Portada » Filosofía » El Empirismo de David Hume: Una Exploración del Conocimiento, la Moral y la Existencia
La idea de causa como conexión necesaria no surge de ninguna impresión; por tanto, no pertenece al ámbito del conocimiento, sino al ámbito de las creencias. Vamos a aplicar este criterio a una de las ideas que más arraigada tenemos: la idea de que existe un mundo externo que es la causa de nuestras percepciones. Según lo que hemos visto, ¿podríamos afirmar efectivamente la existencia del mundo? Descartes diría que sí: porque existe un Dios que garantiza la correspondencia… Pero, ¿procede la idea de Dios de alguna impresión? No, no podemos contar con la idea de Dios como realidad. No podemos utilizar a Dios como garante de nada. Entonces, ¿podemos afirmar que existe el mundo como causa de nuestras impresiones?
Puesto que la idea de “causa“ como conexión necesaria no tiene validez gnoseológica, y tampoco la tiene la idea de “Dios”, no tenemos más remedio que afirmar que no podemos tener conocimiento verdadero del mundo “en sí”; sólo podemos tener conocimiento de las cosas que se nos presentan, mediante los sentidos, a la conciencia. A esas cosas que se presentan a los sentidos, se les llama fenómenos, por eso se ha dicho de Hume que es un fenomenista, es decir: no cabe preguntarse por una realidad objetiva, de la que yo, mi conciencia, no tenga impresión. No es posible conocer nada que esté “más allá” de mí… No hay más ser garantizado que el ser percibido.
Si ni de Dios, ni del mundo podemos tener conocimiento cierto, ¿qué sucede con el “yo”, con el alma? Razonemos como lo hace Hume: la idea de “yo” sería conocimiento si procediera de alguna impresión. Ahora bien, ¿tenemos experiencia de nuestro yo? Aparentemente sí, porque vemos cosas a nuestro alrededor que no son “yo”, sentimos calor o frío, estamos alegres, nos duelen las muelas… tenemos muchas impresiones, todas las cuales las referimos a un “yo”. El “yo” sería, en definitiva, la sustancia de todos esos accidentes… Pero ¿realmente hemos tenido impresión de ese “yo” inmutable? No. Tenemos impresiones de cosas que nos pasan, pero no de nuestro “yo”. Entonces, ¿qué somos? Somos un haz de percepciones. Pero ¿y por qué sentimos una unidad de todas esas percepciones? Por la memoria. Hume ha demostrado que el autoconocimiento puede llegar a ser, en última instancia, una ficción…
Hume llevará a cabo una reflexión sobre la materia moral que es conocida por los especialistas como “emotivismo moral”. ¿En qué consiste? La pregunta de la que Hume va a partir es la siguiente: ¿por qué consideramos que unas acciones son buenas y otras malas? Tradicionalmente se pensaba que “bueno” era aquello que se producía conforme a la razón: obrar bien era hacerlo conforme a los principios racionales que todos contenemos en sí. Pero ya hemos visto que Hume desconfía de todo racionalismo.
Como comienzo de su reflexión, ¿Qué es la moral? La moral es un conjunto de juicios con los que intentamos influir en nuestra conducta y en la de los demás. Esto es, que desde nuestra razón imponemos a nuestra voluntad cómo tiene que conducirse. Pero ¿por qué nuestra razón nos dice “es malo matar”?, ¿de dónde sale, ese juicio? Pensemos en un asesinato. La razón nos dice que se ha producido porque lo hemos visto. Luego es verdadero que hay un hombre muerto y es verdadero que, al lado, hay un hombre con un puñal. La razón, fundada en la experiencia, no nos dice nada más. Por mucho que pensemos y relacionemos a los dos hombres, nunca encontraremos una impresión de “lo bueno”, “lo malo”, “el vicio”. Atendiendo a nuestra razón, sólo podemos afirmar que se ha producido un asesinato, cuestión o conocimiento del hecho. ¿Por qué, entonces, lo condenamos como algo moralmente malo? Hume escribe: “nunca podréis descubrirlo hasta que no dirijáis la reflexión hacia vuestro pecho y encontréis allí el sentimiento de desaprobación que se levanta contra esa acción”. Es el sentimiento, pues, lo que hace que nuestra razón emita juicios tales como aquel, y afirmar esto en apariencia tan pequeño y elemental coloca a Hume un paso a un lado de toda la tradición filosófica occidental, profundamente enemiga de nuestras pasiones, las cuales ha habido siempre que aprender a domar.
La conciencia contiene percepciones. Estas percepciones pueden ser de dos tipos:
¿Cómo se produce esta relación o asociación de ideas? Pues en base a tres principios:
¿Qué facultades son las encargadas de realizar estas asociaciones de ideas siguiendo estos principios?
Toda filosofía según la cual el origen y valor de nuestros conocimientos depende de la experiencia, en particular, de la experiencia de los sentidos. Por tanto, no existen ideas ni principios innatos de la razón: todo nuestro conocimiento procede de la experiencia subjetiva. Esto significa, como dijo Locke, dos cosas:
Las facultades activas del alma: la memoria y la imaginación. La memoria conserva el orden y la viveza de las impresiones de las que proceden las ideas. La imaginación combina las imágenes (ideas) siguiendo los tres principios. Es una imaginación reproductora, aunque también puede ser creadora. Así que, para Hume, la imaginación es la facultad clave del conocimiento humano. Pues bien, según trabajen la memoria y la imaginación teniendo como base alguno de estos principios, se pueden producir dos formas de conocimiento general: