Portada » Lenguas extranjeras » Explorando el Principio del Placer y la Compulsión de Repetición en Freud
El decurso de los procesos anímicos es regulado automáticamente por el principio de placer. Desde el punto de vista económico, placer y displacer refieren a la cantidad de excitación presente en la vida anímica. El displacer corresponde a un incremento de la cantidad de excitación, y el placer a una reducción de ella. El aparato anímico tiende a la estabilidad (homeostasis), es decir, se esfuerza por mantener lo más baja posible, o al menos constante, la cantidad de excitación presente en él, por lo que todo lo que sea apto para incrementarla se sentirá como displacentero.
El principio de realidad y la represión no suponen verdaderas contradicciones al principio de placer.
La existencia de las restantes fuentes de displacer no contradicen el imperio del principio de placer. La reacción frente a las exigencias pulsionales y amenazas de peligro puede ser conducida correctamente por el principio de placer, o por el de realidad que lo modifica, por lo que no se puede admitir una restricción considerable del principio de placer.
Situar los diferentes niveles de lectura del juego infantil Fort-Da. Explicar cuál es la lectura que permite pensar en la existencia de un Más allá del principio de placer.
La mayoría de las veces el niño ejecutaba solo el primer acto (Fort), con lo que es posible hacer una primera lectura del juego Fort-Da como una renuncia pulsional de admitir sin protestas la partida de la madre. Esto se remediaría escenificando con los objetos a su alcance ese desaparecer y regresar. Es imposible que la partida de la madre le resultara agradable o aun indiferente al niño, por lo que Freud hipotéticamente plantea que el juego se conciliaría con el principio de placer, si el niño jugara a la partida como condición previa de la gozosa reaparición, la cual contendría el genuino propósito del juego.
Sin embargo, el primer acto, el de la partida, era escenificado por sí solo con mucha más frecuencia que el juego íntegro llevado hasta su final placentero; por lo que recibimos la impresión de que el niño convirtió en juego esa vivencia a raíz de otro motivo, lo que nos permite hacer una segunda lectura que admite la existencia de un más allá del principio de placer; en donde el niño arroja el objeto para que “se vaya” como satisfacción de un impulso (sofocado en su conducta), a vengarse de la madre por su partida, en este caso el juego significaría “y bien, vete pues; no te necesito, yo mismo te echo”. Si en el caso examinado, el esfuerzo de procesar psíquicamente algo impresionante, repitió en el juego una impresión desagradable, ello se debió únicamente a que la repetición iba conectada a una ganancia de placer de otra índole, pero directa.
La tercera lectura implica que el niño convierte en juego una vivencia en la cual era pasivo, era afectado por ella; y en el juego se pone en un papel activo, pudiendo atribuirse este afán a una pulsión de apoderamiento que actúe con independencia de que el recuerdo en sí mismo fuese placentero o no.
Desde el punto de vista económico por medio del juego y la representación escénica se podría transformar algo displacentero en placentero. Esta última visión supone el imperio del principio de placer.
Indicar la relación proporcional entre repetición y recuerdo que plantea Freud teniendo en cuenta la modalidad de repetición en transferencia que retoma de su artículo “Recordar, repetir y reelaborar”. Situar en qué consiste la compulsión de repetición en transferencia: más allá del principio de placer.
El devenir consciente de lo inconsciente no podía alcanzarse plenamente por medio de la sugestión, ya que el enfermo no puede recordar todo lo que hay en él de reprimido, quizá justamente lo esencial. Si eso sucede, se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en vez de recordar, como fragmento del pasado.
Esta reproducción tiene siempre por contenido un fragmento de la vida sexual infantil y regularmente se escenifica en el terreno de la transferencia, es decir, de la relación con el médico. Cuando en el tratamiento ocurre esto, puede decirse que la anterior neurosis ha sido sustituida por una nueva, una neurosis de transferencia.
La proporción que se establece entre recuerdo y reproducción es diferente en cada caso. El médico tiene que dejarle revivenciar al enfermo cierto fragmento de su vida olvidada, cuidando de que a la par que lo hace conserve cierto grado de reflexión para que esa realidad aparente pueda individualizarse como reflejo de un pasado olvidado.
No hay duda de que la resistencia del yo consciente y preconsciente está al servicio del principio de placer. En efecto: quiere ahorrar el displacer que se excitaría por la liberación de lo reprimido, en tanto los analistas se empeñan en conseguir que ese displacer se tolere invocando el principio de realidad. Pero no es este hecho el nuevo y asombroso, sino la compulsión a repetir vivencias que en su momento estaban destinadas a conducir a la satisfacción y que conllevaron únicamente al displacer. Para el neurótico esa experiencia se hizo en vano, ya que hay una compulsión a repetirla a pesar de todo, más allá del principio de placer.
Explicar en qué se fundamenta la concepción de la compulsión de repetición como más pulsional que el principio de placer.
En la vida anímica existe realmente una compulsión de repetición que se instaura más allá del principio de placer, como es el caso de los sueños de los enfermos de neurosis traumática y la impulsión al juego en el niño. Solo en raros casos los efectos de la compulsión de repetición se pueden considerar puros, es decir, sin la mediación de otros motivos.
La compulsión de repetición nos aparece como más originaria, más elemental, más pulsional, que el principio de placer, porque no tiende a la homeostasis, sino que tiene como fin la satisfacción de mociones pulsionales más allá de que genere placer o displacer en el aparato psíquico. En el capítulo V, Freud plantea que hay pulsiones que se esfuerzan en el sentido de la creación y del progreso y otras pulsiones que quieren reproducir algo anterior, con lo que la compulsión a la repetición tendría características pulsionales, independientes al principio de placer.