Portada » Historia » En 1837, el motín de los sargentos de la granja dio lugar a un cambio de gobierno de signo progresista, los cuales elaboraron la constitución de 1837
El tema sobre el que se centra esta composición, El periodo de Regencias del Reinado de Isabel II, nos remonta al siglo XIX. Fue una época en que se sentaron en España las bases de la revolución liberal, que tuvo dos consecuencias, principalmente: la implantación de una monarquía constitucional y el cambio de los valores del Antiguo Régimen por otros más liberales. Pero todo ello se vio empañado por una sangrienta guerra civil, resultado de las disputas dinásticas. Se trata de un momento crucial en la historia española y europea ya que se habían producido una serie de cambios políticos que habían dañado seriamente la primacía del absolutismo:
La Santa Alianza había sido disuelta en 1830, a causa de las tensiones surgidas entre los rusos y los austriacos. Grecia y Bélgica habían conseguido su independencia, y Francia había derribado la monarquía absoluta de Carlos X. Además, el proceso de industrialización en Gran Bretaña empezaba a extenderse por el viejo continente, dejando su huella en proletariado y burguesía. Esto amenaza con romper de forma irreversible las bases del Antiguo Régimen en España. Se habían producido, también en Gran Bretaña, unas reformas parlamentarias, y surgido los primeros sindicatos de trabajadores (ideas que posteriormente serán secundadas por la sociedad española). Además, la era de la reina Victoria supuso un progreso hacia la democracia, convirtiendo al país británico en la primera potencia mundial. Mientras tanto en los países centrales y orientales (Prusia, Rusia y Austria) seguía dominando con fuerza el Antiguo Régimen. Austria, durante todo este período, siguió siendo fiel a los principios del Congreso de Viena. Sin embargo los dirigentes de Prusia no pudieron reprimir las corrientes liberales y nacionalistas que la llevarían a una unificación política de toda Alemania (que bajo la hegemonía prusiana se convertiría en una gran potencia) de la mano de Bismarck, su primer ministro.
Se trata, en resumen, de un período que tuvo pocas relaciones políticas internacionales, ya que cada monarquía se centraba en limitar el poder de los liberales asentados en su territorio, dejando a un lado los temas externos, las guerras y enfrentamientos, y las alianzas. Esto se ve claramente en España, y especialmente en ella, debido a los problemas en la sucesión monárquica y a la posterior guerra carlista, que mantuvo ocupada la mente de los Regentes desde1834. Sin embargo, la situación inestable venía desde antes de la muerte del rey Fernando VII, que no pudo acallar las revueltas y las voces de protesta de las clases liberales y burguesas. Además, el rey no tenía más que dos hijas pequeñas, por lo que confirmó la revocación de Carlos IV de la ley sálica a través de la Pragmática Sanción. La ley sálica había excluido a todas las mujeres de la línea sucesoria desde su implantación por Felipe V, pero la Pragmática Sanción establecía que, de no haber varón, la primera mujer en dicha línea sucesoria podría subir al trono. Sin embargo la situación empeoró con las protestas de los partidarios de Carlos María Isidro, hermano del rey, y con la posterior muerte de éste.
En este momento destaca Portugal, país que había pasado desapercibido pero desde el cual Don Carlos empezó a operar para recuperar su derecho al trono. Los ejércitos españoles entraron para interceptarlo en el país vecino, pero el gobierno británico intervino. Puso fin a la internacionalización del conflicto mediante el Tratado de Évora-Monte, y obligó a Don Carlos a vivir en Inglaterra. Sin embargo se evadió, por lo que se empezaron a forjar las bases del carlismo, empeorando el conflicto.
A continuación organizaré mi exposición tratando las dos caras del período y la evolución de las mismas durante las dos regencias:
Regencia de María Cristina (1833-1840)
Evolución política
Gobierno de Martínez de la Rosa
El Estatuto Real
Reformas liberales
Gobierno de Álvarez de Mendizábal
Reformas y sus consecuencias
El motín de La Granja
Gobierno de Calatrava
Constitución de 1837
Abdicación de la regente
La guerra carlista
Bases del carlismo
Evolución
Asentamiento de los carlistas en el País Vasco
Resistencia de los liberales
Decaimiento de la causa carlista
El Convenio de Vergara
Regencia del general Espartero (1840-1845)
Pronunciamiento de los moderados
División de los progresistas
Revuelta catalana
Pronunciamiento generalizado y caída de Espartero
La reina regente contó con el respaldo de la mayor parte de las clases medias urbanas y la alta burguesía, todos ellos partidarios del liberalismo y la modernización del Estado. Contó también con el respaldo de buena parte de la nobleza y el ejército. Este último era muy débil, por lo que resultó fundamental el apoyo de Francia y Gran Bretaña. La regente, para asegurarse el apoyo de los liberales, designó presidente del gobierno a Martínez de la Rosa, liberal moderado, con el objetivo de elaborar un régimen constitucional que fuera aceptable para la Corona. La regente se enfrenta entonces a dos problemas: la guerra civil carlista y la organización política de este nuevo estado liberal.
Para contentar a los liberales concibió una serie de reformas urgentes. Promulgó el Estatuto Real en 1834. No era una constitución, sino una Carta Otorgada, que se inspiraba en la Carta francesa de 1814. Ambas se basaban en que la soberanía real se autolimitada otorgando a sus súbditos. Por lo tanto, se alejaba bastante de la concepción real liberal. El Estatuto Real establecía dos cámaras, y era tan limitado que el cuerpo electoral quedaba reducido (sufragio censitario muy restringido). Además, a las Cortes sólo se les concedía un papel consultivo.
El gabinete de Martínez de la Rosa promulgó una serie de reformas: desaparición del monopolio de los gremios sobre la producción, la libertad de industria y comercio, y se suprimió la Inquisición. Sin embargo no se concedió la libertad de prensa y se mantenía la censura previa.
Estas reformas satisficieron a los más moderados pero fueron insuficientes para la mayoría de la opinión pública. Pronto se produjeron protestas contra el gobierno y estallaron revueltas populares que acabaron con el saqueo de conventos y matanza de frailes, que se les acusaba de cómplices del carlismo.
A comienzos de 1835, el gobierno de Martínez de la Rosa era ya muy impopular. En mayo dimitió el gobierno y dio paso a otro encabezado por un liberal moderado, que se opuso a continuar con las reformas. Por ello la oposición liberal progresista se levantó contra el gobierno. En numerosos puntos se formaron juntas que pedían la convocatoria de Cortes constituyentes.
En este punto de la situación cabe destacar el hecho de que se formaran juntas, ya que a lo largo de la historia cada vez que hay un intento del pueblo por conseguir un cambio, se tiende a ello. Destacan, especialmente, las juntas que se formaron en el levantamiento popular de 1808 contra la autoridad de José I. En la actualidad no se comprende el uso de la violencia o de las revueltas como método para conseguir algo, pero teniendo en cuenta la situación de la época y la feroz represión, se entiende que no tenían otro medio. Por ejemplo, la regente les tenía completamente vetado el acceso a participar en política.
Volviendo a los problemas de la regente con su gobierno, no tuvo más remedio que confiar el poder a un liberal progresista: Álvarez de Mendizábal. Éste formó gobierno y adoptó una serie de medidas revolucionarias. La primera fue reorganizar las milicias para crear la Guardia Nacional. La segunda fue el Decreto de Desamortización (febrero de 1836), por el que el Estado podía incautarse de los bienes inmuebles de las órdenes religiosas previamente disueltas y venderlos en pública subasta. Con ello Mendizábal se proponía, principalmente, resolver el problema de la deuda pública del Estado y movilizar unos bienes que resultaban imprescindibles para el desarrollo de la industria y el comercio. Es reprochable que los bienes salieran a subasta ya que los agricultores y la clase media, a los que iban dirigidas esas tierras, finalmente no pudieron acceder a ellas. De esta manera no se cumple uno de los objetivos que se proponía Mendizábal, que consistía en crear una clase media agraria que aumentara la productividad del campo español, y estuviera agradecida al estado liberal por haberle concedido las tierras.
Sin embargo, se cumplió con creces el primer objetivo, ya que el estado sacó mayor cantidad de dinero mediante subasta, y éste fue destinado a cerrar un agujero en la hacienda española cada vez más grande. Esta decisión fue un fallo, debido a que las tierras cayeron de nuevo en manos de los más ricos, como la nobleza, y se produjo un menor desarrollo del comercio y la industria que si hubieran sido vendidos a la clase media. Cometió el mismo error histórico que Godoy, y por ello los jornaleros indignados se organizaron en sindicatos y se rebelaron. Los anarquistas usaron la violencia, como una forma de terrorismo de protesta. Aunque es de menor importancia, parte de los bienes y edificios no salieron a subasta, sino que el Estado se quedó con ellos para conservar monumentos o realizar funciones de servicio público.
La desamortización tuvo unos resultados desiguales. Se produjo un aumento de las tierras cultivadas y una cierta mejora de los rendimientos. También se pudo sufragar los gastos de la guerra, aunque no se amortizó la deuda del Estado. Los compradores de las tierras, en su mayoría burgueses fueron los grandes beneficiados, y se convirtieron en respaldo social
Sin embargo, nada de lo anterior fue tan determinante como el enfrentamiento que se produjo entre la regente y la Santa Sede a consecuencia del ataque perpetrado contra las órdenes religiosas. Por este motivo el Vaticano se negó a reconocer a la reina Isabel II hasta el año 1847.
Al no contar con la confianza de la regente, Mendizábal dimitió. Entonces, temiendo un nuevo retroceso en las reformas, los progresistas volvieron a recurrir a la insurrección armada. Los sargentos de los regimientos del palacio de La Granja se sublevaron y obligaron a la regente a jurar la Constitución de 1812 y formar un nuevo gobierno progresista, presidido por Calatrava.
Es importante destacar un detalle: durante esta época los cambios de soberanía se producen por presión por los levantamientos. Avanza el liberalismo, que se convertirá en la base de la futura democracia.
El gobierno de Calatrava decidió convocar unas Cortes extraordinarias para reformar la Constitución de 1812 pero, finalmente, las Cortes redactaron una Constitución nueva, que se promulgó en 1837. Era progresista en el sentido de que afirmaba la autonomía de las Cortes, implantaba la libertad de imprenta y afirmaba la soberanía nacional. Pero también realizaba concesiones a los moderados, como la aceptación del bicameralismo (Senado y Congreso) y el poder moderador que se concedía a la Corona, que podía disolver las Cortes y nombrar el gobierno ejecutivo.
En el texto aparecen unos artículos de esta Constitución. En el artículo 2 se ve que era progresista ya que permite una libertad de prensa completa, y en el artículo 5, que deja claro que todos los españoles pueden escalar en la sociedad gracias a sus capacidades.
Sin embargo, la Constitución tenía también secciones menos radicales, para satisfacer a los más moderados, y dar cabida a todos al concederles artículos más acordes con su ideología. Entre estas concesiones se encuentra el artículo 11, ya que no se concede libertad religiosa, y todo español debe ser católico, manteniendo la tradición. El artículo 12 es intermedio, pues aunque el Rey tiene poder, también influyen las Cortes a la hora de realizar las leyes. El artículo más conservador es el 45, que estipula que el poder de hacer ejecutar las leyes reside íntegramente en el rey.
El tema de la guerra carlista fue de vital importancia durante la época. Se inició por la lucha dinástica, pero esto esconde algo de mucha más trascendencia: determinaba que tipo de gobierno tendría España: si monarquía constitucional de corte liberal o monarquía tradicional.
El carlismo encontró sus apoyos en las zonas rurales y, especialmente, País Vasco y Navarra, así como buena parte del campesinado del interior de Cataluña o Aragón.
En el exterior, los carlistas tuvieron las simpatías de las grandes monarquías absolutistas, como Austria, Rusia y Prusia.
La guerra carlista tiene bastantes semejanzas con la guerra de la Independencia.
El mapa dado es de la España de la Guerra Carlista. En él se diferencian unas líneas y numerosas regiones aparecen coloreadas, explicando numerosos datos de los procesos ocurridos durante esta I Guerra Carlista. Las líneas más numerosas corresponden al recorrido de las expediciones carlistas.
Las otras, que van de Vitoria a Huesca, de ahí a Cantavieja y finalmente a la provincia de Madrid corresponden a la expedición de Don Carlos. Se ve que la mayor parte del norte español está ocupado por el carlismo, destacando el País Vasco y Navarra. Aunque también es importante señalar que las principales ciudades de dichas comunidades no fueron tomadas, como Bilbao, San Sebastián o Pamplona.
Los cristinos ocupan gran parte de la mitad sur de España, especialmente en zonas urbanas, de mayor poder político y económico. En el mapa se ve que la guerra se desarrolla por toda la Península sin un frente fijo, y los ejércitos se mueven por todo el territorio. En resumen, con un procedimiento similar al de la Guerra de la Independencia.
En el desarrollo del conflicto se distinguen tres fases:
Asentamiento de los carlistas en el País Vasco
Los carlistas se asientan en el norte peninsular, pero no ocupan las ciudades principales, limitándose a extenderse por las zonas rurales de menor influencia en el desarrollo de los acontecimientos.
Resistencia de los liberales
Los liberales intentan establecer sin éxito una línea de contención, aproximadamente donde acaba la zona oscura del País Vasco en el mapa. Sin embargo esto no tiene éxito, y los carlistas continúan con sus expediciones, destacando entre estas las realizadas por toda la Península (flechas más abundantes) para conseguir adeptos.
Decaimiento de la causa carlista
A pesar de mantenerse en las zonas ocupadas y de recorrer todo el territorio español, fracasan en la consecución de las ciudades más importantes y no obtienen más éxitos destacados, por lo que su causa languidece.
Finalmente, se llegó a un acuerdo entre el jefe del ejército liberal, Espartero, y el jefe del ejército carlista, Maroto. Ambos militares firmaron el Convenio de Vergara, y el ejército carlista entregó las armas.
El final de la guerra pareció consolidar el régimen liberal. El constitucionalismo parecía definitivamente asentado tras la promulgación de la Constitución de 1837, aunque, en realidad, la falta de entendimiento y la escisión entre los moderados y progresistas eran cada vez mayores. Tanto unos como otros comenzaron a recurrir sistemáticamente a los militares para conseguir, mediante pronunciamientos de fuerza, controlar la situación política y acceder al gobierno. Esto da mucha inestabilidad al país y provoca un deterioro enorme.
Los generales, que habían consolidado su prestigio con la guerra, eran considerados como héroes y algunos contaban con gran respaldo popular. Este fue el caso de Espartero y fue llamado por los progresistas para alcanzar el poder. Ante la popular y la crisis política, la Regente se vio obligada a abdicar, y Espartero fue nombrado nuevo regente mientras durase la minoría de edad de la princesa Isabel.
Aunque no era la primera vez que los militares intervenían en política (Riego, o el pronunciamiento de la Granja) fue el caso de Espartero el que sentó precedente que se repetiría con frecuencia.
El nuevo regente tuvo que hacer frente a una serie de problemas que dificultaron de forma notable su labor de gobierno.
El primero era la actitud de los moderados, que optaron por el pronunciamiento como forma de llegar al poder.
El segundo fue la división de los propios progresistas, cuyo sector civil dejó de respaldar a Espartero al comprobar que se apoyaba exclusivamente en una camarilla de militares, y que pretendía gobernar de forma dictatorial. Es decir, que Espartero al subir al poder y ver todo el poder en sus manos se olvidó de su talante progresista.
El tercero se desencadenó con la noticia de que el gobierno preparaba un tratado de comercio librecambista con Gran Bretaña, que podría vender sus productos textiles en España sin obstáculos. La revuelta de los industriales catalanes fue reprimida mediante un bombardeo a Barcelona.
Se inició en Andalucía un pronunciamiento propiciado por los progresistas y los moderados, unidos de forma coyuntural contra Espartero. Este pronunciamiento se extendió y forzó a Espartero a huir al exilio.
En conclusión podemos afirmar, que desde un juicio crítico de la época que hemos estado analizando, el Antiguo Régimen pudo ir desapareciendo de Europa, dando paso a una nueva época de cambios, reformas y evolución, tal y como muestra la unificación de Alemania, la expansión de la influencia de Gran Bretaña, la unificación de Italia y la oleada revolucionaria de 1848.
Los pasos dados durante este período de revoluciones supusieron un avance en la política y los derechos de los ciudadanos, que con cada nueva protesta se vieron incrementados. El Absolutismo se vio aislado y debilitado y poco a poco sus causas y sus métodos fueron cayendo frente a la evolución y a la igualdad. Aún conservamos las bases de la Constitución de 1812 y algunos de los artículos de las Constituciones que la sucedieron, consiguiéndose, no sin esfuerzo, una ampliación en las libertades y una mayor participación en la política.