Portada » Historia » El Sistema Político de la Restauración Española: Estabilidad y Clientelismo (1874-1902)
La Restauración se caracterizó por la declaración del Estado como confesional, encomendándole el mantenimiento del culto, aunque se introdujo la libertad religiosa. Para los redactores de la constitución y para el propio Cánovas del Castillo, la monarquía no solo era una forma de gobierno, sino la médula esencial del Estado español; la monarquía era el Estado, no su representación. La monarquía cumplía un triple papel en este sistema político: era expresión de la continuidad histórica, era la garantía del orden social emanado de la revolución liberal, y el monarca era la piedra angular del sistema. El rey, con formación militar, era la cabeza del ejército.
El régimen de la Restauración fue considerado, siguiendo la pionera interpretación de Joaquín Costa, como oligárquico, caciquil, corrupto e incapaz de aplicar las demandas democratizadoras de la sociedad de su época. Sin embargo, proporcionó al país un largo período de estabilidad política y social sin parangón desde comienzos del siglo XIX. El sistema de la Restauración respondía al modelo de las relaciones de patronazgo, es decir, las relaciones entre el patrón y sus clientes, que recibían favores a cambio de fidelidad. Estas relaciones no eran solo económicas o de clase: las hubo familiares, de negocios, amistades o círculos de influencia social. Este entramado de relaciones afectaba a todos los terrenos. En la vida política se plasmaba a través del clientelismo, cuyos tres ejes eran los altos cargos en Madrid, los gobernadores civiles en las provincias y los «caciques» en los pueblos o cabezas de partido judicial. En los sistemas parlamentarios sin democracia, como era el de la Restauración, el clientelismo y el populismo fueron dos instrumentos de participación de las masas en la política.
Aunque Cánovas no previó el número de partidos y solo hablaba de «grandes partidos políticos», acabó imponiéndose un sistema bipartidista dominado por los partidos Conservador y Liberal. Ambos partidos tenían una considerable indefinición ideológica. En términos generales, el partido de Cánovas era más conservador, cercano a las posiciones de los antiguos moderados o de la Unión Liberal, mientras que el de Sagasta estaba más cercano al progresismo, aunque compartían muchos puntos. Al margen de los dos grandes partidos, otros partidos políticos completaban el panorama, pero estaban excluidos en la práctica de todo contacto con el poder: los republicanos radicales de Muñoz Zorrilla, los unitarios de Emilio Castelar y los federales de Pi i Margall; a la derecha se situaba el carlismo; los movimientos de base obrerista, tanto socialista como anarquista; y los movimientos nacionalistas, que también quedaron al margen del sistema.
El turnismo o turno pacífico fue otro de los elementos fundamentales del sistema de la Restauración. Su origen estuvo en la exigencia de Sagasta de que el rey llamase a gobernar en 1881 a su partido como alternancia al de Cánovas. La cesión del rey a esta petición instauró el precedente del relevo pacífico en el poder, y alejó el riesgo de pronunciamientos y motines. Se instauró un acuerdo tácito de que los dos partidos que apoyaban la monarquía de Alfonso XII se turnarían en el poder, mediante la manipulación del proceso electoral, un verdadero fraude que permite hablar de democracia puramente formal o «sistema liberal sin democracia».
El sistema del turno seguía estos pasos:
La consolidación del turnismo tuvo lugar en la etapa de la regencia de María Cristina (1885-1902), especialmente tras el gobierno largo liberal (1885-1890) y el llamado Pacto de El Pardo, que estableció el acuerdo entre Cánovas, Sagasta y la regente de turnarse en el poder con el fin de asegurar la propia monarquía ante la doble amenaza carlista y republicana.
La clave del sistema de la Restauración era la inexistencia de un electorado independiente, ya que la injerencia del gobierno de turno en los resultados electorales lo hacía imposible. La ley electoral de 1878 eliminó el sufragio universal masculino. El proceso por el que se fabricaban los resultados electorales era el siguiente: aprovechando la estructura centralizada del Estado, el Ministerio de la Gobernación elaboraba el encasillado y luego se negociaba en las provincias los candidatos por distrito. Después, los gobernadores civiles se encargaban de controlar a los electores, de forma que votaran al candidato designado previamente. Para ello daban instrucciones a los alcaldes, nombrados por dichos gobernadores, y contaban con la ayuda de los caciques locales.