Portada » Lengua y literatura » Evolución Literaria Española: Del Realismo a las Vanguardias y la Generación del 27
El Realismo, surgido en Francia en el siglo XIX, llegó a España en la década de los 70. Reemplazó al Romanticismo y se centró en la observación cuidadosa de la realidad social. Este movimiento se caracterizó por novelas extensas que retratan la vida cotidiana, con la burguesía como protagonista y está caracterizado por narradores omniscientes, estructura cronológica lineal, detalladas descripciones y finales cerrados. Surgen nuevas técnicas narrativas como el estilo indirecto libre o el monólogo interior.
Autores destacados incluyen a Stendhal (Rojo y negro), Honoré de Balzac (La comedia humana) y Gustave Flaubert, autor de Madame Bovary, considerada la mejor novela realista. El Realismo se extendió con éxito por todo Occidente. La Gaviota, de Fernán Caballero (seudónimo de Cecilia Böll de Faber), es considerada la primera obra realista española. Galdós (Episodios nacionales) y con sus “novelas contemporáneas”, como Fortunata y Jacinta. Clarín (La Regenta) y Pardo Bazán (Los pazos de Ulloa), cuyas obras reflejan diversos aspectos de la sociedad de la época, desde la vida rural hasta los conflictos urbanos y la decadencia aristocrática. La novela Fortunata y Jacinta de Galdós es considerada una obra maestra realista en español.
El Naturalismo, surgido después del Realismo en Francia, surge como una extensión del Realismo y busca representar la realidad de manera objetiva y detallada, pero lo que le diferencia del Realismo es el enfoque que tiene en los aspectos científicos y que determina la naturaleza humana. Surgió como respuesta a las teorías científicas de la época, como los avances de Darwin. Los protagonistas de las obras ya no serán la burguesía, sino los estatus más bajos de la sociedad. Émil Zola (Germinal, Nana) es el autor francés que creó el movimiento y su mejor exponente, destacando por la observación minuciosa, ambientes sórdidos y objetividad extrema. En España, aunque los presupuestos ideológicos del Naturalismo limitaron su desarrollo, se encuentran influencias en Galdós (Misericordia), Clarín (Su único hijo) y Pardo Bazán (La madre naturaleza). Vicente Blasco Ibáñez se destaca como un autor claramente asociado al Naturalismo, con obras como Cañas y barro, que describen las duras condiciones de vida de los agricultores valencianos. En la segunda mitad del siglo XIX, el teatro español experimentó una decadencia debido a la conservadora audiencia y se destacó la «alta comedia» moralizante. Manuel Tamayo y Baus (Lo positivo), Adelardo López de Ayala (El tanto por ciento), y José de Echegaray (El gran galeoto) fueron autores relevantes en este contexto. Benito Pérez Galdós contribuyó al teatro español con adaptaciones y obras originales, introduciendo el drama naturalista como El abuelo.
La poesía, influida por la lírica romántica, tuvo figuras como Ramón de Campoamor y Gaspar Núñez de Arce. Gustavo Adolfo Bécquer (El monte de las ánimas) y Rosalía de Castro (Cantares galegos y Follas novas) destacaron con intensas obras líricas, consideradas premodernistas. Aunque la literatura española fue desigual, la novela logró influencia duradera, enfocándose en la verosimilitud y el análisis psicológico, mientras que el teatro y la poesía enfrentaron desafíos hasta la llegada del modernismo en la última década del siglo.
La Generación del 98 y el Modernismo
El Modernismo, un movimiento que abarca diversas formas artísticas, surgió entre 1885 y 1915 como reacción al realismo predominante en Europa desde mediados del siglo XIX. Tanto el Modernismo hispánico como la Generación del 98 española pertenecerían al Modernismo en este contexto más amplio. En la llamada «Fin de siglo», marcada por el positivismo y el progreso científico, los escritores modernistas se inspiraron en corrientes filosóficas vitalistas e irracionalistas, como Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche y Bergson, que cuestionaban dicho progreso.
El Modernismo, influenciado por el Simbolismo y Parnasianismo franceses, pero también conecta con el Romanticismo, se manifiesta en el ámbito hispánico con rasgos distintivos. Contrastando con el realismo prosaico, destaca por su exotismo, cosmopolitismo y el uso de un lenguaje lujoso. Recurre a mitología, espiritualismo y erotismo, expresando pasión por el misterio y sensualidad con imágenes como cisnes, orquídeas y princesas orientales.
El escapismo es esencial, alejándose de la realidad mediante relatos situados en lugares ideales o exóticos (Japón, China, Grecia clásica y la Venecia renacentista). Renueva el lenguaje poético con cambios en la métrica (eneasílabo, el soneto alejandrino), figuras retóricas (la aliteración) y un léxico selecto (arcaísmos, extranjerismos y cultismos). Surge en Hispanoamérica, siendo Rubén Darío su destacado representante, con obras como Azul o Prosas profanas, seguido por autores españoles como Manuel Machado (Alma) y Juan Ramón Jiménez (Arias tristes o La soledad sonora), quienes también exploran la estética modernista en sus obras.
La Generación del 98, compuesta por autores nacidos en España entre 1860 y 1875, se caracteriza por su literatura opuesta al realismo decimonónico. Aunque difieren en muchos aspectos, comparten la preocupación por la identidad española, reflejando una visión inconformista y pesimista. También tienen en común la preferencia por la prosa, tanto el ensayo como la novela. Muestran preferencia por un lenguaje fluido, natural y antirretórico, alejándose del Modernismo hispánico. Se centran en la palabra precisa, a menudo arcaizante, de gusto local y con un toque lírico. Inspirados por el austero paisaje castellano, expresan una visión pesimista de la sociedad española, buscando regenerarla sin un compromiso activo. Azorín, con La voluntad, contribuyó significativamente al concepto de Generación del 98. La Historia, filosofía, poesía, etc. son las herramientas con las que construye un original relato donde el protagonista es el propio lenguaje y el inconfundible estilo.
Otros destacados incluyen a Miguel de Unamuno (En torno al casticismo, Vida de don Quijote y Sancho). Entre sus novelas como Niebla, donde enfrenta al personaje protagonista con el autor. Pío Baroja, que fue el gran narrador de la generación, era un prolífico narrador que fusiona realismo y elementos del siglo XX, con obras como La busca o El árbol de la ciencia. Antonio Machado (Soledades), el mejor poeta del grupo, evoluciona desde un tono modernista hasta reflexiones sobre España en Campos de Castilla (1912).
La novela anterior a 1936. En el primer tercio del siglo, junto a Baroja, Azorín y Unamuno, surgen propuestas novedosas en narrativa. Gabriel Miró destaca con novelas líricas como Nuestro padre San Damián y El obispo leproso, donde la trama da paso a detalladas descripciones de ambientes y una sutil exploración psicológica. Ramón Pérez de Ayala, con la novela intelectual Belarmino y Apolonio, privilegia diálogos e ideas sobre la acción, incorporando un carácter alegórico a sus personajes.
El teatro anterior a 1936.
En las primeras tres décadas del siglo XX, el teatro se divide en dos corrientes: el comercial, dirigido a un público burgués con tramas repetitivas y convencionales, y el innovador, más transgresor pero con dificultades para ser representado. En el teatro comercial, destaca la comedia burguesa: dramas bien construidos, de diálogos ágiles (Jacinto Benavente: Los intereses creados, La malquerida). Por otro lado, el teatro innovador surge con Electra, un ensayo de drama naturalista de Benito Pérez Galdós, adoptado entusiásticamente por la Generación del 98, con autores como Azorín (Old Spain) y Unamuno (Fedra), aunque sin éxito en las salas.
Ramón María del Valle-Inclán destaca con el (esperpento) y otras obras como Cenizas y La reina castiza, un teatro expresionista que utiliza la deformación grotesca para mostrar la debilidad humana y la crueldad social, siendo Luces de Bohemia su mejor ejemplo. Federico García Lorca, de la Generación del 27, logra fusionar innovación, calidad literaria y éxito público con un teatro transgresor y contemporáneo, destacando obras como Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba. Este periodo sienta las bases para la renovación de las formas literarias en España, preparando el terreno para la recepción entusiasta de las Vanguardias europeas y la aparición de la Generación del 27.
LAS VANGUARDIAS EN EUROPA.
En el inicio del siglo XX, la agitación política y social se reflejó en movimientos artísticos como la vanguardia, que desafiaron el orden establecido y atacaron el racionalismo burgués. La crisis de valores post Guerra generó desconfianza hacia las democracias, favoreciendo la radicalización hacia el fascismo o comunismo. El periodo de entreguerras experimentó una revolución intelectual influenciada por el psicoanálisis y el marxismo. Los movimientos de vanguardia, llamados ismos, buscaban romper con la lógica y el sentimentalismo, oponiéndose a la técnica y el clasicismo. Con actitudes insolentes y revolucionarias, los artistas expresaron sus ideas en manifiestos sobre el papel social del arte y del artista, destacando la originalidad, experimentación y provocación.
Las vanguardias en Europa:
Las vanguardias en Europa durante el siglo XX fueron movimientos artísticos que desafiaron las convenciones establecidas.
El futurismo, fundado por Marinetti, abogó por la velocidad, rechazó el pasado y favoreció las máquinas y la violencia en su manifiesto. Buscaba el progreso técnico y la modernidad, expresando su deseo de quemar bibliotecas y museos por representar la antigüedad. Destacó la destrucción de la sintaxis y recomendó la publicación de libros con líneas verticales. Su estilo literario se caracterizó por la eliminación de adjetivos, el uso de verbos en infinitivo y signos matemáticos.
El dadaísmo, del escritor rumano Tristan Tzara, es un movimiento de carácter nihilista, se presenta como el antiarte (busca destruir el arte). Juzga lo racional, el realismo y todo lo dogmático. Propone a cambio una antiliteratura para el futuro, basada en lo absurdo y lo irracional. Sus manifestaciones artísticas exaltan la anarquía y una actitud burlona ante el mundo.
El cubismo, fue un movimiento fundamentalmente pictórico, que se extiende después a la literatura. Se aleja del naturalismo y el impresionismo intentando plasmar en el cuadro la realidad vista desde múltiples ángulos. La constante referencia a los elementos geométricos y la disposición tipográfica llevó a presentar el poema como si fuera una pintura (los famosos caligramas de Apollinaire).
El expresionismo, nació en Alemania y se caracterizó por presentar una realidad deformada, con el fin de destacar los aspectos más crudos y sombríos: la guerra, la muerte, el dolor… En las obras esperpénticas como Luces de Bohemia de Valle-Inclán se advierte la influencia de este ismo.
El surrealismo, liderado por André Breton, se destacó como el movimiento más influyente y duradero. Bretón, influenciado por Freud, formuló la teoría surrealista en su Primer manifiesto (1924), proponiendo la escritura automática como expresión espontánea del subconsciente sin control racional. Buscaban que el poema estuviera inspirado en el sueño, fomentara lo irracional y la libre asociación. Era una nueva liberación de la intimidad del hombre, representando una nueva realidad total que admitiera todo lo que rebasara la lógica.
El surrealismo utilizó recursos para expresar los oscuros sentimientos del alma de forma críptica, mediante imágenes visionarias y audaces metáforas.
En España, surgieron movimientos vanguardistas como el ultraísmo, liderado por Guillermo de la Torre, que buscaba una poética alejada de la expresión directa de sentimientos, centrándose en captar sensaciones. Los poemas ultraístas, publicados en revistas como Grecia o Ultra, adoptaron disposiciones tipográficas visuales con un tono jovial y léxico vinculado al deporte y avances técnicos. Destacados poetas ultraístas incluyen a Rafael Cansinos Assens y Gerardo Diego.
Ramón Gómez de la Serna, agitador cultural, introdujo en España el gusto por las vanguardias europeas, reflejando su visión fragmentaria de la realidad en greguerías, breves composiciones que fusionan lirismo, humor y lo absurdo.
La poesía de vanguardia hispanoamericana destaca con poetas como Vicente Huidobro, César Vallejo y Pablo Neruda, junto a los autores de posvanguardia como Nicanor Parra y Octavio Paz. Huidobro, fundador del creacionismo, buscó crear una nueva realidad a través del lenguaje, destacando en su extenso poema Altazor la visión desolada de la existencia. Vallejo, con Trilce, empleó una violenta distorsión del lenguaje para expresar su mundo interior, rompiendo convenciones ortográficas. Neruda, en Residencia en la tierra, muestra influencias surrealistas con enumeraciones caóticas e imágenes irracionales. Las vanguardias culminaron en una rebelión contra el realismo y la lógica, buscando un arte de ruptura contra la norma.
La Generación del 27:
El término «Generación del 27» se refiere a un grupo de poetas nacidos entre 1891 y 1905, destacados por su participación en la celebración del tercer centenario de la muerte de Luis de Góngora en 1927. Su apogeo ocurrió entre 1920 y 1936, coincidiendo con eventos clave en la historia de España del siglo XX. Experimentaron la dictadura de Primo de Rivera, la proclamación de la Segunda República y el inicio de la Guerra Civil. Mayormente apoyaron a la República, lo que llevó a muchos a exiliarse para evitar la represión de los vencedores, destacando el fusilamiento de Federico García Lorca al comienzo de la guerra.
La Generación del 27 logró fusionar las tendencias vanguardistas europeas con la tradición poética española, integrando el pasado en nuevas corrientes. Inicialmente influidos por Juan Ramón Jiménez (Diario de un poeta recién casado en 1916), Ramón Gómez de la Serna y Ortega y Gasset, adoptaron la poesía de vanguardia y la tradición de los clásicos castellanos y cancioneros. Luego, evolucionaron hacia el surrealismo, creando una poesía profunda que abordaba los problemas humanos. Destacaron internacionalmente y aún son referentes en la poesía castellana del siglo XX. Tras la guerra, el exilio generó una poesía dolorida. Los poetas notables incluyen Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre y Miguel Hernández.
Pedro Salinas, destacado profesor de literatura, inicia con obras vanguardistas como Seguro azar (1929), pero alcanza su excelencia en los años 30 con obras como La voz a ti debida (1933) y Razón de amor (1936), centradas en la intensidad amorosa y caracterizadas por verso breve y austeridad.
Jorge Guillén, vallisoletano, inicia con Cántico (1928-1950), siguiendo la estética de la poesía pura y celebrando la existencia humana. Posteriormente, en Clamor (1957-1963), su tono se torna menos optimista.
Gerardo Diego, polifacético autor, se sumerge en el vanguardismo creacionista con Manual de espumas (1924) y también muestra maestría en lo clásico con Alondra de verdad (1941).
Rafael Alberti, dotado de musicalidad incomparable, inicia con poesía neopopular en Marinero en tierra (1924) y luego se adentra en el surrealismo con Sobre los Ángeles (1929), un poemario trágico que refleja una profunda crisis personal. Finalmente, decantará toda su labor poética al compromiso social y político con obras como El poeta en la calle (1930-1936).
Vicente Aleixandre, enfocado en el surrealismo, destaca con obras como Espadas como labios (1932) y La destrucción o el amor (1935), explorando temáticas amorosas. Posteriormente, tras la guerra, aborda temas existenciales en Sombra del paraíso (1944).
Luis Cernuda, andaluz, inicialmente cercano al surrealismo con Los placeres prohibidos (1931) y La realidad y el deseo (1936), evoluciona hacia obras de profunda disconformidad como Desolación de la quimera (1962).
Federico García Lorca, reconocido internacionalmente, fusiona elementos populares de Andalucía con modernidad. Inicia con obras neopopulares como Romancero gitano (1928) y Poema del cante jondo (1931). Sin embargo, su obra cumbre es Poeta en Nueva York (publicada póstumamente en 1940), que aborda la degeneración de la condición humana tras la recepción del surrealismo.
Estos poetas del 27 han dejado un legado significativo en la poesía española del siglo XX.
El teatro lorquiano
Federico García Lorca, además de su destacada poesía, incursionó en el teatro con innovadoras propuestas. Inicialmente, enfrentó dificultades con El maleficio de la Mariposa (1920) y logró cierto renombre con el drama histórico Mariana Pineda (1927). Experimentó con la farsa en La zapatera prodigiosa (1930) y el «teatro imposible,» influenciado por el surrealismo, con obras como Así que pasen cinco años (1931) y El público (1930), que abordaba temas tabúes como la homosexualidad.
A partir de 1933, Lorca encontró éxito al cultivar el drama rural llevándolo a tragedias como Bodas de sangre (1933) y Yerma (1934), explorando deseo irrefrenable y final funesto. Su última obra, La casa de Bernarda Alba (1936), critica la hipocresía y autoridad frente al ansia de libertad de su hija Adela. Estas tragedias, escritas en 1936, destacan por la verdad de los personajes, la simbología cuidada y la representación de mujeres como protagonistas absolutas.
El impacto de Lorca es innegable. Sus obras han sido representadas y estudiadas ampliamente en España, influyendo en generaciones posteriores de dramaturgos y actores. Su capacidad para explorar temas profundos y universales a través de la lente del drama rural ha sido elogiada y analizada en el contexto de la cultura española.
Lírica y Teatro después del 36
Después de la Guerra Civil española, la cultura se vio afectada, con muchos poetas y dramaturgos exiliados. Miguel Hernández actuó como puente hacia la poesía posterior, con su obra El rayo que no cesa introduciendo la poesía rehumanizada. La generación del 36 se divide en poesía arraigada (Escorial) y desarraigada (Espadaña), influenciadas respectivamente por Vicente Aleixandre y la línea rehumanizada. Se destacan el Grupo Cántico y el Postismo. La corriente de rehumanización desembocó en la poesía social, representada por Blas de Otero, Gabriel Celaya y José Hierro. La Generación del 50, con poetas como Claudio Rodríguez y Ángel González, adoptó una conciencia ética ante la realidad, influenciados por Antonio Machado y Luis Cernuda. La antología de José María Castellet, Nueve novísimos poetas españoles, presenta a poetas como Manuel Vázquez Montalbán y Ana María Moix, caracterizados por su metapoética de mundos vanos y extinguidos. Desde los años setenta hasta la actualidad, la poesía ha incorporado la recuperación de la anécdota, el lenguaje coloquial, la narración de historias y el uso del tono irónico, alternando estrofas tradicionales con el verso libre.
Desde la década de 1930 hasta la actualidad, la poesía y el teatro español han experimentado diversas tendencias y evoluciones significativas.
En los años 30, la poesía se divide en poesía arraigada y desarraigada, con autores como Luis Rosales, Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo, y la influencia de
Miguel Hernández y Vicente Aleixandre. Miguel Hernández, con obras como El rayo que no cesa, actúa como puente hacia la poesía posterior, introduciendo la poesía rehumanizada.
En la década de los 40, la escena teatral se ve afectada por la censura y los intereses comerciales e ideológicos, dando lugar al resurgimiento de dramaturgos populares como Benavente, Marquina, y otros. Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura introducen un teatro de humor absurdo y vanguardista, con obras como Las habitaciones de la casa deshabitada y Maribel y la extraña familia.
Buero Vallejo, con obras como Historia de una escalera, inaugura el teatro existencial en los años 50, mientras que Alfonso Sastre introduce el teatro social con su Manifiesto de agitación social (TAS) y Escuadra hacia la muerte.
En los años 60, Lauro Olmo y Carlos Muñiz contribuyeron al llamado teatro soterrado, mientras que autores experimentales como Fernando Arrabal y Francisco Nieva enfrentan dificultades para llevar sus obras a escena debido a la censura.
Con la llegada de la Constitución en 1975, desaparece la censura y la escena teatral se llena de obras antes prohibidas. Se fundan compañías independientes como Els Joglar, Dagoll Dagom, y La Fura dels Baus.
En los años 80, se produce un regreso a la comedia costumbrista, con autores como Luis Alonso de Santos y José Sanchís Sinisterra, que escriben obras como La estanquera de Vallecas y ¡Ay Carmela!.
En los años 90, surge la generación Bradomín, con autores como Juan Mayorga y Angélica Liddell, que exploran temas contemporáneos y provocativos en sus obras.
En la actualidad, la poesía continúa renovándose con poetas jóvenes que encuentran en las redes sociales una plataforma para dar a conocer sus obras, como Marwan, Loreto Sesma e Irene X. Mientras tanto, el teatro innovador de Paco Bezerra y Lucía Carbajal gana espacio en las salas alternativas, devolviendo a la escena su atractivo.