Portada » Religión » El Legado de Mahoma y la Civilización Bizantina: Religión, Cultura y Derecho
Muhammad Ibn ´Abd Allâh, conocido por los cristianos como Mahoma, nació en el 570 d.C., el denominado “año del elefante”. Se sabe poco sobre su infancia y juventud, excepto que quedó huérfano y fue criado por su abuelo, un hombre piadoso encargado de la protección y cuidado de la Ka´ba. Se dice que Mahoma, en su juventud, tuvo contacto con comunidades cristianas, especialmente con el monje Bahîra en Bosra, al sur de Siria.
Antes de sus primeras visiones proféticas, Mahoma practicaba el culto de sus antepasados, oraba en la Ka´ba, participaba en las ceremonias de peregrinación y se retiraba a meditar a una cueva del monte de Hirâ, a unos 20 kilómetros de La Meca. Fue allí, a la edad de 40 años, donde sintió la llamada de su misión profética, similar a la de los grandes profetas de Israel: Jeremías, Ezequiel, Abraham, Moisés y Jesús. Mahoma sería, por lo tanto, el último eslabón de profetas que Dios había enviado a los hombres, convirtiéndose en el restaurador de la religión original de Abraham, que consideraba deformada a lo largo de los años por judíos y cristianos.
Esta ruptura con el paganismo de La Meca provocó fuertes reacciones por parte de los mequíes, quienes, con el apoyo de los jefes nómadas, defendían los ídolos ligados al culto de la Ka´ba, la peregrinación y la feria. Además, no aceptaban que el privilegio de anunciar la Revelación fuese concedido a un hombre que no perteneciera a los grupos dominantes.
Debido a las circunstancias adversas en La Meca, Mahoma emigró a Yatrib en el año 622 d.C. Esta emigración, conocida como la hégira, marca el inicio del calendario musulmán y un cambio en la organización social. La gente que seguía a Mahoma se estableció en esta ciudad, que pasó a llamarse Medina (Medînat al-Nahî, “la ciudad del profeta”). Este hecho rompió la estructura tribal, ya que muchos abandonaron sus tribus para seguir al Profeta. Hasta entonces, toda la población árabe estaba integrada en tribus, y era imposible subsistir fuera de ellas.
Ahora surgía una nueva organización social, la “umma” o comunidad de creyentes, basada en los principios de:
La religión se convirtió en el nexo de unión de la comunidad, y casi todas las antiguas tradiciones fueron abolidas.
Tras algunos enfrentamientos con los quraysíes, Mahoma negoció el pacto de Hudaibiyya (628 d.C.), por el que logró ser tratado como un igual por la jerarquía de La Meca y se le permitió realizar una peregrinación al año siguiente junto a sus seguidores. Al mismo tiempo, Mahoma mantuvo negociaciones con las tribus judías y cristianas, a las que logró someter, cobrándoles tributos a cambio de protección. Esta costumbre de negociar “acuerdos” favoreció la expansión del Islam, en parte debido a su tolerancia hacia las minorías religiosas.
La vida intelectual bizantina fue brillante y compleja, actuando como intermediaria entre las distintas culturas del Imperio. Recibió influencias romanas, cristianas, orientales y griegas. Sin embargo, esta vida intelectual se desarrollaba al margen del pueblo, ya que se hablaba latín o griego clásico.
La capital científica del Imperio fue Alejandría, que poseía la escuela médica más famosa de la época. Su caída en manos de los árabes (642 d.C.) supuso una gran pérdida para Bizancio.
En el ámbito religioso, destacan las obras de los grandes Padres de la Iglesia Oriental: Atanasio de Alejandría, Eusebio, Gregorio de Nissa y Juan Crisóstomo, quienes crearon una magnífica literatura teológica, con un pensamiento propio y gran brillantez en el lenguaje.
Entre los historiadores, sobresale Procopio, y entre los filósofos, Juan Filópono de Alejandría, profesor y comentarista de las obras de Aristóteles y el libro del Génesis, entre otras. En el siglo VIII, destaca la figura de San Juan Damasceno, una de las máximas figuras culturales de la época. Su obra “Fuente del Saber”, una obra enciclopédica de gran éxito escolar, sirvió de modelo a Santo Tomás de Aquino.
En el ámbito artístico, destacan los arquitectos Isidoro de Mileto y Antemio de Tralles, científicos expertos en matemáticas y geometría, que construyeron el Templo de Santa Sofía en Constantinopla. También realizaron otras construcciones en la ciudad, como la Iglesia de Santa Irene y los depósitos subterráneos de agua. Otras obras importantes son las murallas de Daras y Palmira, las fortificaciones de las Termópilas y los templos de San Vital y San Apolinar Nuevo en Rávena.
En escultura, debido a la postura iconoclasta, muchas imágenes fueron destruidas. Se desarrolló la decoración vegetal y geométrica, desprovista de la figura humana, aunque no faltaron escenas de cacería o retratos profanos. Sin embargo, a finales del siglo VI, se comenzó a utilizar de nuevo los iconos.
La obra legislativa de este periodo está estrechamente vinculada a la figura de Triboniano, consejero y ministro de justicia de Justiniano. Triboniano propuso realizar una compilación de las leyes existentes en un solo Código. Justiniano aceptó, ya que la idea formaba parte de su espíritu unificador, y reunió a los diez juristas más eminentes bajo la presidencia de Juan de Capadocia.
El resultado fue una gran compilación del derecho romano tardío y de los escritos de juristas romanos, una obra de gran trascendencia llamada “Codex Iustinianus”. Constituye la base de toda la literatura jurídica posterior, a pesar de las modificaciones que se le fueron haciendo. Es una obra compleja, típicamente bizantina, en la que se mezclan elementos romanos, helenísticos, orientales y cristianos. El Codex no incluía cualquier ley válida, sino que introducía una necesaria purga, eliminando todas aquellas leyes anuladas por disposiciones posteriores.
Como compilación de sentencias de los juristas más importantes (Ulpiano, Gayo, Paulo, Papiano y Modestino), se elaboró en el 533 el Digesto (nombre latino) o Pandectae (griego), “la obra que todo lo contiene”, dividido en 7 partes y compuesto por 50 libros. También se redactó un manual de Derecho “para jóvenes deseosos de instruirse” llamado Instituta.
Posteriormente, se publicó en griego la compilación de leyes promulgadas después del Codex, con el nombre de Novellae (“leyes nuevas”), que constituyen una fuente muy valiosa para conocer la vida de la época.
Otras leyes promulgadas fueron la Ley Agrícola, que consagraba la existencia de comunidades de campesinos libres; la Ley Militar y la Ley Náutica, que completaban puntos menos tratados en la legislación precedente.