Portada » Filosofía » Evolución y Cultura: Comprendiendo la Naturaleza Humana
Naturaleza, cultura y existencia van de lo más general a lo más concreto:
Tres preguntas que siempre han acuciado al ser humano:
Sobre el origen del ser humano se han dado dos tipos de explicaciones: pre-evolucionistas y evolucionistas.
Antes de la aparición del evolucionismo, la explicación habitual del origen de los animales y del ser humano era el creacionismo, inspirado en una lectura literal Génesis de la Biblia. El creacionismo sostiene dos afirmaciones fundamentales:
El creacionismo es fijista, considera definitivas e inmutables las especies actuales.
El fijismo aristotélico
La clasificación aristotélica de las especies no era creacionista, porque la creación es un concepto desconocido para Aristóteles, pero sí era fijista, porque consideraba inmutables y definitivas las especies animales.
Frente al fijismo, las explicaciones evolucionistas son dialécticas: el proceso o sucesión de transformaciones graduales que sufren los seres vivos.
El evolucionismo es la tesis según la cual a lo largo de millones de años se han ido sucediendo especies vivas en nuestro planeta. Por tanto, todas las especies actuales derivan de otras anteriores hasta remontarse a una o a varias formas vivas, seguramente unicelulares.
Una lengua invariable para especies invariables
Linneo, fundador de la taxonomía y antecesor de la ecología, clasificó las especies animales con dos vocablos latinos: uno referido al género y otro a la especie: Homo sapiens, Canis lupus, etc.
Jean-Baptiste Lamarck fue el primero en defender las transformaciones sucesivas de los seres vivos. Su teoría se basa en dos principios explicativos: la adaptación al medio y la herencia de los caracteres adquiridos.
La función crea el órgano, los cambios que experimentan los individuos se transmiten a sus descendientes.
Ambas ideas suponen el principio de perfección, la evolución está gobernada por una tendencia natural a crear organismos cada vez más complejos y perfectos, con una visión finalista según la cual la explicación de los fenómenos naturales se halla en su finalidad.
Charles Darwin publicó, creando, junto con el también inglés Wallace, la teoría evolucionista conocida como darwinismo. Sus tesis básicas son:
No hay finalidad en este proceso: las variaciones se producen por azar; una vez producidas, habrá variaciones que resulten beneficiosas y necesarias, que se consolidarán, mientras otras serán perjudiciales y necesariamente desaparecerán. El proceso de selección natural se explica mediante los conceptos de azar y necesidad.
La teoría darwinista ofrece una explicación mecanicista. Sin embargo, no pudo explicar adecuadamente el mecanismo que provoca la transmisión de las variaciones de generación en generación.
Gregor Mendel, fundador de la genética, logró demostrar que las variaciones en las especies se deben a mutaciones que se transmiten a través de los genes.
La combinación de darwinismo y genética ha dado lugar al neodarwinismo o a las teorías sintéticas, avaladas por los datos de la paleontología y la genética.
Tras la aportación de Wallace y Darwin, las diversas ciencias contribuyeron a esclarecer las fases desde los organismos más simples hasta la antropogénesis.
Llamamos antropogénesis al origen del ser humano en la Tierra. Se puede dividir en dos procesos simultáneos y complementarios: hominización y humanización. La hominización es el proceso de evolución biológica, y la humanización, el proceso de evolución social y cultural.
Tres cambios fundamentales de la hominización, es decir, del proceso que convirtió a algunos primates en seres humanos:
La posición erguida permitió más amplitud de visión y liberó las manos; gracias al desarrollo cerebral, pudieron utilizarse para defenderse y manipular y fabricar objetos.
Además de esos tres cambios de la hominización, el ser humano posee tres capacidades que hacen posible la humanización: capacidad técnica, capacidad simbólica y autoconciencia.
Tras la teoría científica del evolucionismo y sus influencias en el pensamiento filosófico, veremos cómo las principales corrientes filosóficas encajan en sus respectivas cosmovisiones los impactantes datos del evolucionismo. Estas corrientes filosóficas son el materialismo y el espiritualismo. La primera corriente sostiene que solo existe la materia, mientras que el teísmo afirma que existen la materia y el espíritu.
Materialismo y teísmo no son teorías científicas, sino corrientes filosóficas incompatibles por su interpretación del universo y del ser humano. El materialismo se vale del materialismo metodológico de la ciencia para fundamentar su materialismo ontológico, mientras que el teísmo suele aducir la racionalidad de las leyes del cosmos para postular la existencia de una razón divina creadora.
Gracias al proceso biológico fue posible, y simultáneo, el proceso cultural. A nuestra naturaleza biológica se sumó nuestra dimensión cultural, que constituye nuestra segunda naturaleza.
Los animales se guían por instintos, que son unas pautas fijas de conducta necesarias para la supervivencia. El ser humano, como el resto de los animales, también posee impulsos y necesidades naturales, como la necesidad de protección y alimento, pero su información instintiva es muy escasa.
Para conocer al ser humano no basta con conocer su naturaleza biológica, es decir, lo natural, aquello con lo que ha nacido, sino que es necesario conocer su dimensión cultural, es decir, aquello que ha aprendido.
Entre lo innato y lo aprendido se establece una relación dialéctica, es decir, una relación de tensiones e influencias mutuas.
Mientras que la golondrina es, por instinto, migratoria y monógama, el ser humano, mediante el aprendizaje, puede escoger diferentes opciones que proporciona la cultura: ser nómada o sedentario, ser monógamo, polígamo o célibe.
El ser humano es una criatura abierta a muchas posibilidades, que puede ir más allá de su propia naturaleza gracias a la libertad de elegir.
Según el antropólogo Marvin Harris, «la cultura es el conjunto aprendido de tradiciones y estilos de vida, socialmente adquiridos, de los miembros de una sociedad, incluyendo sus modos pautados y repetitivos de pensar, sentir y actuar».
Dado que en cada época y lugar los seres humanos han resuelto sus problemas de modo distinto, hay muchas culturas humanas distintas. En nuestro planeta conviven, no siempre de modo armónico, muchas culturas diferentes; esto se conoce como diversidad cultural.
Si la cultura es una transmisión de hábitos que depende del aprendizaje y no de la genética, también podemos hablar de cultura animal.
Pero la cultura animal es mucho más limitada que la humana porque, al poder transmitirse solo mediante la imitación, se circunscribe a lo presente y lo visible, y por eso no es acumulativa.
Sin embargo, el ser humano aprende no solo mediante imitación, sino también mediante el lenguaje. Puede transmitir los conocimientos de generación en generación. En resumen, la cultura humana es acumulativa.
Para su supervivencia, los animales dependen de un factor que no controlan: sus instintos. En cambio, gracias a su desarrollo cerebral, el ser humano depende sobre todo de un factor que sí controla: el aprendizaje.
El ser humano ha pasado de la evolución biológica a la evolución cultural, es decir, de adaptarse al medio a través de cambios físicos que no dependen de él a adaptarse al medio gracias a cambios culturales que sí dependen de él. La cultura tiene, pues, un valor adaptativo, porque nos adapta mejor al medio que la genética: es más, gracias a ella el ser humano adapta el medio a sí mismo.
Mientras que en los demás animales se da una selección natural, en el ser humano se da una selección cultural. Lo que nos permite sobrevivir en el medio no son solo los cambios en nuestra naturaleza, sino sobre todo los cambios culturales.
¿Qué es prioritario en él: su esencia universal o su existencia individual? Esencialismo y existencialismo.
Podemos considerar esencialistas aquellas corrientes donde lo individual es relativo y lo universal es absoluto; y existencialistas las que reivindican la libertad y singularidad del individuo.
A diferencia de los demás animales y los ordenadores, que no pueden evitar seguir unas pautas fijas de acción, el ser humano es libre.
La libertad humana presenta dos caras: la libertad interna (de decisión) y la libertad externa (de acción).
Solo puedo decir que soy libre si existe libertad interna, es decir, si antes de actuar he tomado yo la decisión. Pero algunos filósofos ponen en duda la existencia de esta libertad y se preguntan: ¿soy dueño de las intenciones y motivos que me mueven a actuar? La filosofía ofrece respuestas: determinismo e indeterminismo.
La existencia individual del ser humano libre no es una realidad atemporal, sino que se despliega en el tiempo.
Ortega y Gasset llegó a afirmar: «El hombre no tiene naturaleza, sino historia».
El sentido de un hecho o una acción viene dado por algo superior y distinto, que es su finalidad y que le aporta valor y relevancia.
A) La vida tiene un sentido trascendente
El sentido de cuanto hacemos es la vida. Pero, para poder dar sentido, ella debe recibirlo de algo superior y distinto, como el universo.
El sentido trascendente de la vida puede, además, ayudar a fundamentar la moral y a sobrellevar el trance de la muerte.
B) La vida tiene un sentido inmanente
Si partimos de una concepción inmanente, según la cual nada hay distinto o superior al universo y a la vida, es la vida la que da sentido a cuanto hacemos.
C) La vida no tiene sentido
La vida, según Sartre, no tiene sentido porque no existe un Dios o un más allá que pueda dárselo.
D) La pregunta por el sentido no tiene sentido
La vida no es absurda; lo que es absurdo es la pregunta. Las obras humanas pueden tener un sentido. Solo él puede dar sentido a sus propias obras.
La conciencia coloca al ser humano en un lugar privilegiado del cosmos, que también puede ser muy angustioso.
Nuestra actitud ante la muerte depende del concepto que tengamos de ella. Dos son las principales definiciones que se dan de la muerte: la muerte como desaparición y la muerte como tránsito.
Llamamos necesidad de trascendencia al afán humano de encontrar su origen, su identidad y su destino en un ser superior y sagrado que le dé guía, plenitud y sentido y lo vincule con algo más que la frágil materia que lo compone.
Ese ser presenta los siguientes rasgos:
Razones que llevan al ser humano a creer en un ser absoluto:
Teísmo
Según el teísmo, existe un Dios personal, providente, que ama al ser humano y se comunica con él. Es posible conocer su existencia y hacerse una idea de su esencia.
Deísmo
Existe un Dios origen del universo, pero del que nada más se puede saber. Es posible acceder a su existencia a través de la razón, pero no conocer su esencia.
Agnosticismo
Según el agnosticismo, es imposible saber si Dios existe o no, pues está más allá de lo sensible; su existencia no puede ser conocida.
Ateísmo
El ateísmo niega la existencia de la divinidad y achaca la creencia en ella a la ignorancia, al miedo a la contingencia del mundo y a la muerte.
Diferencias cualitativas y diferencias cuantitativas (también llamadas de clase y de grado): las primeras señalan órdenes o especies diferentes; las segundas indican diferencias dentro del mismo orden, grupo o especie.
Materialismo metodológico y materialismo ontológico: el materialismo metodológico, propio de las ciencias empíricas, consiste en estudiar lo material sin contemplar la posibilidad de lo espiritual, porque su método solo está capacitado para estudiar lo material. No niega, pues, ni afirma lo espiritual. El materialismo filosófico, en cambio, niega la existencia de lo espiritual como realidad independiente.