Portada » Ciencias sociales » Elementos que atentan contra la identidad nacional
La identidad no está hecha de compartimentos, pues las personas tienen una sola identidad producto de todos los elementos que la han configurado. Hay que tratar de comprender por qué tanta gente comete hoy crímenes en nombre de su identidad religiosa, étnica, nacional o de otra naturaleza. La identidad es lo que distingue a una persona de otra. Está constituida por infinidad de elementos que no se limitan a los que figuran en los registros oficiales. No todas las pertenencias tienen la misma importancia, pero ninguna de ellas carece por completo de valor. Son los elementos constitutivos de la personalidad, los genes del alma. Según las épocas, una u otra de sus pertenencias se hinchó hasta ocultar todas las demás y confundirse con su identidad entera. En todas las épocas hubo gentes que nos hacen pensar que había entonces una sola pertenencia primordial denominada identidad. Si bien en todo momento hay una determinada jerarquía en la identidad, y esta no es inmutable, sino que cambia con el tiempo y modifica los comportamientos. Al verse perseguido, sus preferencias sexuales se imponen sobre sus otras pertenencias, eclipsando incluso el hecho de pertenecer a la nación italiana, ya que cuando una pertenencia tuya es agredida, esta puede imponerse sobre algunas otras y lograr una importancia mayor que las otras.
El examen de identidad es analizar cada pertenencia y ponerles preferencia, cada pertenencia de nuestra identidad nos ha de servir para unir lazos con personas con una pertenencia en común con ella. Cada una de las pertenencias te vincula con muchas personas, sin embargo, cuando más numerosas son las pertenencias que se tienen en cuenta, más específica será la identidad. Gracias a cada una de las pertenencias, una persona está unida por un cierto parentesco a muchos de sus semejantes; gracias a eso se tiene una identidad propia. La humanidad entera se compone solo de casos particulares.
La identidad es compleja, única, irremplazable, e imposible de confundirse con otra.
La identidad no se nos da de una vez por todas, sino que se va construyendo a lo largo de toda nuestra existencia. Los elementos que están en nuestra identidad cuando nacemos no son muchos, pues el entorno social los determina. Ni siquiera el color y el sexo son elementos “absolutos” de la identidad. El aprendizaje se inicia muy pronto, ya en la primera infancia. Voluntariamente o no, se modelan, conforman y les inculcan creencias. Son las innumerables diferencias las que forjan los comportamientos, opiniones, temores y ambiciones, pero a veces resultan eminentemente edificantes, pero a veces producen heridas que no se curan nunca. Son esas heridas las que determinan en cada fase de la vida la actitud de los seres humanos con respecto a sus pertenencias y a la jerarquía de estas, pues cuando a alguien lo azoran de pequeño, no lo olvida nunca. Hasta ahora se ha venido insistiendo continuamente en que la identidad está formada por múltiples pertenencias; pero es imprescindible insistir otro tanto ene l hecho de que es única y de que la vivimos como un todo. La identidad de una persona no es una yuxtaposición de pertenencias autónomas, no es un mosaico: es un dibujo sobre una piel tirando; basta con tomar una sola de esas pertenencias para que vibre la persona entera. La gente suele tener a reconocérsele en la pertenencia que es más atacada; a veces, cuando no se sienten con fuerza para defenderla, la disimulan esperando el momento de la revancha. Para ellos, afirmar su identidad pasa a ser inevitablemente un acto de valor. Pase lo que pase, los otros se lo habrán merecido, y nosotros recordaremos con precisión todo lo que hemos tenido que soportar. Es locura cuando un hombre se transforma en alguien que mata. Lo que por comodidad llamamos locura asesina es esa propensión de nuestros semejantes a transformarse en asesinos cuando sienten que su tribu está amenazada. Hay un Mr. Hyde en cada uno de nosotros; lo importante es impedir que se den las condiciones que ese monstruo necesita para salir a la superficie. Si todos los hombres se transformaran con tanta facilidad en asesinos, es porque la concepción tribal de la identidad que sigue dominando en el mundo entero favorece esa desviación.
Identidades asesinas, expresión que no me parece excesiva por cuanto que la concepción que denuncio, la que reduce la identidad a la pertenencia a una sola cosa, instala a los hombres en una actitud parcial, sectaria, intolerante, a veces suicida, y los transforma a menudo en gentes que matan o en partidarios de los que lo hacen. Desde el momento en que vemos en nosotros mismos, en nuestros orígenes y en nuestra trayectoria, diversos elementos, aportaciones, mestizajes e influencias, se establece una relación distinta con los demás, y también con los de nuestra propia tribu, no se trata simplemente de nosotros y ellos. En nuestro lado hay personas con las que tengo pocas cosas en común, y en su lado otras con las que puedo sentirme muy cerca. Es fácil imaginar de qué manera puede empujar a los seres humanos a las conductas más extremadas; cuando sienten que los otros constituyen una amenaza. No se sabe donde terminar la definición de identidad y empezar a hablar de los derechos de los demás. El término identidad es un falso amigo: empieza afirmando una aspiración legítima y de súbito se convierte en un instrumento de guerra. Los conflictos sangrientos tienen que ver con complejos y antiquísimos contenciosos de identidad; unas veces, las víctimas son sin remedio las mismas, desde siempre; otras, la relación se invierte: los verdugos de ayer son las víctimas de hoy. Pero esos términos no tienen sentido en sí mismos más que para los observadores externos; para los que están directamente implicados en esos conflictos. La concepción tribal de la identidad prevalece hoy en día. Es necesario elaborar una nueva concepción de la identidad. No podemos limitarnos a obligar a muchas personas desconcertadas a elegir entre afirmar a ultranza su identidad y perderla por completo, eso e slo que deriva de la concepción que sigue dominando en este ámbito. Los fronterizos que sean capaces de asumir plenamente su diversidad servirán de enlace entre las diversas comunidades y culturas, y en cierto modo serán el aglutinante de las sociedades en que viven.
Es característico de nuestra época haber convertido a todos los seres humanos en migrantes. Con la evolución hemos recorrido en treinta años lo que antaño solo se recorría en muchas generaciones. El migrante es la víctima de la primera concepción tribal de la identidad. Antes de ser inmigrante, se es emigrante. El primer reflejo no es pregonar su diferencia, sino pasar inadvertido. EL sueño secreto de la mayoría de los migrantes es que se los tome por hijos del país. Su tentación inicial es imitar a sus anfitriones, cosa que algunos consiguen. Su estratagema queda pronto al descubierto. Muchos se muestran por orgullo como bravata, más distintos de lo que son. Hay incluso quienes van aún más lejos, pues su frustración termina en una contestación brutal. Es por eso aún más imprescindible que esas cuestiones tan pasionales se contemplen con cordura y serenidad. En el caso de la inmigración, la primera de esas dos concepciones extremas es la que ve el país de acogida como una página en blanco en la que cada cual puede escribir lo que quiera. En la otra, el país de acogida es una página ya escrita e impresa, una tierra cuyas leyes, valores y creencias ya se habrían fijado, de modo que los inmigrantes tienen que ajustarse a ellas. Pero los que tienen sentido común darán un paso adelante hacia el evidente terreno del punto medio, que el país de acogida no e sin un página en blanco ni una página acabada. Cuanto más os impregnéis de incultura del país de acogida, tanto más podréis impregnarlo en la vuestra. La palabra clave es reciprocidad: si acepto a mi país de adopción entonces tengo derecho a criticar todos sus aspectos, si ese país me respeta entonces tiene derecho a rechazar algunos aspectos de mi cultura que podrían ser incompatibles con su modo de vida. Para ir con decisión en busca del otro, hay que tener los brazos abiertos y la cabeza alta, es decir, intentar aceptar y recibir parte de la otra cultura sin olvidar la tuya propia.