Portada » Historia » El Sistema de la Restauración en España: Del Turno Pacífico al Desastre del 98
Cánovas del Castillo, principal dirigente del Partido Alfonsino durante el Sexenio Democrático, defendió la restauración monárquica. Tras el regreso de Alfonso XII, este partido se convirtió en el Partido Conservador. Ante la necesidad de un partido progresista, Cánovas propuso a Sagasta su formación, dando origen al Partido Liberal.
Conservadores y liberales, aunque coincidían en lo fundamental (la monarquía, la Constitución, la propiedad privada y la consolidación del Estado liberal), diferían en otros aspectos. Ambos partidos, de carácter minoritario, asumían roles complementarios. Los conservadores se inclinaban hacia el inmovilismo político, mientras que los liberales defendían el sufragio universal masculino y un reformismo social más progresista y laico.
El sistema del turno pacífico se mantuvo durante más de 20 años gracias a la corrupción electoral y al caciquismo, fenómeno extendido por toda España. La adulteración del voto fue una práctica habitual. El sufragio censitario, que favorecía a los distritos rurales frente a los urbanos, se restableció. Los caciques, personas notables con gran influencia local, manipulaban las elecciones en connivencia con las autoridades, especialmente con los gobernadores civiles.
Entre 1876 y 1898, el turno funcionó con regularidad: seis elecciones fueron ganadas por los conservadores y cuatro por los liberales. El Partido Conservador gobernó desde 1875 hasta 1881, cuando Sagasta formó su primer gobierno liberal e introdujo el sufragio universal masculino en las elecciones municipales.
En 1884, Cánovas impulsó el Pacto del Pardo, un acuerdo entre conservadores y liberales para apoyar la regencia de María Cristina y garantizar la continuidad de la monarquía. Durante el largo gobierno de Sagasta, los liberales impulsaron una importante reforma que incorporó derechos asociados a la Revolución de 1868, destacando el sufragio universal masculino en las elecciones generales. El turno pacífico se mantuvo durante la última década del siglo.
A pesar de la gravedad del Desastre del 98, sus repercusiones fueron menores de lo esperado. Las pérdidas materiales se concentraron en las colonias, mientras que la crisis económica en la metrópoli fue menor. La necesidad de afrontar las deudas impulsó una reforma fiscal para incrementar la recaudación. El sistema de la Restauración sobrevivió a la crisis política. Algunos gobernantes intentaron aplicar ideales regeneracionistas. La crisis estimuló el crecimiento de los movimientos nacionalistas, especialmente el catalán y el vasco. El Desastre del 98 fue, sobre todo, una crisis moral e ideológica que causó un profundo impacto psicológico en la sociedad española, sumiéndola en la frustración.
El fracaso de la Revolución de 1868 dejó huella en los intelectuales progresistas, quienes consideraban haber perdido la oportunidad de modernizar el país. Este sentimiento se materializó en la Institución Libre de Enseñanza, creada en 1876, con figuras como Francisco Giner de los Ríos, fuertemente influenciada por el krausismo. Esta corriente, que insistía en la regeneración de España, se conoció como regeneracionismo. Su máximo exponente fue Joaquín Costa, creador de la Liga Nacional de Productores e inspirador de la Unión Nacional.
La crisis del 98 agudizó la crítica regeneracionista, que denunciaba los defectos de la psicología colectiva española y defendía la mejora del campo y la educación. La Generación del 98, un grupo de literatos y pensadores, analizó el problema de España con un enfoque crítico y pesimista.
El Desastre del 98 marcó el fin del sistema de la Restauración tal como lo había concebido Cánovas. Las reformas regeneracionistas impulsadas por los gobiernos posteriores a la crisis no lograron los cambios profundos que se anunciaban. La derrota militar también tuvo consecuencias en el ejército. Frente al creciente antimilitarismo, algunos militares adoptaron posturas autoritarias. En el seno del ejército creció un sentimiento corporativo y la convicción de que los militares debían tener mayor presencia en la vida política. Esta injerencia culminó con el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923 y el del general Franco en 1936, que desencadenó la Guerra Civil.