Portada » Religión » El Verdadero Significado de la Ley: De Moisés a Jesús
Cuando hablamos de la ley, nos referimos a la voluntad de Dios para su pueblo, propuesta como camino de vida. En hebreo, Torah, traducida al griego como nomos (ley) en la versión de los Setenta, se convirtió desde el Deuteronomio en el término principal para designar el conjunto de disposiciones divinas que debían regir la vida de Israel dentro del contexto de la Alianza.
La ley tiene su origen en la historia de Israel y en la alianza. A través de su historia, el pueblo experimentó la posibilidad de vivir en libertad. Este don de Dios implicaba tanto un regalo como una tarea. La ley, nacida de la alianza, concreta la relación de amor entre Dios y su pueblo, señalando un camino que respeta la historia vivida y el amor. La ley es, por tanto, camino de vida (ver Deuteronomio 30:19-20; Salmo 119).
Con el tiempo, el pueblo y sus líderes se apartaron de la historia vivida y de la voluntad de justicia de Yahvé. Dejaron de ver al Dios verdadero y se entregaron a dioses manipulables: poder, prestigio y alianzas dudosas. En este contexto de pecado, la ley de Dios se transformó en una fórmula externa, una ocasión de pecado (Romanos 7:7). Los hombres se encontraron ante una ley endiosada, pero no ante la gracia interpelante de Dios. Buscaban ser justos cumpliendo la ley externamente, mientras adoraban a otros dioses. Incapaces de cumplir la ley, recurrieron a la hipocresía, aparentando una rectitud que no poseían. La ley, desvirtuada, se convirtió en una carga imposible de llevar, ya que nadie podía cumplirla sin una relación vital con Dios.
La verdadera vigencia de la ley reside en su conexión con la voluntad de Dios. Jesús enseñó que encontrarse con el pobre y el necesitado es encontrarse con Dios mismo, quien inaugura el tiempo definitivo (Mateo 25:40).
Jesús cuestiona la autoridad de la ley, argumentando que no proviene de ella misma, ni de la tradición, ni de las exigencias de escribas y fariseos, sino de la voluntad original de Dios en la creación.
Critica el contenido de la ley, ya que los líderes imponían normas según sus conveniencias e intereses.
Finalmente, rechaza la idea de que la ley pueda salvar. La salvación se encuentra en una relación de amor con Dios y en la práctica del bien.
Uno de los aspectos más destacados de la vida de Jesús es su ruptura con ciertas leyes. Quebrantó el sábado (Marcos 2:23-28; 3:1-6; Lucas 13:10-17; 14:1; Mateo 12:9-14), ignoró los ayunos (Marcos 2:18-22), no se preocupó por las impurezas de comida (Marcos 7:1) ni las de sangre (Lucas 8:43). Se burló de las filacterias (Mateo 23:5) y antepuso su «pero yo les digo» a las palabras de Moisés.
Sin embargo, Jesús no vino a destruir la ley ni los profetas, sino a darles plenitud (Mateo 5:17-20). En la relación que Jesús establece entre Dios y los hombres, la ley se cumple en su sentido más profundo. Jesús nos confronta con la gracia original de Dios, llamándonos a lo mejor de nosotros mismos y restaurándonos en el amor para actuar creativamente en beneficio de los demás.
La parábola del buen samaritano (Lucas 10:29-37) ilustra este punto. Jesús cambia la pregunta del jurista: en lugar de «¿quién es mi prójimo?», pregunta «¿cuál de estos tres se hizo prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» (vv. 29, 36). Lo importante no es definir quién merece nuestra ayuda, sino actuar con compasión y convertirnos en prójimos de quienes nos necesitan.