Portada » Filosofía » Exploración del Pensamiento Tomista: Razón, Fe y Existencia Divina
La Edad Media fue un período de intensa actividad intelectual en el que razón y fe se entrelazaron en un fructífero diálogo. En este contexto, emerge la figura de Tomás de Aquino, un pensador cuya influencia trasciende siglos. Su obra maestra, la Suma Teológica, nos ofrece un método riguroso para abordar las grandes preguntas de la existencia, especialmente la de la existencia de Dios. A continuación, exploraremos cómo Tomás de Aquino, a través de las cinco vías, articuló un camino racional hacia la comprensión de lo divino, mostrando una estructura lógica clara y consistente.
Tomás de Aquino se propuso integrar las enseñanzas de la fe con las herramientas de la razón. Para él, la razón humana y la revelación divina no son contradictorias, sino complementarias. La razón, inspirada en la filosofía aristotélica, actúa como «sierva de la teología», proporcionando un marco conceptual para comprender las verdades reveladas. Este enfoque permitió al aquinate usar la lógica y la observación del mundo para argumentar la existencia de Dios, uniendo la herencia filosófica griega con la teología cristiana.
El texto explica la visión de Tomás de Aquino sobre la relación entre razón y fe, destacando su método filosófico en la Suma Teológica. Se menciona la influencia de San Anselmo y su argumento ontológico, que Tomás rechaza porque considera que la existencia no puede deducirse solo del concepto. En su lugar, Aquino propone cinco vías para argumentar la existencia de Dios basadas en la observación y la causalidad.
Estas vías siguen una estructura lógica común:
Estas son las demostraciones que utiliza Tomás para argumentar la existencia de Dios basándose en que todo nuestro conocimiento comienza con los sentidos, y que solo a través de la experiencia podemos ascender a conclusiones sobre la existencia de una causa primera que llamamos Dios:
En el mismo artículo de la Suma Teológica, el aquinate responde a objeciones comunes. Por ejemplo, ante la objeción de que la existencia del mal refuta la existencia de Dios, argumenta que el mal no niega a Dios, sino que confirma la necesidad de un bien supremo como medida de todas las cosas. Además, sostiene que el mal es una carencia de bien, no una entidad independiente, y que Dios, en su infinita bondad, puede sacar un bien de él.
Las cinco vías de Tomás de Aquino buscan argumentar la existencia de Dios y conciliar razón y fe. Su pensamiento invita a reflexionar sobre el orden del mundo desde la filosofía aristotélica y la teología cristiana, siendo un referente clave en la historia del pensamiento occidental y en la búsqueda del sentido de la existencia.
Santo Tomás de Aquino, en su obra, enfatizaba la dignidad inherente de todos los seres humanos y la responsabilidad de los gobiernos y la sociedad en general para proteger esta dignidad. Aunque vivió en el siglo XIII, sus enseñanzas pueden ser aplicadas de manera relevante a los problemas actuales como el de los movimientos migratorios.
En la actualidad, muchas personas migran para buscar refugio o oportunidades de una vida mejor, a menudo enfrentan desafíos significativos como la discriminación, la explotación y la falta de acceso a servicios básicos. Santo Tomás argumentaría que, como hijos de Dios, los migrantes deben ser tratados con respeto y dignidad, y que los gobiernos tienen la responsabilidad de proteger sus derechos fundamentales. Los migrantes a menudo son amenazados por la inseguridad, la falta de documentos y la discriminación que los excluye. Santo Tomás sostendría que estos problemas deben ser abordados mediante políticas justas y humanitarias. La protección de la vida, la seguridad y la dignidad de los migrantes es una obligación moral y teológica que transcurre por encima de cualquier consideración política o económica, ya que se basa en el derecho natural que sostiene la dignidad humana.
En la actualidad, la crisis migratoria global exige una respuesta que refleje estos principios. Santo Tomás nos invitaría a considerar a los migrantes no como una carga, sino como hermanos que merecen ser acogidos y protegidos. Su enseñanza sobre la justicia y la solidaridad nos motiva a promover políticas que aseguren la integridad y el bienestar de todos los migrantes, garantizando que se les trate con la dignidad y respeto que merecen.
Antes de Descartes, el Renacimiento fue una época de crisis y cambios científicos que cuestionaron el principio de autoridad escolástico. Se comprendió que el conocimiento no debía basarse únicamente en la tradición, sino en la observación y el descubrimiento. En medicina, figuras como Paré, Vesalio o Servet superaron las doctrinas de Galeno, y en astronomía, Galileo defendió que la ciencia no consistía en repetir lo dicho por otros. Este cuestionamiento llevó al racionalismo, donde la razón individual se convirtió en la máxima autoridad. Descartes, en su Discurso del método, expresa su desencanto con la escolástica y con la educación recibida en La Flèche, encontrando verdadero interés solo en las matemáticas. Su pensamiento también estuvo influido por el escepticismo antiguo de Pirrón y el renacentista de Montaigne, quienes cuestionaron la fiabilidad de los sentidos y la mente para alcanzar la verdad. Sin embargo, Descartes diferencia su duda de la escéptica, pues no busca permanecer en ella, sino utilizarla como un método para alcanzar certezas.
El primer paso de su filosofía es la demolición del viejo edificio del conocimiento escolástico-aristotélico para construir uno nuevo sobre bases seguras. Para ello, es fundamental encontrar un método que garantice la certeza. Así pues, inspirado en las matemáticas, Descartes considera que el conocimiento debe edificarse a partir de verdades simples que se encadenan lógicamente para derivar conocimientos más complejos. En este contexto, establece que las operaciones mentales esenciales son la intuición, que permite captar verdades evidentes, y la deducción, que extrae consecuencias necesarias a partir de principios seguros.
En la segunda parte del Discurso del método, Descartes propone cuatro reglas fundamentales:
Este método le permitiría construir todo un sistema filosófico que el autor compara con un árbol, cuyas raíces serían la metafísica, su tronco la física y sus ramas otras ciencias aplicadas, todo ello ordenado deductivamente. Para alcanzar la certeza, Descartes adopta la duda metódica, cuyas características son su carácter provisional y metodológico, de alcance universal, su aplicación exclusiva al pensamiento teórico sin afectar a la moral ni a la religión, y su radicalidad, ya que rechaza cualquier cosa que pueda ser dudosa. Esta duda pasa por varias etapas: primero, se duda de los sentidos, ya que, si alguna vez nos han engañado, podrían hacerlo siempre; luego, se cuestiona la realidad exterior, pues los sueños pueden parecernos reales y no hay forma de distinguirlos con total seguridad de la vigilia; finalmente, se duda de la razón misma, suponiendo la existencia de un genio maligno que hace equivocarnos incluso en razonamientos aparentemente evidentes.
Este proceso parece conducir al escepticismo absoluto, pero Descartes encuentra un punto de certeza indudable: el acto mismo de dudar implica que hay un sujeto que piensa. De aquí surge su célebre principio: Cogito, ergo sum («Pienso, luego existo»), una verdad firme e innegable que resiste cualquier duda. A partir del cogito, establece su criterio de verdad: solo aquellas ideas que sean percibidas de manera clara y distinta pueden considerarse verdaderas. La claridad implica comprensión inmediata y evidente, mientras que la distinción supone la ausencia de confusión.
Para eliminar la hipótesis del genio maligno y garantizar que la razón humana no está irremediablemente destinada al error, Descartes argumenta la existencia de Dios. Si Dios es un ser infinitamente bueno y veraz, no puede permitir que nos engañemos de manera sistemática. Sus principales pruebas de la existencia de Dios son el argumento ontológico, según el cual la idea de un ser perfecto implica necesariamente su existencia, pues la perfección incluye la existencia real, y el argumento de la causalidad, que sostiene que la idea de infinito en nuestra mente no puede proceder de un ser finito como nosotros, por lo que debe haber sido puesta en nosotros por un ser realmente infinito: Dios.
La existencia de Dios garantiza la existencia del alma, concebida como sustancia pensante, y del mundo, entendido como sustancia extensa. Si Dios existe y no es engañador, entonces el mundo exterior es real y podemos conocerlo, aunque solo en sus cualidades primarias, como la extensión y el movimiento, y no en sus cualidades secundarias, como colores o sonidos.
En conclusión, Descartes establece un nuevo modelo de conocimiento basado en la razón y la certeza, rechazando la escolástica y el escepticismo absoluto. Su método de duda le permite alcanzar un principio indudable, el cogito, y mediante la demostración de la existencia de Dios, fundamenta la fiabilidad del conocimiento humano y la realidad del mundo.
René Descartes y David Hume representan visiones contrapuestas en la búsqueda del conocimiento, propias de sus contextos filosóficos. Descartes, como racionalista, defiende que el conocimiento verdadero se basa en ideas claras y distintas, garantizadas por un ser perfecto como Dios. Para él, su método permite alcanzar una certeza indubitable: el cogito («pienso, luego existo»), que revela una substancia pensante continua y autónoma. En cambio, Hume, desde el empirismo, cuestiona que la razón pueda alcanzar certezas universales y sitúa todo conocimiento en la experiencia sensible. Según Hume, nuestras ideas son simples copias de impresiones sensibles, lo que limita el alcance de la razón.