Portada » Español » El niño y la muerte: Un análisis de los cuentos de Ana María Matute
Este relato explora el descubrimiento de la muerte como la destrucción de la vida. El niño protagonista busca a su amigo como cada mañana, pero no lo encuentra. Su madre, con frialdad, le anuncia la muerte del amigo. El pequeño, sin comprender el significado de la palabra, cree que su amigo volverá. Por la noche, sale a buscarlo para jugar. La búsqueda se prolonga hasta el amanecer, cuando comprende que ni los juguetes pueden devolverle la vida a su amigo, y los arroja a un pozo.
Con hambre, el niño regresa a casa. Su madre, reconociendo su madurez, le compra un traje de adulto. El escenario principal, «al otro lado de la valla», simboliza la felicidad infantil perdida y, subconscientemente, el paraíso de los niños muertos.
Tras la noticia, el niño se sienta con un reloj roto y una pistola de hojalata, objetos que simbolizan la muerte. La gran estrella y la noche iluminada representan el aprendizaje: al amanecer, el niño comprende la mortalidad y la acepta. Al tirar los juguetes, se hace mayor, siente hambre y vuelve a casa. Su madre se alegra de su madurez, simbolizada por el traje nuevo.
La búsqueda del niño es un proceso de interiorización para comprender la ausencia de su amigo. La madre, fría y práctica, no lo consuela ni comprende, preocupándose solo por lo material. Le aconseja buscar otros niños, ignorando la conmoción y soledad de su hijo.
Este niño, también diferente, sufre por la prohibición de su padre de participar en su guiñol. Avergonzado de él, el padre lo esconde, compensando su culpa con comida y juguetes caros. El jorobado sueña con una capa roja con cascabeles, que resaltaría su joroba, y con golpear los títeres. La amargura del padre y la insatisfacción del niño chocan, sin que este comprenda la imposibilidad de su sueño.
El recién nacido, descrito como un conejillo despellejado, llora. Su hermano observa la atención de todos, especialmente la del padre, cuyo rechazo se manifiesta al golpearlo por intentar tocar al bebé. Sintiéndose rechazado, el niño comete un acto de locura: mientras todos duermen, mete al bebé en el horno encendido. La narradora inicialmente describe al hermano como un conejillo despellejado, pero al final lo presenta como un animal, quizá para atenuar el horror.
Un niño enfermizo y sensible recibe una prescripción médica para una cura de mar. Sin haberlo visto nunca, se dedica a inventarlo. Al descubrirlo, experimenta una profunda decepción, avergonzándose de sus fantasías. Venciendo su timidez, se adentra en el mar, que crece hasta ahogarlo. Los familiares, sin comprender el prodigio, lloran su muerte.
El niño busca y encuentra el paraíso. El mar, pasivo, atrae su atención y premia su inocencia con la inmortalidad. Los familiares, carentes de fantasía, no comprenden lo sucedido. El médico, fugaz, conecta al niño con su salvación. La enfermedad es el pretexto para activar la fantasía infantil.