Portada » Filosofía » El Empirismo en el conocimiento de lo social
En la filosofía moderna el ámbito de los problemas filosóficos varíó totalmente respecto a la filosofía medieval. La filosofía medieval se caracteriza por su preocupación ontológica, es decir, por los seres, por lo que las cosas son; mientras que a la filosofía moderna no parece interesarle el mundo en sí, sino el hombre, y el alcance y certeza de sus conocimientos.
Kant es una figura crucial en la historia de la filosofía. En Kant confluye el Racionalismo de su maestro Wolf; el Empirismo de Hume, quien, según sus palabras, le hizo despertar del sueño dogmático; la ciencia newtoniana, que interpreta de la naturaleza como un conjunto de leyes universales que rigen los fenómenos; la ideología de la Ilustración, que somete a revisión los dos conceptos fundamentales sobre los que había girado el pensamiento racionalista:
razón y naturaleza; y la filosofía del sentimiento de Rousseau, de cuyo humanismo aprende que «la más grande tarea del hombre es saber qué debe hacer para serlo». Por ello, nos llama la atención la crítica que en algún momento de esta obra realiza Kant frente a lo que considera «utopismo roussoniano», la creencia de que el hombre es bueno por naturaleza.
Una de las consecuencias importantes de esta diferencia entre las antropologías de Rousseau y Kant es la que tiene que ver con el papel de la historia. La naturaleza ha destinado al hombre al bien y esto hace de él un ser perfectible; lo cual se cumple en el ámbito de la historia. De ahí que Kant critique, en el séptimo principio, la preferencia de Rousseau por el «estado salvaje» del hombre.
Para Kant el hombre supera la esfera de la apariencia gracias al uso de la razón, que es capaz de organizar el mundo de la experiencia de acuerdo con los fines humanos; mientras que en el caso de Rousseau es la intuición de sí mismo en la conciencia la que permite esa superación. Para él el individuo es algo en sí mismo (por naturaleza) y no se reconoce en las formas sociales, lo cual no es el caso de Kant. En la antropología roussoniana se privilegia el espacio de la interioridad; mientras que en la kantiana el espacio central es el espacio público. El camino hacia sí mismo en la antropología de Rousseau es el camino hacia la interioridad donde el individuo se aprehende como persona en la soledad de su conciencia. Es en la interioridad de la conciencia donde el yo descubre su arquetipo original, que no es otro que el del hombre natural, llámese «campesino» o «buen salvaje». El lugar propio del hombre es la naturaleza y no la polis o ciudad. Kant, en cambio, está más de acuerdo con los filósofos ilustrados que consideran que el lugar propio del hombre es el de la sociedad civil y no el de la naturaleza como piensa Rousseau.
En cuanto al Estado, Kant afirma que tiene un origen empírico y natural: es producto del antagonismo y del inevitable pacto que pone término a la libertad sin ley. O sea, se basa en el poder, pero al mismo tiempo está alimentado por la exigencia del derecho. Ello quiere decir que Kant desarrolla el mismo concepto de Rousseau sobre la constitución de la sociedad civil: «El acto por el cual el pueblo se constituye en ciudad es el contrato primitivo según el cual todos ceden su libertad exterior para recobrarla de nuevo como miembros de una república».
De Kant arrancan las principales corrientes filosóficas de los siglos XIX y XX, que tratarán de desarrollar al máximo el giro copernicano realizado por Newton en el tema del conocimiento:
Es el objeto del conocimiento el que depende de la actividad del sujeto y no al revés. En concreto, este será el presupuesto básico de los idealistas alemanes: Fichte, Schelling, Hegel.
Hegel trata de crear una síntesis que supere la división kantiana entre ciencia y moral, o entre razón teórica y razón práctica. La razón, en Hegel, es una razón dialéctica, no analítica, y la explicación que da de la realidad es dinámica, no puramente conceptual. La razón tiene la capacidad de unificar y sintetizar los diferentes elementos que aparecen en la realidad. El proceso de desarrollo de la realidad y los procesos de despliegue de la razón son la misma cosa: la razón, al desarrollarse en su proceso, va interpretando la realidad. ¿Qué quiere decir esto? Pues que el idealismo trascendental kantiano, construido desde el ser humano como un sujeto no trascendente, se convierte en idealismo absoluto en Hegel.
En sus «Lecciones sobre la filosofía de la historia», se propone Hegel demostrar la racionalidad de la historia. La historia puede parecer un tejido de hechos contingentes y mudables, es decir, algo que carece de un plan racional, dominada por un espíritu de miseria, de destrucción y de mal; pero ese será el punto de vista del que mide la historia por el rasero de sus ideales individuales. Los instrumentos de los que se sirve el espíritu para impulsar ese proceso hacia su plena realización son los individuos. Las pasiones de hombres como Alejandro, César, Napoleón, etc., que buscaban satisfacer sus propias ambiciones, han sido utilizadas, como instrumentos inconscientes, por el espíritu universal.
Según Hegel, la Historia se desenvuelve bajo el gobierno de la razón. La religión, la moral, la filosofía, el arte y todas las instituciones de la cultura de un país son la expresión de su «espíritu» o «alma del pueblo» en tanto que entidad colectiva. La historia universal constituye el proceso en el que el espíritu ha ido tomando conciencia de su libertad. Este espíritu, que se manifiesta y realiza en el curso de la historia, es el espíritu del mundo (Weltgeist), el cual se ha ido encarnando en el espíritu nacional de cada pueblo (Volkgeist). El espíritu de cada pueblo «es un miembro de la cadena que constituye el curso del espíritu universal o espíritu del mundo, el cual no puede perecer». «El fin último del mundo es que el espíritu tenga conciencia de su libertad y que de este modo su libertad se realice».
También la filosofía positivista de Comte recoge la herencia kantiana del conocimiento científico y la crítica a la metafísica. La ciencia positiva se atiene a la experiencia como criterio de validez de las proposiciones científicas y rechaza la metafísica como un conjunto de proposiciones sin sentido.
A finales del Siglo XIX se produce una recuperación de la filosofía kantiana y un rechazo del idealismo por parte de las escuelas neokantianas, como la de Marburgo, que estimularon la creación de un nuevo método de conocimiento con la recuperación de la importancia del sujeto y de la conciencia en el proceso de conocimiento, y que condujo a la fenomenología de Husserl.
Sobre Kant escribíó Ortega y Gasset lo siguiente: «En la obra de Kant están contenidos los secretos decisivos de la época moderna, sus virtudes y sus limitaciones. Merced al genio de Kant, se ve en su filosofía funcionar la vasta vida occidental de los últimos cuatro siglos simplificada en un aparato de relojería. Los resortes que con toda evidencia mueven esta máquina ideológica, el mecanismo de su funcionamiento, son los mismos que en vaga forma de tendencias, corrientes, inclinaciones, han actuado sobre la vida europea desde el Renacimiento».
La polémica Kant-Herder. Un problema concreto relacionado con la publicación de esta obra por parte de Kant, lo puso de manifiesto la esposa de Herder, autor del libro «Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad». Ella afirma que Kant se apresuró a publicar, en Noviembre de 1784, la «Idea de una historia universal con propósito cosmopolita», con el fin de refutar las ideas de Herder. Herder se sorprendíó desagradablemente por ese proceder de Kant, pues tenía conciencia de no haber hecho nada en contra de él. Pero es cierto que en la obra de Herder aparecían algunos motivos antikantianos.
Kant sosténía que el hombre es un animal que necesita ser gobernado; de otro modo se abandonaría a los abusos de una libertad sin ley y arbitraria. Herder hace una irónica observación al respecto, indicando que el hombre dominado por un amo no es un hombre, sino un animal.
Kant se limita a decir que el principio por él establecido se halla confirmado por la experiencia histórica de todos los pueblos: la existencia de un país está condicionada por una justa limitación de las libertades individuales, para lo cual hace falta un Estado que ejercite el poder de acuerdo con el derecho. Según Kant, el hombre abandona la condición de su natural salvajismo cuando ingresa en una sociedad civil y se somete, de ese modo, a la voluntad general. El Estado constituye, pues, el centro de las relaciones humanas.
Herder, en cambio, sostiene que «padre y madre, varón y mujer, hijo y hermano, amigo y hombre, son relaciones naturales mediante las que somos felices. El Estado puede darnos instrumentos artificiales; pero, desgraciadamente, tiene la posibilidad de arrebatarnos algo mucho más esencial: nos puede arrebatar a nosotros mismos».
Kant estima que en la discordia y en la guerra se halla el motor que impulsa al perfeccionamiento de las capacidades del hombre, demasiado dócil a los halagos de la pereza animal que laten en su seno. Herder le responde: «No la guerra, sino la paz constituye la condición natural del acosado género humano, puesto que la guerra es un estado de penuria (Not) y no de goce ordinario».
El ideal a que el curso histórico se va aproximando está dado -afirma Kant- por una sociedad cosmopolita. En ella el hombre sentirá a lo humano como tal. Herder considera esta idea como una abstracción que suprime la vida palpitante y concreta de los individuos.