Portada » Historia » El Sexenio Revolucionario y la Restauración Borbónica en España (1868-1898)
El Sexenio Revolucionario en España (1868-1874) se caracterizó por una intensa inestabilidad política, marcada por la caída de Isabel II y el intento de establecer una nueva forma de gobierno.
Escándalos, crisis económica y la exclusión de los progresistas del poder llevaron a la insostenibilidad del reinado de Isabel II. El Pacto de Ostende (1866) unió a la oposición para derrocarla. La sublevación, liderada por el almirante Topete y los generales Serrano y Prim, triunfó en la batalla de Alcolea, forzando el exilio de la reina.
Formado por progresistas y unionistas, el gobierno provisional inició reformas liberales significativas:
Convocó elecciones a Cortes Constituyentes, donde se debatió entre monarquía y república.
Las Cortes aprobaron una constitución liberal que reconocía la soberanía nacional y establecía una monarquía parlamentaria. Se instituyó el sufragio universal masculino y se dividió el poder en ejecutivo, legislativo y judicial. Se buscó un rey fuera de la dinastía Borbón, eligiendo a Amadeo I de Saboya.
Amadeo I enfrentó la falta de apoyo político y social, además de conflictos bélicos, como la guerra de Cuba y la tercera guerra carlista. Aunque fue fiel a la Constitución, su reinado estuvo destinado al fracaso. Abdicó en 1873.
Proclamada tras la abdicación de Amadeo I, la Primera República enfrentó desafíos desde su inicio. Se sucedieron gobiernos breves y la situación se agravó con la insurrección cantonalista y las guerras carlista y cubana.
La república fue incapaz de mantener el orden, lo que llevó al pronunciamiento del general Pavía y la disolución de las Cortes. Cánovas del Castillo preparó la restauración borbónica, que se materializó con el pronunciamiento de Martínez Campos en 1874.
Tras el Sexenio, Antonio Cánovas del Castillo, artífice del consenso entre las oligarquías burguesas, restauró la monarquía con Alfonso XII. El Manifiesto de Sandhurst (1874) comprometía a Alfonso a respetar el liberalismo, el catolicismo y el centralismo. Con la derrota carlista (1876) y la Paz de Zanjón (1878), se pacificó el país.
De carácter conservador e integrador, la Constitución de 1876 establecía la soberanía compartida entre la Corona y las Cortes (Senado y Congreso). El rey, con poder moderador, nombraba al jefe de Gobierno. Se suprimieron los fueros vascos y navarros, centralizando el poder judicial. Se reconocieron derechos básicos, pero con posibilidad de limitarlos.
Cánovas creó el sistema de turno pacífico entre el Partido Conservador (Cánovas) y el Liberal (Sagasta). Los conservadores defendían el sufragio censitario, la censura y el proteccionismo. Los liberales abogaban por el sufragio universal, la libertad de culto y el librecambismo.
Movimientos regionalistas, con reivindicaciones culturales y económicas, se diferenciaban de los nacionalistas al no renegar de la nación.
A finales del siglo XIX, la carrera imperialista y la pérdida de las colonias americanas debilitaron a España. La economía cubana, vinculada a Estados Unidos, y las demandas de autonomía de los criollos llevaron a la Guerra de los Diez Años (1868-1878). La Paz de Zanjón no satisfizo a los independentistas, lo que condujo a la Guerra Chiquita.
José Martí proclamó el “Grito de Baire” en 1895, iniciando la guerra. Tras la muerte de Martí, Gómez y Maceo lideraron la lucha. La represión del general Weyler y la explosión del Maine provocaron la intervención de Estados Unidos.
La inferioridad de la Armada española llevó a la derrota. España firmó el Tratado de París (1898), reconociendo la independencia de Cuba y el protectorado estadounidense sobre Puerto Rico y Filipinas. La pérdida de las colonias tuvo un impacto demográfico, económico, político y cultural, dando lugar al Regeneracionismo y la Generación del 98.
Durante el siglo XIX, España experimentó transformaciones demográficas, sociales y urbanas. El crecimiento poblacional fue lento, con altas tasas de natalidad y mortalidad. La emigración, las crisis de subsistencia y los conflictos bélicos afectaron la demografía. El crecimiento urbano, impulsado por el éxodo rural y el ferrocarril, generó problemas de hacinamiento en los suburbios.
La sociedad transitó de estamental a clasista. La nobleza mantuvo su posición, la burguesía ascendió y surgió una incipiente clase media. Las clases bajas, con duras condiciones de vida, impulsaron ideologías obreras como el socialismo y el anarquismo.
Las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz buscaban financiar al Estado y promover la propiedad privada, pero no resolvieron los problemas agrarios. La industrialización se vio obstaculizada por la inestabilidad política y la escasez de materias primas. El ferrocarril, aunque tardío, mejoró las comunicaciones y el comercio, pero su construcción absorbió capital y la diferencia de ancho de vía dificultó la integración económica con Europa.