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En esta época destaca el florecimiento de una serie de generaciones de pensadores y literatos como la generación del 98, con Unamuno y A. Machado a la cabeza, la de 1914 (novecentismo) con autores como Pérez de Ayala, Gómez de la Serna,…, con el propio Ortega, y la del 27, desde F. García Lorca hasta R. Alberti; músicos como Manuel de Falla o Albéniz y artistas del nivel de Picasso, Dalí o Miró.
En la época en la que vive nuestro filósofo destacan una serie de posiciones de carácter filosófico: idealismo, neokantismo, existencialismo, vitalismo, historicismo,…; las caracterizadas por su interés en el lenguaje y los problemas de la ciencia, como el positivismo, el Círculo de Viena y el estructuralismo y las que se centran en los problemas sociales y la crítica de las ideologías como el marxismo y el psicoanálisis.
Por su parte, Ortega está especialmente influenciado por una serie de corrientes filosóficas que tienen como ejes fundamentales: la historicidad, la vida y la irreductibilidad del ser humano. Así nos encontramos con: la fenomenología y el existencialismo que partiendo del viejo método fenomenológico intentará hacer su propio análisis de la existencia humana; el vitalismo, que se centra en la explicación del concepto de vida en el doble sentido de biográfico y vivencial y, finalmente, resulta fundamental la influencia del historicismo tanto en Dilthey como en Ortega.
José Ortega y Gasset nació en Madrid en 1883 y murió en 1955. Escritor, ensayista y pensador, fue doctor en Filosofía y Letras, así como catedrático de Metafísica. Además de su tarea docente, escribió crítica literaria y de arte en El imparcial, diario del que su padre era director. Fundó la Revista de occidente. Intervino como teórico en política y defendió la República: a este fin creó la “Agrupación al Servicio de la República”. Finalizada la Guerra Civil tuvo que exiliarse a Francia, Argentina y Portugal.
En cuanto a su forma de entender la historia de la filosofía destaca tanto el diálogo que su propio pensamiento establece con la filosofía clásica de los griegos como la lectura que lleva a cabo de la filosofía alemana contemporánea.
Su obra se divide en tres períodos: El objetivista en el que Ortega vive en Alemania y se inicia en la lectura de la obra de Husserl, especialmente, en su ideal fenomenológico de “acercarse a las cosas mismas” en el que tratará de superar el error del objetivismo antihumanista que ira sustituyendo por la idea de vida.
El perspectivista en el que el ser humano aprehende las cosas, el mundo, situado en un lugar determinado desde cuya perspectiva descubre variedad de facetas que nos presentan las cosas y donde la realidad no puede ser contemplada, sino desde un punto de vista, la circunstancia, que cada cual ocupa en el universo.
Por último, el raciovitalista en el que la tesis fundamental es que «la vida es la realidad radical». Dentro de la vida, como realidad radical, se encuentra la razón, cuya dimensión principal es la historicidad. Ahora bien, desde este punto de vista no podemos cometer el error ni del racionalismo ni del idealismo. La razón orteguiana que se convierte en el constitutivo esencial del hombre es al mismo tiempo vital e histórico.
Entre sus obras cabe citar España invertebrada, en la que hizo un juicio político-social del país; La rebelión de las masas, que pronosticaba la crisis social de occidente que veía iniciarse; En torno a Galileo, donde enunció una de las teorías de las generaciones; con Las meditaciones del Quijote condensó su pensamiento filosófico encuadrado en el vitalismo; en El tema de nuestro tiempo aporta el historicismo.
En El tema de nuestro tiempo, Ortega intenta proponer una renovación de la filosofía que supere la vieja oposición entre Razón y vida. El primer capítulo esboza su teoría de las generaciones.
En cuanto a la lectura del texto propuesto podemos establecer el siguiente esquema de trabajo:
1.Necesidad de realizar una síntesis entre “cultura” y “vida”.
2. La filosofía moderna nos ofrece dos formas de entender las relaciones entre cultura y vida:
a. El racionalismo que niega el sentido de la vida y rechaza la participación del sujeto en el proceso de conocimiento puesto que sólo existen verdades únicas en invariables al margen de la historia.
b. El relativismo que niega el valor de la cultura y afirma la imposibilidad de un conocimiento verdadero ya que en todo conocimiento influye la deformación del sujeto que conoce.
3. El perspectivismo frente a las posiciones tradicionales afirma que la función selectiva que ejerce el sujeto supone una perspectiva un punto de vista sobre el universo, por lo que no existe una verdad abstracta al margen del sujeto.
4. El error de la utopía racionalista ha consistido en creer en la posibilidad de afirmar un punto de vista desde ningún lugar, en una realidad absoluta sin la participación del papel del sujeto ni de su vida. Por eso es preciso sustituir la vieja razón pura por la razón vital (Raciovitalismo orteguiano).
5. La verdad es integral, es decir, presupone la yuxtaposición del conjunto de todas las verdades o perspectivas individuales.
6. Finalmente, Dios también sería un punto de vista.
Filosofía
Objetivismo
Los primeros pasos de Ortega en la filosofía están dominados precisamente por esta preocupación que le llevará a un planteamiento “objetivista” de su pensamiento. Al español, sumido en el individualismo y la subjetividad, se le escapan la ciencia, el rigor y el método. Es necesario sacarle de esa pesadilla mediante la exigencia de objetividad. El significado del objetivismo del filósofo madrileño es, como se ve, la valoración extrema de la ciencia, que es lo que diferencia a los europeos de los españoles.
El objetivismo de la primera fase filosófica de Ortega será modificado con la publicación de lo que él considera su primera obra “formal”: Meditaciones del Quijote, a partir del descubrimiento de la circunstancialidad. Esta etapa se conoce con el nombre de perspectivismo y viene determinada por su famosa frase: “yo soy yo y mis circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Un yo como expresión de la personalidad final de un individuo es fruto de la combinación necesaria de un yo previo y original y la circunstancia personal de cada uno, que participa por derecho propio en la configuración de la persona; además salvar la circunstancia, es decir, preocuparsse por el mundo que a uno le rodea, es fundamental para salvar ese yo. A esta etapa perspectivista corresponden los textos que tenemos que comentar y que se titulan “La doctrina del punto de vista”. El racionalismo pretendía obtener el conocimiento de una verdad atemporal, al margen de toda consideración concreta, (histórica, social o personal), una verdad eterna e inmutable que nos ofreciera la esencia de la realidad, proponiendo un claro alejamiento de lo concreto, de lo personal, de lo vital. El escepticismo, por su parte, según lo caracteriza Ortega, se instala en la fugacidad de lo concreto, de lo inmediato y, apoyándose en esa fugacidad, niega la posibilidad de conocer la verdad, dado que la experiencia humana sobre el tema pone de manifiesto la aparición de posturas opuestas, contrarias, y la permanente disputa entre las distintas explicaciones de lo real, lo que se toma por una prueba de que la verdad es inalcanzable. El racionalismo conduce, pues, a la elaboración de una teoría abstracta, despojada de toda referencia a lo concreto, a la vida del hombre. El escepticismo, por el contrario, renuncia simplemente a la posibilidad de elaborar una teoría.
El perspectivismo pretende resolver el conflicto, admitiendo el carácter múltiple y cambiante de la realidad de la que es posible tener, pues, múltiples perspectivas, pero considerando también que esa multiplicidad puede ser “unificada” mediante algún principio rector, al que se refiere Ortega al hablar de la complementariedad de las perspectivas. La verdad será, pues, el resultado progresivo de la unificación de las perspectivas. Es precisamente esa complementariedad de las perspectivas lo que aleja la posición perspectivista de Ortega del relativismo y el escepticismo.
Ortega no abandonará su posición perspectivistica en su período de madurez filosófica, conocido con el nombre de raciovitalismo, sino que se puede considerar más bien como el desarrollo consecuente de aquél. Es la filosofía que tiene como tema explícito la reflexión sobre la vida y el descubrimiento y explicación de sus categorías fundamentales. Con este título quiso separarse de los movimientos vitalistas más conocidos, particularmente del irracionalista propuesto por Nietzsche. Nuestro autor considera que carece de sentido rechazar la racionalidad humana pues es una dimensión básica e irrenunciable al estar incardinada en la vida humana y ser uno de sus instrumentos: “El pensamiento es una función vital, como la digestión o la circulación de la sangre…” (“El tema de nuestro tiempo”, IV). El apetito de verdad y de objetividad forma parte de las inclinaciones más profundas del ser humano, así como nuestra predisposición a alcanzar dichos ideales mediante el ejercicio de la razón; además, con la razón construimos descripciones de la realidad que nos permiten orientarnos en la existencia: los sistemas de creencias hacen inteligible la realidad y permiten enfrentarnos al naufragio que invariablemente es la existencia. Pero ello no nos lleva de ningún modo al racionalismo pues la razón vital, a diferencia de la razón pura del racionalismo es sensible a las dimensiones irracionales de la vida y es capaz de recoger las peculiaridades y reclamaciones de ésta (la perspectiva, la individualidad, la historia,…)
Las tesis básicas del raciovitalismo serían pues las siguientes:
La realidad y, dentro de la realidad la vida como su faceta más significativa, estaba ahí con anterioridad a que ningún filósofo diera cuenta de ella. El pensamiento viene después y debe abordar esa realidad y esa vida que le son preexistentes. La vida es la realidad radical y, por tanto hay que considerar necesariamente la primacía ontológica de ésta sobre todas las demás cosas (pienso porque vivo, y no: pienso luego existo). La tarea de la razón no puede ser pretender rehacer la realidad de acuerdo con los imperativos legales que el pensamiento quiera imponerle, sino la de dar razón de aquello que lo precede.
Hay que atender entonces a la vida, pero no como instinto o impulso, sino como teoría, como realidad consciente y racional por necesidad, porque se necesita la razón para vivir.
Esta precariedad de la vida humana hace que el pensamiento y la conquista del conocimiento sea igualmente algo laborioso, precario y volátil, nunca definitivo. Se trata de una conquista que tiene que hacer cada hombre y en cada época. Esa es la grandeza y la miseria de la vida humana, tiene que adquirir con esfuerzo lo que debe saber sobre sí mismo y sobre las cosas. Por eso Ortega propondrá que la definición dieciochesca del hombre como homo sapiens sea sustituida por la definición del hombre como homo insipiens, hombre ignorante.
Nuestro filósofo se niega a identificar la vida con entidades utilizadas por la tradición: la vida no es cuerpo, pero tampoco alma ni la mente, todas estas cosas son posteriores al vivir. Ortega entiende por vivir el vivir concreto, nuestro experimentar la realidad, nuestro amar, odiar, pensar, recordar, desear, sentir, imaginar,… la vida es el conjunto de vivencias y el ámbito en el que se hace presente todo, incluidos los dos grandes géneros de realidad que han enfrentado a realistas e idealistas: el mundo o circunstancia y el yo o subjetividad; estos dos extremos se necesitan mutuamente y son elementos de la vida. Tampoco considera que podamos hablar de la vida en términos de substancia porque la vida no es una cosa, no tiene naturaleza ni es una substancia, su ser es hacerse, es devenir y proyecto, es construirse en el tiempo.
Sin embargo, esta negativa a aceptar los planteamientos esencialistas en el mundo humano no nos debe llevar a pensar que nada común se pueda decir de todos los hombres, y ello porque aunque no exista una esencia humana inmutable sí existe algo así como el marco que predetermina todo lo que el hombre puede llegar a ser, sí existen ciertos rasgos presentes en toda vida, y por lo tanto en todo hombre; a este marco, a estas características de todo vivir, Ortega les da el nombre de categorías de la vida. Veamos las más importantes.
Vivir es un saberse y comprenderse. Los objetos meramente físicos no tienen una noticia de sí mismos, no se sienten ni se saben a sí mismos, nosotros sí. Aunque este saber puede tornarse explícito, sistemático e intelectual y puede llegar incluso a constituirse en una ciencia (la psicología por ejemplo), Ortega no está pensando en él. El saber al que se refiere es más básico: es anterior a toda conceptualización y pensamiento teórico, es más bien un conocimiento espontáneo y prerreflexivo, es como una presencia inmediata de nosotros ante nosotros mismos. Y en este darse cuenta de nosotros mismos, nos damos cuenta también del no-yo, de las personas y cosas que nos rodean, del mundo circundante. Nos damos cuenta de nuestro mundo y de nuestra intervención en el mundo, y en este darnos cuenta de nuestro mundo nos damos cuenta de nosotros mismos. Esta categoría tiene muchas consecuencias en el mundo personal y cultural pero una de las principales es la de motivar en nosotros el afán por el conocimiento explícito de la realidad, nuestro apetito general de verdad. La vida y el conocimiento se necesitan, nos dice Ortega, y con ello nuestro filósofo se separa del vitalismo irracionalista de Nietzsche para el que el conocimiento y la consciencia es un aspecto superfluo de la vida
Vivir es encontrarse en el mundo;
Papel de la circunstancia. El mundo es un elemento fundamental de la vida, no algo exterior a ella, y junto con el yo forma los dos ingredientes inseparables de la vida. Ortega presenta varios signos de la imposibilidad de separar mundo o circunstancia y yo o subjetividad. Ya se ha dicho que el mundo nos es tan básico y fundamental que incluso nos damos cuenta antes de él que de nosotros mismos; precisamente por esta razón la teoría metafísica más espontánea o natural es el realismo y no el idealismo. Además, el vivir es siempre ocuparse con las cosas del mundo (amarlas, odiarlas, desearlas, pensarlas, percibirlas,…), es convivir con una circunstancia; en ese encuentro con lo otro distinto a uno mismo se va formando nuestro yo. Como signo de este afán espontáneo por el mundo sitúa Ortega el deseo, al que considera como una de las principales vivencias. Desear es como salir fuera de uno mismo, es como un estar en lo otro, atendiendo a lo otro, persiguiendo lo otro, perdiéndose en lo otro (recuérdese, por ejemplo, una de las expresiones más complejas del deseo, el amor) y por ello un claro indicio de la primacía del mundo en nuestra vida. El mundo o circunstancia al que se refiere Ortega, el mundo como ingrediente de la vida, no es sólo el descrito por la ciencia, es también el mundo de los valores, de los objetos de la religión y en definitiva “todo aquello que nos afecta”; es toda realidad en la que se sitúa y con la que se encuentra el sujeto o yo y que determina sus posibilidades existenciales, su destino. Como se puede apreciar el concepto orteguiano de circunstancia es complejo y se compone de innumerables capas: el mundo físico, el mundo de la cultura, la realidad histórica y social e incluso (según muchos textos) el cuerpo y la propia mente. Cuando Ortega insiste en la circunstancia termina hablando también de la perspectiva, y ello porque el hombre es un ser circunstanciado, inscrito en la realidad espacio-temporal que le ha tocado vivir y de la que le es imposible separarse definitivamente. Esto es precisamente una perspectiva: el ámbito desde el que es posible experimentar la realidad. Puesto que somos seres circunstanciados, lo que pensamos y queremos está determinado por el punto de vista que corresponde a nuestra época y a nuestro entorno vital. Finalmente, y en contra del realismo, el mundo no se puede separar de nosotros: no se puede entender el yo sin el mundo o circunstancia, pero tampoco se puede entender el mundo sin el yo o subjetividad puesto que lo que sea el mundo depende de las peculiaridades, creencias y sensibilidad de cada uno.
La vida es fatalidad y libertad. La primacía de la circunstancia en la vida de las personas, el hecho de que la vida es siempre un darse en una circunstancia y un atender y estar en el mundo, le condujo a creer que no es posible la defensa absoluta de la libertad. El mundo que nos ha tocado vivir, nuestra circunstancia (la época, la sociedad, nuestro cuerpo o los rasgos básicos de nuestra personalidad) no es algo que podamos elegir; la circunstancia en la que estamos instalados y en la que se desenvuelve nuestra vida, determina nuestro yo y no está en nuestra mano su modificación. Pero para Ortega esta tesis no tiene una connotación negativa puesto que sin esa concreción que implica la circunstancia nos sería imposible ser y actuar: la vida es siempre estar en una circunstancia, no se vive en un mundo abstracto e indeterminado; el mundo vital nuestro es siempre nuestro mundo, el de nuestro aquí y ahora y es a partir de él como debemos actuar y modelar nuestro futuro; este hecho permite precisamente la libertad, la pura indeterminación la haría imposible. La fatalidad de nuestra vida no es completa, existe la libertad: no sentimos que nuestra vida esté prefijada totalmente pues la circunstancia nos permite un cierto margen de posibilidades y, en la misma medida, nos exige decidir. Por esta razón, la vida se presenta siempre como un problema, problema que nadie excepto nosotros puede resolver. La idea de la responsabilidad que siempre está presente en nuestro vivir lleva a Ortega a tesis muy próximas al existencialismo sartriano: la vida tiene un inevitable carácter dramático; estamos arrojados a la existencia y nos toca elegir y participar; en consecuencia tenemos proyectos, y el proyecto, lo que debemos elegir, ha de ser fiel a lo más profundo de nuestro ser, a nuestro destino; de este modo, la vida es libertad, y debe ser responsabilidad.
La vida es futurición (un proyecto de futuro). Frente a los seres del mundo que viven en el presente y son lo que son, el ser humano presenta una realidad paradójica pues su ser consiste no tanto en lo que es sino en lo que va a ser. Hay tres modos o formas de darse la temporalidad, el pasado, el presente y el futuro; pues bien, de los tres Ortega considera al futuro como el más importante para caracterizar al hombre: nuestra vida es siempre atender al futuro, apostar por un proyecto y actuar para realizarlo; la primacía que tiene el futuro en la vida humana es tal que incluso nuestro presente está condicionado por nuestro futuro, pues hacemos lo que hacemos para ser lo que queremos ser; frente a ello, los modos de temporalidad adecuados para caracterizar la circunstancia son el pasado y, en sentido estricto, el presente. Así, Ortega acaba defendiendo dos tipos de tiempo: el cósmico, que es solamente el presente puesto que el pasado no es y el futuro todavía no es; y el del viviente: que es de modo primordial el futuro. Para ilustrar esta temporalidad Ortega pone, de nuevo, el ejemplo del deseo: la dimensión apetitiva y volitiva (que atiende al futuro antes que al presente) está por encima de la cognoscitiva, puesto que es el conjunto de nuestros afanes y deseos lo que determina y dirige nuestra acción y el modo de entender y de vivir todo cuanto experimentamos.
La razón vital conduce invariablemente a la razón histórica, puesto que la vida es esencialmente cambio e historia. La razón histórica tiene como objetivo permitirnos comprender la realidad humana a partir de su construcción histórica y de las categorías de la vida; con ella podemos superar las graves limitaciones de la razón físico-matemática propuesta en la modernidad. La filosofía tradicional había defendido la existencia de la naturaleza humana, de un núcleo fijo, estático y esencial, y por lo tanto había entendido al hombre en términos semejantes a las cosas del mundo (en términos substancialistas). El concepto de razón pura y matematicante típico de la modernidad es la culminación de este punto de vista, pero, señala Ortega, este tipo de racionalidad ha tenido un éxito relativo pues con ella se han cumplido los ideales técnicos de la modernidad aunque no los morales y existenciales. La razón básica de este fracaso se debe a que esta idea de racionalidad típica de la Edad Moderna es adecuada para aprehender las cosas, pero no propiamente la realidad humana, pues el hombre no es una cosa más del mundo, ni tiene naturaleza ni un ser estático, sino temporalidad e historia. Ortega describe dos formas de dar cuenta de la realidad: explicamos una cosa cuando descubrimos las leyes cuantitativas a las que se somete; esta forma de comprensión es legítima cuando se aplica a los hechos y a las cosas, pero no cuando intentamos dar cuenta de los asuntos humanos. Entendemos algo cuando captamos el sentido presente en dicha realidad, y es esta la forma de comprensión adecuada para dar cuenta del mundo humano: el mundo humano no consta de hechos sino de sentidos. El sentido o significación de una acción o asunto humano se hace inteligible cuando lo relacionamos con las creencias, valoraciones, sentimientos y proyectos del individuo, grupo o comunidad en el que aparece dicha acción o asunto; la razón histórica es precisamente el instrumento que debemos utilizar para comprender los sentidos de la existencia humana. Para ello, la razón histórica se ha de referir a dimensiones del vivir como los sentimientos y proyectos del individuo o colectividad que queramos estudiar, y a las categorías, creencias y esquemas mentales que cada individuo, grupo o cultura ha utilizado para dar un sentido a su vida y enfrentarse al reto de la existencia. La razón histórica utiliza igualmente los recursos interpretativos que nos permite el enfoque historicista: el análisis de la biografía, la teoría de las generaciones y la comprensión de las distintas épocas que constituyen nuestro pasado y determinan nuestro presente.
Como acabamos de decir, la razón histórica recurre a las creencias, valoraciones y sentimientos para comprender la realidad y la existencia humana. Cuando se quiere comprender a otro hombre, sea contemporáneo nuestro o de una época pretérita, lo que hacemos es intentar averiguar sus ideas, su forma particular de orientarse en el mundo y de responder a sus deficiencias. Ortega distingue entre “ideas” propiamente dichas y “creencias”. Las ideas son aquellos pensamientos que construimos y de los que somos conscientes; esto es, las ideas las tenemos y las discutimos y hasta incluso las podemos abandonar si alguien nos convence (por ejemplo puedo pensar que las dos últimas horas del viernes corresponden al tiempo de descanso del fin de semana y puedo discutir eso con mis compañeros y compañeras que piensan que forman parte del horario semanal dedicado a trabajar, incluso, puedo decidir asistir a clase durante esas horas). Sin embargo, si las ideas las teníamos, en las creencias estamos, las creencias son una clase especial de ideas que tenemos tan asumidas que no tenemos ni siquiera necesidad de defenderlas porque vivimos inmersos en ellas… De este tipo es la convicción de que en vacaciones no se debe coger un libro y, debido a ella, vivimos alegremente el período vacacional dejando que nuestro material acumule polvo en las maltrechas solapas. Sin embargo, sin por algún motivo (profesor) desgraciado hubiera que abrir un libro para trabajarlo, nos parece que eso traiciona profundamente el sentido de nuestra vida. Ocurre algo similar cuando estamos enfermos: no somos conscientes de que tenemos cabeza hasta que nos duele. (Que nadie se ofenda, se trata de una forma de hablar…)
Teoría de las generaciones
La preocupación por la historia hace que Ortega elabore en su obra En torno a Galileo la que se conoce como su teoría de las generaciones. El filósofo madrileño se preocupa por aceptar la división tradicional de la historia en diferentes “edades”, pero sobre todo le interesa como dentro de esas edades se articula el concepto de generación. Las generaciones son las moléculas de la historia, son la respuesta de la sensibilidad vital frente a la realidad. Cada época tiene una forma de vida (creencias, ideas…) que dura un tiempo determinado (15 años marcan la separación entre una y otra generación, aunque la exactitud de la predicción es lo de menos). Durante cada momento coexisten varias generaciones: una ya caduca, que está representada por los sectores más mayores, otra en su pleno apogeo, la de las personas que controlan las instituciones y la vida cultural, y otra emergente formada por los más jóvenes. El papel de los jóvenes es en general aceptar lo recibido por la generación anterior y transformar de alguna forma las enseñanzas recibidas para hacer que el progreso fluya. La generación es el concepto que sirve a Ortega como eje interpretativo de la historia, de hecho el filósofo defendía que había más cosas en común entre dos miembros de la misma generación, aunque fuesen política y estéticamente opuestos, que entre dos personas teóricamente afines pero pertenecientes a distintas generaciones. Cada generación reúne a la masa y a una élite. La élite significa la creatividad, la libertad, tiene la misión de dirigir a las masas y por supuesto a las masas les interesa si quieren verdaderamente progresar obedecer a la élite. Ortega piensa que en su tiempo las masas se han rebelado (La rebelión de las masas es una de sus obras más conocidas) y no quieren obedecer a las élites Ese avance que Ortega exige a la historia no se da siempre con la misma velocidad, en ocasiones se avanza más rápido, en ocasiones menos, incluso en ocasiones alguna generación dilapida las enseñanzas más valiosas y constituye un verdadero retroceso, sin embargo la tendencia general de la historia es la de avanzar. De tanto en tanto alguna crisis más gorda hace que el mundo se quede sin creencias (o por decirlo de algún modo, que el hombre se quede sin mundo) y tenga que empezar de nuevo desde una desorientación considerable (nihilismo). Esos períodos son de actividad frenética (por ejemplo el paso de la Edad Media al Renacimiento).
No podemos concluir sin dedicar un apartado, aunque sea muy breve, a su concepción de la filosofía. En la obra titulada ¿Qué es filosofía?, publicada en 1958, define esta disciplina como “el estudio radical de la totalidad del universo”. El filósofo madrileño fue siempre consciente de la importancia de la historia de la filosofía anterior a él y recogió importantes influencias de Kant, Hegel, Nietzsche, Husserl (fenomenología), Dilthey (historicismo y reflexión sobre la vida) y Heidegger (revisión de la ontología tradicional). Por eso nunca huyó de los problemas tradicionales de la metafísica anterior y su concepto de la filosofía se relacionó siempre con el intento a veces desesperado del ser humano por descubrir la verdad original que se esconde detrás de las cosas, como si esa pretendida verdad fuera algo que la filosofía va des-velando (en el sentido de quitar un velo), pero siempre quedara algo por detrás que nos mantuviera inquietos, como si nunca llegásemos a arrancar todos esos “velos ” a la realidad que se nos oculta. Filosofía es por tanto inquietud ante el mundo. Filósofo es quien quiere saber qué hay detrás de las cosas y utiliza conceptos para aclararse, sabiendo que esos conceptos están influidos por nuestras circunstancias, por nuestra historia. Aunque un filósofo es lo contrario de un místico, que no utiliza conceptos sino imágenes o visiones (al modo de Teresa de Jesús o Juan de la Cruz, por ejemplo).
La vida es la realidad radical, dentro de la cual se hallan las demás realidades. La vida no es, según Ortega, una cosa, pero tampoco un espíritu. En rigor, no «es», propiamente hablando, nada: es un hacerse a sí misma continuamente, un «auto fabricarse». La vida de cada cual es la existencia particular y concreta que reside entre circunstancias haciéndose a sí misma y, sobre todo, orientándose hacia su propia mismidad, autenticidad o destino.