Portada » Geografía » Energía e industria del petróleo
Entre 1855 y 1975 podemos diferenciar cuatro etapas en el desarrollo industrial de España.
El inicio de la industrialización en España (1855- 1900) fue más tarde y lento que en otros países occidentales ante la ausencia de revolución agrícola, la falta de materias primas y energías, la insuficiente inversión industrial, la demanda limitada, el atraso tecnológico y los problemas políticos (guerras civiles y pérdida de colonias) y la política proteccionista. En la siguiente etapa, en el primer tercio del Siglo XX, se produjo un destacado crecimiento industrial (1900- 1936) impulsado por las repatriaciones de capital de las colonias y las exportaciones de la Primera Guerra Mundial, las obras públicas, la introducción de las nuevas fuentes de energía propias de la Segunda Revolución Industrial (hidrocarburos y electricidad).
En la Segunda Revolución Industrial, en el Siglo XX, se diversificó la producción industrial gracias al desarrollo de los motores de explosión y eléctricos y el sistema fordista (economías de escala). Las industrias de base, que transforman materias primas en productos semielaborados (como la siderurgia, refinerías, petroquímica, producción eléctrica,…), fueron potenciadas por el Instituto Nacional de Industria.
Las industrias de bienes de consumo, que generan productos para el consumo directo, crecieron a la par que el nivel de vida. A las industrias textil, de calzado y alimentaria se unieron las de los automóviles y electrodomésticos.
Las industrias de bienes de equipo, que producen máquinas y material de transporte, se desarrollaron tarde y sólo por impulso de empresas multinacionales.
Las estructura industrial, cuyo peso en el PIB y la ocupación crecíó, mostró las limitaciones de la industria española al mostrar una mano de obra barata poco cualificada, un tamaño de las empresas contrastado, atraso tecnológico, dependencia externa e industria centrada en el mercado interno.
En las mayoritarias pequeñas fábricas se usaron sistemas tradicionales con un bajo nivel de inversión, tecnología limitada y escasa competitividad. Las pocas grandes fábricas, filiales de multinacionales o empresas impulsadas por el INI, adoptaron el sistema fordista de trabajo en cadena. El atraso tecnológico fue favorecido por las políticas proteccionistas y contribuyó a la dependencia exterior de la industria española, que además de tecnológica, lo fue financiera y energética. Las industrias se localizaron en función de factores clásicos como: la proximidad a recursos naturales, la demanda amplia, la abundante mano de obra y capital; además de buscar eficaces transportes, sectores de apoyo y políticas industriales favorables.
Los anteriores factores de localización, provocaron que las industrias se instalaran en grandes aglomeraciones urbano-industriales, buscando las ventajas de la concentración y agrupando a empresas interdependientes.
Los objetivos de la política industrial buscaron impulsar la industria y corregir su desigual distribución. Para promover la industria en nuevas zonas se crearon los polos de desarrollo (en ciudades que tenían alguna industria) y los polos de promoción (en áreas deprimidas). También se promociónó la industria mediante la creación de polígonos industriales y polígonos de descongestión industrial (en las periferias de las grandes ciudades).
La crisis industrial que afectó España entre finales de los años setenta e inicio de los ochenta tuvo causas externas cambios económicos mundiales) e internas. Como causas externas de la crisis hay que señalar la crisis del petróleo de 1973, la incidencia de la Tercera Revolución industrial (con nuevas tecnologías, sectores y sistemas de producción), las exigencias de calidad por parte de la demanda y la división internacional del trabajo generada por la globalización. Entre las causas internas de la crisis están las deficiencias de la industria española (basada en sectores tradicionales, tecnología arcaica y con una elevada dependencia exterior) y la coyuntura histórica política (transición a la democracia). Como consecuencias de la crisis se cerraron muchas empresas, descendíó la producción y aumentó el endeudamiento empresarial y el desempleo. Para combatir la crisis, los países industrializados desarrollaron la reestructuración industrial a través de la reconversión industrial y la reindustrialización con ayudas estatales financieras, fiscales y laborales.
La reconversión industrial buscó ajustar los sectores en crisis, promoviendo el cierre de empresas, las reducciones de plantilla, la modernización y la especialización de la producción. Los sectores industriales maduros sufrieron la reconversión, que afectó a grandes empresas y disparó el desempleo. La reindustrialización buscó impulsar un nuevo desarrollo industrial creándose para ello Zonas de Urgente Reindustrialización (ZUR) y Zonas Industrializadas en Declive (ZID) a través de ayudas estatales. Su resultado fue insuficiente (aunque diversificaron la industria e inversiones no se generó mucho empleo, se beneficiaron casi solo las grandes empresas y se incrementaron los desequilibrios).
Desde 1990 hasta 2008 la industria española vivíó una etapa de expansión industrial (aumento de producción, comercio y empleo), salvo un paréntesis entre 1991 y 1994 por los ajustes para entrar en el euro.
Desde 2008 la industria entró en recesión ante la crisis financiera mundial que disminuyó demanda y financiación. Como consecuencia se redujeron la producción y los beneficios empresariales y aumentó el paro industrial. El aumento de las exportaciones compensó en parte la caída de la demanda interna. Desde 1990 la industria española ha experimentado cambios por la integración de España en el mercado europeo y mundial y por la adopción de los cambios de la Tercera Revolución Industrial. La integración de España en la Comunidad Económica Europea (1986) supuso la entrada en un mercado muy competitivo, que acabó con monopolios y ayudas estatales y adoptó las leyes europeas. Al desaparecer los aranceles europeos aumentó el mercado para los productos españoles y el capital exterior y las innovaciones llegaron con más facilidad, aunque el reto es hacer frente a la competencia. La incorporación tardía de España a la Tercera Revolución Industrial llevó a aplicar los avances en la microelectrónica a la obtención de nuevos productos, al proceso y organización industrial y a su comercialización, cambiando la producción, estructura y localización industrial. Destacan las innovaciones técnicas derivadas de la microelectrónica: desarrollo de las Tecnologías de la Información y Comunicación y automatización industrial mediante robots. Aparecen nuevas materias primas (fibra óptica) y fuentes de energía (nuclear y renovables).
El sistema de producción actual se caracteriza por la descentralización de las distintas fases de la producción (empresas multiplanta, subcontratación, redes de pymes) y la flexibilización a través de las economías de gama con pequeñas series de productos. Dentro de la producción industrial actual podemos diferenciar entre sectores industriales maduros, dinámicos y punta (de alta tecnología). Los sectores industriales maduros afectados por la reconversión con baja competitividad, demanda, tecnología y riesgo de deslocalización engloban a la metalurgia que incluye la siderurgia (integral y no integral), la construcción naval, el textil, el calzado, el mueble y el juguete. Los sectores industriales dinámicos con alta productividad y demanda y destacada presencia de capital extranjero incluyen a lo sectores del transporte (automóvil y material ferroviario), químico (petroquímica y química de transformación), agroalimentario, de equipo eléctrico y mecánico y de materiales de construcción. Los sectores industriales punta, asociados a la alta tecnología, se han implantado con retraso y tienen un menor desarrollo que en otros países de Europa, localizándose en parques tecnológicos o científicos en torno a grandes ciudades. Destacan los productos farmacéuticos, la construcción aeronáÚtica y aeroespacial, la electrónica y TIC, y biotecnología. La estructura industrial española sigue presentando problemas que dificultan su competitividad y la exportación de sus productos.
El peso del sector industrial es reducido, tanto en elPIB como en la población ocupada. En cuanto a la mano de obra, el empleo industrial desciende por la deslocalización, robotización, terciarización y crisis de 2008. Además aumenta la cualificación y terciarización (actividades de diseño, marketing,…) y el mercado laboral se desregulariza (contratación temporal). El tamaño de las empresas es reducido (un 90 % son pequeñas o medianas, con menos de 250 trabajadores) lo que impide el desarrollo de economías de escala, aunque las hace más flexibles. La investigación e innovación son insuficientes pues la I+D+i (investigación, desarrollo e innovación) se reduce principalmente a las grandes empresas de los sectores dinámicos. El desarrollo de la tecnología también es insuficiente (al invertirse poco en investigación e integrase poco las universidades y las empresas), además de dependiente de los avances exteriores (se compran patentes). Se mantiene una excesiva orientación de la industria al mercado interior, aunque desde la crisis de 2008 ha aumentado la proyección internacional. Los factores clásicos de localización industrial han perdido importancia con la Tercera Revolución Industrial. Es el caso de la proximidad a los recursos naturales y al mercado de consumo ante la facilidad y abaratamiento del transporte.
Sin embargo se mantiene la importancia de la disponibilidad de sistemas de transporte y comunicación, la cercanía de mano de obra y capital, y la política industrial. Los nuevos factores de localización se centran en la tecnología, el acceso a la innovación e información y las ventajas competitivas que puede ofrecer un territorio. Estos factores de localización generan tendencias ambivalentes complejas en la localización industrial, difundíéndose la industria madura hacia las periferias ante los problemas de congestión industrial, mejora del transporte y búsqueda de ventajas territoriales (lo que promueve la deslocalización) y concentrándose la industria tecnológica y las sedes sociales de las empresas en los espacios centrales. Dentro de los emplazamientos industriales actuales encontramos: espacios tradicionales heredados (con predominio de industrias maduras que pueden dar lugar a espacios degradados o rehabilitados); polígonos o parques industriales (con naves industriales o presencia de oficinas); clusters o distritos industriales (formados por redes de pymes); y espacios innovadores espontáneos o planificados (parques tecnológicos de empresas de sectores punta). En función del dinamismo y nivel de desarrollo se diferencian cinco áreas industriales: desarrolladas, en expansión, en declive, con industrialización inducida y con industrialización escasa. Las áreas desarrolladas (Madrid y Barcelona) sufrieron la reconversión industrial, dando paso a industrias de alta tecnología y sedes sociales de las grandes empresas. Pierden empleo, pero este es más cualificado y concentran las mayores inversiones en I+D+i. Las áreas en expansión (coronas metropolitanas periurbanas, ejes de desarrollo industrial nacional y regional y áreas rurales comunicadas) reciben instalaciones industriales, en general, tradicionales, fruto de la difusión de las mismas. Las áreas en declive (cornisa cantábrica, Ferrol, Sagunto, Cádiz, Puertollano, Ponferrada,…) han perdido capacidad industrial al sufrir la reconversión industrial y no lograr la reindustrialización ante la escasa diversificación industrial. El País Vasco ha conseguido revitalizarse. Las áreas de industrialización inducida (Zaragoza, Valladolid, Burgos, Sevilla, Cádiz y Huelva) son fruto de las políticas de promoción industrial del desarrollismo. Las áreas de industrialización escasa (Extremadura, Castilla La Mancha, islas Baleares y Canarias) presentan empresas tradicionales pequeñas. Castilla La Mancha ha recibido la difusión de la industria madrileña. Se mantienen fuertes desequilibrios territoriales en la industria española no tanto en la ocupación industrial (debido a la difusión industrial) como en la tecnología e innovación centrada en Madrid y Cataluña. Estos desequilibrios se reflejan en el desigual reparto de población, riqueza, infraestructuras y peso político. El marco o contexto de la política industrial española actual se caracteriza por la apertura al exterior, la disminución de la intervención del Estado (sustitución del INI por la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales), el ingreso en la Uníón Europea y las políticas de las Comunidades Autónomas.
Los objetivos de la política industrial son recuperar el protagonismo de la industria, lograr una industria segura, inteligente, sostenible y colaboradora del equilibrio territorial y bienestar social.
Las fuentes de energía son los recursos o elementos naturales que proporcionan fuerza para activar máquinas, siendo imprescindibles en todos los sectores económicos, pero especialmente en la industria. Respecto a los tipos de energía existentes diferenciamos entre la energía primaria (procedente del medio natural y sin aprovechamiento directo) y la energía secundaria o final (utilizable directamente por el ser humano). España tiene graves problemas energéticos por la dependencia que tiene (se consume más energía primaria de la que se produce). Esto se debe al continuo aumento del consumo energético, la escasa producción de energía que genera un bajo autoabastecimiento, y la necesidad de recurrir a costosas importaciones.