Portada » Filosofía » Fundamentos del Empirismo de Hume: Impresiones, Ideas y Límites del Conocimiento
La construcción de cualquier ciencia requiere, como condición previa, llevar a cabo un análisis de la propia naturaleza humana. A partir del estudio de dicha naturaleza surgirán el resto de las cuestiones, a saber:
Puesto que todas las ciencias han de fundamentarse en la naturaleza humana, ésta no podrá partir de hipótesis, ni de principios a priori, sino que habrá de fundamentarse en la «experiencia» y en «la observación». El objetivo principal de dicha ciencia ha de ser el de acabar con las discusiones absurdas y difíciles de la metafísica tradicional, determinando con precisión el alcance y límites del entendimiento humano.
Para llevar a cabo el proceso señalado, debemos partir de los materiales que se encuentran al alcance del entendimiento. ¿Qué materiales son estos? Las impresiones y las ideas. Las impresiones son las percepciones vivas, actuales y me son proporcionadas por los sentidos; bien por los sentidos externos: sensación, bien por los sentidos internos: emociones, pasiones. Las ideas, en cambio, son las percepciones débiles, que consisten en copias o recuerdos de impresiones anteriores.
La experiencia es, pues, el límite de nuestro conocimiento. Absolutamente nada puede haber en el entendimiento que no haya estado antes en la experiencia y, además, la certeza proporcionada por la experiencia siempre será superior a la proporcionada por el entendimiento.
De este modo, podemos decir que un concepto o una idea posee significado cuando podemos referirla a la impresión de que procede. En consecuencia, el primer paso de un proceso científico consistirá en averiguar las impresiones de que se derivan nuestras ideas, de tal modo que si encontramos una idea que no se deriva de impresión alguna, dicha idea no poseerá significado alguno, no tendrá ningún sentido.
La combinación de las ideas simples da lugar a ideas complejas. ¿Cómo se forman las ideas complejas a partir de las ideas simples? Hume responde que mediante las leyes de la asociación. Estas leyes son tres:
Es decir, cuando hemos observado que varias ideas se suceden entre sí, se desarrolla en nosotros un hábito o costumbre, en virtud del cual tendemos a creer que existe una relación entre ellas. ¿Qué sucede en estos casos? Sucede que nuestra imaginación, empujada por dicho hábito, tiende a ir más allá de la experiencia y a establecer una relación real entre dichas ideas, y la intensidad de dicha tendencia es proporcional a la frecuencia de repetición.
Pero si nos atenemos a los principios señalados por Hume, ¿tenemos alguna impresión de la conexión entre los fenómenos? Si la respuesta es negativa, entonces no tenemos derecho a establecer ninguna conexión entre ellos; desde el punto de vista del conocimiento, debo atenerme a los hechos, y la conexión entre fenómenos no me aparece como un hecho.
Desde este planteamiento, Hume realizó una crítica al principio de causalidad: no tenemos ninguna impresión del hecho causal; en consecuencia, el principio de causalidad carece de fundamento y es fruto de la imaginación.
Hume era consciente de que el principio de causalidad había constituido el núcleo explicativo de la ciencia de Occidente, o dicho de otro modo, el razonamiento científico se fundamentaba en el principio de causalidad, y hasta se decía que la filosofía era la ciencia que pretendía conocer todas las cosas por sus últimas causas; “no existe efecto sin causa”. La ciencia física acababa de poner de manifiesto las leyes de Newton; pero he aquí que para Hume dichas leyes carecían de fundamento, pues ninguna impresión nos lo mostraba.
Entonces, ¿por qué yo creo en el principio de causalidad? Dicha creencia no es más que un hábito, una costumbre originada en nosotros por un proceso psicológico. Así, cuando observamos que dos o más fenómenos se suceden en el espacio o en el tiempo de manera más o menos regular, se desarrolla en nosotros el hábito o la costumbre de creer que aparecerán los segundos cada vez que vemos aparecer los primeros; pero, por una parte, nuestro hábito o nuestra costumbre carece de todo fundamento objetivo, es mero producto de nuestra particular psicología, y por otra, como mero producto subjetivo, se basa en ciertos prejuicios, como puede ser el creer que la naturaleza no cambia o que los fenómenos se suceden siempre en el mismo orden o de que podemos conocer sus mecanismos de relación.
Hume siempre negará el valor objetivo de dicho principio. De esta manera, si preguntamos: ¿existe alguna conexión entre las impresiones o entre las ideas y las cosas? La respuesta es: “no lo sabemos”. Las impresiones y las ideas se encierran en sí mismas y no sabemos a qué corresponden. En los filósofos anteriores, nuestras ideas se corresponden con la realidad. En Hume, en cambio, los puentes con la realidad se encuentran rotos, el velo de las percepciones se cierra sobre sí mismo.
¿Qué nos muestran nuestras ideas? Nuestras ideas nos muestran, por una parte, distintas relaciones de las ideas entre sí, y por otra, hechos. A este respecto, Hume va a distinguir entre las verdades de las matemáticas y las cuestiones de hecho. Las verdades matemáticas se refieren a la relación entre ideas, no guardan ninguna relación con la existencia real.
Las verdades lógico-matemáticas pueden ser conocidas a priori, son evidentes y necesarias, y su contraria resulta imposible. A Hume le interesan mucho más las cuestiones de hecho, es decir, las verdades a las que llegamos mediante la experiencia. En las cuestiones de hecho no existen verdades universales y no puede existir la certeza a priori: los hechos son siempre contingentes y, por tanto, lo contrario de cualquier hecho siempre es posible, y lo mismo sucede con las regularidades que establezcamos entre ellos; en este sentido, la propia ley de gravitación universal, como el resto de las leyes físicas, no puede superar el nivel de probabilidad.
Con el criticismo de su filosofía, Hume termina cayendo en un fenomenismo. ¿Qué podemos conocer? Únicamente fenómenos (aquello que se me aparece a través de los sentidos), y esta posición le lleva al escepticismo. No puedo estar seguro absolutamente de nada (solo de mis percepciones: de mis impresiones y mis ideas, pero sin saber lo que dichas ideas representan), y el escepticismo conduce al relativismo: no existe una verdad objetiva y común, cada cual, encerrado en su subjetivismo, posee su verdad individual y distinta.
Este escepticismo y relativismo trata de poner límite a las desmedidas aspiraciones e ilusiones del racionalismo. Para el racionalismo, la ciencia consistía en un conjunto de verdades universales, ciertas, rigurosas e indudables y, en este sentido, Hume dará la vuelta a estas afirmaciones; el ser humano es limitado y en cualquier verdad cabe siempre la duda; por tanto, contra todo dogmatismo, humildad y prudencia.
Por tanto, en lugar de aspirar a una certeza metafísica e indudable, debemos conformarnos con una certeza moral, y esta nos basta en la vida cotidiana. Aunque la razón sea incapaz de proporcionarnos una verdad absoluta, mi propia naturaleza humana, mi propio sentido común, me sirven para guiarme en los avatares de la vida.