Portada » Filosofía » El Pensamiento de Nietzsche: Vitalismo, Crítica a la Moral y la Muerte de Dios
Nietzsche, como vitalista, quiere afirmar la vida aceptándola tal cual es, sin huir de lo que puede tener de desagradable o monstruoso, viviéndola con cierto orgullo y altanería, con alegría y entrega radical. Desde aquí se justifica la necesidad de revisar los valores morales que, con frecuencia, han enmascarado, devaluado y negado la auténtica vida. Para esta crítica se servirá del “método genealógico”, que pone al descubierto las fuerzas en oposición, tal vez olvidadas, donde una se impone en la lucha, que intervienen en la formación de los valores. La vida no se puede definir porque escapa a los conceptos, está por encima del conocimiento y la sabiduría. Para acercarnos a ella podemos solamente contemplar sus manifestaciones en la naturaleza, en el hombre, y en la cultura que éste ha producido. En la naturaleza la vida se muestra como instinto espontáneo, en un proceso de vida y de muerte donde nada permanece estable; la vida es continuo devenir. Es un acontecimiento trágico: prevalecen las fuerzas espontáneas.
Nietzsche sienta sus bases en la crítica radical a la filosofía socrática y platónica, decadentes con respecto a la cultura griega anterior. Con Sócrates aparecen los primeros síntomas de decadencia. Y Platón, su discípulo, completará el proceso inventando otro mundo que propone como verdadero, por tanto el mundo real se convierte en algo de segundo orden. Intervienen dos elementos que quedan simbolizados por dioses. El primero, Apolo, belleza, medida, proporción, formas perfectas, artes plásticas, sueño, ideal. El segundo, Dionisos, dios del vino y embriaguez, fiesta y música, moral sin contención, caos, exuberancia desbordante, desmesura, lo orgiástico, el ritmo y las artes escénicas. Son dos instintos de desarrollo del ser humano. Dionisos encarna la reunión de los valores del devenir, lo quieren y lo afirman. Extrae la fuerza del fluir incontenible. Esta actitud exige una gran dosis de dureza y de crueldad. Para el débil el devenir es un obstáculo insalvable, fuente de continuas desdichas. Esto engendra la ilusión de un ser que no sea capaz de cambiar y perecer. Apolo se opone a Dionisos al pretender fundar y establecer una organización susceptible de duración y persistencia. La grandeza de la tragedia griega consigue el equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisiaco. Aquí se asume y afirma la vida tal cual es. Finalmente Dionisos es expulsado por la cultura griega.
Nietzsche investiga el origen de los términos “bueno” y “malo”. Bueno era sinónimo de noble, aristocrático, poderoso, socialmente distinguido. Malo era despreciable, vulgar, débil, cobarde. Surgieron espontáneamente de la relación entre dominadores y los pueblos dominados. Dos tipos de moral: la del señor (agathos), que tiene el sentimiento íntimo de que es el creador de sus propios valores, la aprobación de sus acciones por sí mismo; el esclavo (kakos), ve con recelo las virtudes del poderoso y antepone las cualidades útiles para aliviar y hacer más soportable su propia existencia, entiende la felicidad como algo pasivo, llama malo a lo que es poderoso, y “bueno”, al “bonachón y fácil de engañar”. La moral de los esclavos se ha impuesto a la de los señores, los auténticos valores morales han sido suplantados, Nietzsche la llama rebelión de los esclavos, él ve el inicio de ésta en la casta sacerdotal. Los sacerdotes predicaron cualidades propias de los débiles, exaltándolas a la categoría de virtudes. Fueron auténticos nihilistas al negar, la vida, la naturaleza y la voluntad de vivir. Este fue el proceso por el que se llevó a cabo la transvaloración de los valores propios de la casta de guerra, y lo llevó a cabo el sacerdote. “Bueno” pasa a ser el que posee las características del débil. El antes bueno ahora es vil. Según Nietzsche, la gran misión del judaísmo y cristianismo, la del envenenamiento de la humanidad, que una vez puesto en marcha es imparable. Frente a esta transvaloración de los valores caben dos posibilidades: permanecer en este vacío o bien llenarlo con unos nuevos valores, que afirmen la vida en su totalidad. Los objetivos a alcanzar son: que se devuelva al hombre el valor de sus instintos naturales, y que se impida su propia subestimación.
Nietzsche critica a la civilización occidental por considerarla antivital y decadente. El sentimiento de odio contra lo natural, es la raíz de la ficción del otro mundo. El pueblo griego se ha debilitado interiormente y no se siente seguro en el mundo real. Crea un mundo imaginario, el de las ideas, fuera del tiempo, al que se huye por no poder resistir más el mundo real. La filosofía occidental concibe el ser como algo fijo e inmutable, eterno. Lo que realmente existe es el mundo sensible. Nietzsche propone volver a Heráclito: sólo existe el mundo de las apariencias, de los fenómenos. Encontramos en Nietzsche una reivindicación de lo corporal frente a lo espiritual. Nietzsche piensa que hay que partir del cuerpo si se quiere llegar al origen del hecho que se quiere interpretar. Con Nietzsche el núcleo del ser humano serán las fuerzas vitales, los impulsos, que se encuentran en el cuerpo: él es la fuente de nuestras valoraciones.
Zaratustra se convierte en portavoz de la muerte de Dios y del ultrahombre, y el eterno retorno, pues así expía su error histórico: el haber identificado la virtud con la veracidad. El hombre tal como lo presenta Nietzsche, es un ser débil y enfermo que se resiste a superar lo errores de la cultura decadente en que vive. El ultrahombre es un nuevo tipo humano, nueva forma de ser hombre, más allá de lo que ha sido hasta ahora. Será la nueva reencarnación de aquel dios Dionisos. La transformación tiene lugar en tres pasos:
Zaratustra se refiere al ultrahombre como niño, que es inocente y olvida, es una primavera y un juego, espontáneo, que se mueve por instintos sin reconocer peligros, sin tener en cuenta las consecuencias, sin prejuicios morales, para él la vida es algo nuevo y excitante, es sólo y todo instante. El ultrahombre está caracterizado por el ansia de vivir, la superación, se ríe ante los valores tradicionales, es fiel a la tierra, vive la voluntad de poder, de dominar y de recrear el mundo y sus valores.
Nietzsche condensa en el cristianismo la suma de todos los males modernos, que ha procedido a desvalorizar el único mundo existente en aras de una realidad ideal falsa. La verdad cristiana es una verdad inventada a medida del débil. Ha fomentado un odio instintivo a la realidad, como consecuencia, una extrema capacidad de sufrimiento e irritación. Inversión temible haciendo del valor un no-valor, la verdad en mentira e igualando a todos los hombres; ha sido para Nietzsche, la gran maldición, única vergüenza de la humanidad. Este cambio lo ha sufrido el hombre mismo que ha visto trastornada su naturaleza, el cristianismo ha puesto las bases de la decadencia. Se ha operado una transmutación de los valores morales. Los valores fueron alterados por la moral cristiana, desde entonces bueno es el que combate el egoísmo el que renuncia a imponerse, los fuertes no se atreven a desarrollar sus cualidades más que con remordimientos de conciencia. Se produce una disminución del tipo general humano conduciéndolo a la mediocridad. El odio de Nietzsche se dirige sobre todo a la igualdad de los hombres ante Dios, de la que es consecuencia la predilección por los pobres de su espíritu. De un lado, la negación de la vida, la represión de la sensibilidad y la pasión, el miedo ante el más mínimo obstáculo y el intento de esquivarlo. Por otro, la afirmación de la vida, el afinamiento de los sentidos, la potenciación de la pasión y de la voluntad de poder, muestra de una enorme confianza en uno mismo, disposición a los mayores sufrimientos y a las más elevadas alegrías.
Con el término muerte de Dios se hace alusión al creciente abandono de la visión cristiana del mundo de la cultura europea a partir del Renacimiento. Esto se manifestó en la sustitución progresiva de la idea suprema de Dios, como sentido del mundo, por otras ideas como la razón. Según Nietzsche la muerte de Dios es el más grande de los acontecimientos recientes, aunque para muchos es todavía desconocido y hay que pregonarlo. Supone la muerte del ideal supremo de la cultura europea. Dios era el creador de los valores (o antivalores), la máxima autoridad moral. Con su muerte caen los cimientos de esta civilización que se desmorona estrepitosamente. Ya no hay valores absolutos, desaparece el mundo del más allá. El momento de la muerte de Dios se sitúa en la Ilustración. Como consecuencia un nihilismo radical, es decir, los valores que se han sustentado los últimos dos mil años se han convertido en nada. No hay lugar para Dios en la cultura moderna. Posibilidad para acercarnos a la realidad desnuda, pura y arrancar de ella las valoraciones más exactas. Nietzsche opta por la creación de nuevos valores que vuelvan a dar sentido al hombre y a la vida. Hay que transvalorar los valores que nos condujeron a la nada, por medio de una reflexión genealógica y crítica con respecto a los nuevos valores y al hombre que van a moldear. Se trata de una tarea creativa, propia de la Voluntad de Poder, apunta a un nuevo tipo de hombre: el ultrahombre, que superará y destruirá al hombre que hemos conocido.
Con el término muerte de Dios se hace alusión al creciente abandono de la visión cristiana del mundo de la cultura europea a partir del Renacimiento. Esto se manifestó en la sustitución progresiva de la idea suprema de Dios, como sentido del mundo, por otras ideas como la razón. Según Nietzsche la muerte de Dios es el más grande de los acontecimientos recientes, aunque para muchos es todavía desconocido y hay que pregonarlo. Supone la muerte del ideal supremo de la cultura europea. Dios era el creador de los valores (o antivalores), la máxima autoridad moral. Con su muerte caen los cimientos de esta civilización que se desmorona estrepitosamente. Ya no hay valores absolutos, desaparece el mundo del más allá. Al asesinar a Dios, la sociedad occidental se va abocada al nihilismo más radical. Las raíces de esta muerte están en el Renacimiento, en el Racionalismo, en la Ilustración, en el Positivismo. El momento histórico de la muerte de Dios se sitúa en la Ilustración. La razón puede conocer y criticar todo, nada le está vedado, no hay dogmas que no pueda criticar. La revolución francesa acaba con la autoridad política y el proceso se culmina con la negación de la autoridad moral. El resultado es que Dios muere en el corazón de los hombres y deja un vacío ocupado por nada.
El nihilismo es la consecuencia de la historia de Occidente, es su destino. El nihilismo significa fundamentarse en nada. Los valores que han sustentado los últimos dos mil años se han agotado, se han convertido en nada. En definitiva nihilismo significa que los valores supremos se devalúan. Los valores que ha tenido hasta el momento eran negación de la vida. El nihilismo se asienta sobre la interpretación cristiano-moral del mundo que identifica la verdad con Dios, cuando la razón sustituye a la fe, se revela que Dios no existe ni es necesario. La muerte de Dios como causa y consecuencia del nihilismo supone que el hombre se quita un peso de encima, se libera de una cultura antiviral con sus valores y producciones. No hay lugar para Dios en la cultura moderna. Posibilidad para acercarnos a la realidad desnuda, pura y arrancar de ella las valoraciones más exactas. Nietzsche opta por la creación de nuevos valores que vuelvan a dar sentido al hombre y a la vida. Hay que transvalorar los valores que nos condujeron a la nada, por medio de una reflexión genealógica y crítica con respecto a los nuevos valores y al hombre que van a moldear. Se trata de una tarea creativa, propia de la Voluntad de Poder, apunta a un nuevo tipo de hombre: el ultrahombre, que superará y destruirá al hombre que hemos conocido.
Nietzsche identifica el ser con la vida, y la vida con el querer (voluntad) y el actuar, que se basa en la esencia de la vida. Él dice “la vida es un querer crecer”. La vida es actividad ofensiva y creadora, que pugna siempre por ir más allá de sí mismo y por ser cada vez más vida, es voluntad de poder. Zaratustra dice: “Donde hay vida, allí hay voluntad de poder”. En Nietzsche voluntad de poder significa voluntad de dominio, fuerza, impulso vital, emoción, pasión, ley del más fuerte, no es solamente voluntad de dominar que no es más que una de las formas de potencia, una de sus etapas. La voluntad de potencia es solamente el esfuerzo por triunfar de la nada, por vencer la fatalidad de descarga y aniquilación, de durar, de crecer, de vencer, de extender e intensificar la vida, es “voluntad de más”, voluntad de rebasar. Ésta quiere poder, quiere posibilidades ilimitadas. El poder se opone a la debilidad cristiana o de los valores antivitales.
El cosmos es un conjunto de fuerzas en eterno combate, cuya trayectoria es un círculo que se repetirá cada cierto tiempo. Vive eternamente de sí mismo. Esta es la melancolía que produce el pensamiento del eterno retorno; la repetición de los mismos fenómenos. La cantidad de fuerza es finita, el tiempo infinito. A este mundo, Nietzsche invita a decir un firme y gozoso sí. Para ello hace falta poseer una fuerza cuasi divina. Hay que amar mucho la vida para desearla eternamente como es, poner en cada cosa tal fuerza como para desearla eternamente. Solo quien asume la vida totalmente en este mundo sensible, es capaz de soportar la idea del Eterno Retorno de lo Mismo. Ésta divide en dos a la humanidad: aquellos capaces de decir sí a la vida, el valor de nuestras vidas es inconmensurable, y no hay ningún supramundo que pueda adquirir un valor superior; aquellos para los que este mundo no es más que fuente de dolor, la vida se les volverá intolerable. Eje central de la nueva moral propugnada por Nietzsche. El valor de tu acción será infinito. El personaje ideal, Dionisos ama la vida apasionadamente, acepta todo lo que hay en ella, siente un amor tan profundo hacia el mundo, que lo acepta tal cual es, a pesar de su inmensidad de sufrimiento. Cristo niega y desvaloriza este mundo y afirma el más allá, donde el hombre vivirá gozando de una existencia feliz, sin dolor, sin sufrimiento ni mal.
Marx, Darwin, Freud y Nietzsche son los cuatro maestros de la sospecha y el desenmascaramiento. Descartes puso en duda que las cosas fuesen tal y como aparece, pero no dudó de que la conciencia fuese tal y como se aparece a sí misma. Los maestros de la sospecha consideraron que la conciencia en su conjunto es una conciencia falsa. Según Marx se enmascara por intereses económicos, según Darwin por intereses religiosos, según Freud por la represión del inconsciente y según Nietzsche por el resentimiento del débil. Lo que hay que destacar de estos maestros, es una forma de interpretar el sentido. Marx quiere alcanzar la liberación por una praxis que haya desenmascarado a la ideología burguesa. Nietzsche pretende la restauración de la fuerza del hombre por la superación del resentimiento y de la compasión. Freud busca una curación por la conciencia y de la falsa percepción de la realidad, la búsqueda de una utopía. Todas las teorías de estos autores son técnicas de curación: de la sociedad en Marx, de la humanidad en Nietzsche, del individuo y la cultura en Freud, de la conciencia de nuestro lugar en la naturaleza en Darwin. Todos ellos denuncian una enfermedad y proponen una curación: Marx la alienación que padece el hombre en la sociedad capitalista y como solución la supresión de la propiedad privada; Nietzsche el nihilismo, y para solucionarlo un nuevo ideal afirmativo de la vida; Freud la neurosis, y como curación una inmersión en nuestra vida inconscientemente.
En esta época existía enorme pluralidad de formas de pensar:
Según Marx, la religión existente en su época no podía servir para transformar el mundo. Era decisivo analizar la función de la religión. Sospechaba mucho de las grandes palabras de la religión. Esta invocaba la fraternidad humana, la igualdad de los hijos de Dios, la necesidad de salvación de todos los hombres. Los revolucionarios habían reclamado estos sentimientos. Para Marx, no podían unir a los hombres en la acción transformadora de la sociedad. Al verse como hermanos, los hombres ocultaban su situación real de competidores. Al verse como iguales ante Dios, ocultaban la desigualdad real. La religión representaba el mundo al revés. Era una cosa inmunda. Pero también era expresión de una forma de vida real que denunciaba la inhumanidad de la vida real. Se hacía más aceptable un mundo de miseria. Al quedarse en los meros sentimientos, Marx pensaba que desmovilizaba la lucha contra la injusticia y la desigualdad reales. Era un consuelo sentimental, que en el fondo describía de forma invertida la desgracia de éste. Por eso la religión era un obstáculo. Marx decía: “La religión es el opio del pueblo”. Esta debía ser transformada, disuelta. Si desapareciera, la desgracia quedaría ante nosotros sin consuelo. Sólo entonces surgiría la necesidad de cambiar la realidad social y económica y de buscar una felicidad real en esta tierra. Por eso, era preciso llevar adelante la crítica de la religión: para producir en los hombres la urgencia de vivir en la realidad las situaciones que la religión prometía. Marx aspira a realizar los sentimientos de igualdad, fraternidad y comunidad humana.