Portada » Filosofía » Existencia de Dios y Conocimiento: Perspectivas de Santo Tomás de Aquino y Descartes
La existencia de Dios ocupa el centro del pensamiento de Santo Tomás, quien elaboró una síntesis entre la teología cristiana y la filosofía aristotélica. Frente a San Agustín, se preocupó por ofrecer pruebas racionales para demostrar que Dios existe, ya que consideraba que esta verdad no era inmediatamente evidente.
Tomás rechaza el argumento ontológico de San Anselmo, que define a Dios como un ser perfecto cuya existencia deriva de su concepto. Según Tomás, este razonamiento es inválido porque no se puede demostrar lo real a partir de lo ideal. En su lugar, defiende un enfoque a posteriori, partiendo de la realidad sensible.
Santo Tomás distingue entre esencia y existencia. En los seres finitos (como humanos y ángeles), la esencia no implica la existencia; para pasar de una a otra es necesaria la intervención divina. Sin embargo, en Dios, esencia y existencia son idénticas, ya que es el único ser estrictamente necesario. Su existencia no depende de nada externo, y el resto de los seres existen per alio (por otro), en virtud de Dios.
Para Descartes, es esencial diseñar una filosofía que garantice la confianza en la razón y proporcione acceso a la verdad. Este propósito requiere un método de investigación que asegure la certeza y evite el error. Dicho método debe ser universal y aplicable a todas las ciencias, facilitando el uso riguroso de la razón.
Inspirado en las matemáticas, Descartes desarrolla un método que permita alcanzar conocimientos ciertos. Este se explica en su obra Reglas para la dirección del espíritu y consta de cuatro reglas fundamentales:
El método combina dos operaciones mentales fundamentales: intuición (para captar verdades evidentes) y deducción (para inferir nuevas verdades). La duda cartesiana es un instrumento para alcanzar la verdad. Es:
No es una duda escéptica, sino temporal, destinada a encontrar un principio indubitable sobre el que construir el conocimiento.
Descartes identifica tres motivos de duda:
Tras someter todo a duda, Descartes encuentra una verdad incuestionable: el hecho de dudar implica pensar, y pensar implica existir. Este principio, formulado como cogito, sum, constituye la base firme sobre la que edificar el conocimiento.
El problema de Dios en el pensamiento cartesiano radica en demostrar su existencia para garantizar la veracidad del conocimiento. Tras establecer como primera verdad el «cogito ergo sum« (pienso, luego existo), Descartes busca un criterio de certeza basado en la claridad y distinción de las ideas. Sin embargo, para avanzar más allá de su mente y confiar en la realidad externa, necesita probar que un Dios perfecto existe.
Descartes clasifica las ideas en tres tipos:
La idea de Dios es central, ya que representa una sustancia infinita, algo que no puede provenir de un ser finito como el propio sujeto. Según su argumento:
Además, Descartes presenta un argumento ontológico: la idea de Dios como ser perfecto incluye necesariamente la existencia, tal como las propiedades esenciales de un triángulo forman parte de su definición. Así, la existencia es inseparable de la idea de Dios. Con estas pruebas, Descartes concluye que Dios, siendo perfecto, no permitiría que vivamos en un error constante. Esto convierte a Dios en el garante de la verdad y de la realidad de nuestras percepciones claras y distintas.
El problema del hombre en la filosofía cartesiana surge de su dualismo radical, que distingue entre dos sustancias: la res cogitans (mente o alma, caracterizada por el pensamiento) y la res extensa (cuerpo, caracterizado por la extensión y la ocupación del espacio). Este dualismo plantea una separación entre el cuerpo material y el alma inmaterial, generando el llamado problema mente-cuerpo, que busca explicar cómo estas sustancias, tan distintas en naturaleza, interactúan.
Descartes propuso que esta interacción se realizaba a través de la glándula pineal, situada en el cerebro, que actuaría como sede de las interacciones entre mente y cuerpo. Sin embargo, esta solución no resuelve completamente el problema, ya que la glándula pineal es parte del cuerpo físico, lo que lleva a cuestionar cómo una sustancia inmaterial como la mente puede influir en una sustancia material como el cuerpo.
Posteriormente, filósofos y científicos reformularon este problema en términos del problema mente-cerebro, distinguiendo los procesos mentales de los procesos cerebrales. Según esta perspectiva, la mente se identifica con los diversos procesos de información llevados a cabo por el cerebro, que recibe estímulos, los procesa y genera respuestas. No obstante, esta reformulación plantea nuevas preguntas filosóficas, como si los procesos mentales son reducibles a los cerebrales o si poseen una naturaleza independiente.