Portada » Arte » El Imperio Bizantino y la Basílica de Santa Sofía: Arquitectura e Historia
El Imperio Bizantino es el Imperio Romano de Oriente. Bizancio era una antigua colonia griega que Constantino decidió convertir en la nueva Roma debido a la presión que los bárbaros ejercían sobre el Imperio de Occidente. Bizancio pasó a llamarse Constantinopla, la nueva Roma, hasta que en 1493 llegaron los otomanos. Esta fue una ciudad sometida a las influencias griegas, romanas y orientales.
En el siglo VI reinó sobre Constantinopla Justiniano, quien llegó al cargo de emperador a través de un golpe de estado. Con él, Constantinopla vivió una época de esplendor. Justiniano tomó medidas importantes, consiguiendo frenar la presión de los bárbaros, quitándole poder a la nobleza y restaurando el derecho romano. Procopio fue el encargado de narrar y dejar constancia de todas las hazañas políticas, económicas y sociales de Justiniano. Entre ellas, escribió un tratado de arquitectura, De aedificiis, en el que narra todas las construcciones que se hicieron bajo el reinado de Justiniano. Dentro de estas construcciones, la más importante fue Santa Sofía de Constantinopla.
Las características constructivas generales de la época son:
La gran revolución constructiva de la época es que cubren por primera vez una superficie de planta central no circular con una bóveda. La solución constructiva son dos elementos: las pechinas y las trompas.
Con estos dos elementos se crean cúpulas suspendidas, no sobre muro. La cúpula sobre muro desaparece.
Este templo lo mandó a levantar Justiniano en el año 532-537 como símbolo de su grandeza. Se construyó sobre las ruinas de una iglesia que existió en otro momento y que ardió. Está dedicada a la sabiduría y a Cristo como representante de esa sabiduría.
Para la construcción, Justiniano contrató a dos mecánicos, no a arquitectos. Los mecánicos eran como ingenieros hoy en día, con conocimientos sobre física, matemáticas, etc. Los constructores fueron Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto.
Es un edificio con una combinación de planta central y basilical. En conjunto es una planta basilical, aunque la gran cúpula se levanta sobre una planta central.
Lo primero que encontramos es un atrio porticado. De ahí pasamos a un doble nártex, formado por exonártex y endonártex, cubierto por una bóveda de arista.
Ya en el interior se diferencian tres naves, una central más alta, cubierta por la cúpula, y las dos laterales con tribunas, cubiertas por bóvedas de arista. Todo remata en un ábside poligonal (tiene tres lados, en el interior es semicircular).
La gran cúpula es símbolo de la majestuosidad del reinado de Justiniano. Mide 56 metros de altura y 31 de ancho. Es una cúpula suspendida sobre pechinas. Todo ello se levanta sobre cuatro grandes arcos torales. Uniendo los cuatro arcos encontramos las pechinas sobre las que se levanta la gran cúpula formada por 40 nervios y entre ellos 40 vanos (ventanas), que van a suponer la principal fuente de iluminación.
Las bóvedas que cubren las naves laterales van a contrarrestar los empujes de la gran cúpula. Esta va a ejercer una fuerza en dos direcciones:
Para contrarrestar las fuerzas oblicuas se levantan dos pequeñas bóvedas de cuarto de esfera o de horno. Estas siguen generando empujes que son absorbidos por las bóvedas de arista de las naves centrales.
La fuerza longitudinal de la semicúpula se traslada introduciendo un arco de medio punto entre los dos nuevos pilares. La fuerza pasa de este arco a la bóveda de cuarto de esfera que cubre el ábside.
Las fuerzas longitudinales desde el centro hacia el nártex se solucionan de la misma manera, solo que la fuerza longitudinal de la semicúpula no se apoya en el ábside, sino en el muro, cuyas fuerzas a su vez se contrarrestan con las bóvedas de arista que cubren el nártex.