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1) Evolución de la obra de Valle-Inclán. Justifica la inclusión de Luces de Bohemia en la etapa que corresponda.
a) La evolución de Valle-Inclán es doble, tanto ideológica como estética, pues arranca del carlismo y del modernismo para acabar en una crítica de lo social con tintes anarquistas y comunistas, ideológicamente, y en el esperpento, con la estética de lo «grotesco».
¿Por qué esa evolución?: quizás porque en los años finales de la segunda década del siglo se dan una serie de tensiones históricas y sociales a las que está atento Valle-Inclán (la guerra europea, la crisis económica tras la paz, en España la industrialización y proletarización de masa urbanas, el acicate de la revolución rusa para las masas y los intelectuales…). A ello debemos unir a un Valle-Inclán con sus dificultades económicas, a un esteta convertido en intelectual casi proletario.
b) Trascendencia del esperpento: no fue mucha a pesar de que el esperpento de Valle-Inclán es en sí una “revolución” de las formas teatrales en España. Pero como apenas pudo representarse tampoco tuvo trascendencia en el público o en otros autores.
La evolución estética de Valle Inclán es compleja y sería demasiado simplista reducirla a dos etapas, la modernista y la esperpéntica.
Nuestro autor cultiva los tres grandes géneros tradicionales: narrativa, lírica y teatro aunque con frecuencia no se ajusta a lo preceptivo en cada uno de ellos. Su prosa tiene profundos rasgos líricos, su teatro presenta descripciones y acotaciones propias de la novela, etc.
La obra narrativa desde la colección de cuentos Femeninas (1895) hasta la publicación de Sonata de otoño (1902) – considerada desde el principio una obra maestra – supuso el despegue definitivo del escritor gallego. Este éxito se vio confirmado con las tres Sonatas restantes.
La trilogía sobre la guerra carlista (1908-1909) reafirma el reconocimiento de Valle Inclán como gran escritor si bien la transformación de su prosa modernista hacia el esperpento se va operando desde Los cruzados de la causa y el resto de las obras de esta trilogía y el paso al esperpento narrativo será ya total con Tirano Banderas
(1926) en la que hace una crítica feroz de una dictadura latinoamericana arquetípica y la serie inconclusa de El ruedo ibérico (1927-28), ciclo narrativo que da una visión grotesca de la reina Isabel II y su «corte de los milagros».
Valle publicó también cuentos y relatos de horror y de misterio que reunió en libros como Jardín umbrío y un ensayo de estética simbolista La lámpara maravillosa (1916) que ocupó el primer volumen de su Opera omnia.
En general, tanto las Sonatas como los relatos se inscriben plenamente en la estética modernista. Como señala Fernández Almagro «busca, dentro de la tradición castellana, ritmos nuevos, imágenes de primera mano y palabras que sorprendan». Se aprecia «un gusto por lo exótico, lo pintoresco y lo raro, lo exquisito, trabajado y suntuario.
El decadentismo modernista alcanza su plenitud en las Sonatas, «memorias amables del marqués de Bradomín» en las que juega un papel trascendental el erotismo decadente. Bradomín se autodefine «sentimental» aunque la mayor parte de los críticos dudan de ello. Proliferan los rasgos decadentes y los toques de perversión: asociación deleitable de amor/muerte, satanismo/religión, esteticismo/sensualidad.
La lectura de las Sonatas es un deleite para los sentidos, el culto a la sensación propio del Modernismo y como señala Zamora Vicente: «la perfección de un color, de un sonido, de la suavidad de un paño, de un aroma difuso despiertan un largo recorrido de emociones y de correspondencias psicológicas» [Zamora Vicente: SVI, 136].
En general, en su prosa modernista Valle busca el principio parnasiano «del arte por el arte» y practicar «el culto simbolista de la alusión y de la sensación». Hay una búsqueda continua de la musicalidad al estilo de R. Darío y una huída consciente y continua del realismo y el utilitarismo.
4) Luces de Bohemia y la realidad política y social
Max en la escena XII define el esperpento. Parte de esta afirmación: “Nuestra tragedia no es una tragedia”. La tragedia es un género demasiado noble para el panorama que le rodea: “España es una deformación grotesca de la civilización europea.” Por eso, “el sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.” Y así, de la imposibilidad de la tragedia surge el esperpento.
Luces de bohemia es una sátira nacional de la política, la sociedad, la religión, etc; es una denuncia de la situación española. Con esta obra Valle pone sus espejos deformantes ante los más variados aspectos de la realidad española. Los aspectos de la realidad española que critica Valle a través del esperpento son los siguientes:
– Algunas alusiones al pasado imperial: Felipe II, El Escorial…).
– Una amplia zona de la historia contemporánea sirve de marco cronológico a la trama. Valle hace referencia a las colonias españolas de América, a la Semana Trágica (1909), a la revolución rusa (1917) y a los acontecimientos posteriores a la crisis española de 1917.
– Crítica a políticos reales de diverso signo: “¡Muera Maura!”, “¡Castelar era un idiota!”, “El primer humorista de España es Alfonso XIII. Ha batido el récord haciendo presidente a García Prieto”.
– Arremete de diversos modos contra el mal gobierno (así, se habla del Ministerio de la “Desgobernación”), contra la corrupción del Ministro, que da a Max dinero de los fondos reservados a la policía. Se critica también el capitalismo y el conformismo burgués.
– De especial fuerza es la protesta ante la represión policial. Critica las torturas que llevan a cabo los policías, las detenciones ilegales. De especial relevancia es la ridiculización que hace del Capitán Pitito y de Serafín el Bonito.
– Aparecen las revueltas callejeras a través de la revolución obrera. Las únicas dos figuras no esperpentizadas son la madre del niño muerto y el obrero catalán.
– Especialmente mordaz es la caricatura de los burgueses: el librero Zaratustra, el tabernero Pica Lagartos, algunos defensores del orden de la escena XI, etc.
– No menos ridiculizados quedan los pedantes como Don Gay, el periodista D. Filiberto, Basilio Soulinake, etc., pero especialmente los “epígonos del Modernismo.”
– Esperpentizados quedan también personajes populares: la Pisa-Bien (con matices de simpatía), el “Rey de Portugal”, la portera, las prostitutas (aunque la ternura apunta en el caso de la Lunares, casi una niña) o los sepultureros, parodia de los de Hamlet.
– La crítica de una religiosidad tradicional y vacía (escena II). Max en algunas ocasiones dirá: “Hay que resucitar a Cristo”; “Este pueblo miserable transforma todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras”; “España en su concepción religiosa es una tribu del centro de África”, etc.
– Critica también a figuras, escuelas o instituciones literarias. A Galdós lo llama “Benito el Garbancero”, a los hermanos Quintero, “si cogieran a Hamlet y Ofelia, ¡qué obra harían!”, a Villa espesa, a la Real Academia…
– Ridiculiza también la vida bohemia y la define como un mundo inútil. Él, como bohemio que fue, siente el compromiso social.
Esta obra es una crítica total, critica no sólo a los de arriba o a las instituciones, sino a todos; estamos ante una crítica colectiva que ofrece una visión de los conflictos que urden la vida de España. En suma, todo parece llevarnos, en conjunto, a aquella frase suya: “España es una deformación grotesca de la civilización europea.”
2. Aspectos políticos y sociales reflejados en La casa de los espíritus.
La novela de Isabel Allende entreteje dos hilos narrativos que se complementan: la memoria individual de una familia de terratenientes (la familia Trueba-Del Valle) con la memoria colectiva de toda una nación (que todos presuponemos que es Chile, pero que no se especifica en ningún momento de la novela).
La memoria familiar parte de Alba, la nieta del patrón Trueba, quien empieza a escribir en la cárcel, animada por el espíritu de su abuela Clara y por sus compañeras de presidio, con la finalidad de poder sacar de su interior todo aquello que le está pudriendo el alma.
Las diferentes etapas de la vida de Trueba son (además de las etapas de la familia del terrateniente) un reflejo de la realidad chilena desde principios del s. XX hasta, más o menos, 1975: pensemos en las elecciones presidenciales, en el crecimiento de los sindicatos, en la lucha obrera, en el descontento del campesinado, en el largo camino del candidato Salvador Allende (Frente de Unidad Popular), en las caceroladas como protesta, en el apoyo de la derecha conservadora al golpe de estado dado por los militares contra el gobierno progresista, en el discurso de Salvador Allende tras el bombardeo del Palacio de la Moneda, en la nueva era militar con su censura y sus abusos…
La novela, además, nos presenta dos espacios, el urbano y el rural, necesarios para plasmar la realidad social que sirve de ambientación a todos los hechos. Sin embargo, será el mundo rural, el que se plasma en la hacienda familiar, el que nos muestre la parte más importante de la vida de Chile, ya que la estructura económica y social de este país está basada sobre todo en el ámbito rural, con su poca industrialización y su riqueza procedente de los grandes latifundios y de la explotación de minas.
El modelo social que prevalece en la novela es el de la oligarquía terrateniente, representado en la figura de Esteban Trueba. Este modelo social está basado en la hacienda, que no es sólo una propiedad, sino todo un modelo de vida. Es todo un microcosmos cerrado en sí mismo y autosuficiente, y siempre vigilado por el ojo del patrón. Es, por ello, un modelo con reminiscencias feudales.