Portada » Historia » España 1808-1833: Crisis Monárquica, Guerra de Independencia y Revolución Liberal
La quiebra del Antiguo Régimen y la Guerra de Independencia dieron lugar a la aparición de nuevas fuerzas sociales y políticas en la España de principios del siglo XIX. Existían diversas corrientes:
El deseo de Manuel Godoy de mantenerse en el poder hizo que intentara separar a Carlos IV de su hijo, el Príncipe de Asturias (Fernando). Lo apartó de las tareas de Gobierno y logró sembrar la desconfianza de Carlos IV en su hijo. Los partidarios de Fernando (fernandistas) prepararon un decreto firmado por el Príncipe de Asturias, como rey de Castilla, con la fecha en blanco, para el caso de que ocurriera la muerte del rey. Godoy se enteró, el rey arrestó a su hijo y el Consejo de Castilla (en el llamado Proceso de El Escorial) procedió sin plegarse a los deseos de Godoy, dictando sentencia absolutoria para todos los acusados, que a pesar de ello fueron desterrados de Madrid y de los Reales Sitios. Todo fue una acusación calumniosa contra el Príncipe de Asturias; no existió tal conspiración, sino la malignidad del «Príncipe de la Paz» (Godoy).
Tanto Godoy como el Príncipe de Asturias buscaron un aliado en Napoleón Bonaparte para robustecer su posición. Se firmó el Tratado de Fontainebleau (1807), por el que se permitía el paso hacia Portugal de las tropas francesas. Paralelamente, el Príncipe de Asturias solicitó en matrimonio a cualquier princesa de la dinastía Bonaparte. La familia real portuguesa tuvo que embarcarse rápidamente hacia Brasil en 1808 ante la invasión franco-española. Napoleón, sin embargo, pretendía convertir España en un país satélite. Fue a partir de diciembre de 1807 cuando Napoleón decidió eliminar a los Borbones del trono español por motivos estratégicos (consolidar el bloqueo continental contra Gran Bretaña) y por el temor a cualquier rama de la dinastía Borbón. A principios de 1808 comenzó la ocupación militar francesa, con unos 90.000 hombres. Las órdenes recibidas por los generales y gobernadores de las plazas ocupadas era que no dieran a los generales franceses ningún motivo de queja. Parecía que los franceses venían a proteger al Príncipe de Asturias contra Godoy. El plan de Godoy consistía en el traslado de la Corte a Badajoz y desde allí a Sevilla o Cádiz. Parece que el rey estaba dispuesto al traslado, pero no el príncipe heredero.
Godoy tomó la decisión de trasladar la corte a Sevilla. Carlos IV mandó que se consultase al Consejo de Castilla. El Consejo, que había sido ganado para la causa fernandista por el Conde de Montijo, adoptó una postura de oposición a Godoy. El plan que debía forzar la caída de Godoy estaba dispuesto para el momento en que Carlos IV, que sin duda terminaría obedeciendo al valido, abandonase Aranjuez. El motín tuvo tres componentes: una parte nobiliaria, el pueblo y el ejército. En Aranjuez, hombres embozados y armados de palos, capitaneados por el Conde de Montijo, rondaron la casa de Godoy. La tropa fue inmediatamente a los distintos puntos desde donde podía iniciarse el viaje real, mientras que el pueblo rodeaba el palacio. El motivo de fondo era el odio existente hacia Godoy. La multitud asaltó su palacio, destrozando a hachazos la puerta principal y saqueando todo menos una habitación con esteras donde el valido se había encerrado con llave. Carlos IV cedió a las presiones de sus ministros y de los cortesanos y firmó, a las cinco de la mañana, un decreto por el que tomaba personalmente el mando del Ejército y de la Marina, destituyendo a Godoy. Éste, acosado por el hambre, salió de donde se había escondido y fue descubierto. La tropa evitó que el pueblo entrase en palacio y linchara a Godoy. Carlos IV dispuso que fuese Fernando a tranquilizar al pueblo, y la gente se calmó. El 19 de marzo de 1808, Carlos IV convocó a todos los ministros y abdicó en favor de su hijo, Fernando VII. La caída de Godoy fue acompañada por el júbilo de casi todos los españoles. Fernando VII alcanzó cotas de popularidad inigualables, convirtiéndose en un mito; era llamado «el Deseado». La necesidad de contar con el apoyo de Napoleón era evidente, y por ello Fernando VII envió una embajada al emperador comunicando la continuidad de la política aliada. El embajador francés no reconoció a Fernando VII mientras no recibiera instrucciones precisas de París. Las fuerzas francesas en la Península habían sido puestas bajo el mando del mariscal Murat, quien tenía la esperanza de que el emperador le ciñera la corona de España.
Murat avanzó sin temor hacia Madrid. El 23 de marzo, las tropas francesas entraron en Madrid por la puerta de Alcalá a tambor batiente, siendo recibidas inicialmente con demostraciones de júbilo. Murat quiso conseguir del viejo rey, Carlos IV, una retractación de su renuncia al trono, alegando haber abdicado en medio de una sublevación popular. Mientras tanto, el general Savary intentaba convencer a Fernando VII para que acudiera a Bayona a entrevistarse con el propio Napoleón, revelando así los planes de Murat de sustitución de los Borbones por los Bonaparte. A Fernando VII le convenía la entrevista en territorio español para que Bonaparte conociera su popularidad. Savary le aseguró que el encuentro con Napoleón se haría en Burgos. Al no encontrar allí a Napoleón, se dirigieron a Vitoria, siempre bajo los engaños de Savary.
El 2 de mayo de 1808, los franceses intentaron llevarse de Madrid al menor de los hijos de Carlos IV, el infante don Francisco de Paula. Las personas reunidas ante el Palacio Real impidieron su salida. La población, lanzada a la calle, siguió a líderes ocasionales que trataron de cerrar las puertas de la ciudad con el fin de evitar la entrada de refuerzos franceses. La guarnición española, con oficiales como Daoíz y Velarde, sacó los cañones a la calle en el Parque de Artillería de Monteleón. Una vez reducidos los focos de resistencia, los franceses practicaron una represión brutal e incontrolada, inmortalizada por Goya en sus cuadros.
Fernando VII fue alojado en un viejo caserón en Bayona (Francia). Indirectamente, Napoleón le hizo ver que había determinado el destronamiento de los Borbones, quienes se encontraban prisioneros. Durante diez días, Napoleón insistió sobre Fernando VII en la necesidad de su renuncia. Carlos IV y María Luisa llegaron a Bayona y se encontraron con Godoy con entusiasmo, mientras que a su hijo le saludaron con el mayor desprecio. Napoleón se enteró del levantamiento del 2 de mayo en Madrid. Ordenó una nueva conferencia entre los reyes padres, Fernando VII y él mismo. Napoleón se despidió diciendo: «Príncipe, es necesario optar entre la cesión y la muerte». A la mañana siguiente, Fernando VII renunció a la Corona en favor de su padre, Carlos IV. El día anterior, el rey padre ya había cedido a Napoleón la Corona de España, considerándolo «la única persona que puede restablecer el orden».
Napoleón nombró rey de España a su hermano José Bonaparte, hasta entonces rey de Nápoles. Intentó que la cesión de la Corona aparentase ser un deseo de los españoles. No sólo sería un cambio dinástico, sino un cambio de régimen. Napoleón convocó una Junta de notables españoles en Bayona, a modo de Cortes, para que en nombre del pueblo español aprobase el traspaso de la Corona y una nueva ley fundamental. Acudieron representantes de los tres brazos: clero, nobleza y estado llano. La llamada Constitución de Bayona (en realidad, un Estatuto) daba lugar a un sistema muy autoritario, sin división de poderes clara, pero enunciaba algunos derechos de los ciudadanos.
Aquellos españoles que aceptaron el nuevo régimen y juraron fidelidad a José I recibieron el nombre de josefinos, juramentados o, despectivamente, afrancesados. Aunque algunos lo hicieron por oportunismo y para escalar puestos en la Administración, otros lo hicieron conscientemente, optando por la dinastía francesa cuyo ideal reformista no se diferenciaba mucho del Despotismo Ilustrado. En muchos de ellos hubo una dosis de buena voluntad y un deseo de modernizar España y resolver los problemas de su patria evitando una guerra devastadora.
Las órdenes dadas por el Consejo de Castilla y todas las autoridades encaminadas al mantenimiento de la tranquilidad impidieron inicialmente que los tumultos tras el 2 de mayo llegasen a más. Sin embargo, la noticia de las abdicaciones de Bayona y la represión del 2 de mayo provocaron un levantamiento general. Desde el 22 hasta el 31 de mayo, se sucedieron alzamientos por toda España. Es difícil asegurar que hubiera un plan general, pero la masa popular se dirigía a las autoridades locales para que declarasen la guerra a los franceses. El pueblo intentó que las autoridades se comprometieran, y cuando no lo consiguieron, en muchos casos las destituyeron o incluso las ejecutaron.
Ante el vacío de poder creado por las abdicaciones y la desconfianza en las autoridades colaboracionistas, la masa popular delegó su soberanía recién recuperada en Juntas Supremas Provinciales. El pueblo confió en miembros de la jerarquía tradicional (nobleza, clero, notables locales), cuya estructura correspondía a la mentalidad del Antiguo Régimen. Sólo se las puede considerar revolucionarias por su origen popular y su enfrentamiento con las instituciones fieles al monarca intruso (José I). Argumentaban que, al no poder Fernando VII ejercer su autoridad legítima, la soberanía volvía a recaer en el pueblo.
La victoria española en la Batalla de Bailén (julio de 1808) obligó a José I a abandonar Madrid y demostró que el ejército francés no era invencible. Esto provocó que Napoleón decidiera intervenir personalmente al frente de su Grande Armée (unos 250.000 hombres), entrando en España en noviembre de 1808. Tras las victorias francesas en Espinosa de los Monteros y Somosierra, y las derrotas españolas de Uclés, los Sitios de Zaragoza (que cayeron en 1809 tras heroica resistencia) y Ocaña, la Junta Central Suprema (formada para coordinar las Juntas Provinciales) abandonó la Meseta para refugiarse, primero en Sevilla, y luego en Cádiz, que resistió un largo y brutal asedio. Desde ahí, la Junta Central asistió casi indefensa a la ocupación de Andalucía. En 1810, sólo Cádiz y algunas zonas aisladas quedaban al margen de la autoridad del emperador. Las guerrillas, formadas por civiles y militares, aumentaron de número y durante los siguientes dos años tuvo lugar una lucha brutal y desesperada de desgaste contra el invasor. En el verano de 1812, aprovechando la retirada de tropas francesas para la campaña de Rusia, el ejército anglo-hispano-portugués al mando de Wellington pudo lanzar una gran ofensiva y derrotar a los franceses en la Batalla de los Arapiles (Salamanca, julio de 1812). José Bonaparte huyó temporalmente de Madrid y los franceses evacuaron definitivamente Andalucía. En 1813, el ejército francés fue retirándose progresivamente, perdiendo territorio. La derrota decisiva ocurrió en la Batalla de Vitoria (junio de 1813), tras la cual fueron expulsados de España. En octubre de 1813, los aliados cruzaron los Pirineos. La guerra continuó en el sur de Francia, donde finalmente Napoleón, derrotado también en Europa, pidió la paz. Por el Tratado de Valençay (diciembre de 1813), Napoleón reconoció a Fernando VII como rey de España, quien pudo regresar al país el 22 de marzo de 1814.
Las derrotas militares crearon descontento con la Junta Central Suprema, que fue disuelta en enero de 1810. El poder fue transferido a un Consejo de Regencia de cinco miembros. Pero la Regencia, presidida inicialmente por el General Castaños, demostró incapacidad. Al no tener recursos, se puso económicamente en manos de la Junta de Cádiz. Antes de disolverse, la Junta Central había iniciado un proceso de convocatoria de Cortes Generales y Extraordinarias, que la Regencia continuó. En septiembre de 1810, se reunieron en Cádiz (única ciudad importante libre de ocupación) unas Cortes que, por las circunstancias excepcionales, se convirtieron en una Asamblea Constituyente.
En la sesión inaugural, el diputado liberal Muñoz Torrero propuso que se aprobase un decreto fundamental: en las Cortes residía la soberanía nacional; se reconocía a Fernando VII como rey legítimo (poder ejecutivo), pero en su ausencia gobernaría la Regencia; y las Cortes se reservaban el ejercicio del poder legislativo. ¿Cómo pudo ser aprobado un decreto que eliminaba jurídicamente la soberanía absoluta del monarca? Se anhelaba un poder fuerte y un deseo de reformas. Además, Cádiz era una ciudad comercial, abierta y con una importante burguesía liberal e ilustrada. Muchos diputados de provincias ocupadas no pudieron llegar, siendo sustituidos por suplentes gaditanos, mayoritariamente liberales. Aunque había una mayoría de diputados eclesiásticos, representaban a un clero urbano e ilustrado, no al alto clero tradicionalista (solo 3 obispos). El minúsculo porcentaje de nobles (unos 14) se explica por razones similares. Aproximadamente el 56% de los diputados pertenecía al tercer estamento (abogados, funcionarios, comerciantes, catedráticos, etc.).
El proceso reformador que llevaron a cabo los liberales en las Cortes de Cádiz consistió en la sustitución de las estructuras sociales, económicas y políticas de la Monarquía del Antiguo Régimen por las de un Estado liberal. Entre las principales reformas destacan:
La obra cumbre de las Cortes fue la Constitución, promulgada el 19 de marzo de 1812, día de San José, por lo que popularmente fue conocida como «La Pepa».
Se trata de la primera constitución genuinamente española, ya que el Estatuto de Bayona de 1808 era una carta otorgada por Napoleón. En su elaboración participaron destacados liberales como Agustín Argüelles y Muñoz Torrero. Consta de 384 artículos y sus principios fundamentales son:
¿Hasta qué punto la Constitución se fundamentaba en la tradición española y no era una mera copia de lo legislado por los revolucionarios franceses? Hubo préstamos evidentes. Aunque algunos artículos de la Constitución están inspirados o incluso calcados de algunas Constituciones francesas, no puede decirse que la obra reformadora de los diputados gaditanos fuera una simple copia de la Revolución francesa. Se basó también en pensadores ilustrados (Montesquieu), en el sistema parlamentario inglés y en la tradición jurídica española (Escuela de Salamanca).
Entre los referentes ideológicos del liberalismo español es evidente la influencia de las ideas ilustradas, en concreto de la filosofía política de la Ilustración (Montesquieu, Voltaire y Rousseau), del sistema parlamentario inglés y de la economía política de la Escuela Clásica (Adam Smith). También influyó la tradición teórica política española de autores como Vitoria y Suárez en lo referente a la limitación del poder real. En cuanto a las fuentes sociales, podemos afirmar que el campesinado apenas sacó beneficios de estas reformas. Los grupos sociales que protagonizaron e impulsaron la revolución liberal fueron principalmente la burguesía (comercial, industrial y de profesiones liberales) y algunos sectores de la nobleza terrateniente y del clero ilustrado. Al ser una base social relativamente restringida, el régimen liberal pronto sucumbió con el regreso de Fernando VII y la restauración del absolutismo.
Napoleón decidió devolver el trono a Fernando VII para conseguir la neutralidad española, firmando el Tratado de Valençay en diciembre de 1813. Las Cortes liberales querían que el rey jurase la Constitución antes de recuperar sus plenos poderes, algo que el monarca incumplió. Acudió primero a Zaragoza y luego a Valencia para tantear la situación, ayudar a las masas que lo aclamaban y conocer el grado de apoyo con que contaba entre el pueblo y el ejército. Las Cortes aprobaron un decreto que condenaba a pena de muerte a aquel que jurase lealtad a Fernando VII sin que éste antes hubiera jurado la Constitución. Sin embargo, el Cardenal Borbón (presidente de la Regencia) cedió ante el monarca y le juró lealtad. En Valencia, Fernando VII recibió el llamado «Manifiesto de los Persas», firmado por 69 diputados absolutistas de las Cortes, solicitando el regreso al absolutismo y la anulación de la obra de Cádiz. Con este apoyo y el del General Elío, Fernando VII dio un golpe de Estado mediante el Real Decreto del 4 de mayo de 1814, por el que declaraba «nulos y de ningún valor ni efecto» la Constitución y los decretos de las Cortes de Cádiz, restaurando el absolutismo.
Este período se caracterizó por:
En enero de 1820 triunfó finalmente un pronunciamiento: la insurrección del comandante Rafael del Riego en Cabezas de San Juan (Sevilla) con las tropas que iban a embarcar hacia América. El levantamiento se extendió y puso de relieve la debilidad del régimen absolutista. El rey no supo qué hacer y el 7 de marzo de 1820 se vio obligado a aceptar la vuelta al régimen constitucional, jurando la Constitución de 1812 con la famosa frase: «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional».
Durante el Trienio se intentó reconstruir la obra legislativa de Cádiz: se repuso la Constitución de 1812, se suprimió definitivamente el régimen señorial y los gremios, se abolió la Inquisición, se continuó con la desamortización eclesiástica y se elaboró un conjunto de leyes para el fomento del comercio, la industria y la agricultura. Sin embargo, el régimen liberal encontró muchas dificultades:
En el último año gobernaron los exaltados, con figuras como Riego, Espoz y Mina y Evaristo San Miguel (no Martínez de la Rosa, que era moderado).
Finalmente, las potencias absolutistas reunidas en el Congreso de Verona (1822) acordaron intervenir. Francia recibió el encargo de restaurar el absolutismo en España. En abril de 1823, un ejército francés, conocido como los «Cien Mil Hijos de San Luis», al mando del Duque de Angulema, invadió España. Apenas hubo resistencia popular, salvo la del ejército liberal que se retiró con el gobierno y el rey a Cádiz. Tras un bombardeo, la ciudad se rindió el 1 de octubre de 1823, liberando a Fernando VII y poniendo fin al Trienio Liberal.
Se denomina así al último período del reinado de Fernando VII por la dura represión que siguió a la restauración del absolutismo. Se volvió a anular toda la legislación del Trienio Liberal: se restauró el diezmo, se anularon las desamortizaciones y se intentó restaurar el régimen señorial. Aunque la Inquisición no fue formalmente restaurada, se crearon Juntas de Fe que ejercieron una función similar. Se ejecutó a Riego y a otros líderes liberales, desatando una gran represión política (terror blanco). Sin embargo, incluso los absolutistas más acérrimos comprendieron que el país necesitaba reformas administrativas y económicas para avanzar. Hubo tímidos acercamientos a los liberales más moderados, con ministros reformistas como Cea Bermúdez. Esto provocó el descontento de los absolutistas más intransigentes (apostólicos o realistas puros), que se agruparon en torno al hermano del rey, Carlos María Isidro, y protagonizaron levantamientos como la Guerra de los Agraviados o Malcontents en Cataluña (1827).
Luego surgió la crisis sucesoria. El rey no había tenido hijos varones de sus tres primeros matrimonios. Pero de su cuarto matrimonio con María Cristina de Borbón-Dos Sicilias nació una hija, Isabel, en 1830. Para asegurar su sucesión, Fernando VII publicó la Pragmática Sanción (aprobada por Carlos IV en 1789 pero no publicada), que anulaba la Ley Sálica (que impedía reinar a las mujeres si había varones en la línea sucesoria, como Carlos María Isidro). En 1832 ocurrieron los Sucesos de La Granja: ante una grave enfermedad del rey, los partidarios de Carlos María Isidro le presionaron para derogar la Pragmática Sanción, pero al recuperarse, Fernando VII la restableció. El rey falleció en septiembre de 1833, dejando el trono a su hija Isabel II (de tres años) y nombrando regente a su esposa María Cristina. Esto provocó el inicio de la Primera Guerra Carlista entre los partidarios de Isabel (isabelinos o cristinos, apoyados por los liberales) y los de Carlos (carlistas, defensores del absolutismo).
El proceso emancipador de la América Latina, que culminó en gran medida durante este período, tuvo diversas causas: