Portada » Lengua y literatura » El Teatro en el Siglo de Oro Español: Escenarios, Público y la Obra de Tirso de Molina
Hasta el siglo XVI, las representaciones teatrales se llevaban a cabo en iglesias, palacios o en la calle, al aire libre, sobre escenarios montados en carros móviles. En la segunda mitad del siglo, se trasladan a los corrales de comedias. Estos disponían de un tablado o escenario dividido verticalmente en seis o nueve huecos, de manera que, corriendo la cortina de un hueco, el tablado se podía transformar en una habitación, un balcón, una calle, etc.
El espacio de los corrales reservado al público reproducía la estratificación real de la sociedad:
Era frecuente encontrarse con tifus (gorrones que intentaban colarse sin pagar) y con nobles que arrendaban aposentos y no pagaban sus alquileres.
Los empresarios y actores de la comedia del Siglo de Oro trabajaban individualmente o en grupo, desde el bululú (un solo actor) o el ñaque (dos actores) hasta la farándula (14 actores) y la compañía (30 actores). Las compañías contaban con un repertorio de unas cincuenta comedias.
Las representaciones se anunciaban públicamente con carteles. Comenzaban a las dos en invierno y a las tres en verano, y duraban alrededor de dos horas y media. Empezaban con una loa, para solicitar la atención del público y ganarse su simpatía. Después venía la primera jornada, seguida de un entremés; tras la segunda jornada se presentaba un sainete o se introducía un baile. La sesión se cerraba con la tercera jornada y otro baile o entremés.
Tirso de Molina, seudónimo de fray Gabriel Téllez, fraile mercedario, es el más brillante de los seguidores de Lope de Vega. Entre los aciertos de su teatro destacan el retrato psicológico de los personajes, la intriga, la comicidad y la riqueza expresiva del lenguaje.
La producción teatral de Tirso alcanza algo más de cuatrocientas comedias, de las que se conservan unas ochenta. Entre las más importantes figuran:
Mención aparte merece su obra más famosa y universal, El burlador de Sevilla y convidado de piedra, el drama que da pie a la creación del mito de Don Juan.
En ella, un joven noble español llamado Don Juan Tenorio seduce en Nápoles a la duquesa Isabela haciéndose pasar por su marido, el duque Octavio. Al ser descubierto, consigue huir de palacio. Tras esto, Don Juan viaja a España y naufraga en la costa de Tarragona; su criado Catalinón le arrastra hasta la orilla, donde les aguarda la pescadora Tisbea, que ha oído su grito de socorro. Tisbea manda a Catalinón a buscar a los pescadores y, en el tiempo que están ellos solos, Don Juan la seduce y esa misma noche la goza en su cabaña, de la que más tarde huirá con las dos yeguas que Tisbea había criado.
Don Juan y Catalinón regresan a Sevilla. Allí, Don Juan se encuentra con su conocido, el Marqués de la Mota, el cual le habla sobre su amada, doña Ana de Ulloa, de quien resalta su belleza. Don Juan tiene la imperiosa necesidad de gozarla y, afortunadamente para él, recibe la carta destinada al Marqués en el que su prometida le informa de la hora de la cita. Don Juan se adelanta, llevando la capa del Marqués, y consigue así gozar a Ana de Ulloa. Sin embargo, es descubierto por el padre de esta, Don Gonzalo de Ulloa, con quien se enfrenta dándole muerte. Entonces, Don Juan huye en dirección a Lebrija.
En su camino alejándose de Sevilla, lleva a cabo otra burla, interponiéndose en el matrimonio de dos plebeyos, Aminta y Batricio, a los que engaña hábilmente: en la noche de bodas, Don Juan llega a parecer interesado en un casamiento con Aminta, quien lo cree y se deja poseer.
Don Juan vuelve a Sevilla, donde se topa con la tumba de Don Gonzalo y se burla del difunto, invitándole a cenar. Sin embargo, la estatua de este llega a la cita («el convidado de piedra») cuando realmente no le esperaban. Luego, el mismo Don Gonzalo convida a Don Juan y a su lacayo Catalinón a cenar a su capilla, y Don Juan acepta la invitación acudiendo al día siguiente. Allí, la estatua de Don Gonzalo de Ulloa se venga arrastrándolo a los infiernos sin darle tiempo para el perdón de los pecados.
Don Juan simboliza la sexualidad desenfrenada, el engaño y el sacrilegio. Aunque cree en la justicia divina, confía en que tendrá tiempo de arrepentirse y ser perdonado, de ahí su famosa y repetida frase “Cuán largo me lo fiáis”.