Portada » Griego » El mito de Hefesto: Dios del Fuego y la Fragua en el Arte y la Literatura
El tema de este lienzo es una escena sacada de Las Metamorfosis de Ovidio. Velázquez la interpreta en una versión estrictamente humana, con personajes contemporáneos. Apolo se ve envuelto en un manto que deja al descubierto su torso desnudo. Vulcano, en este caso, es simplemente un herrero, al igual que los cíclopes que le ayudan, que son hombres del pueblo que conocen su oficio. Vulcano lo contempla con ojos atónitos después de haber escuchado la mala noticia sobre el adulterio de su esposa con el dios Marte a quien le estaba forjando en esos momentos una armadura. La caverna donde el dios herrero forja las armas de los demás dioses es en el cuadro una herrería de tantas como Velázquez pudo ver en España o en Roma. Es destacable la calidad fotográfica de los objetos que aparecen en el cuadro, en este caso principalmente metálicos, armaduras, el yunque, los martillos o el mismo hierro candente muestran un gran realismo llevado al extremo. Sus personajes son populares, no están idealizados como en las pinturas italianas. Vulcano incluso llega a ser bastante feo y el dios Apolo, aunque tiene un aura que lo diferencia de los demás, no nos permite juzgar la idealización de su rostro.
Hefesto es el dios del fuego, aunque no del fuego celeste ni del fuego doméstico, sino del fuego de la tierra, el de los volcanes, cuyo dominio permite el trabajo de los metales. Su maravillosa habilidad linda prácticamente con la magia. Al contrario que los otros dioses caracterizados por su perfección y belleza físicas, Hefesto es feo, deforme y lisiado, rasgos que sin duda se remontan a representaciones muy arcaicas de la figura del artesano en las sociedades primitivas. Según Hesíodo, es hijo de Hera y sólo de Hera, que lo habría engendrado “sin mediar unión amorosa, por despecho hacia su esposo”. En la Ilíada es hijo de Zeus y Hera. Un día su padre, furioso al verle tomar partido por esta en una disputa, le agarró por un pie y lo precipitó al vacío desde las alturas del Olimpo. Hefesto cayó en la isla de Lemnos y quedó cojo a consecuencia de la caída. Según otras versiones, fue su madre quien lo arrojó a la tierra, avergonzada al verle deforme y poco agraciado.
Más tarde, Hefesto se vengaría de Hera regalándole un trono de oro que la inmovilizó con mágicas ligaduras en cuanto la diosa se sentó en él. Hefesto puso como condición para liberarla que se le permitiera regresar al Olimpo y recuperar su puesto entre los dioses, obteniendo entonces a Afrodita en matrimonio. Esta también tendría ocasión de probar la venganza de su lisiado pero hábil esposo, el cual la sorprendió con una red de mallas invisibles que cayó sobre ella y sobre su amante Ares, inmovilizándolos, cuando ambos se entregaban a sus amores adúlteros. Hefesto redondeó la faena exponiendo a la pareja culpable, todavía enlazada, a las miradas burlonas de los dioses.
En el Olimpo, Hefesto se construyó un palacio radiante, de bronce, donde se afanaba en sus tareas ayudado por autómatas de oro. Residía también en Lemnos y, en general, en todos los lugares volcánicos. Los romanos lo identificaron con su dios Vulcano y situaron sus forjas bajo el Etna. Ayudado por los cíclopes, fabricaba los rayos de Zeus, las flechas de Artemisa y Apolo, las suntuosas armas de Aquiles, las de Eneas… Zeus recurrió a él para crear a Pandora, para encadenar a Prometeo en el Cáucaso, e incluso le pidió que le hendiera el cráneo para permitir el nacimiento de Atenea.
Prometeo era hijo del titán Jápeto y de una de las hijas de Océano, Asia o Clímene, es hermano de Epimeteo y de Atlas y primo hermano de Zeus. “El Previsor”, según el significado de su nombre en griego, Prometeo es considerado el creador de los primeros hombres, a los que modeló en barro. Sin embargo, es mucho más conocido como benefactor de la humanidad, a la que socorrió en dos ocasiones desafiando la cólera de Zeus.
La primera vez arbitró un conflicto entre los dioses y los hombres para determinar qué parte de los animales inmolados correspondería a cada uno una vez sacrificados. Prometeo descuartizó un buey y formó dos montones: por una parte la carne y las entrañas cubiertas con la ensangrentada piel del animal, y por otra, los huesos, envueltos en blanca grasa. Zeus, seducido por el apetitoso aspecto del montón grasiento, dejó la mejor parte a los mortales, gesto que sería el origen de la religión griega, donde solo se ofrecía a los dioses los huesos y la grasa de los animales sacrificados. Zeus, furioso, por haber sido engañado, decidió castigar a los mortales. Fue entonces cuando Prometeo corrió por segunda vez en ayuda de la humanidad. Zeus privó a los mortales del fuego y Prometeo decidió robarlo de la fragua de Hefesto para traerlo a la tierra, escondiéndolo en el tallo de una planta. Esta vez la venganza de Zeus fue terrible.
Hesíodo cuenta que Zeus hizo que Hefesto, con ayuda de Atenea, creara una criatura maravillosa a imagen de los Inmortales. Los otros dioses la adornaron con todos los dones (significado en griego del nombre Pandora): gracia, persuasión, habilidad manual…Pero Hermes introdujo en su corazón el mal y el engaño. Pandora fue enviada como regalo a Epimeteo, hermano de Prometeo, que, seducido por su encanto, la tomó por esposa, desoyendo los consejos de su hermano, que le había prevenido contra los regalos de los dioses. En su casa Epimeteo guardaba un cofrecillo que había prohibido tocar a su esposa. Pandora, demasiado curiosa, lo abrió en cuanto tuvo oportunidad y todos los males del género humano que allí estaban encerrados escaparon y se extendieron por el mundo. Pandora consiguió cerrar el cofre, pero demasiado tarde: sólo quedó dentro la Esperanza, tan engañosa a menudo para los mortales. Como la Eva bíblica, el mito griego presenta a la mujer como la responsable de todas las miserias humanas.
Además Zeus castigó a Prometeo con un suplicio muy especial: fue encadenado por Hefesto a un monte del Cáucaso donde cada día aparecía el águila de Zeus para devorarle el hígado, que volvía a crecerle nuevamente para convertirse en pasto de la rapaz. Liberado por Heracles, que mató al águila, Prometeo aceptó convertirse en inmortal en lugar del centauro Quirón, que ansiaba la muerte desde que una flecha envenenada de Heracles le alcanzó accidentalmente, produciéndole atroces dolores.
Hefesto también experimentó un violento deseo por Atenea e intentaría forzarla, aunque sin éxito; de su esperma derramado sobre la tierra nacería Erictonio, futuro rey de Atenas y antepasado de Teseo. Erictonio era mitad hombre y mitad serpiente y su nombre (“nacido de la tierra”) revela su origen. Teniendo cuidado Atenea de que los dioses no se enteraran, lo metió en un cesto cubierto que confió en secreto a las tres hijas de Cécrope, pero la curiosidad las impulsó a abrirlo. Presas de pánico al descubrir a la monstruosa criatura, se arrojaron desde lo alto de la Acrópolis. Erictonio, educado por Atenea en el recinto sagrado de su templo, recibió el trono de Atenas de manos del rey Cécrope.
En Roma, Vulcano, divinidad itálica del fuego, fue asimilado al Hefesto griego y adoptó su mitología. Entre los poetas latinos aparece como un artesano cojo, esposo de Venus, que forja a petición suya las armas para Eneas, representando en su escudo los principales episodios de la historia romana, desde la fundación de Roma hasta la batalla de Accio.