Portada » Filosofía » El Renacimiento Intelectual: Platonismo, Humanismo y la Transformación del Mundo Moderno
Se recupera también la visión platónica según la cual el mundo está ordenado según formas matemáticas trascendentes. Se prometía desvelar el secreto de la naturaleza mediante el lenguaje de los números, la geometría y las proporciones, orientándose hacia el mecanicismo.
La ciencia paradigmática de Platón era la geometría y las matemáticas, mientras que para Aristóteles era la biología, que concebía el mundo como un organismo tendente a un fin. En cambio, para Platón, el mundo era más estático, con ideas abstractas e inmutables que configuraban su visión del cosmos. Ahora se recupera esta visión más estática y geométrica de Platón, lo cual tiene gran importancia, ya que a finales del siglo XVI y principios del XVII comienza la Revolución Científica. Esta nueva ciencia clásica moderna concibe el mundo como un gran mecanismo, no como un organismo. Esta perspectiva fue una influencia crucial para científicos como Kepler, Copérnico y Galileo, quienes concebían el universo como un mecanismo abstracto, una máquina, y no como un ser vivo. Todo esto fue impulsado por la recuperación del pensamiento platónico, que desplazó temporalmente la influencia aristotélica en este ámbito.
Se retoma el neoplatonismo, comprendiendo el mundo como una emanación divina donde todas las cosas poseen una dimensión sagrada y mágica. La luz del Sol se identifica con la luz de Dios, de modo que toda la creación está bañada por la divinidad, lo que conduce hacia el panteísmo. El panteísmo afirma que Dios está en todas partes.
El neoplatonismo surge después de las principales escuelas filosóficas helenísticas. Es una corriente filosófica, desarrollada en la época imperial romana, que equipara la Idea del Bien platónica (del mito de la caverna) con el Sol. Posteriormente, el cristianismo también establecerá analogías entre el Sol y Dios. La Academia Florentina equiparará a Dios con la luz y el Sol; el Sol que ilumina el mundo lo convierte, en cierto modo, en divino. Esta ‘inundación’ de luz lleva a una divinización del mundo. Esto favorece el surgimiento de una visión panteísta. El panteísmo es la doctrina que afirma que Dios es inmanente al universo, que está en todas partes. Esto se considera herético desde la perspectiva cristiana ortodoxa, que postula un Dios trascendente, separado del mundo. Afirmar que el mundo es divino contradice el dogma cristiano.
Esta visión panteísta tendrá resonancia cuando Copérnico revolucione la cosmología, pasando del geocentrismo al heliocentrismo. Podemos interpretar este desplazamiento como influido, en parte, por este neoplatonismo centrado en la luz: si Dios se asocia al Sol, tiene sentido cosmológico situarlo en el centro. Estas son algunas de las derivaciones e influencias de la Academia Florentina.
Mientras la historia cristiana se concibe con un sentido lineal, los humanistas recuperan la noción cíclica del tiempo, propia de la Antigüedad. Se ven a sí mismos como protagonistas de un retorno, una repetición de la Edad Dorada clásica. La historia cristiana es lineal: avanza desde la Creación y la Caída hasta el Juicio Final y el reencuentro con Dios, marcando el fin de los tiempos. En contraste, la concepción antigua era cíclica, considerando el tiempo como un eterno retorno. Con la recuperación de los clásicos, resurge esta visión cíclica: la historia, tras una ‘Edad Oscura’ medieval, parece volver a empezar. Sin embargo, esta visión cíclica no perdurará de forma dominante, ya que el posterior desarrollo de la ciencia moderna reforzará una concepción lineal del progreso.
Desde la perspectiva de la disputa de los universales, se podría decir que, en esta época, se considera que todas las cosas creadas por Dios responden a ‘universales’: cada cosa posee una esencia predefinida, una Idea divina. En cambio, el ser humano, al tener que ‘hacerse a sí mismo’, carece de una esencia o idea que lo predefina. Es libre de ser lo que quiera ser. Por tanto, desde esta óptica, el ser humano es concebido bajo una perspectiva nominalista (su esencia se construye), mientras que el resto del mundo se entiende desde el realismo de los universales (su esencia está dada). Las demás cosas son lo que son porque contienen la idea que Dios les ha infundido. Excepto el ser humano, que a través de su libertad, experiencia y autodefinición, debe forjar su propia ‘idea’ o esencia.
El humanismo de Petrarca (siglo XIV) y la Academia Platónica Florentina (siglo XV) desafían ciertas perspectivas de la Iglesia cristiana. Al recuperarse los textos clásicos, estos no sustituyen al cristianismo, sino que conviven con él. Conviven ambos discursos, el clásico (humanista) y el cristiano, pero esta coexistencia genera contradicciones y provoca tensiones internas en el cristianismo. Una consecuencia visible es la reaparición de figuras paganas (los dioses del Olimpo griego) en el arte y el pensamiento, a veces en diálogo o tensión con la iconografía cristiana. Por ejemplo, vemos cómo Venus, la diosa de la belleza, aparece en cuadros renacentistas, a veces incluso en composiciones que invitan a la comparación con la figura de la Virgen María.
El descubrimiento de América, la Reforma de Lutero y los descubrimientos de Copérnico transformaron radicalmente la visión del mundo. Estos eventos cruciales se desarrollan principalmente entre los siglos XV y XVI. Además, esta época coincide con la difusión y el perfeccionamiento de inventos técnicos clave como la pólvora, la imprenta, el reloj mecánico y la brújula. La confluencia de estos avances técnicos con los grandes descubrimientos geográficos y científicos explica la magnitud del cambio histórico que se produjo.
Copérnico desplaza la Tierra del centro del universo. En la visión geocéntrica anterior, la Tierra ocupaba la posición central, y en ella, el ser humano era considerado la creación culminante de Dios. El cosmos se concebía como una serie de esferas celestes, con Dios o lo divino en la esfera exterior. El modelo heliocéntrico de Copérnico relega la Tierra a una posición planetaria más, descentrándola.
De forma análoga, Colón y los exploradores posteriores ‘descentran’ a Europa al revelar la existencia de vastos continentes desconocidos. Se constató que el mundo era mucho más grande y diverso de lo que se creía, introduciendo una nueva complejidad en la visión del planeta. El descubrimiento de América instaura la idea de que, si Europa no es el único centro y existen otras realidades, es posible que haya aún más por descubrir. Este impulso explorador continuará durante siglos. El viaje de Colón inicia una era de exploración que demuestra la vastedad del mundo. De manera similar a como Copérnico abre la puerta a una nueva astronomía, que con figuras como Galileo sugerirá la infinitud del universo, la exploración terrestre amplía los horizontes geográficos. Se amplían simultáneamente el conocimiento de la Tierra (mediante la navegación) y del universo (mediante la observación astronómica).
El protestantismo, liderado por figuras como Martín Lutero, busca una vuelta a los orígenes del cristianismo, criticando las prácticas y doctrinas de la Iglesia Católica Romana. Los descubrimientos que ‘descentran’ a la Tierra y al ser humano contribuyen a un clima de cuestionamiento que facilita la ruptura de la unidad cristiana en Europa. Europa queda dividida entre una zona predominantemente católica (sur) y otra protestante (norte).
Pólvora: Su uso generalizado transforma la guerra, favorece la centralización del poder militar y contribuye a la consolidación de los estados-nación emergentes, que desafían tanto al poder imperial como al papal.
Imprenta: Sin la imprenta, la rápida difusión de las ideas protestantes habría sido imposible. La Reforma comienza simbólicamente cuando Martín Lutero publica sus 95 tesis, una crítica a prácticas de la Iglesia Católica. Gracias a la imprenta, estas tesis y otros escritos reformistas alcanzaron una difusión sin precedentes.