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En este texto, Sartre expone la primera característica del existencialismo, el hombre es responsable de su existencia.
Sartre dice que el existencialismo hace recaer sobre el hombre la responsabilidad total de su existencia. Al ser responsable de sí mismo, lo es de todos los hombres. En primer lugar, el autor comienza distinguiendo los dos significados del término “subjetivismo”, por un lado, alude a la capacidad del sujeto de elegir, y por otro, a la imposibilidad del hombre de ir más allá de la subjetividad humana. En segundo lugar, explica que cada persona, al elegir sus acciones, no sólo construye el ser que desea para sí, sino también el ser que considera mejor para toda la humanidad, pues, en definitiva, lo que considera mejor para él lo considera para toda la humanidad. A continuación, aclara que, como la existencia precede a la esencia, el ser que elegimos es el más adecuado para todo el mundo.
A raíz de esto, concluye diciendo que el hombre, al elegir, no sólo se elige su ser sino también el de toda la humanidad, nuestras elecciones comprometen a toda la humanidad.
En este texto, Sartre habla de la angustia y la mala fa. En primer lugar, el autor explica que el ser humano se angustia por el hecho de que, al elegir, no sólo elige lo mejor para él, sino también para toda la humanidad. Por ello, el hombre tiene un sentimiento de profunda responsabilidad. Sin embargo, hay hombres que enmascaran su angustia y huyen de sus responsabilidades, dando lugar a lo que el autor llama “mala fe”. A pesar de esto, la angustia aparece. A esta angustia es a la angustia que Kierkegaard llamaba la “angustia de Abraham”; a Abraham se le presentó un ángel en representación de Dios y le dijo que sacrificara a su hijo. Con esto Sartre quiere decirnos que cada persona, al igual que Abraham, tiene la responsabilidad de elegir en cada ocasión lo que él cree bueno: Soy yo el que elige creer o no en ese ángel, pues no sabe si ese ángel es en realidad enviado por Dios. Finalmente, el autor concluye que nadie nos obliga a ser como Abraham, pero, sin embargo, siempre estamos obligados a realizar actos ejemplares.
En este texto, Sartre expone que la angustia forma parte de la acción. La responsabilidad en nuestras elecciones producen la angustia, pero ésta no conduce a la inacción. En primer lugar, el autor comienza diciendo que, cuando un hombre elige, parece como si toda la humanidad estuviera pendiente de él y siguiera su decisión. Por ello, cada hombre tiene que plantearse si es capaz de realizar elecciones que afecten a toda la humanidad. Según Sartre, la persona que no se cuestiona esto es porque enmascara su angustia. Sin embargo, esta angustia no lleva al quietismo o a la inacción, sino todo lo contrario, a la acción. Esto lo explica poniendo el ejemplo de un jefe militar que tiene que tomar la decisión de enviar a sus hombres a la guerra donde pueden morir, tiene esa responsabilidad y esa angustia que surge, pero esto no le lleva a la inacción, al contrario, forma parte de la acción misma. Des este modo, Sartre concluye diciendo que el existencialismo considera la angustia fruto de la responsabilidad que tienen nuestras acciones sobre los demás.
La distinción entre esencia y existencia llega a la filosofía occidental de la mano de Tomás de Aquino, quien la había tomado de Avicena, y fue utilizada para fundamentar la distinción entre los seres contingentes y el ser necesario. Según tal posición, Dios, el ser necesario, es el único ser en el que la esencia se identifica con la existencia, es decir, el único ser cuya esencia consiste en existir./Pero si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de ser definido por ningún concepto, y este ser es el ser humano. Tal como lo concibe el existencialista, no es definible, porque empieza por no ser nada: es pura conciencia, solo posibilidad. Sólo será después y será tal como se haya hecho. Así pues no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El ser humano es el único que es tal como él se concibe./En el caso de los objetos, tanto naturales como artificiales, la esencia precede a la existencia; la esencia es el conjunto de rasgos que invariablemente deben estar presentes en un objeto para que este objeto sea lo que es. Así actuamos, por ejemplo, en el caso de un libro: el artesano se ha inspirado en el concepto de libro, intenta que todo aquello a lo que llamamos libro esté presente en el objeto que elabora. En este sentido, se puede decir que, en el caso de los objetos, la esencia es anterior a la existencia, puesto que primero es el concepto (la esencia) del objeto y luego su existencia concreta./Si prescindimos de la conciencia, el mundo queda reducido a las cosas, al ser-en-sí. Sartre hace una presentación abstracta del ser-en-sí, “El ser es. El ser es en-sí. El ser es lo que es”. Con la afirmación de “el ser es” Sartre quiere señalar que el ser es realidad, actualidad; en el ser no está presente la nada, ni la diferenciación, ni el movimiento, simplemente es. Por ser compacto, denso, homogéneo, no incluye en su interior duplicidad alguna. El ser-en-sí no es consciente, pues la consciencia exige una especie de escisión, de hueco en el ser, y el ser-en-sí es lleno. El ser-en-sí es increado; pero por otro lado, el ser-en-sí no es causa de sí, simplemente es. Y por ser de este modo, sin justificación, ni sentido alguno, sin poder ser explicado o deducido, está demás; es un puro hecho, sin causa, sin razón, su existencia es absurda./Además del ser-en-sí está el ser-para-si, la conciencia (el ser humano), que es el que introduce la negación. El hombre es el ser por el que la nada viene al mundo. La conciencia existe como separación o distanciamiento del ser-en-si. El ser-para-si es enteramente relación, no tiene esencia o naturaleza, el ser-para-si es lo que no es, es nada; es por eso libertad, el ser del hombre consiste en ser libre, en no ser nada determinado. El hombre no ha sido creado para ningún fin, esto es lo contrario a lo que ocurre con los artefactos que fabricamos. Donde hay ser no hay conciencia, donde hay conciencia no hay ser. “El hombre no nace, sino se hace”.
La ausencia de determinismos –orgánico, teológico o social (te obligan a seguir un camino)- hacen que el hombre ser plenamente responsable de su modo de ser, que lo va adquiriendo a lo largo de su existencia. Esto resulta muy incómodo, preferiríamos no ser responsables y tener excusas para nuestros actos. El hombre que cree en la moral tradicional, que cree en normas válidas para todos, sabe siempre lo que tiene que hacer y se siente seguro y tranquilo. Seguir las normas establecidas es una escapatoria, pues no ahorra el esfuerzo que supone la creatividad personal./Pero el existencialista sabe que no son válidas esas normas, y cuando ha realizado una decisión, no puede saber si es buena o mala, esto es lo que crea la angustia. Al caer en la cuenta de la total libertad y responsabilidad de nuestros actos, aparece la angustia, que es un estado de ánimo parecido al que tiene alguien que está al borde de un abismo y se siente a la vez atraído y repelido por el vacío que tiene bajo sus pies./La angustia se hace más profunda si tenemos en cuenta que nuestras decisiones no son puramente individuales, al tomar una decisión no sólo nos comprometemos a nosotros, sino a todos los hombres. Al elegir afirmamos el valor de un modo de ser humano. Por eso la libertad absoluta no induce a una elección irresponsable, ni lleva a la anarquía moral o a una elección caprichosa de valores. No se puede elegir una forma de vida y creer que ésta vale sólo para nosotros, no se puede desatender a la pregunta ¿y si todo el mundo hiciera lo mismo? Al elegir nos convertimos en legisladores, por ello siempre nos deberíamos decir; “dado que con mi acción supongo que todo hombre debe actuar así, ¿tengo derecho a que todo hombre actúe así?”. Sartre nos recuerda que el sentimiento de angustia lo conocen todas las personas que tienen responsabilidades, y cita el caso del jefe militar que decide enviar a sus hombres al combate, sabiendo que tal vez los envía a la muerte./Nadie puede dar respuesta a un dilema que le plantea otro hombre, cada uno tiene que crear su propia escala de valores, válida sólo para él, y tomar sus propias decisiones a partir de ella. Cuando un hombre pide consejo a otro, ya ha decidido, pues acude a alguien cuyas actitudes e ideas le son conocidas. Ha decidido oír lo que desea oír. Tampoco podemos excusarnos en lo que hacen otras personas en idéntica situación, ni imponer a los demás nuestro camino por ser el mejor./Podría parecer que la angustia lleva a la inacción, pero no es así: la angustia es condición de la acción misma pues si no tuviésemos que elegir no nos sentiríamos responsables ni tendríamos angustia. La angustia acompaña siempre al hombre, no sólo en los casos de decisiones extremas; sin embargo, cuando examinamos nuestra conciencia observamos que muy pocas veces sentimos angustia. En estos casos lo que hacemos es huir de ella adoptando conductas de mala fe, no creyéndonos responsables de nuestras acciones.
El existencialismo es el esfuerzo de sacar todas las consecuencias de una posición atea coherente. Pero el existencialismo no es solo un ateísmo, pues se agotaría demostrando que Dios no existe. Aunque Dios quisiera no cambiaría nuestro punto de vista, el problema no es la existencia de Dios, sino que el hombre se encuentre a sí mismo y se convenza de que nada o nadie puede salvarlo de sí mismo./Es muy incómodo que Dios no exista, porque con él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible; no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que haya que ser honrado, que no haya que mentir; puesto que precisamente estamos en un plano donde solamente hay hombres. Dostoievski escribe: “Si Dios no existiera, todo estaría permitido”. /La idea del hombre como un ser libre es una consecuencia inevitable del ateísmo. La concepción creacionista es semejante a la visión técnica del mundo. Cuando Dios crea las cosas del mundo las crea a partir de la idea que se ha hecho de ellas, del mismo modo que el artesano crea un libro a partir de la idea que de él se ha formado, y por ello el hombre individual es una realización del concepto de hombre que Dios tiene en su mente. Si Dios no existe hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto./Con esta tesis Sartre señala la peculiar posición del ser humano respecto del resto de seres: empieza existiendo, no teniendo un ser propio, empieza siendo un nada, y se construye a sí mismo a partir de sus proyectos; el hombre es lo que ha proyectado ser. De este modo, Sartre relaciona la libertad con la falta de naturaleza: tener una naturaleza o esencia implica que el ámbito de conductas posibles están ya determinadas./La reivindicación sartriana de la libertad es tan radical que le lleva a negar cualquier género de determinismo. No cree en el determinismo teológico, ni biológico ni social: ni Dios nos ha dado un destino irremediable, ni la Naturaleza ni la sociedad determinan absolutamente nuestras posibilidades, nuestra conducta. Somos lo que hemos querido ser y siempre podremos dejar de ser lo que somos. Los fines que perseguimos no nos vienen dados ni del exterior ni del interior. No se nace héroe o cobarde, al héroe siempre le es posible dejar de serlo, como al cobarde superar su condición. Estamos condenados a ser libres: condenados porque no nos hemos dado a nosotros mismos la libertad, no nos hemos creado, no somos libres de dejar de ser libres./Aunque todo hombre está en una situación, nunca ella le determina. La libertad se presenta como el modo de enfrentarse a la situación. Ni siquiera los valores, la ética, se presentan como un límite de libertad, pues los valores no existen antes de que nosotros los queramos, no existen los calores como realidades independientes de nuestra voluntad, los valores morales los crea nuestra determinación de hacer real tal o cual estado de cosas. Al escoger unos valores en vez de oros, la voluntad les da realidad. La libertad se refiere a los actos y voliciones particulares, pero más aún a la elección del perfil básico de mí mismo, del proyecto fundamental de si existencia, proyecto que se realiza con las voliciones particulares./La contingencia es un rasgo común a todas las cosas, incluido el ser humano. Es “el estar de más”, el existir de modo gratuito, no necesario, sin que exista justificación o necesidad alguna para ello. La noción de contingencia no es exclusiva del pensamiento existencialista. La encontramos, por ejemplo, en Santo Tomás. La gran diferencia entre el pensamiento tomista y el de Sartre está en que Tomás de Aquino considera que hay algo exterior al propio mundo que le sirve a éste de fundamento y que hace inteligible la totalidad de las cosas, les da un sentido. Sartre, sin embargo, rechaza la noción de Dios (a la que incluso llega a considerar absurda), se declara ateo, con lo que radicaliza al máximo la comprensión del carácter gratuito de la existencia. El mundo no lo ha creado ningún ser trascendente, existe pero podría perfectamente dejar de existir, y esto se traslada a las cosas concretas: éstas no existen como consecuencia de un supuesto plan o proyecto de la naturaleza o de Dios, tienen existencia bruta, son así pero perfectamente podrían ser de otro modo o no existir. Lo mismo ocurre con el ser humano: estamos “arrojados a la existencia”, nuestra presencia en el mundo no responde a intención ni necesidad alguna, carece de sentido, la vida es absurda, el nacimiento es absurdo, la muerte es absurda./Posiblemente esta concepción de la gratuidad absoluta de la realidad, de la ausencia de sentido, proyecto o necesidad en el mundo, es el elemento más característico (principio fundamental) del existencialismo sartreano (darse cuenta del absurdo de la vida). De ahí que la experiencia filosófica más importante sea la de la comprensión, no sólo intelectual sino también vital, del absurdo de la existencia. Sartre llama “náusea (una angustia llevada al extremo)” a esta experiencia originaria del ser.
Sartre considera que no existe la naturaleza humana (es lo que determina el propio hombre). Esto quiere decir que en nosotros no encontramos unos rasgos fijos que determinen los posibles comportamientos o las posibles características que podamos tener. Para muchos autores esta afirmación es exagerada: desde las teorías religiosas se defiende que el ser humano tiene un alma y que ésta es precisamente su naturaleza; desde la biología se indica que nuestra constitución genética se realiza en lo fundamental del mismo modo en todos los seres humanos de todos los lugares y de todas las épocas. Sartre rechaza la existencia de una naturaleza espiritual o física que pueda determinar nuestro ser, nuestro destino, nuestra conducta. Para él, el ser humano en su origen es algo indeterminado, y sólo nuestras elecciones y acciones forman nuestra personalidad (yo elijo como afrontar las cosas). Pero si no existe una naturaleza común a todos los seres humanos, ¿por qué llamamos seres humanos a todos los seres humanos?, ¿en qué nos fijamos para reconocer en el otro a un semejante? Sartre introduce el concepto de “condición humana” que son los límites comunes a todos los hombres; serían los siguientes: 1- estar arrojado en el mundo, 2- tener que trabajar, 3- vivir en medio de los demás, 4 – ser mortal.
Todo individuo se ha tenido que enfrentar a estos hechos inevitables y ha resuelto de distintos modos los problemas vitales a los que conducen. Con estos cuatro puntos, Sartre se refiere a la inevitable sociabilidad humana, a la inevitable libertad en la que vive el hombre y a la inevitable indigencia material de nuestra existencia, indigencia que obliga al trabajo y a las distintas formas de organización social que sobre el trabajo se levantan. La existencia de la “condición humana” es lo que puede hacernos comprensibles los distintos momentos históricos y las vidas particulares; aunque los proyectos humanos sean distintos no nos son extraños porque todos son formas de enfrentarse a estos límites.
Sartre no niega los condicionamientos de la existencia humana. Los obstáculos que se encuentra el hombre se los crea libremente el mismo hombre, en función de los proyectos que se ha trazado. Si deseo ir a estudiar a Londres, pero no tengo suficiente dinero, me estoy enfrentando con obstáculos que limitan mi libertad, pero si yo hubiera decidido estudiar en la ciudad donde vivo, no me encontraría con obstáculos insuperables. La libertad del hombre no es para elegir su ser, sino su modo de ser. Un paralítico está condicionado por su condición física, peo hay muchas maneras de ser paralítico, puede desesperarse, relevarse, ignorar su situación o aceptarla.
Por los actos que vamos realizando nos vamos haciendo de una determinada manera. Nadie nace cobarde o generoso. El ser vencido por una pasión o por una emoción como el miedo, es simplemente un modo de elegir, aunque en ocasiones sea un modo irreflexivo de reaccionar ante las situaciones. La conciencia es la que confiere sentido tanto a nuestro entorno como a nuestro pasado. Para unos es una oportunidad lo que para otros es una desgracia. Siempre estaremos en un ambiente y siempre tendremos un pasado. Esto no se puede cambiar pero si podemos cambiar el significado que le demos. Al morir el para-si se transforma enteramente en algo ya hecho, que puede ser considerado objetivamente, como si fuera una sola cosa, puede ser estudiado por el psicólogo o por el historiador, pero mientras vivimos, ni nuestro pasado ni nuestro ambiente determinan lo que somos.
El hombre tiene la posibilidad de engañarse adoptando alguna forma de determinismo, esto es la mala fe, que es un estado de conocimiento y desconocimiento simultáneos. Por un lado se es consciente de la propia libertad, del futuro, que es lo que no es, y por otro lado, no se es consciente de que no se es lo que es, el pasado, así se enmascara la libertad y desaparece la angustia. La mala fe es un autoengañarse, mientras que la mentira es engañar a los demás. A la mala de se le opone la autenticidad.
Todo proyecto, por muy individual que parezca, tiene un valor universal: “hay universalidad en todo proyecto en el sentido de que todo proyecto es comprensible para todo hombre”. Cuando el individuo elige, lo hace para la humanidad entera. Si yo soy un obrero y me inscribo en un sindicato católico y no en uno comunista, por ejemplo, no hago una elección por mí mismo, sino que elijo por el hombre: al inscribirme en un sindicato católico, estoy recomendando la resignación y diciendo que el paraíso no está en la tierra y que debemos confiar en la otra vida. Si yo me caso con una mujer, aunque los motivos sean de amor, pasión o deseo, estoy comprometiendo a la humanidad en el matrimonio monógamo.
Aunque cada hombre tiene un proyecto diferente, existe un proyecto básico que se deriva de la estructura misma del ser-para-si. El hombre aspira a ser el en-si-para-si, ser y conciencia al mismo tiempo. Este ideal coincide con el concepto de Dios, el ser consciente autofundado. El hombre es fundamentalmente deseo de ser Dios. Todos los actos y proyectos traducen esta elección y la reflejan en infinidad de modos diferentes. Desafortunadamente la idea de Dios es contradictoria, porque la conciencia es la negación del ser. Como consecuencia de esto el hombre es una pasión inútil (donde hay conciencia hay distancia, hay dolor). El hombre aspira a la divinidad, pero recae inevitablemente en la opacidad del en-si, su existencia acaba en la muerte. Ni el nacer ni el morir tienen sentido, todo es gratuito y superfluo. El suicidio no elimina el problema, porque la muerte también es inútil. Las cosas no nos pueden servir de apoyo, son indiferentes, incapaces de darnos una explicación. Sé que existo, que el mundo existe, eso es todo. Lo demás depende de mí.
4.1
Pasamos a situar nuestro texto en el marco de la obra a la que pertenece: El existencialismo es un humanismo. Esta obra es el texto escrito de la conferencia impartida en 1945, publicada en 1946. A pesar de su brevedad, es una de las obras capitales del pensamiento de Sartre, pues representa el punto de inflexión entre el pesimismo radical del primer periodo, años treinta, y el inicio de un periodo esperanzador. El origen de este texto fue precisamente defenderse del reproche del quietismo, de la inacción, del pesimismo. En 1946, Sartre deja atrás su traumática experiencia de la Gran Guerra y de la Resistencia. La Guerra Mundial acaba de concluir y Europa tiene voluntad de renacer: se pone en marcha la gran reconstrucción (el milagro alemán, la recuperación de Francia, creación de una Europa unida). Sartre defiende la responsabilidad, el valor creativo de la libertad; el hombre ya no es una pasión inútil, sino que puede “hacerse a sí mismo”, ahora el existencialismo es un optimismo, una doctrina de acción. La obra es bastante breve, propio de una conferencia. Sin embargo, dado el éxito de la misma, el texto fue publicado y ha sido uno de los más leído y citados de Sartre. El texto no tiene una especial estructura, sino que va presentando los temas con el nuevo enfoque existencialista, defendiéndolos de las críticas. Sus temas son: el ateísmo, la ausencia de valores predefinidos, no hay esencia o naturaleza humana, somos libertad irrestricta, somos proyecto, estamos desamparados, sólo nos queda comprometernos con el mundo, con este mundo, con nuestras circunstancias, con nuestra condición…
Jean-Paul Sartre nació en París en 1905 y murió allí en 1980. Fue filósofo, escritor y dramaturgo. Durante unas pocas semanas fue miembro del partido comunista francés, largo tiempo comprometido con el comunismo al que consideraba la única filosofía viva, la única alternativa al liberalismo y al capitalismo dominantes tras las guerras mundiales. Encarnó el prototipo del intelectual comprometido y se le considera el principal representante del existencialismo. Estudió en París y se doctoró en 1929, fue profesor de instituto en varias ciudades francesas. Amplió sus estudios en Berlín y Friburgo. En 1939 se incorporó al ejército francés, fue hecho prisionero, y tras su liberación en 1941 volvió a París. Participó en la resistencia francesa. Y permaneció en París hasta que murió en 1980.
Su actividad filosófica y literaria puede dividirse en dos periodos, aparte de una breve fase inicial en la que redacta algunos ensayos fenomenológicos. En esa fase inicial, publicó, entre otros, La imaginación (1936), La trascendencia del ego (1937) y un Esbozo de una teoría de las emociones (1938). Su primer periodo existencialista comienza en 1938 con su famosa novela La náusea. Su más importante escrito filosófico, El ser y la nada: ensayo de una ontología fenomenológica (1943). Ese mismo año se representó su obra teatral Las moscas, y en los años siguientes se dedicó intensamente al teatro. El Sartre de ésta época es un Sartre traumatizado por la experiencia de la guerra y de su mundo, profundamente pesimista, negativo y nihilista. El momento de transición al segundo periodo existencialista se produce en 1945. Ese año fundó la revista Tiempos Modernos, en la que aparecieron varios escritos suyos sobre el comunismo. Ese mismo año, fue invitado por el recién creado club Maintenant para dar una conferencia, que tituló El existencialismo es un humanismo. Sartre aprovechó para defenderse de los ataques contra sus obras literarias y su filosofía, y presentar una nueva versión del existencialismo, más esperanzadora y acorde con el nuevo ambiente de “gran reconstrucción de Europa”. En este segundo periodo Sartre exhibe una continua actividad intelectual comprometida. Se convierte en el prototipo de intelectual comprometido, solidarizándose con los acontecimientos sociales más importantes de su época: el Mayo francés, la Revolución cultural china… Estos años, su trabajo intelectual se centra en inyectar vida al envejecido marxismo, fundiéndolo con el existencialismo. Su obra filosófica principal de este periodo es la Crítica de la razón dialéctica, publicada en 1960.
4.2. El pensamiento de Sartre está estrechamente vinculado a su contexto histórico y filosófico (s.XX). La segunda industrialización tiene lugar entre 1870 y 1914. El prestigio de la ciencia y de sus aplicaciones técnicas es enorme. Nacen versiones extremas del positivismo, especialmente del naturalismo y el psicologismo. Frente a ellas surge la fenomenología de Husserl, con el intento de fundar una ciencia rigurosa sobre lo humano. Sin embargo, predominará la idea de que el mundo físico y la ciencia a él asociada son verdadero conocimiento, mientras que las ciencias del mundo humano no lo son. La fenomenología estará presente en la concepción sartriana del sujeto: el yo es intencional, el hombre es una realidad vertida hacia fuera, hacia lo otro que es en sí, es existencia e intencionalidad. Sujeto y objeto son los dos polos de la ontología sartriana.
En la segunda mitad del s.XIX se implanta con fuerza la ideología liberal, que va recortando el poder a las viejas monarquías. Esta nueva clase enriquecida se ve incapaz de distribuir la riqueza generada por la industrialización y de impedir la Gran Guerra, que fue la gran derrota espiritual de Europa. La muerte de Dios y de todos los viejos valores, profetizada por Nietzsche, encontraron su cumplimiento en la Gran Guerra y en la notable destrucción de Europa. Además, los nuevos gobiernos, de corte liberal, fueron incapaces de impedir el caos social y la gran crisis económica. Respuestas políticas fueron las dictaduras, los fascismos y los socialismos, que pugnan entre sí por hacerse con el poder de unos gobiernos débiles e incapaces de gobernar. En respuesta a estas convulsiones (espirituales, morales, sociales, económicas materiales) surgió el existencialismo, una de cuyas tesis centrales es que el hombre es un ser “arrojado al mundo”, tal como se sentían los europeos de los años 30: se veían arrojados a un mundo caótico, escenario de totalitarismos inhumanos, miserable, inhóspito, sin seguridad, sin ideales, sin Dios, sin valores. La herencia de la filosofía del s.XIX se hace también presente en el existencialismo. Además de la fenomenología de Husserl, tenemos a Kierkegaard, con su concepto de angustia y su teoría de las tres etapas (estética, ética y religiosa), precursor del existencialismo, y Nietzsche, profeta de la muerte de Dios, de la ausencia de valores, del nihilismo y del superhombre. También están presentes escritores como Dostoyevski, Rilke, Kafka y Musil.
Por último, la influencia de Sartre en la historia de la filosofía y la cultura. Ciertamente, el existencialismo, con sus matices psicológicas y morales (angustia, responsabilidad, compromiso), ya no está de moda. Sin embargo, el influjo de Sartre fue notable durante gran parte del s.XX. Encarnó el prototipo de la figura del intelectual comprometido, del intelectual “de izquierdas”, aún parcialmente vigente nuestros días. Además, aún hoy se pueden detectar influencias suyas, no sólo en filosofía, sino en el modo en que muchas personas conciben hoy la vida: ateísmo, negación de valores tradicionales, exaltación de la libertad como criterio de moralidad…