Portada » Filosofía » El Pensamiento de Immanuel Kant: Idealismo Trascendental y Ética Autónoma
Immanuel Kant nace en el siglo XVIII, en un contexto de auge de la ciencia y nuevas ideas sociales, políticas y religiosas, que, según él, han de librar al hombre del yugo de la niñez en que se encuentra. Realizará una síntesis entre el racionalismo y el empirismo, habiéndose formado en el racionalismo de Wolff, pero “despertado de su sueño dogmático” conociendo a Hume. Realiza entonces una síntesis ecléctica: rescatando lo bueno de cada pensamiento, no parte de las ideas en sí (racionalismo) ni de la subjetividad de la mente (empirismo). Parte de la existencia objetiva de ciencia (Newton como prueba de ello) elaborada por la mente, como afirma el empirismo, pero con validez universal, como afirma el racionalismo. Este proyecto es conocido como idealismo trascendental, y es la piedra angular del pensamiento moderno.
Como hemos dicho, Kant parte de la existencia objetiva de ciencia, un conocimiento necesario y progresivo. La pregunta es, por tanto, ¿cómo es posible la existencia de ciencia? Y como la ciencia no es más que juicios, ¿cómo son posibles los juicios de la ciencia? Pretende con esto aclarar el papel de la Metafísica, entonces decadente, y sin el avance progresivo de otras ciencias. En este estudio, encontramos dos tipos de juicios:
Como vemos, ninguno es necesario y progresivo, es decir, científico. Pero la ciencia existe, y es necesario por ello la existencia de una tercera clase: los juicios sintéticos a priori. La pregunta de ¿cómo son posibles los juicios de la ciencia?, pasa a ¿cómo son posibles juicios sintéticos a priori? Para resolverla, Kant estudia cada ciencia -matemáticas, física, metafísica-, por separado.
A través del estudio de la sensibilidad. Y esto se basa principalmente en las nociones de tiempo y espacio, necesarias para el desarrollo de las ciencias puras. Con estas nociones damos un orden a todo el caos de impresiones que llega a nuestra mente, son formas de la sensibilidad. Esto quiere decir que no es que conozcamos el objeto en sí, sino la percepción que nosotros elaboramos de él. Sin embargo, en ningún momento percibimos el tiempo ni el espacio, no son realidades en sí con existencia independiente. Aún así, como el ser humano no tiene otra forma de conocer, se deduce que las ciencias puras son verdaderas ciencias: progresivas y necesarias.
A través del estudio del entendimiento. El espíritu, además de captar sensaciones, las une para formar objetos y establece relaciones entre ellos: sintetiza la sensibilidad. Las intuiciones sensibles sin concepto son “ciegas” y los conceptos sin intuición sensible están “vacíos”. El entendimiento obtiene conceptos usando categorías o conceptos puros, modos de ordenar la información sensible, según:
La información sensible, primero ordenada en tiempo y espacio y después por las categorías, ya es un conocimiento sintético y a priori, científico: necesario, progresivo.
A través del estudio de la razón, que define como el intelecto que va más allá del horizonte de la experiencia posible. En ella, se usan las categorías “en el vacío”, como formas sin materia. Los tres conceptos puros de la razón: el alma, el universo y Dios, no provienen de una experiencia sensible y por ello, los juicios elaborados con ellos carecen del carácter sintético que requiere la ciencia. Por tanto, aunque tenga cierto valor para algunas cosas, la Metafísica como ciencia es inválida.
Kant nace en el siglo XVIII, época de revoluciones, y según Kant, una de ellas ha de ser librarse del yugo de las religiones antiguas y sus éticas: obrar según nuestra razón, formar una moralidad natural y racional. Nuestra incapacidad de conocer a Dios y otorgar por ello autonomía al mundo determinará su ética.
Para formular su ética, Kant parte de la existencia objetiva de ésta, de que sentimos “bien” y “mal”. Construirá su ética en Crítica de la razón práctica, que es la aplicación práctica de la Crítica de la razón pura, en donde excluía del conocimiento humano las sustancias infinita, extensa y cogitans: Dios, el Mundo, el hombre. De que no podamos conocer a Dios se desprende la postura agnóstica de Kant.
Pero, mientras que en el campo teórico no podemos conocer la existencia de esos tres elementos, los necesitamos en el plano práctico para formular una ética: si yo siento “bien” y “mal”, quiere decir que hay una norma para lo bueno y lo malo. No tendría sentido que esto fuera así si no pudiéramos elegir entre lo bueno y lo malo, por lo que debemos ser libres, para lo que por fuerza necesitamos alma. Además, el alma debe ser inmortal, porque ni expiamos nuestra culpa ni recibimos nuestro premio en este mundo por nuestras acciones buenas o malas, y no tendrían sentido el “bien” y el “mal” sin ello; por lo que es necesario que el alma sea inmortal, para ser premiada o castigada. Este castigo o premio pretérito a la muerte sólo puede ser realizado por Dios, quien hace justicia castigando la inmoralidad y premiando la moralidad. Dios es, por tanto, un mero supuesto auxiliar, pero carece de cualquier contenido religioso o sobrenatural.
Cabe preguntarse, ahora, qué es lo que determina que una acción sea buena o mala. Según las éticas tradicionales, que una acción fuese buena o mala dependía del fin al que se dirigiese, es decir, era necesario algo ajeno al acto en sí: eran éticas teleológicas, como pueden ser el eudemonismo, en que se cumple la ley divina, o el hedonismo, en que se busca placer. Pero, como hemos dicho, sea cual fuere este fin, convierte a la ética en heterónoma, regida por algo externo. Pero lo que Kant persigue es una ética autónoma.
En dicha ética, Kant defiende que la bondad de la acción depende de la bondad de la voluntad que la realiza; y es buena la voluntad que elige cumplir el deber moral por ser el deber moral, y no por interés, inclinación, deseo o azar, aun siendo conformes al deber. Es decir, un acto es bueno si mi motivo para hacerlo es que lo es, no porque me convenga, ni porque tienda a hacerlo, ni porque me guste hacerlo, ni por hacerlo fortuitamente. Solo es buena la acción cuya voluntad cumple la ley moral por ser la ley moral.
Pero, ¿cuál es esa ley? Esta ley es una forma de la razón práctica, es decir, no es una ley material que dicte acciones concretas (como hace el decálogo cristiano, por ejemplo), sino que es una ley formal. Y a esta forma se la llama imperativo categórico, no hipotético, y se expresa de diferentes modos:
El motivo de defender este imperativo categórico es que Kant rechaza una ley moral cuyo cumplimiento esté sometido a la consecución de un objetivo, lo que sería un imperativo hipotético, o que concrete la bondad o maldad de los actos. No: ha de ser una ética autónoma, que no haya de recurrir a nada ajeno a ella.