Portada » Economía » Fortaleciendo Comunidades: Recursos, Equipos y Autodiagnóstico en Trabajo Social
Nos referimos a las instituciones que trabajan en el entorno en el que se va a intervenir. Podríamos decir que se trata de poner de relieve el nivel de desarrollo (o su ausencia) de los sistemas de protección públicos en una determinada zona.
Es importante elaborar un mapa de instituciones y organizaciones de voluntariado que aportan recursos en la zona, para que la propia comunidad en la que trabajan interaccione con ellas buscando una mejor coordinación.
En el caso de los países desarrollados, es muy relevante analizar el tipo de prestaciones que se realizan y las convocatorias de financiación a las que pueden acogerse los colectivos con los que se trabaja. En este caso, un objetivo claro es organizar la acción comunitaria para poder reclamar ante las instituciones las ayudas, cumpliendo los requisitos y elevando con ello el potencial asociativo en el entorno concreto en el que se aplica la metodología del Trabajo Social Comunitario. Por ejemplo, difundiendo la información sobre las convocatorias y requisitos para una respuesta de las instituciones (desde recoger un número determinado de firmas hasta constituir una asociación que, en función del número de afiliados, va a tener un peso específico en las relaciones con la Administración).
Es importante tener presente el conjunto de profesionales que pueden colaborar en el proyecto. Evaluar erróneamente al personal disponible y pretender alcanzar metas imposibles de abordar con un número inadecuado de especialistas en diversos campos, constituye un error inicial que puede condicionar todo el desarrollo del proyecto.
También es relevante analizar los objetivos institucionales de los organismos públicos o privados que financian la actividad profesional del trabajador social comunitario. Y esto con un doble objetivo: en primer lugar, analizar si coinciden con las necesidades detectadas; en segundo lugar, contribuir a una redefinición de las prioridades institucionales. El trabajador social comunitario no puede generar una comunidad dócil y entregada al poder de las instituciones que financian la actividad: debe generar comunidades en que el altruismo y la gratitud convivan con una visión crítica sobre las condiciones en las que se encuentra inmersa.
Es fundamental identificar las redes de solidaridad, de apoyo mutuo y las estructuras de poder que existen en el entorno en el que se va a intervenir, de forma que puedan apoyarse en ellas para cohesionar la comunidad, en la medida en que sea posible y estén dispuestas a colaborar.
No deben crearse estructuras organizativas sin tener en cuenta la propia dinámica de la comunidad en la que se va a trabajar. Solo mediante el recurso a las organizaciones ya existentes dentro de la comunidad, a través de los cauces de participación que funcionan en ella, puede favorecerse el autodiagnóstico, la participación y la implicación para afrontar un reto, una oportunidad o un problema.
También es importante objetivar los principales obstáculos para alcanzar los objetivos establecidos que se derivan de las estructuras de poder vigentes. Por ejemplo, la organización de cooperativas de mujeres trabajadoras, que se financian mediante microcréditos en la India, ha permitido que la tradicional gestión de los recursos, en manos de los varones, se desplace y las mujeres puedan determinar sus objetivos y disponer de recursos para alcanzarlos. En este caso, fue necesario crear un movimiento asociativo de mujeres que ha permitido superar las resistencias basadas en una acusada desigualdad de género.
El diagnóstico previo del trabajador social y su equipo debe convertirse en un autodiagnóstico que genera la comunidad y que aumenta su conocimiento de sí misma, estableciendo los retos a abordar y los principales recursos disponibles.
En esta fase, podemos diferenciar dos dimensiones:
1) El análisis de los riesgos exógenos que operan en el entorno, que objetivamente demandan la intervención basada en la dinámica comunitaria.
2) Las características generales de la población, que afectan al riesgo específico que se quiere abordar.
A lo largo de esta fase, es importante utilizar metodologías apropiadas que permitan la participación de las personas y de los colectivos organizados o las instituciones propias del contexto, para favorecer una actitud proactiva que lleve a todos ellos a implicarse en el proceso de mejora de su situación.
En esta fase, los riesgos que detecta el trabajador social comunitario deben cotejarse con la percepción que la comunidad tiene de sí misma, para poder llegar a un autodiagnóstico que permita la vinculación de toda la población con la mejora de sus condiciones de vida. Algunos riesgos son obvios, responden a situaciones de precariedad laboral, económica, familiar o institucional extrema. Otros riesgos son invisibles: tienen que ver con el deterioro progresivo de las condiciones de vida, aunque todavía no sean visualizadas por parte de aquellos que las padecen.