Portada » Español » El Teatro en el Siglo XX
Durante las tres primeras décadas del siglo XX, predominaría un teatro comercial que buscaba el favor del público frente a la renovación del panorama teatral.
Se caracterizaba por realizar una crítica superficial de la clase media y sus costumbres, reflejando de forma realista su lenguaje. La figura más importante sería Jacinto Benavente con obras como Los intereses creados o La Malquerida. Destacaría también el teatro cómico, con mayor carga humorística, y en el que destacaron los hermanos Álvarez Quintero (La reina mora); Pedro Muñoz Seca, inventor del astracán: La venganza de Don Mendo; y Carlos Arniches (La señorita Trévelez).
Es una mezcla de romanticismo y modernismo, ideológicamente muy conservador y tradicional y que trata temas principalmente históricos. Destacan Eduardo Marquina, con su drama histórico Las hijas del Cid, Francisco Villaespesa (La leona de Castilla) y los hermanos Machado (La Lola se va a los puertos, Juan de Mañara). Los intentos renovadores más serios vinieron de los hombres del 98 (Unamuno, Azorín y Valle-Inclán) y en los años treinta de poetas de la generación del 27, como Federico García Lorca.
Se iniciaría en el modernismo con las novelas de la serie de las Sonatas, pero su obra teatral se agrupa en tres ciclos:
La mujer es la principal protagonista del teatro lorquiano, y representa el ansia de libertad frente a los tabúes y las normas sociales, que deriva por lo general en la frustración.
El teatro vivió durante la posguerra una intensa crisis general: los autores se enfrentarían a una férrea censura, el público y los empresarios no estaban dispuestos a la innovación y aparecería un feroz competidor: el cine.
Triunfaría en la inmediata posguerra y se caracterizaría por la continuidad de los temas y formas anteriores a la Guerra Civil.
Su evolución literaria estaría marcada por la imposibilidad de representar Tres sombreros de copa, obra con gran poder crítico y corrosivo. Otras obras posteriores son Maribel y la extraña familia o Ninette y un señor de Murcia.
Destaca su obra Eloísa está debajo de un almendro.
Surge en los años 50, presenta un carácter social y comprometido con los problemas del ser humano. Se genera una polémica entre autores, el posibilismo e imposibilísimo.
Plantea un teatro posibilista, moderadamente crítico pero que pueda estrenarse y llegar al público. Destaca su teatro de «la inmersión»: La Fundación.
Considera el teatro un método de concienciación, por lo que el autor debe escribir lo que siente aunque sus obras sean censuradas (imposibilísimo). A partir de los años 60 continúa esta línea más tradicional con nuevos autores como Antonio Gala (Anillos para una dama), José Luis Alonso de Santos (Bajarse al moro), José Sanchis Sinisterra (¡Ay, Carmela!) y Fernando Fernán Gómez (Las bicicletas son para el verano).
Es una vertiente más rompedora desde el punto de vista formal. Aparecen diversos grupos teatrales que representaron lo más innovador de la escena española: Els Joglars, Els Comediants, Fura dels Baus, etc. Destacan autores como Francisco Nieva, Miguel Romero Esteo o Fernando Arrabal. Fernando Arrabal se da a conocer con Los hombres del triciclo. Crea el teatro pánico, el cual concilia lo absurdo con lo cruel y lo irónico. Obras en esta línea son Pic-Nic, Cementerio de automóviles o Los dos verdugos. Su teatro adquiere tonos políticos de lucha en obras como Teatro de guerrilla.