Portada » Psicología y Sociología » Emociones y Expresiones Faciales: Teorías Clave y Mecanismos Neurológicos
Charles Darwin propuso que las expresiones emocionales evolucionaron a partir de comportamientos que indicaban las acciones futuras de un animal. Según su teoría, estas respuestas emocionales se presentaban de forma similar en todos los miembros de una misma especie. Un ejemplo clave son las expresiones faciales.
Las señales de amenaza y sumisión, por ejemplo, evolucionaron en direcciones opuestas:
La teoría de James-Lange fue la primera teoría fisiológica de la emoción. Propone que la corteza cerebral recibe e interpreta los estímulos sensoriales, provocando cambios en los órganos viscerales (a través del Sistema Nervioso Autónomo, SNA) y en los músculos esqueléticos (a través del Sistema Nervioso Somático, SNS). En esencia, la experiencia emocional es el resultado de la percepción cerebral de los patrones de respuesta autónoma y somática provocados por estímulos externos.
Esta teoría postula que los estímulos emocionales tienen dos efectos excitatorios independientes:
A diferencia de la teoría de James-Lange, Cannon-Bard considera que la experiencia emocional y la expresión emocional son procesos paralelos, sin una relación causal directa.
La falsa rabia se refiere a respuestas agresivas exageradas y sin dirección observadas en animales descorticados. Bard descubrió que podía provocarse en gatos cuyos hemisferios cerebrales habían sido eliminados hasta el nivel del hipotálamo (pero sin incluirlo). Esto llevó a las siguientes conclusiones:
Papez propuso el sistema límbico como un conjunto de núcleos y tractos que rodean el tálamo, incluyendo estructuras como:
La acción de las estructuras límbicas sobre el hipotálamo se consideraba fundamental para la generación de estados emocionales.
Este síndrome, observado en monos con extirpación de los lóbulos temporales, presenta un patrón de conducta característico:
La teoría de James-Lange sugiere que diferentes estímulos emocionales provocan diferentes patrones de actividad en el SNA, mientras que la teoría de Cannon-Bard propone que todos los estímulos emocionales generan el mismo patrón general de actividad simpática. La evidencia experimental indica que, si bien no todas las emociones se asocian con el mismo patrón de actividad del SNA, tampoco hay evidencia concluyente de que cada emoción tenga un patrón único y diferenciado.
La poligrafía es un método que utiliza índices del SNA para inferir la veracidad de las respuestas de un sujeto durante un interrogatorio. Aunque se conoce como «detector de mentiras», en realidad detecta emociones, no mentiras. Lykken (1959) desarrolló la técnica del conocimiento de la culpabilidad para mejorar la precisión de la poligrafía.
Estudios transculturales han demostrado la universalidad de las expresiones faciales. Personas de diferentes culturas producen expresiones faciales similares en situaciones similares y pueden identificar el significado emocional de las expresiones faciales de otras culturas.
Expresiones faciales primarias:
Otras emociones se consideran mezclas de estas expresiones primarias.
Esta hipótesis plantea que la expresión facial puede influir en la experiencia emocional. Por ejemplo, sonreír puede hacer que una persona se sienta más feliz, mientras que fruncir el ceño puede inducir sentimientos negativos.
Podemos controlar voluntariamente nuestros músculos faciales, inhibiendo expresiones verdaderas y sustituyéndolas por falsas. Sin embargo, Ekman sugiere que las microexpresiones de la emoción real (de aproximadamente 0.05 segundos de duración) pueden manifestarse simultáneamente con la expresión falsa, revelando la emoción subyacente.
Existen diferencias sutiles entre las expresiones faciales genuinas y falsas. La sonrisa genuina, o «sonrisa de Duchenne», implica la contracción del músculo orbicular del ojo (difícil de controlar voluntariamente) además del músculo cigomático mayor (controlable voluntariamente).
Es importante destacar que no todas las emociones van acompañadas de cambios en la expresión facial.
La electromiografía facial es una técnica que permite detectar cambios en la actividad motora de los músculos faciales, incluso aquellos que no son visibles a simple vista.