Portada » Filosofía » Encuentro
Una «realidad cerrada» es una realidad que está ahí, frente a mí y, de momento, no tiene relación alguna conmigo. Es un mero objeto propio del nivel
1 de realidad.
La actitud apropiada respecto a los objetos es la de dominio, manejo y disfrute. Si adopto hacia un objeto una actitud creativa, me elevo al nivel 2 y la transformo en una realidad abierta o «ámbito».
Nuestras relaciones con los objetos son meramente lineales (nivel 1). Nuestras relaciones con los ámbitos son reversibles (de doble dirección), porque nos influimos mutuamente. Esto da lugar a una forma eminente de uníón, la uníón de intimidad, que solo es posible en el nivel 2, el de la creatividad.
En el nivel 2 los términos libertad y norma no se oponen, se complementan. En este nivel, se supera la libertad de maniobra y se gana la libertad creativa; las normas no vienen impuestas por la imposición de un mando arbitrario, sino que proceden de la autoridad de alguien que tiene capacidad de promocionar nuestra vida en algún aspecto.
El encuentro es una forma elevada de uníón del hombre con otra realidad, especialmente con otra persona. El encuentro es la forma más noble y, por tanto, más exigente, de experiencia reversible.
La creación de un campo de juego común, merced a la entrega generosa de lo mejor de nosotros mismos y al entreveramiento de nuestros ámbitos de vida, constituye el encuentro personal.
Para crear un encuentro, hemos de cumplir las exigencias (condiciones): generosidad, disponibilidad de espíritu, veracidad, sencillez, comunicación cordial, perdón, fidelidad, paciencia, cordialidad y compartir actividades elevadas. El encuentro enriquece nuestra vida personal, nos hace alcanzar el máximo desarrollo como personas.
Cuando asumimos estos valores como formas de conducta, los convertimos en virtudes, es decir, en capacidades para el encuentro.
Frutos del encuentro: nos hace entrar en juego y nos permite crear una uníón de intimidad, nos otorga energía espiritual, nos motiva para ser creativos, nos llena la vida de luz, nos da alegría, gozo y satisfacción interior, nos llena de entusiasmo y nos colma de felicidad.
Cuando acontece el encuentro, nos sentimos situados en nuestra verdad de hombre, abiertos por naturaleza al diálogo y la colaboración.
Ideal de unidad: tiene un poder transfigurador de todo nuestro ser. Si nos orientamos hacia el ideal de la unidad, nos dejamos inspirar por él y lo tomamos como el canon de nuestra vida, su poder transfigurador nos eleva a un nivel de excelencia.
7 últimas fases del desarrollo humano:
6ª: la libertad de maniobra se transforma en libertad creativa: cuando nos distanciamos de nuestras apetencias inmediatas, vemos en conjunto la situación en que nos hallamos y elegimos en atención al ideal de la unidad.
7ª: la vida supuestamente anodina se colma de sentido: la vida tiene sentido cuando está bien orientada hacia las metas adecuadas. La meta por excelencia en nuestra vida es el ideal de la unidad.
8ª: la vida pasiva se vuelve creativa: toda actividad que realicemos inspirados por el ideal de la unidad nos eleva a una cota de excelencia.
9ª: la vida cerrada se torna abierta, creadora de relaciones: las realidades valiosas son una especie de nudos de relaciones.
10ª: El lenguaje pasa de ser mero medio de comunicación a vehículo viviente del encuentro: La función primaria del lenguaje no es la de hacer posible la comunicación entre nosotros, es la de crear vínculos cordiales. Lenguaje auténtico es el que sirve de vehículo para crear relaciones de amor. El silencio auténtico implica una actitud de atención a realidades que son tramas de relaciones.
11ª: la vida temeraria, entregada al vértigo, se torna prudente, es decir, inspirada en el ideal de la unidad: si nos tomamos lo atractivo inmediato como una mera meta a conseguir, somos presa del vértigo.
12ª: la entrega al frenesí de la pasión se trueca en amor personal: si confundimos el entusiasmo propio del proceso de éxtasis con la euforia propia del proceso de vértigo, sufrimos un desquiciamiento espiritual sumamente peligroso.
Vértigo y Éxtasis: los procesos de vértigo y los de éxtasis son totalmente opuestos por su origen, su desarrollo y sus consecuencias. La actitud de la que parte el vértigo es la de egoísmo. La que inspira el éxtasis es la de generosidad.
El proceso de vértigo implica una serie de experiencias intensas pero negativas, pues nos producen euforia al principio y nos llevan finalmente a la destrucción. El proceso de éxtasis engarza diversas experiencias positivas, porque nos conducen al encuentro y culminan en la experiencia cumbre que supone el descubrimiento del ideal de la vida.
La experiencia apasionada del vértigo provoca desazón en nuestro espíritu, en cuanto nos lanza a un tipo de actividad que no culmina en el encuentro sino en el desamparo de una soledad extrema. De ahí que no engendre propiamente dinamismo, sino simple agitación. El hombre entregado al frenesí del vértigo no hace sino girar sobre su propio eje, sin avanzar un palmo en su desarrollo personal.
La experiencia de éxtasis suscita en nuestro interior una fecunda inquietud, una tensión sosegada hacia los modos perfectos de encuentro.