Portada » Filosofía » Empirismo y Escepticismo en la Filosofía de David Hume
David Hume es uno de los grandes defensores de la tolerancia religiosa. Para él, la religión es un asunto privado y no de personas jurídicas de derecho público. El Estado tiene que tolerar todas las religiones, menos las que tratan de inmiscuirse en los asuntos públicos.
David Hume fue un filósofo escocés del siglo XVIII. Sus principales libros son el Tratado de la naturaleza humana y el Ensayo del intelecto humano. En estas obras, el empirismo inglés en filosofía llega hasta sus últimas consecuencias e incluso desemboca en el escepticismo y el irracionalismo, corrientes que luego serán retomadas por la filosofía alemana –irracionalismo de Nietzsche y Schopenhauer–.
En el Tratado de la naturaleza humana, Hume pretende aplicar el método experimental a la índole del hombre, en su forma de pensar en cuanto a sujeto. Se pregunta: ¿cuál es la naturaleza de las ideas que los seres humanos utilizamos y de las operaciones que realizamos en nuestro razonamiento? De estas dependen todos los conocimientos humanos y las ciencias que se ocupan del objeto del conocimiento. Hume afirma que todos nuestros contenidos mentales tienen su base en una percepción a través de los sentidos, de dos clases:
Las impresiones son la percepción mayor y lo originario de nuestro conocimiento. Se incluyen las sensaciones, pero también las emociones, las pasiones, etc.
Las ideas son imágenes ya delimitadas de las primeras impresiones, que ordenan en términos espacio-temporales nuestras impresiones.
La diferencia entre impresiones e ideas radica en la fuerza en que esa percepción se presenta en las personas. El origen del conocimiento es, por lo tanto, un sentir, lo derivado de ellos es el pensar, formular las ideas.
Nosotros no podemos formular una idea si no tenemos primero una impresión, porque todo conocimiento parte de la experiencia. Hume es un nominalista, ya que toda idea es una imagen particular. Los conceptos universales son nada más que el producto de un hábito de nuestra mente que tiende a vincular fenómenos semejantes. Por otra parte, Hume habla de las relaciones de ideas, que son proposiciones que operan a contenidos ideales, pero sin referirse a algo que exista o que pueda existir (las matemáticas), frente a la relaciones de ideas está lo que llama datos de hechos.
Los datos de hecho no implican una necesidad en sentido lógico, como sí las asociaciones de ideas, es decir, no implican la no contradicción de su opuesto. El problema radica en las razones de la evidencia de los razonamientos de los datos de hecho cuando esos datos de hecho no son objeto de una percepción inmediata.
La relación de causalidad no es de interés solo para las ciencias naturales, es un problema metafísico. Hume aborda el problema de la causalidad sosteniendo que cuando hablamos de causa y efecto (y los asociamos) pasamos por alto que en realidad estas son dos nociones distintas. El análisis de la causa no nos dice nada acerca del efecto y el análisis del efecto nada nos dice respecto de la causa. Lo que ocurre es que, si el fundamento de nuestras conclusiones respecto de la causalidad es la experiencia, resulta que las conclusiones que yo extraigo al respecto (en término de causalidad) no tienen una base empírica. La causalidad es producto de nuestra mente, es nuestra mente lo que asocia lo contiguo y lo sucesivo, lo que fue experimentado con lo que se experimentará, en una conexión mental que ya no es una impresión, porque no la hemos percibido. De un simple ¿cómo han sucedido las cosas? nosotros inducimos el cómo van a suceder, pero esta inducción es obra de una asociación mental, no es porque nosotros conozcamos realmente la causalidad. Hume lo llama creencia en que existe una conexión necesaria entre los hechos.
Lo que llamamos yo/ego es también una creencia humana, no una identidad conocida por el hombre, es lo que consideramos yo una conexión de ideas.
Hume niega la libertad de la voluntad, el libre albedrío. Lo que nos gobiernan son pasiones de la naturaleza humana. El libre albedrío es un completo absurdo para Hume, la libertad es simplemente espontaneidad, que nuestra conducta sea espontánea, que nos fuercen a hacer. Pero en todos nuestros actos actuamos compelidos por motivos internos (lo que él llama pasión) y la pasión nos domina y no la razón.
Para Hume, la moral no puede ser la razón, sino que debe ser el sentimiento, que en particular de placer y dolor, se caracteriza por ser un sentimiento desinteresado que no está referido a mi interés particular ni el de nadie. Cuando pienso en mi enemigo y rescato las buenas cualidades de él expreso un sentimiento desinteresado. Hume da mucha importancia al sentimiento de la simpatía. A esto se relaciona la distinción de los planos del ser y del deber ser. Hume escribe que nosotros desde una proposición no podemos desprender una proposición prescriptiva/normativa. De algo que es no puedo obtener un deber ser. Y a las proposiciones que obtengamos de esta forma Hume las llama Falacia naturalista/Falacia de Hume, que generalmente acompaña al sujeto analizado y le damos esa característica como si viniera en ella por naturaleza.