Portada » Economía » Evolución de la Desigualdad Económica: Impuestos, Guerras Mundiales y Estado de Bienestar
Las tasas de impuestos sobre la renta y los impuestos sobre las ganancias de capital para los más ricos se han reducido, permitiéndoles acumular más riqueza a expensas de la clase media y los pobres. Estos individuos y corporaciones utilizan estrategias de elusión y evasión fiscal para minimizar sus obligaciones fiscales, aprovechando lagunas legales, paraísos fiscales y complejas estructuras financieras. Además, los impuestos sobre la propiedad han sido erosionados, facilitando la transferencia intergeneracional de grandes fortunas. Esta situación ha reforzado la concentración de riqueza, exacerbando la desigualdad fiscal.
La disminución de los ingresos fiscales ha tenido un impacto negativo en la financiación de servicios públicos esenciales, que afectan desproporcionadamente a las clases medias y bajas. Estados Unidos tiene una de las tasas más bajas de impuestos sobre los ricos y las grandes corporaciones. En contraste, muchos países europeos mantienen sistemas fiscales más progresivos y redistributivos.
Para reformar el sistema fiscal y restaurar la justicia fiscal, se proponen medidas como la implementación de un impuesto sobre la riqueza, el aumento de las tasas de impuestos sobre la renta y las ganancias de capital para los más ricos, y el cierre de las lagunas fiscales que permiten la elusión y la evasión fiscal.
Walter Scheidel, en su obra, destaca el impacto de las Guerras Mundiales en la reducción de la desigualdad. La destrucción de capital, la movilización masiva de recursos y las políticas de guerra, como el racionamiento y los controles de precios, contribuyeron a este fenómeno. Además, la Gran Depresión y las políticas del New Deal, que incluyeron la creación de la seguridad social, la regulación de los mercados financieros y la introducción de impuestos más progresivos sobre la renta y las herencias, jugaron un papel crucial.
El auge del Estado de Bienestar después de la Segunda Guerra Mundial, con la expansión de la educación pública, la atención médica y los programas de seguridad social, también fue determinante. La combinación de alta demanda de mano de obra, el crecimiento económico sostenido y las políticas laborales favorables, como los salarios mínimos y la negociación colectiva, permitió que los trabajadores compartieran los beneficios del crecimiento económico. Sin embargo, la desigualdad internacional varió, especialmente en los países en desarrollo. A partir de la década de 1980, muchas de las tendencias que habían reducido la desigualdad comenzaron a revertirse.
Thomas Piketty argumenta que las dos guerras mundiales tuvieron efectos redistributivos masivos debido a la destrucción de capital y la necesidad de financiación de los esfuerzos bélicos, lo que resultó en la implementación de impuestos altos sobre los ingresos y las herencias. Las políticas del New Deal y el Estado de Bienestar promovieron la redistribución de la riqueza. Se implementaron impuestos progresivos extremadamente altos para los más ricos durante gran parte del siglo XX, ayudando a reducir la concentración de riqueza.
El crecimiento del Estado de Bienestar incluyó sistemas de protección social más robustos, como educación gratuita, sistemas de salud universales, pensiones públicas y una amplia gama de servicios sociales financiados por impuestos progresivos. Esto llevó a una reducción significativa de la desigualdad, con un aumento de los salarios para los trabajadores y una disminución de la brecha entre ricos y pobres. Europa occidental, por ejemplo, implementó sistemas de bienestar social más extensivos en comparación con Estados Unidos. Factores políticos y sociales, como la movilización de los trabajadores, los movimientos sociales y las decisiones políticas, favorecieron la equidad económica. Sin embargo, Piketty señala el declive de estas políticas redistributivas a partir de la década de 1980, atribuyéndolo a la globalización, la desregulación y las políticas neoliberales.
Paul Johnson explora los orígenes del Estado de Bienestar, destacando la influencia de las ideologías políticas y sociales a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Los movimientos progresistas y de trabajadores abogaron por políticas que protegieran a los ciudadanos de los riesgos económicos y sociales. Se describen diferentes modelos de Estado de Bienestar: el modelo liberal (como en Estados Unidos), el modelo socialdemócrata (como en los países nórdicos) y el modelo conservador-corporativo (como en Alemania y Francia).
Se analizan políticas y programas clave, como la seguridad social, el seguro de desempleo, la atención médica universal, las pensiones públicas y la educación gratuita. Los beneficios de estas políticas incluyen la reducción de la pobreza, la mejora de la salud y la educación, y la promoción de la estabilidad social. También se discuten las críticas, como el costo financiero de los programas de bienestar y los posibles desincentivos para el trabajo y la inversión.
Johnson aborda la evolución del Estado de Bienestar, incluyendo la reforma de programas existentes para hacerlos más sostenibles y eficaces, y la introducción de nuevas políticas para abordar desafíos emergentes, como el envejecimiento de la población y la globalización. Se realizan comparaciones internacionales en el diseño y la implementación de políticas de bienestar, ilustrando cómo factores históricos, culturales y políticos han dado forma a los sistemas de bienestar en diversas naciones.
Finalmente, se discuten los desafíos que enfrentan los estados de bienestar en el siglo XXI, como la sostenibilidad financiera, la adaptación a cambios demográficos, la integración de inmigrantes y la respuesta a nuevas formas de pobreza y desigualdad. Johnson sugiere que la innovación y la reforma serán esenciales para que los estados de bienestar sigan siendo efectivos en el futuro.