Portada » Arte » El misterio de los Arnolfini y la devoción de Rollin en la obra de Van Eyck
Representa el retrato del matrimonio Arnolfini formado por Giovanni di Nicolao Arnolfini y su esposa Constanza Trenta, ambos burgueses de Lucca. Es una escena de interior, muy frecuente en la pintura flamenca. Los esposos son representados en el momento de contraer matrimonio dentro de una casa burguesa de la época, con una alcoba al fondo. Se considera la representación alegórica del casamiento; la esposa parece estar embarazada y cada uno de los elementos que Van Eyck incluye en la escena puede interpretarse como símbolos del hogar y la fidelidad (como el perrito a los pies de la pareja o los zuecos).
La obra es bastante compleja y el autor realiza un estudio profundo de los personajes y los objetos. Jan Van Eyck se presenta como espectador del momento, dando testimonio del mismo, y se autorretrata en el espejo convexo al fondo de la habitación. Esto era poco habitual en su época y demuestra un cambio de mentalidad que valora, desde entonces, al propio artista, que deja de ser un artesano. Allí mismo, además, escribe «Johannes de eyck fuit hic 1434» (Jan van Eyck estuvo aquí), con lo que aprovecha para firmar el cuadro. Las líneas compositivas se centran en las manos de los cónyuges y, sobre ellos, al fondo, aparece un espejo. De esta forma, el pintor consigue dar una perspectiva lineal al cuadro y se ayuda del tratamiento del suelo para aumentar esa profundidad en la escena.
La pincelada es muy lineal, con gran detallismo en elementos como el pequeño perro a los pies de la dama y en los ropajes, que destacan por su virtuosismo. Se ha llamado a este tipo de técnica «realismo sensorial», donde los objetos son representados con gran calidad artística. La luz es luminosa y brillante, procede del ventanal izquierdo y del frente. La lámpara es otro símbolo, porque con solo una vela encendida representa la fe en Jesucristo. Situada sobre las cabezas de los personajes, parece bendecir la unión matrimonial. Todo el cuadro está bañado de esa luz conseguida mediante la pintura al óleo. El artista logra transmitir la sensación de espacio y el aire queda capturado entre las figuras.
La obra que comentamos esta semana recibe el nombre de Virgen del Canciller Rolin. Se trata de una obra de Jan Van Eyck, pintada en 1435, siendo, por lo tanto, una obra representativa del final del gótico europeo. Realizada en óleo sobre tabla, es decir, mezclando los pigmentos con aceite de linaza, esta obra de temática entre profana y religiosa es un extraordinario retrato, no solo físico sino también psicológico, del canciller Nicolás Rolin adorando a la Virgen María y al Niño Jesús. Esta obra muestra las novedades que la nueva técnica pictórica aporta a la pintura en cuanto a luminosidad, brillos y calidades de las distintas texturas que, junto al dominio de la perspectiva y el gusto por el detallismo extremo, caracterizan la pintura flamenca del siglo XV.
La escena se desarrolla dentro del interior de una lujosa habitación cuyos muros descansan sobre arcos de medio punto peraltados con columnas de mármoles polícromos rematados por capiteles corintios e historiados con narraciones del Antiguo Testamento. La luz penetra desde el fondo a través de la balconada con triple arco peraltado, así como a través de las vidrieras que filtran la luz. En primer término, aparece el donante, el canciller, arrodillado sobre un reclinatorio cubierto con rico terciopelo azul, sobre el que descansa un libro de oraciones, y las manos en posición de oración. Frente a él, aparece representada en el mismo tamaño que el donante, la Virgen con un amplio manto rojo que sostiene al Niño, quien con la mano derecha bendice al canciller mientras con la izquierda sostiene un orbe coronado por una cruz enjoyada que anuncia el sacrificio de Cristo. Tras la Virgen, un ángel sostiene una corona que anuncia el reinado de la Virgen sobre los cielos.
Como hemos dicho, tras esta escena se abre una balconada en la que observamos un jardín y dos personajes que contemplan el amplio paisaje que se abre delante de ellos y en el que podemos observar un río atravesado por un puente que une dos ciudades, que han sido identificadas como posible representación de la Ciudad de Dios y la Ciudad terrenal de San Agustín.
Existe en toda la obra un predominio del dibujo minucioso y detallista. Los colores utilizados se mueven por toda la paleta cromática, yendo desde el cálido rojo intenso del manto de la Virgen hasta el azul del ángel y los violáceos del horizonte. Como hemos comentado, cabe destacar las calidades obtenidas tanto en la riqueza de los ropajes, que caen en amplios y angulosos pliegues que parecen acartonados, como en todos los objetos que forman la escena. Asimismo, el enlosado del suelo y los elementos arquitectónicos contribuyen a acentuar la perspectiva lineal que compone el cuadro y que contribuye a dotar a este de profundidad espacial.