Portada » Filosofía » El Problema del Conocimiento en Kant: Explorando los Límites de la Razón
Toda la filosofía de Immanuel Kant se centra en un estudio exhaustivo del conocimiento: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer? y ¿qué me cabe esperar? Estas tres interrogantes se resumen en el conocimiento de lo que es el hombre, de sus posibilidades y sus limitaciones.
Kant no se considera un racionalista —afirma haber despertado del «sueño dogmático» del racionalismo tras la lectura de David Hume—, pero sí es un filósofo de la Razón: somete la razón a crítica para determinar cuáles son las posibilidades y los límites del conocimiento humano.
Frente a la posición realista de la filosofía clásica, que considera que la posibilidad del conocimiento depende de las leyes que impone el objeto, el idealismo trascendental de Kant defiende que la posibilidad del conocimiento depende, fundamentalmente, de las leyes que impone el sujeto.
En el ámbito teórico, Kant parte del hecho de que existen unas ciencias —la física de Newton y las matemáticas— que progresan con seguridad en el conocimiento del mundo, produciendo juicios universales y necesarios. Estos juicios de la ciencia (juicios sintéticos a priori) se caracterizan porque el predicado añade información al concepto del sujeto (son sintéticos) y por su universalidad y necesidad (son a priori).
En la Crítica de la razón pura, Kant se pregunta si es posible que la metafísica encuentre ese mismo camino seguro de la ciencia, se pregunta si son posibles los juicios sintéticos a priori en la metafísica. Y para que fuera posible, se cuestiona qué condiciones deberían darse.
Considera que el conocimiento es una síntesis de lo dado en la experiencia y lo puesto por el sujeto: la experiencia aporta impresiones caóticas que el sujeto organiza, primero, bajo las condiciones de la sensibilidad (espacio y tiempo) y, segundo, bajo las categorías del entendimiento, para producir el concepto.
Así, el conocimiento debe ajustarse a las condiciones que impone el sujeto (giro copernicano) y se limita, en consecuencia, a lo que Kant denomina fenómeno (las cosas tal como aparecen en la representación que elabora activamente el sujeto). El noúmeno, lo que la cosa es en sí misma, independientemente del sujeto, no es asequible para la Razón teórica.
El conocimiento científico solo es posible si existe intuición y concepto: “las intuiciones sin concepto son ciegas; los conceptos sin intuiciones son vacíos”. (Intuición es lo captado por los sentidos; concepto es lo categorizado, lo comprendido por el entendimiento). Después de analizar cómo se dan estas condiciones en las matemáticas —en la estética trascendental— y en la física —en la analítica trascendental—, concluye en la dialéctica trascendental que la metafísica no puede ser ciencia, porque no tenemos experiencia —intuición— de sus objetos de estudio: alma, mundo y Dios. Estos son ideas sin intuición, ideales de la razón pura. (Ideas que elabora y con las que especula la razón, perdiéndose en paralogismos y antinomias, es decir, contradicciones de las que la razón no es capaz de salir).
Sin embargo, en el análisis del uso práctico de la razón, Kant defenderá que la inmortalidad del alma y la existencia de Dios, junto con la libertad humana, son postulados indispensables de la moralidad. En su análisis, parte del hecho de que existe la conducta moral: el ser humano actúa según principios o leyes que rigen su conducta moral. Ante ese hecho se pregunta, ¿qué condiciones deben darse para que la conducta humana sea moralmente buena?
Su respuesta a esta cuestión pasa por una crítica de las condiciones que imponen las teorías éticas tradicionales, unas éticas que son materiales porque formulan imperativos hipotéticos, mandatos de lo que se debe hacer para conseguir un fin. Así, es el objeto, el fin, lo que decide si una acción es buena o mala. Kant, por el contrario, considera que la bondad no puede estar condicionada por el objeto, por el fin, sino por el sujeto que se autoimpone libre y voluntariamente una obligación con el único objetivo de hacer lo que en conciencia, desde su condición racional, considera que debe hacer. Esta ética es formal porque no plantea ningún contenido, ninguna condición, ni tiene normas concretas. Sus imperativos son categóricos, incondicionados, universales: “actúa de tal manera que cualquiera de tus actos pueda considerarse ley universal”. Las acciones no son buenas o malas en sí mismas: lo único que puede ser bueno es la voluntad, la forma de todo acto que busca únicamente el cumplimiento del deber. Esta ética necesita tres supuestos que Kant denomina postulados de la razón práctica: libertad, inmortalidad del alma y Dios. Estas tres ideas se presentan como postulados, dado que en la Crítica de la razón pura ha mostrado que no son fenómenos (por lo tanto, no podemos conocerlos ni demostrar su existencia) sino ideales de la razón.