Portada » Historia » El Reinado de Isabel II (1833-1868): Guerras Carlistas, Liberalismo y Crisis Política
Entre 1810 y 1824, España perdió la mayoría de sus colonias americanas, conservando solo Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Este proceso estuvo influenciado por diversos factores:
Figuras como Francisco de Miranda, influenciado por Estados Unidos, y Simón Bolívar lideraron movimientos independentistas en Sudamérica. Miranda fundó la «Logia Lautaro» y defendió la idea de la «Gran Colombia». Bolívar, junto a otros militares, logró la independencia de Venezuela, Colombia y Ecuador.
En el Virreinato del Río de la Plata, la independencia de Argentina se proclamó en 1826 tras una guerra civil entre independentistas y realistas. El general José de San Martín, con apoyo británico, liberó Chile en 1817.
En el Virreinato de Nueva España, la independencia de México se inició con el «Grito de Dolores» del cura Hidalgo en 1810. En 1821, Agustín de Iturbide se proclamó Emperador de México.
En el Virreinato de Perú, la independencia llegó en 1824 tras la batalla de Ayacucho, liderada por Bolívar y San Martín. Posteriormente, se creó Bolivia en 1825.
La independencia de las colonias americanas tuvo profundas consecuencias:
A pesar de la pérdida de su imperio, España dejó un importante legado en América: idioma, cultura, costumbres, religión católica y modernización de las sociedades indígenas.
Tras la muerte de Fernando VII, su hija Isabel II heredó el trono, pero su minoría de edad llevó a la regencia de su madre, María Cristina de Nápoles. Esto desencadenó las Guerras Carlistas, un conflicto entre los carlistas (partidarios del absolutismo y Carlos María Isidro) y los isabelinos (liberales que apoyaban a Isabel II).
La guerra se dividió en tres fases, con avances y retrocesos de ambos bandos. Finalmente, el general Espartero logró la victoria isabelina con el Abrazo de Vergara.
Durante este periodo, los liberales se dividieron en dos grupos:
Los primeros gobiernos de la regencia fueron conservadores. El Estatuto Real de 1834 estableció una soberanía compartida, un poder ejecutivo fuerte para la Corona y un legislativo bicameral con sufragio censitario restringido.
La presión de los progresistas llevó a la promulgación de la Constitución de 1837, que reconocía la soberanía nacional, la división de poderes y restablecía la Milicia Nacional. También se llevaron a cabo las desamortizaciones de Mendizábal.
Tras la caída del gobierno progresista, Espartero se convirtió en regente, pero su mandato terminó con un golpe de Estado en 1843. En 1844, Isabel II fue declarada mayor de edad.
El reinado de Isabel II se caracterizó por la inestabilidad política y la alternancia entre gobiernos moderados y progresistas.
El general Narváez lideró varios gobiernos conservadores que impulsaron la Constitución de 1845, que reforzaba el poder de la Corona y establecía un sufragio censitario restringido.
Tras la Vicalvarada de 1854, los progresistas volvieron al poder con Espartero como jefe de gobierno. Se impulsaron reformas como la desamortización de Madoz y la Ley General de Ferrocarriles.
Los años siguientes estuvieron marcados por la alternancia entre gobiernos de la Unión Liberal (moderados y progresistas) y gobiernos moderados. La conflictividad social y política aumentó, con eventos como la matanza de la Noche de San Daniel en 1865.
La oposición al régimen de Isabel II se unió en el Pacto de Ostende. En 1868, la Revolución Gloriosa puso fin al reinado de Isabel II, quien abandonó España.