis sobre el dolor, tema fundamental de sus novelas. Fue médico, pero renunció para ayudar a su tía en una panadería madrileña. Allí conoció a Azorín y a Maeztu.
En la concepción barojiana, la novela es un género en el que cabe todo: desde la reflexión filosófica o psicológica, a la aventura, la crítica, el humor… Todos estos asuntos se reflejan en sus novelas, aunque su reverencia por la acción determina la preferencia por temas de aventuras. Sus protagonistas, por lo general, son seres inadaptados (bohemios, vagabundos…) que suelen fracasar en su lucha vital.
En su producción de novelas, desarrolló los temas que lo obsesionaban: la afirmación de la personalidad, la lucha contra el instinto, el afán de dominio sobre los demás, la muerte, la religión.
Su verdadero nombre era José Martínez Ruiz. Azorín es su apodo en sus artículos periodísticos.
En las novelas se anulan el movimiento y el tiempo: la narración se fragmenta en instantáneas que configuran cuadros o fotografías materializados en capítulos deshilvanados, que dispersan la atención del lector.
En los años 20 se desarrolló una narrativa vanguardista. Las historias se desarrollan en la urbe cosmopolita y moderna, los héroes son desenvueltos y deportistas, y los conflictos eróticos se constituyen en asuntos relevantes.
Sus novelas están inspiradas en su biografía y reflejan el mundo de su época. Estas obras incorporan con crudeza elementos sexuales, pero ocultan los detalles, dejándolos a la imaginación del lector.
La fecunda producción dramática de Jacinto Benavente (172 obras) disfrutó de un público habitual, la burguesía. Su teatro se compone de una crónica, casi siempre amable, de las preocupaciones y los prejuicios burgueses, por medio de una suave ironía.
En las primeras décadas del siglo XX predominó el género cómico, con frecuencia acompañado de elementos líricos.
Serafín y Joaquín Álvarez Quintero estrenaron gran cantidad de obras en las que presentaban una imagen tópica, costumbrista y acaramelada de una Andalucía inventada.
Fue el creador del astracán, basado en chistes continuos y juegos de palabras. La venganza de Don Mendo: parodia en verso de los dramas históricos neorrománticos.
La tragedia grotesca juega con la comicidad externa y con una gravedad en el contenido. Estas obras encierran una voluntad de denuncia de la realidad nacional, caracterizada por la ignorancia, el inmovilismo, la hipocresía, la crueldad…